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que llama acertadísimamente Jovellanos escrúpulos de la obediencia.

El mismo Jovellanos se inclinaba algo al Consejo real por dos razones: por preocupaciones de togado, y porque efectivamente llevaba razon el Consejo en insinuar que para el ejercicio de la potestad ejecutiva, convenia más una regencia de pocos, que un cuerpo numeroso.

En la gente que veiamos las cosas desde afuera andaban muy discordes los pareceres.

No llevábamos á mal que hubiese una Junta central, pues habia habido y seguia habiendo Juntas de provincia. Pero unos estimaban buenas las razones del Consejo, y otros al contrario; y por diversos motivos esta y aquella cosa.

La Junta por su origen, y por lo que este habria de ininfluir en su índole, era popular y el Consejo representaba la monarquía antigua. De aquella eran de temer actos de despotismo, disposiciones imprudentes, poco órden, principios nada fijos; de este otro un firme sostener de rancios abusos y un órden de mala naturaleza, sobre todo, en punto á lo que pedian los tiempos fuese como fuese, hbo pocuo espacio para pensar en tales materias mientras residió la Junta en Aranjuez, período que no pasó de dos meses.

XXI.

Una proclama ó alocucion de la Junta agradó mucho por-que era de la pluma de Quintana.

En verdad era una oda más del poeta patriota, pero en la disposicion de los ánimos gustaba el lirismo.

Prometia el nuevo gobierno poner en pié de guerra un

ejército de quinientos mil infantes y cincuenta mil caballos, y no parecia desatino promesa tal, con estar muy fuera de

la esfera de lo posible.

Tambien prometia la Central las leyes enfrenadoras del despotismo, y ni á los que despues se opusieron á las leyes de esta clase sonó mal la empresa.

Lo cierto es, que se veia venir encima una gran desdicha con la reunion de las fuerzas de Napoleon, próximas á pasar la frontera, y la falta del poder, no solo por la inferior calidad, sino tambien por el corto número de nuestras tropas, para disputar el triunfo.

Empezaba á oirse la voz de la queja y del temor, primero en tono sumiso, porque no pareciese traicion la desconfianza; luego más perceptible, por no poderse negar el peligro.

El poeta Melendez Valdés, en los primeros dias del levantamiento, dócil instrumento de los franceses, como volvió á serlo, venido entonces á mejor acuerdo, y cediendo á su inclinacion y á la de sus amigos, y no á su flaqueza de espiritu, habia publicado un romance de mediano mérito con el titulo de Alarma, lleno de las ideas reinantes; pero hubo de publicar segunda Alarma mejor que la primera, y en la cual no solo se ceñia su cántico más á los muchos destinados á celebrar triunfos, sino que en sentidas y patrióticas palabras, anunciaba la próxima venida de Napoleon con gran poder, diciendo:

Vendrá, y traerá sus legiones
que oprimen la Scitia helada,
ofreciendo á su codicia
por cebo, montes de plata.
Vendrá, y llorareis de nuevo
las ciudades asoladas, etc.

Estaban tan trocadas, si bien solo hasta cierto punto las cosas, que temores tales, que un mes aun hubieran sido calificados de traicion, parecian cosa natural, y sonaban como voces de un patriotismo ilustrado y verdadero.

XXII.

Entretanto, se acercaba el cumpleaños del cautivo rey, que lo era de gala, y se preparaban los madrileños á festejarle, pero con tibio ardor, no nacido de flaqueza en el propósito de resistir al poder francés, pero sí de desmayo, causado por el triste estado de la causa pública.

El dia de San Fernando, santo patrono del monarca, habia sido celebrado en una ú otra capital de provincia, con el fervor del levantamiento recien ocurrido, en otras habia sido la señal y época de levantamiento mismo; pero en Madrid dia de duelo, bajo el yugo de los odiados opresores.

Quiso la desgracia que no fuese más feliz la celebracion de una fiesta que tanto debia serlo.

A cosa de medio dia comenzo á correr por las calles la noticia de que iban arrastrando por algunas de ellas dos cadáveres de personas barbaramente asesinadas, sin que se llegase á averiguar quiénes eran las víctimas de la ira popular, locamente excitada contra dos entes, sin duda oscuros mientras vivieron.

Pronto comenzó á asegurarse que eran los muertos arrastrados dos mamelucos.

Los de la Guardia imperial, venidos en corto número á España con Murat, habian llamado mucho la atencion por su vistoso traje y armas, y despues se habian hecho blanco

principal del aborrecimiento de la plebe, que veia en ellos, sobre la calidad de franceses, la de infieles.

Los turbantes y calzones rojos, lo corvo de los alfanjes que casi formaban una media luna, el puñal, la carabina y las grandes pistolas los hacian formidables á la vista.

En los sucesos del Dos de Mayo les achacaban la parte principal en punto á crueldades, y el destrozo hecho en una casa de la Puerta del Sol, cuyos moradores fueron todos pasados á cuchillo, pasa por acto exclusivo de los mamelucos, no sé si con fundamento.

Que se hubiesen quedado en Madrid mamelucos de la Guardia imperial de Napoleon, distaba mucho de ser probable, y lo que si lo venia á ser era haber sido calificados de tales los dos pobres hombres asesinados, víctimas probablemente de una riña y calumniados por sus mismos matadores.

Pero ello es que la calumnia creida dió á la plebe de Madrid en aquel dia infausto un carácter de ferocidad superior al manifestado contra Viguri, y contra el desconocido igualmente arrastrado en Agosto, recien entrados en la capital las tropas valencianas.

XXIII.

La preocupacion popular añeja suponia en los judíos un miembro ó apéndice que solo tienen los animales, y para el vulgo ignorante era judío todo hombre no cristiano ó no católico.

Así es que gritaban por las calles que los dos cadáveres tenian rabos, con lo cual quedaba comprobado quienes eran. Acercándome yo á mi casa, situada en la calle del Barco,

lugar lejano de los que solian ser teatro de escenas de desórden, una vieja de aspecto feroz me paró como reconviniendome, y dijo:

-Qué ¿no vá Vd. á ver arrastrar á los mamelucos? Yo les he visto, y por mis propios ojos los he visto el rabo.

Cuentan algunos que, en efecto, estropeados aquellos cadáveres sangrientos por el roce con las piedras, estaban despellejados, y que del espinazo á la rabadilla le salian tiras de pellejo que trasformó en rabo la crédula y rabiosa muchedumbre; pero tal vez ni aun este motivo hubo para formar y propagar la indicada ilusion.

No trato yo de desengañar á la buena, ó diciéndola con propiedad, á la mala vieja, y antes me disculpé con no me acuerdo qué razones, de no acudir á presenciar el espectáculo á que me convidaba; fué aquel dia uno de terror y congoja, porque ni siquiera suavizaba la alegría nacida de gratos recuerdos y lisonjeras esperanzas lo repugnante de aquellos actos y pensamientos de barbárie, manchas feas de las que empañan el lustre de los más gloriosos sucesos, cuando la multitud predomina, heróica á veces, y en España entonces, cualquiera otra situacion de la que recuerda la historia del mundo, pero ignorante y apasionada, quedando por la primera calidad, un tanto aunque no del todo disculpados sus

sucesos.

XXIV.

Iba á empezar Noviembre, y las cosas empeoraban á ojos vistos, con la inquietud crecian desvariadas sospechas y lo cas é indignas acusaciones.

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