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Por ejemplo, prometiéndose en aquella obra la libertad de imprenta, decia un crítico:

«La libertad de imprenta

disfrutará la nacion.

¡Pobre del Papa y clero!
¡Pobre de la religion!>>

Y esto no obstante, si la voz comun no mentia, esta crítica fué obra de un literato, despues muy parcial de las doctrinas llamadas liberales, y de la misma libertad de imprenta: de D. Eugenio Tapia.

Tambien se intentó hacer versos para cantarlos; pero aunque siguiendo la guerra, las canciones patrióticas adquirieron valimiento; por lo pronto no eran oidas sino las más toscas y vulgares. Arriaza escribió el himno llamado de las Provincias, que tiene muy bellas estrofas, y el famoso guitarrista Zorle puso en música, pero con corta fortuna en punto de hacerle correr entre las gentes. No porque se dejase de cantar por las calles, pues al revés, atronaba los oidos la contínua canturia. Pero las canciones que resonaban era una que decia:

«Virgen de Atocha,

dame la mano,
que tienes puesta

la bandolera

del rey Fernando.

Virgen de Atocha,

dame tu poder

para que el rey Fernando

le traigas con bien.>>

O con otra, y no mejor música, la no mejor letra, que decia:

«Ya vienen las provincias

arrempujando,

y la Virgen de Atocha

trae á Fernando.

¡Vivan los españoles!
¡Viva la religion!

Yo me c....o en el gorro
de Napoleon.>>

Ó una de igual valor, como es:

«Ya se van los franceses-Larena, matan los piojos-Juan y Manuela, matan los piojos-Prenda,

y el general les dice-Larena,

que son conejos-Juan y Manuela,
que son conejos-Prenda.>>

Y en el pueblo en que esto se cantaba, era el Semanario patriótico, escrito por Quintana y sus amigos, el periódico más altamente apreciado y respetado, y el que más influjo ejercia.

XVI.

Pasaban dias, y no parecian los ejércitos vencedores aguardados con ansioso deseo, el cual vino á ser impaciencia y bien motivada.

Sabíase que el de Andalucía no se habia movido por haber necias rivalidades entre las Juntas de Granada y Sevilla, y las tropas de la una y la otra que le habian compuesto.

Entre tanto Madrid continuaba sin una fuerza física necesaria para impedir que se turbase el sosiego público, ó para restablecerle en caso de que ocurriese un acto de desórden y violencia.

Sobre cuál habia de ser el gobierno de España durante la cautividad del rey, no habia menos ansia, pero de ésta solo participaba la gente entendida.

Habíase armado una violenta disputa entre el Consejo y las Juntas de provincias, haciendo las veces de ésta en la ca

pital, y no admitiéndole las últimas por colega, pues hasta le afeaban sin razon haber existido Junta bajo el intruso José Napoleon, aunque por pocos dias.

Los madrileños se declararon por el Consejo, quizá por mirarle como cosa de casa, y hasta el Semanario patriótico dedicó un artículo á defenderle de las acusaciones de las Juntas, hecho singular, si se paraba la atencion en que el antiguo tribunal con pujos de gobierno, debia ser mirado como acérrimo enemigo de las doctrinas políticas del periódico liberal, cuando las Juntas por su origen y aun por uno ú otro de sus actos, á pesar de sus muchos desatinos é inconsecuencias, representaban el poder popular con más ó ménos acierto y conocimiento de su esencia.

Llegó, por fin, el tan suspirado dia de ver los madrileños tropas españolas de las que habian vencido á los franceses. Mal representante de nuestros ejércitos entró en Madrid el de Valencia, el 13 ó 14 de Agosto.

Los soldados, mal vestidos, con los zaragüelles provinciales y mantas y fajas, con los sombreros redondos, cubiertos de malas estampas de santos, desgreñados, sucios, de rostro feroz, de modos violentos, en que se veia carecer de toda disciplina, presentaban un aspecto repugnante. A la preocupacion que daba á temer de tan malas trazas nada mejores hechos, se agregaba saberse los horrorosos asesinatos cometidos en Valencia en las personas de franceses, no militares é indefensos, y se supopia, quizás en algun caso con verdad, que habia entre aquellos soldados varios asesinos, y de cierto, si no los habia, abundaban los muy capaces de serlo.

El buen general Llamas que los mandaba, tenia apariencias de oficial antiguo y buen caballero, pero no de guerrero

á la moderna. Ello es, que en Madrid se llenó de terror la gente de educacion y clase media, al ver campeando por las calles aquella gente con guitarrillas, cantando, y á la par amenazando, entrándose en los conventos á pedir á las monjas alguna estampa más que poner en sus sombreros cargados de ellas, y dejando asomar puñales que contrastaban con las imágenes devotas. Al revés la plebe, y de esta especialmente la parte acostumbrada ó aficionada á crímenes, ó si no tanto, á excesos y alborotos, miraba á los recien llegados como amigos, y en caso de necesidad, como apoyos con que podian contar de seguro.

No salieron fallidas las malas esperanzas, ni vanos los justos temores.

XVII.

A los dos ó tres dias de la entrada de los valencianos, hubo un alboroto en las cercanías de la plaza de la Cebada, en que cayó muerto un sugeto, cuyo nombre y calidad no pudo averiguarse, como tampoco la causa de su trágico fin, y el cadáver fué arrastrado con las mismas circunstancias que el de Viguri.

Súpose que el general Llamas habia acudido á impedir el asesinato de que sus soldados eran participantes, y que, sobre ser desobedecido, habia sido amenazado de muerte.

Cundió el terror por Madrid, por lo mismo que se ignoraba quién era la víctima, de modo que nadie podia creerse en plena seguridad.

Así la estancia de los valencianos en Madrid estaba considerada como una desdicha.

Por lo mismo se deseaba la llegada del ejército andaluz, del cual se sabia que era compuesto de tropas disciplinadas.

El 24 de Agosto, si no me es infiel la memoria, fué cuando los vencedores de Bailen pisaron las calles de la capital por su esfuerzo y fortuna librada del odioso yugo.

Era de esperar un entusiasmo loco en el recibimiento hecho á tales tropas, y, con todo, si bien hubo grandes aplausos, se notaba menos ardor en los que aplaudian.

Lo

que más ó lo que primero llamó la atencion del público, fue el corto cuerpo de lanceros de Jerez que venian delante. Desde largos años no veian los españoles en su ejército lanzas ni corazas, y en las tropas francesas habian visto estas armas desechadas y olvidadas, vueltas al uso.

Ahora, pues, pensando en las garrochas con que pican nuestros campesinos ó picadores en la plaza á los toros, se creyó se habia dado con un medio de contrarestar á los lanceros polacos, no dudando la vanidad nacional de que se haria con ventaja. Y se contaba que así habia sucedido en Andalucía, donde habian sido engastados los franceses en las garrochi-lanzas jerezanas.

Venian los lanceros vestidos, no con uniformes al uso comun, sino como los hombres de campo de Jerez, con sombrero de copa baja, muy parecidos á los hoy llamados calañeses, y con traje semejante al que llevarian si fuesen á picar reses en el campo.

Daba realce á esta apariencia ser andaluces los lanceros, y como tales alegres y decidores, y sus gracias gustaban, aunque no fuesen de las mejores, por lo mismo que se les suponia graciosos, de modo que era un enviar y recibir dichetes lo que se oia alrededor de aquella gente.

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