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II

ACTA de instalacion dela Junta Central Suprema Gubernativa del Reino.

Aranjuez, 25 de Septiembre.

En consecuencia del acuerdo de ayer 24 del corriente, en conferencia preparatoria, y por el cual se resolvió que en el dia de hoy y hora de las nueve y média de su mañana, se instalase la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino, para cuyo objeto fueron citados todos los señores Diputados presentes en el real sitio, que son más de las dos terceras partes de los que deben componer la Junta de Gobierno, y constan abajo por órden alfabético, se verificó la ceremonia en la forma siguiente:

Se juntaron dichos señores Diputados en la sacristía de la Capilla real del Palacio de este sitio, y formados salieron á colocarse en los bancos que á uno y á otro lado estaban dispuestos al efecto: oyeron misa que celebró el Excelentísimo Señor Arzobispo de Laodicea, co-administrador del de Sevilla y Diputado de aquel Reino; y en seguida todos los señores Vocales prestaron en manos de dicho Prelado y sobre el libro de los Santos Evangelios el siguiente juramento:

"Jurais á Dios y á sus Santos evangelios, y á Jesucristo crucificado, cuya sagrada imágen teneis presente, que en el destino y ejercicio de Vocal de la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino promovereis y defendereis la conservacion y aumento de nuestra santa religion, católica, apostólica, romana, la defensa y fidelidad á nuestro augusto Soberano Fernando VII, la de sus derechos y soberanía, la conservacion de nuestros derechos, fueros, leyes y costumbres, y especialmente los de sucesion en la familia reinante, y en las demás señaladas en las mismas leyes; y finalmente en todo lo que conduzca al bien y felicidad de estos Reinos y mejoría en sus costumbres, guardando secreto en lo que fuere de guardar, apartando de ellas todo mal y persiguiendo á sus enemigos á costa de vuestra misma persona, salud y bienes?

"Sí juro.

"Si así lo hiciéreis, Dios os guarde; y si no, os lo demande en mal, como quien jura su santo nombre en vano. Amen."

Acto continuo se cantó un solemne Te Deum por la Comunidad de Religiosos descalzos de San Pascual de este sitio, y concluido este acto religioso y pasando por delante del bizarro batallon de infantería ligera de Valencia, que se hallaba formado en dos filas, desde la salida de la Capilla hasta la escalera del real Palacio, se trasladaron á una de las salas principales de él, destinada por ahora para la celebracion de las Juntas. En la multitud de gentes de todas clases y condiciones que llenaban la carrera, se descubria el mayor interes y entusiasmo en favor de su Rey y Señor Fernando VII, cuyo nombre resonaba por todas partes, y el de la Junta Suprema, que acaba de jurar ante Dios y los hombres, y á costa de su vida, la restauracion en el trono de un Rey tan deseado, la conservacion de nuestra santa religion, la de nuestras leyes, usos y costumbres. La abertura de las puertas del real palacio, cerradas tanto tiempo habia;

la triste soledad de la augusta habitacion de nuestros Reyes, y el recuerdo de la época y motivos porque se cerraron, arrancaron lágrimas á todos los concurrentes, aun los más firmes, que hicieron el acto más tierno é interesante, y al mismo tiempo más útil, para excitar á la venganza contra los causadores de tantos males, y la justa confianza en los sujetos que, despues de tantos peligros sufridos por tan justa causa, todavía se presentan á arrostrar cuantos sean necesarios para llevarla hasta un fin dichoso. Tal es, sin duda, el que debemos esperar de la union y fraternidad tan intima, como la que ofrecen todos los Reinos reunidos. Creció el entusiasmo y el interes á la salida de los señores Diputados á la gran galería de la fachada principal del Palacio, desde la cual su actual Presidente, el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca, proclamó de nuevo á nuestro deseado Rey Fernando, y siguió el pueblo por muchas veces aumentando sus aclamaciones, vivas y enternecimientos que le causaba un Cuerpo que debia llenar tan grandes esperanzas, tanto más bien concebidas, cuanto era mayor la majestuosa sencillez con que se ha celebrado el acto más augusto que ha visto la Nacion.

Colocados los señores Diputados en sus respectivos lugares y pronunciado por el señor Presidente un breve discurso muy propio de las circunstancias, se declaró la Junta legítimamente constituida, sin perjuicio de los ausentes, que, segun su acuerdo de ayer, deben componer la Junta de Gobierno, en ausencia de nuestro Rey y Señor Don Fernando VII; y mandó que se saque certificacion literal de esta acta, y se dirija al Presidente del Consejo para su inteligencia, la del Tribunal y demás efectos correspondientes, interin se le comunican las ulteriores órdenes que convengan.

Aranjuez, 25 de Septiembre de 1808.

Señores:

Martin de Garay, vocal, Secretario general interino.

El Conde de Florida-blanca, Presidente interino.-Por Aragon: D. Francisco Palafox.-D. Lorenzo Calvo.-Por Asturias: D. Gaspar Melchor de Jovellanos.-El Marqués de Campo sagrado.-Por Castilla la vieja: D. Lorenzo Bonifaz Quintano.-Por Cataluña: El Marqués de Villel. -El Baron de Subasona.-Por Córdoba: El Marqués de la Puebla.-D. Juan de Dios Rabé. Por Extremadura: D. Martin de Garay.-D. Félix de Ovalle.-Por Granada: D. Rodrigo Riquelme.--D. Luis Gines Funes. Por Jaen: D. Sebastian de Jócano.-D. Francisco de Paula Castañedo. Por Mallorca é Islas Baleares: D. Tomas de Veri.-D. José Sanglada de Togorel.-Por Murcia: El citado Presidente interino.- El Marqués del Villar.-Por Sevilla: El Arzobispo de Laodicea.-El Conde de Tilli.-Por Toledo: D. Pedro de Rivero.-D. José García de la Torre.Por Valencia: El Conde de Contamina.

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III.

MANIFIESTO de la Suprema Junta Gubernativa del Reino á la Nacion española.

ESPAÑOLES !

La Junta Suprema Gubernativa, depositaria interina de la autoridad suprema, ha dedicado los primeros momentos que han seguido á su formacion, á las medidas urgentes que su instituto y las circunstancias le prescribian. Pero desde el instante de su instalacion creyó que una de sus primeras obligaciones era la de dirigirse á vosotros, hablaros con la dignidad que corresponde á una Nacion grande y generosa, enteraros de vuestra situacion, y establecer de un modo franco y noble aquellas relaciones de confianza recíproca que son las bases de toda administracion justa y prudente. Sin ellas, ni los gobernantes pueden cumplir con el alto ministerio de que están encargados, ni la utilidad de los gobernados puede conseguirse.

Una tiranía de veinte años, ejercida por las manos más ineptas que jamás se conocieron, habia puesto á nuestra Patria en la orilla del precipicio. El opresor de la Europa vió ya llegado el momento de arrojarse sobre una presa que tanto tiempo há codiciaba, y de añadir el floron más brillante y rico á su ensangrentada corona. Todo al parecer halagaba su esperanza: la Nacion desunida de su Gobierno por odio y por desprecio: la Familia Real dividida; el suspirado Heredero del trono acusado, calumniado, y si posible fuera, envilecido: la fuerza pública dispersa y desorganizada apurados los recursos: las tropas francesas introducidas ya en el Reino y apoderadas de las plazas fuertes de la frontera: en fin, sesenta mil hombres prontos á entrar en la capital, para desde allí dar la ley á toda la Monarquía.

En este momento crítico fué cuando sacudiendo de repente el letargo en que yacíais, precipitásteis al Favorito de la cumbre del Poder que usurpaba, y vísteis en el trono al Príncipe que idolatrábais. Una alevosía, la más abominable que se conoce en los fastos de la perversidad humana, os privó de vuestro inocente Rey; y el atentado de Bayona y la tiranía francesa se anunciaron á España con los cañonazos del dos de Mayo en Madrid, y con la sangre y la muerte de sus inocentes y esforzados moradores: digno y horrible presagio de la suerte que Napoleon nos preparaba.

Desde aquel memorable dia, vendida á los enemigos la autoridad suprema que nuestro engañado Rey habia dejado al frente del Estado; oprimidas las demás y ocupada la silla del Imperio; los franceses creyeron que nada podia resistirles, y se dilataron al oriente y mediodía para afirmar su dominacion y disfrutar de su perfidia. ¡Temerarios! No vieron que ultrajando así y escarneciendo al pueblo más pundonoroso de la tierra, buscaban su perdicion inevitable. Las Provincias de España indignadas, con un movimiento súbito y solemne se alzaron contra los agresores y juraron perecer primero que someterse á tan ignominiosa tiranía. La Europa atónita oyó casi al mismo tiempo el agravio y la venganza; y una Na

cion que pocos meses antes apenas tenia en ella la representacion de Potencia, se hizo de repente el objeto del interes y de la admiracion del Universo.

El caso es único en los anales de nuestra historia, imprevisto en nuestras leyes y casi ajeno de nuestras costumbres. Era preciso dar una direccion á la fuerza pública que correspondiese á la voluntad y á los sacrificios del pueblo; y esta necesidad creó las Juntas Supremas en las Provincias, que reasumieron en sí toda la autoridad, para alejar todo el peligro repeliendo al enemigo, y para conservar la tranquilidad interior. Cuáles hayan sido sus esfuerzos, cuál es el desempeño del encargo que les confirió el pueblo, y cuál el reconocimiento que la Nacion les debe, lo dicen los campos de batalla cubiertos de cadáveres franceses, sus insignias militares que sirven de trofeos en nuestros templos, la vida y la independencia conservadas á la mayor parte de los Magistrados del Reino, y los aplausos de tantos millares de almas que les deben su libertad y su venganza. Mas luego que la capital se vió libre de enemigos, y la comunicacion de las Provincias fué restablecida, la autoridad, dividida en tantos puntos cuantas eran las Juntas provinciales, debia reunirse en un centro desde donde obrase con toda la actividad y fuerza necesarias. Tal fué el voto de la opinion pública, y tal el partido que al instante adoptaron las Provincias. Sus Juntas respectivas nombraron Diputados que concurriesen á formar este centro de autoridad; y en ménos tiempo que el que habia gastado el maquiavelismo frances en destruir nuestro antiguo Gobierno, se vió aparecer uno nuevo, mucho más temible para él en la Junta Central que os habla ahora.

Esta concurrencia de las voluntades hacia el bien, este desprendimiento general con que las Provincias han confiado á otras manos su autoridad y poderío, ha sido, españoles, vuestra mayor hazaña, vuestra mejor victoria. La edad presente, que os contempla, y la posteridad á quien servireis de admiracion y de estudio, encontrarán en esta obra la prueba más convincente de vuestra moderacion y prudencia. Ya los enemigos señalaban el momento de nuestra ruina; ya veian las brechas que iban á hacer en nosotros las agitaciones de la discordia civil; ya se gozaban creyendo que desunidas las Provincias por la ambicion, alguna iria á buscar su proteccion y su auxilio para hacerse superior á las demás; cuando establecido y reconocido pacífica y generalmente un Poder central á sus ojos, ven al carro del Estado rodar sobre un eje solo, y despeñarse con más ímpetu y pujanza á arrollar de una vez todas las pretensiones, todas las esperanzas de su iniquidad.

Instalada la Junta, volvió al instante su ánimo á la consideracion y graduacion de sus atenciones. Arrojar al enemigo más allá de los Pirineos; obligarle á que nos restituya la persona augusta de nuestro Rey y las de su hermano y tio, reconociendo nuestra libertad é independencia, son los primeros objetos de que la Junta se cree encargada por la Nacion. Mucho halló hecho en esta parte antes de su establecimiento: el entusiasmo público encendido; ejércitos formados casi de nuevo; victorias importantes conseguidas; los enemigos arrojados á las fronteras; su opinion militar destruida, y los lauros que adornaban la freute de esos vencedores de Europa trasladados á nuestros guerreros.

Esto se habia hecho ya, y era cuanto podia esperarse del impulso del primer momento; mas habiendo conseguido todo lo que debian producir

la impetuosidad y el valor, es fuerza aplicar al camino que nos resta todos los medios de la prudencia y de la constancia; porque es preciso decirlo y repetirlo muchas veces: este camino es arduo y dilatado, y la empresa á que aspiramos debe, españoles, poner en movimiento todo vuestro entusiasmo y todas vuestras virtudes.

Os convencereis de ello cuando deis una vuelta con el pensamiento á la situacion interior y exterior de las cosas públicas al tiempo en que la Junta empezó á ejercer sus funciones. Nuestros ejércitos llenos de ardor y ansiosos de marchar á la victoria, pero desnudos y desprovistos de todo: más allá los restos de las tropas francesas esperando refuerzos en las orillas del Ebro, devastando la Castilla superior, la Rioja, las Provincias vascongadas; ocupando á Pamplona y Barcelona con sus fortalezas; dueños del castillo de San Fernando, y señoreando á casi toda Navarra y Cataluña: el déspota de la Francia agitándose sobre su trono, fanatizando con sus imposturas groseras á los esclavos que le obedecen, tratando de adormecer á los otros Estados para descargar sobre nosotros solos el enorme peso de sus fuerzas militares: las Potencias del continente, en fin, oprimidas ó insuitadas por la Francia, esperando con ansia el éxito de esta primera lucha; deseando, sí, declararse contra el enemigo universal de todas, pero procediendo con la tímida circunspeccion que les aconsejan sus desgracias pasadas. Es evidente que el único asilo que les queda para conservar su independencia es una confederacion general: confederacion que se verificará al fin, porque el interes la persuade y la necesidad la prescribe.¿ Cuál es ya el Estado que pueda tener relaciones de confianza con Napoleon?¿ Cuál el que dé crédito á sus palabras y á sus promesas? Cuál el que se fie en su lealtad propia y buena correspondencia? La suerte de España deberá serles una leccion y un escarmiento, su resolucion un ejemplo, sus victorias un incentivo; y ese insensato, atropellando tan descaradamente los principios de la equidad y el sagrado de la buena fe, se ha puesto en el duro caso de haber de poder más que todos, ó de ser sepultado debajo de las montañas levantadas por su frenesí.

La seguridad y certeza de esta coligacion, tan necesaria y tan justa, están cifradas en nuestros primeros esfuerzos y en la prudencia de nuestra conducta. Cuando hayamos levantado una masa de fuerzas militares, tan terrible por su número como por sus preparativos; cuando tengamos todos los medios de aprovechar una ventaja y de remediar un reves; cuando la sensatez y la entereza que distinguen al pueblo español entre los otros, se vean regular constantemente todos nuestros procedimientos y pretensiones; entonces la Europa toda, segura de triunfar, se unirá á nosotros, y vengará á un tiempo sus injurias y las nuestras; entónces España tendrá la gloria de haber salvado á las Potencias del continente; y reposando en la moderacion y rectitud de sus deseos y en la fuerza de su posicion, será y se llamará amiga y confederada leal de todas, no esclava ni tirana de ninguna.

Debemos, pues, ahora poner en actividad todos nuestros medios, como si hubiésemos de sostener solos el ímpetu de la Francia. A este efecto ha creido la Junta que era necesario mantener siempre sobre las armas quinientos cincuenta mil hombres efectivos, los cincuenta mil de caballería: masa enorme de fuerzas y desigual, si se quiere, refiriéndola á nuestra posicion y á nuestras necesidades antiguas; mas de ningun modo

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