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tido, indisponiendo más y más á los españoles adictos á José, con los que no le eran, y deteniendo al mismo José en sus formales deseos de dejar el sólio, para que su hermano hiciese de él lo que quisiese como si fuese ya una cosa de que podia disponer la suerte futura de una nacion totalmente en armas, y resuelta á desaparecer toda del número de las naciones independientes antes que rendirse. Era tal sin embargo la ceguera del coloso para no moderar sus planes y esperanzas, que no veia que de cuatrocientos mil franceses que habian invadido nuestro territorio, habian perecido en él casi una mitad, y que en esta segunda campaña tenia que habérselas con cuerpos de ejército más numerosos, perfectamente dirigidos y disciplinados, apoyados por infinitas guerrillas, en las que cada ciudadano por más ó ménos tiempo pagaba su tributo de servicio de armas á la patria entusiasmada con los laureles de Bailen, Zaragoza y otros puntos. Animada por los cuerpos de tropas inglesas y portuguesas que con ella hacian causa comun, y últimamente, que Europa iba á suscitarle nuevos empeños que llamase la atencion de su propia seguridad, al que inquieto, turbulento y guerrero habia turbado la paz y seguridad del mundo.

Ciertamente que España atravesaba por una laboriosa crisis, no solo por efecto de la guerra, sino para consolidar un gobierno por todos deseado, indicado por la opinion, y que al disolverse la Junta central y nombrarse la Regencia, habia entrado en su pensamiento y era la convocatoria á Córtes, que se decretó para el 1.o de Marzo de 1810, si lo permitian las circunstancias, disponiendo que las elecciones tuviesen lugar en las capitales de provincia que estuviesen libres de invasores, ó en los pueblos mayores de las mismas que se

hallaren en igual caso, protegida por los capitanes generales 6 jefes militares de los distritos.

A pesar de las dificultades que ofrecia la ejecucion de este decreto se llevó á cabo, y habiéndose trasladado la Regencia desde Cádiz á la Isla, el 22 de Setiembre se verificó la solemne apertura de un Congreso llamado á ejecutar grandes cosas, en un país que al propio tiempo que se batia por su independencia no olvidaba que la habia perdido por las faltas de un gobierno que debia haberla conservado.

V.

Antes de abrir el cuadro en que han de aparecer los constituyentes de Cádiz y su obra, recapitulemos y presentemos de una manera clara y por órden, á los que en los terribles dias de la dominacion extranjera rigieron los destinos de la patria.

Fernando partió dejando una Junta central.

El presidente de esta Junta, es decir el imbécil infante D. Antonio, se fué, y la Junta quedó sin saber qué hacer.

Mientras el rey en su proclama de Burdeos pedia á los españoles que acatasen la voluntad del emperador de los franceses, en secreto enviaba á la Junta órdenes para que recibise Córtes y entablara la guerra.

Napoleon por su parte envió á los españoles una proclama muy bien escrita, eso sí; los reyes hablan que es un gusto. Hé aquí lo que decia:

«Españoles: Despues de una larga agonía, vuestra nacion iba á perecer. He visto vuestros males y voy á remediarlos. Vuestra grandeza y vuestro poder forman parte del mio.

TOMO II.

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Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos á la corona de España. Yo no quiero reinar en vuestras provincias; pero quiero adquirir derechos eternos al amor y al reconocimiento de vuestra posteridad.

»Vuestra monarquía es vieja; mi mision es renovarla. Mejoraré vuestras instituciones y os haré gozar, si me ayudais, de los beneficios de una reforma, sin que experimenteis quebrantos, desórdenes y convulsiones.

>Españoles: He hecho convocar una Asamblea general de las diputaciones de las provincias y ciudades. Quiero asegurarme por mí mismo de vuestros deseos y necesidades. Entonces depondré todos mis derechos y colocaré vuestra gloriosa corona en las sienes de otro Yo, garantizándoos al mismo tiempo una Constitucion que concilie la santa y saludable autoridad del soberano con las libertades y privilegios del pueblo.

>>Españoles: Recordad lo que han sido vuestros padres y contemplad vuestro estado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os ha regido; tened gran confianza en las circunstancias actuales, pues yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y exclamen: «Fué el regenerador de nuestra patria.»>

VI.

El Consejo de Castilla respondió á todo esto, «que reputaba nulas las renuncias de Cárlos IV y sus hijos, porque los príncipes que las habian firmado no tenian potestad para trasferir sus derechos.>>

-¡Bien contestó el Consejo! dirá el lector.

Ciertamente; pero Murat, que estaba armado de piés á cabeza, se acercó á él y con los mejores modos del mundo le dijo:

-«Amigo Consejo, no se trata de protestar, sino de decir cuál de los hermanos del emperador es el que más te agrada. ¿José Bonaparte, no es eso? añadió enseñando las uñas.> El Consejo fué débil, y haciendo inocentes salvedades, pidió á José.

La Junta Suprema y el Ayuntamiento de Madrid imitaron este ejemplo.

Acto contínuo se convocaron Córtes en Bayona.

¡Vaya unas Cortes!

El ministro de Hacienda de Fernando VII, D. Miguel José de Aranza, fué presidente de esta Asamblea.

Digamos para gloria suya, que se negaron á formar parte de ella D. Antonio Valdés, el marqués de Astorga y el obispo de Orense.

Napoleon entregó á Aranza un proyecto de Constitucion.

VII.

De buena gana renunciaria á describir lo que pasó en Bayona.

Mientras el pueblo español se batia denodadamente por su rey prisionero, Napoleon ponia en las sienes de su hermano José la corona de España; unos cuantos españoles, y entre ellos los que habian contribuido á entronizar á Fernando, formaban la corte del rey advenedizo, y el mismo Fernando felicitaba al usurpador desde su prision.

El rey José nombró su ministerio de esta suerte:

Secretario de Estado, D. Mariano Luis de Urquijo.

Negocios Extranjeros, D. Pedro Ceballos.

Gracia y Justicia, D. Sebastian Piñuela.

Guerra, D. Gonzalo O'Farril.

Indias, D. Miguel José de Aranza.

Marina, D. José Mazarredo.

Hacienda, el conde de Cabarrús.

Casi todos ellos habian sido ministros de Fernando.

En aquella ocasion hubo un hombre digno, Jovellanos, que no quiso aceptar cartera alguna, á pesar de los ruegos y amenazas que emplearon para conseguir que su personalidad figurase en aquella situacion.

El duque del Infantado fué nombrado coronel de Guardias españolas, y el príncipe de Castel-franco, coronel de Guardias walonas.

Escoiquiz siguió á su discípulo á Valencey.

El gobierno empezó á funcionar sin el apoyo del pueblo. Mientras tanto, tenian lugar las heroicidades que he referido ya, y acació el triunfo de Bailen.

VIII.

Los adictos á la nueva córte se intimidaron, y reuniendo el Consejo, en que se manifestaron pareceres discordes, decidieron abandonar á Madrid y retirarse al Ebro á esperar refuerzos del emperador. Al efecto tomaron sus disposiciones, entre ellas la de clavar 80 piezas de artillería que tenian en el Retiro y casa de la China, inutilizar una gran cantidad de fusiles y municiones que no podian llevar, acabar de reco

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