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Las demás tropas tenian mediano aspecto, no como las valencianas, no como las mejores francesas; llevando aun la infantería el sombrero de tres picos, hoy dicho apuntado, el cual era entonces pequeño. Al recordar las gentes el porte marcial de los soldados de la Guardia imperial francesa que llevaba consigo el vencido Dupont, pasmaba considerar que se habian rendido á hombres de muy inferior aspecto como militares.

Despues de la entrada de los vencedores de Bailen en la capital de España, quedó esta en una situacion de más sosiego, pero comenzó á cundir entre la gente ilustrada la mayor inquietud posible sobre más de un punto. Como la gran victoria alcanzada, vistas bien las cosas, parecia un milagro, nacieron justísimos temores de que milagros tales no se repitiesen. Los elementos de desórden, por lo tocante á alborotos en las calles y atentados contra la seguridad de las personas, parecian neutralizados porque estaban suspendidos, ó ya los contuviese la tal cual fuerza existente de la que se esperaba sustentase el imperio de la ley, ó ya el haberse apagado el ardor patriótico que así impelia á los locos y criminales excesos, como estimulaba à hechos hijos de nobles pasiones.

Dos cosas daban cuidado: la notoria mala calidad de los ejércitos, pobres en número y faltos de buen órden, y la carencia de un gobierno general de la nacion, necesario hasta para el aumento y buena direccion de la fuerza militar. Al fin esto hubo de conseguirse, no sin trabajo.

XVIII.

Diputados de las Juntas congregadas en Aranjuez compusieron una Junta magna, que tomó el título de Central. Establecido este gobierno en una poblacion pequeña, estaba libre de la opresion que en tiempos revueltos ejerce sobre una autoridad, por necesidad débil, la plebe de las ciudades populosas, pero carecia por lo mismo del favor popular, que en horas de apuro alienta á un objeto querido, cuya presencia inspira entusiasmo, y el cual á la vez recibe como de rechazo buena parte del que excita. El pueblo de Madrid se contentó con que hubiese al fin nacido la Junta central, pero no saludó con pasion el dia de su nacimiento y no llegó á cobrarle amor, como en las capitales de provincia le tenia lo general de la poblacion á sus respetuosas Juntas.

En cuanto á las personas capaces de juzgar en materias políticas, miraron como un bien altísimo que al cabo hubiese un gobierno, pero no acertaban á calificar para la aprobacion ó desaprobacion al que acababa de salir á luz con harto trabajo y grandes actos de condescendencia por diversos lados, resultando una amalgama en que no quedaban bien unidas y mezcladas hasta formar un buen todo las varias materias que la componen.

Por un lado, Quintana habia sido nombrado oficial mayor de la secretaría de la Junta, ejerciendo grandísimo influjo en el secretario D. Martin Garay; por otro, una de las primeras disposiciones de la Central habia sido nombrar inquisidor general, confiriendo tal puesto al obispo de Orense, muy propio de tal nombramiento.

La libertad reinante de hecho y no de derecho fué de nuevo negada con rigor por fortuna ó por desgracia, no efectivo. Porque seria la confusion ó diversidad de pareceres, como cuando más, en lo relativo al modo de gobernar la nacion por lo presente, y de proveer á como habria de ser gobernada en lo futuro.

El Semanario patriótico continuaba siendo un periódico igual en ideas á los franceses de 1789 ỏ 1790 en punto á doctrinas; D. Juan Perez Villamil acaba de publicar un escrito muy aplaudido, en el cual, apostrofando al rey cautivo, le decia que «verificado su anhelado rescate, y vuelto al trono si queria conservarle, mandase poco, mandase menos, porque eran demasiadas las por muchos juzgadas prerogativas de la corona, y que el pueblo, de salir á recibirle ya libre, le presentaria con una mano una Constitucion á que habria de atenerse, y el mismo Quintana habia dado á luz sus poemas patrióticos, por largos años escondidos en su papelera, y donde ya se ensalzaba al comunero Padilla, aprobando sus hechos; ya se denostaba á Felipe II, llenando de horror y pasmo á los monjes del Escorial; ya con motivo de celebrar la invencion de la imprenta, se calificaba al poder papal de no menos que monstruoso, indigno y feo, cuyo abominable sólio, sentado en las ruinas del Capitolio romano, estaba próximo á caer, dejando tristes señales en sus ruinas.

De tal y tanta confusion era la recien formada Junta, fidelísimo espejo. Porque bueno es que lo sepan nuestros contemporáneos; nunca ha habido en España ni aun en otra nacion ó edad alguna democracia más perfecta que lo era nuestro patria en los dias primeros del alzamiento contra el poder francés.

TOMO II.

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Gobernaba entonces el pueblo, el pueblo tal cual era, ejerciendo en ciertas ocasiones su prepotencia en plebe, como mas minuciosa y resuelta, y yendo el Estado dejando á menudo autoridad tan absoluta á quienes tenian el mando, siendo inconsecuente el poder como nave mal gobernada ó casi sin gobierno, á la cual arroja el ímpetu de las olas, venidas á veces de distintos rumbos, á muy diversas direcciones; y todo esto no era producido ni dirigido por medios juiciosos, ni con órden prévio, como sucede cuando y donde las leyes arreglan el ejercicio del poder popular, sino de una manera confusa, haciendo las veces de la razon el instinto.

Los amantes de la soberanía popular, por fuerza habrán de convenir, si ya no deliran, en que los pueblos soberanos, como en los soberanos de cuerpo y alma, los hay buenos Ꭹ los hay malos, porque los hay ilustrados é ignorantes, y la ignorancia y pasiones de la multitud traen tan fatales consecuencias á la procomun, cuanto podria traer la calidad de una persona revestida de autoridad ilimitada.

En el gobierno creado por el pueblo español en 1808, estaba, pues, expresado en compendio el mismo pueblo con todas las calidades que á la sazon tenia.

XIX.

Fué llamado á presidir la Junta el conde de Floridablanca, no con gran satisfaccion de los hombres adictos á doctrinas de las hoy llamadas liberales, pero en obediencia á la voz popular que, por entonces, llena de indignacion por la extremada injusticia contra todo lo perteneciente al gobierno de Cárlos IV, recordaba con aplauso, no menos injusto, por ser

excesivo, los dias de Cárlos III, y al mismo ministro que en aquel gobierno habia representado el principal papel.

De Floridablanca hablaban ccn variedad los hombres que, viviendo entonces, ya de edad madura, le habian conocido en el mando, y por cierto, no todo era elogios en el juicio de tales críticos, pues habia muy otra cosa. Yo, que ahora cuento y no juzgo, debo decir, que fuere lo que hubiere sido el Floridablanca de 1780, el de 1808 habia llegado á ser incompetente para ocupar bien el alto lugar á que habia sido elevado; al frente tenia en la Central otro nombre por demás ilustre, y de persona no su amiga; el de D. Gaspar Melchor de Jo

vellanos.

En este último ponian sus esperanzas quienes deseaban encaminar por una senda, cuyo paradero fuese el establecimiento de una monarquía limitada, las cosas del Estado.

XX.

En tanto, el Consejo real se habia resistido á reconocer la Junta central, dando para ello razones buenas y malas, conociéndose que la principal era el recelo de que tomando cuerpo y fuerza ciertas doctrinas no viniesen los tribunales á perder ó á no lograr el influjo en el gobierno que habian tenido ó pretendido tener, y á que de continuo aspiraban. No estaba dispuesto á acceder á tales pretensiones Floridablanca, pues si bien adverso á toda idea de limitacion del poder real por el popular, tampoco queria verle censurado ó intervenido por los togados, y hasta en la forma con que el Consejo, sin negarse á obedecer á la Junta, ponia dificultades; 'para hacerlo, veia el antes ministro absoluto con enojo lo

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