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aquellos dias, puede y debe servir la anecdotilla siguiente: Habia yo llegado á Manzanares al quinto dia de mi salida de Madrid, segun el modo lento de caminar de aquella época.

Deteniéndome, segun uso, largas horas en la mala posada, á poco de estar en ella y en nuestro cuarto, se nos presentó un mozo sirviente de la casa, alto, robusto, y no de la mejor traza, á lo menos en lo tocante de nuestras personas, pues su rostro y modos eran insolentes y aun amenazadores.

Desde luego empezó á hablarnos de las cosas políticas que á todos ocupaban con empeño.

-<Aquí tienen Vds., dijo, al hombre que más franceses tiene muertos en la Mancha.»

Y entrando en particularidades, comenzó á contar hechos atroces que, segun es probable, lo eran aun más referidos que lo habian sido real y verdaderamente, porque su idea y la de muchos, era tener la más bárbara crueldad por virtud, si de ella resultaban ser víctimas los enemigos y la jactancia y ponderacion del delito, pasaban por blason de acciones heróicas. Así es que contaba el alucinado mozo que, entrando, en un hospital de soldados franceses, habia quitado la vida á los enfermos en sus camas, y que como uno de ellos le dijo (y le remedaba al contarlo).

-Español, agua de tisan.

Él le habia respondido:

-Toma tisana, magullándole los sesos.

XXVIII.

Mi madre y yo hubimos de encubrir el horror que tal relato nos causaba, y aun de murmurar algo como aprobacion

del hecho, porque en el rostro y modos del narrador veiamos que más queria decir ó hacer que enterarnos de sus hazañas. Así fué, que al cabo de una breve pausa, con gesto amenazador, dijo:

-‹Y aquí tienen Vds. al que ha de matar á todos los traidores», aunque sospechando, ó mejor dicho, viendo á que se encaminaban tales palabras.

-«Bien hecho, exclamé yo; porque los traidores son peores que los franceses.>

A esta frase mia sucedió nuevo silencio, como si el moceton titubease, pero al fin, descubriendo la intencion que llevaba en lo que decia,

—«Dicen, añadió, que todos los que se vienen de Madrid son traidores. >>

Ya la acusacion estaba hecha sin rodeos.

Si yo hubiese querido arguir, estaba perdido, lo cual, á pesar de mis pocos años, conocia habiendo visto ó sabiendo cómo pasaban entonces las cosas. Quiso mi suerte que tuviera yo una ocurrencia acertada.

-«¿Por qué han de ser traidores?» le pregunté; á lo que respondió:

él

-«Porque se vienen huyendo en vez de pelear con los franceses.>

-¿Qué franceses?> repuse.

-«¡Pues qué, no saben Vds. aquí las noticias? ¿No han sabido Vds. que Castaños les ha dado una gran batalla en que ha acabado con todos los que quedaban en España?»

La nueva dada hasta en lenguaje que era entonces el del pueblo, llenó de alegría á aquel feroz manchego, de suerte que solo pudo decirme:

-«¿Qué me cuenta Vd.?»

La verdad fueron sus palabras, segun se supo en Madrid el dia de mi salida. No cabiendo en sí de gozo el hombre, mudando ya de parecer en punto á juzgarnos transidos, salió presuroso á divulgar las felices noticias que yo traia. No corria yo el menor peligro por que fuese descubierto el engaño, porque en primer lugar no podia serlo en breve plazo; en segundo, quien me desmintiese no habria sido y acaso lo habria pasado mal; y por último, aun sabido por incierta la gran victoria por mí contada, no se llevaria á mal haberla yo anunciado, suponiéndose que la habia creido, porque el patriotismo consistia en decir las cosas gratas al soberano popular, siquiera fuese mintiendo.

XXVIII.

Llegado ya á los términos de Andalucía, solo encontramos un tropiezo que podria haber sido ocasionado. Llevábamos moneda francesa, que corria entonces en Castilla y donde quiera habian estado los ejércitos franceses.

El rey Carlos IV habia hecho legal el uso de tal moneda, y novísimamente la Junta Central habia renovado el real mandamiento. Pero en las provincias no ocupadas, faltando la ocasion, faltaba el caso de poner en ejecucion tal providencia. Así fué, que llegados á Santa Elena, hubo dificultad en recibirnos las piezas francesas, y la dificultad iba tomando un color político, pareciendo la empresa de defender la efigie de Napoleon un tanto atrevida y arriesgada.

Por fortuna tuve yo en el mayoral de mi coche alquilado un auxiliar poderoso, porque en los de su clase no era uso

buscar los traidores. Y como él (segun es de creer) traeria moneda francesa, la defensa que hizo de la legitimidad de este instrumento de cambio fué animosa, por lo mismo de no ser desinteresada.

-«¿Quién es ahora el rey de España? dijo. ¿No es el conde de Floridablanca? Pues ese manda que corra esta moneda.»

Concedida su premisa, hubo de serlo la consecuencia, y ya desde entonces no tuvimos más disputas sobre punto de tanta importancia para viajeros.

Llegamos por fin á Córdoba, donde ya todo estaba sosegado. El primer hervor de la insurreccion habia pasado allí. El saqueo de la ciudad por Dupont habia dejado ira, pero tambien miedo.

En Córdoba se habia encarnado el levantamiento en su origen en una persona, la cual habia por entonces desaparecido del teatro, habiéndole sido adversa la fortuna, en D. Pedro Agustin de Echevarri (para la plebe cordobesa se llamaba Echevarria y no gustaba oirle llamar de otro modo). Echevarri era un singular personaje, no sin ribetes de lo

cura en sus rarezas.

Por sus extravagancias habia en aquella ciudad la causa principal sido sustentada con ménos ardor que en otros pueblos, por la parte entendida y juiciosa de la poblacion, y á la plebe que le seguia hubo de parecer amargo que la hubiese llevado á padecer una derrota en el puente de Alcolea, de lo cual fué consecuencia el saqueo antes citado.

Así es que aun se cantaba alguna coplilla, cuya índole satírica no habria sido sufrida en otras partes, como es la siguiente:

TOMO 11.

17

Pensaban los españoles
cargar con toda la Francia,
y se vinieron huyendo
por la cuesta de la Lancha.

XXIX.

En Córdoba era opinion general que Madrid seguia resistiendo al enemigo, por mas que hubiese quien sostuviera todo lo contrario. No faltaba tampoco quien decia que Napoleon habia sido rechazado del puerto de Guadarrama, en parte por las nieves, en parte por un ejército imaginado, no se sabia si inglés ó español. Napoleon, se añadia, andaba errante, y hasta se aseguraba que se habia refugiado en la Cartuja del Paular, afirmándose por algunos que habia caido prisionero. Burlones ó malignos, ya por ser parciales de los franceses, ó ya por divertirse, se complacian en añadir ridículas circunstancias á las relaciones corrientes; de modo que hubo quien afirmó haber sido preso Napoleon disfrazado de monje en el coro de la Cartuja.

En tanto, la Junta central se habia establecido en Sevilla, encargándose del gobierno supremo de España. Nadie se le disputó á las claras, pero algunas provincias apenas le reconocieron por potestad soberana, quedando varias de ellas en obediencia imperfecta. En cuanto al grande asunto de la caida de Madrid, calló la Junta, no publicando la Gaceta lo que sabia de oficio sobre tal acontecimiento hasta cosa de dos meses despues de ocurrido.

XXXI.

Asi, no presentaba Córdoba hasta que salí yo de ella, á fines de Enero, cosa alguna que puediera llamar la atencion.

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