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España y en la en que se encontraba por entonces, descubri mos grandes analogías que levantan y engrandecen el carácter español.

Por entonces una guerra extranjera absorbia todos los espíritus y era el gran acontecimiento que preocupaba á todos, y en la actualidad una guerra intestina, la guerra de los partidos, trabaja en el corazon de la sociedad española.

Y sin embargo, tanto entonces como ahora, ni la guerra exterior ni la interior fué capaz de debilitar el entusiasmo que brota expontáneo y puro en los corazones generosos, cuando oyen decir esta frase fatidica: «La patria peligra.»

Por eso los Constituyentes de Cádiz, en medio de los graves asuntos que embargaban su atencion para conservár la independencia del país y para constituirse definitivamente, no podian mirar con ojos de indiferencia lo que pasaba al otro lado de los mares, los esfuerzos, las sugestiones, los intentos y los ingeniosos recursos de que se valian muchas de nuestras colonias para emanciparse de la metrópoli.

III.

Al fijar nuestra vista en las fases que ofrecia esa gravísima cuestion, no es posible dejar de conocer la gran influencia que en ese capital acontecimiento ejercieron la revolucion de los Estados del Norte de América por una parte, y la revolucion francesa por otra, para prepararlo y para producirlo.

Y aunque tales causas eran motivos poderosos para inclinar el ánimo de los colonos á la emancipacion, no fueron, sin embargo, bastante eficaces para desarraigar la influencia

que la metrópoli ejerciera en ellos, despues de haber inoculado la sávia de su civilizacion, despues de haberles llevado su idioma, de haber introducido sus costumbres y de haber, en fin confundido en cierto modo sus intereses y sus aspiraciones.

Que el espíritu español vivia ya en los nuevos americanos es indudable. Y lo prueba la indignacion con que supieron el engaño y la perfidia de que se habia valido la Francia para introducir sus ejércitos en nuestro territorio.

Pero me voy saliendo de los límites naturales de mi cometido al evocar los recuerdos patrióticos de la época que me está ocupando.

Ruego, pues, al lector que me dispense esta digresion en gracia del motivo que la provoca, y de las comparaciones que naturalmente hay que hacer entre lo que entonces pasaba y lo que ocurre al presente.

Interesada la Francia en desprestigiar á España ante sus colonias, eran infinitos los medios de que se valia para realizar su intento.

Papeles, proclamas, emisarios, todo le parecia poco para hacer ver á los coloniales que el estado de la metrópoli era angustioso y que no podria sostener por mas tiempo la influencia que hasta entonces habia ejercido.

Y con tales noticias y el ejemplo de la emancipacion de los Estados del Norte de América, no era posible sostener las relaciones comerciales entre la España antigua y la España

colonial.

No eran tampoco estraños á estos trabajos el clero de la clase inferior, y muy particularmente la juventud de raza criolla, estimulada por los brasileños.

Los Constituyentes de Cádiz vieron con dolor inmenso el cuadro desgarrador que para el buen nombre y honra de la patria ofrecian nuestras posesiones de Ultramar, y sin olvidarse de los graves negocios interiores trataron de atajar el mal y de combatir el peligro, que allende los mares le amenazaba.

Para el efecto creyeron oportuno rectificar los grandes errores que allí habia propalado la maledicencia, por medio de escritos y manifiestos especiales.

Además, comprendian tambien que una administracion inmoral es capaz de enagenarse las simpatías mas vehementes de los pueblos, y á ese fin quisieron cambiar el personal de sus funcionarios en algunos puntos, sustituyendo vireyes, intendentes, magistrados y otros varios agentes administrativos.

Tambien trataron de satisfacer su amor propio haciéndoles formar parte integrante del territorio de la Península y haciendo que sus naturales tuvieran representacion en nuestras Córtes y en el gobierno supremo de le nacion.

Sin embargo, el mal habia tomado gran incremento y era ya tarde para atajarlo, y mucho mas para estirparlo radicalmente.

¡Qué paralelo entre aquella situacion y la en que hoy se encuentra España con las Antillas!

¡Quiera Dios, y así es de esperar, que la España de hoy procure hacer esfuerzos estraordinarios, no solo materiales sino morales, para conservar aquel precioso territorio y para conservarlo por simpatías y por convencimiento de todos. Los intereses de los cubanos y los de los peninsulares son idénticos, por mas que un mal entendido amor local y un

falso amor de raza, que se opone frecuentemente á los afectos mas vehementes del corazon, haga creer lo contrario á quienes piensan con un criterio estrecho y mezquino.

IV.

Mientras esto sucedia, se arreciaba la tormenta epidémica que se cernia sobre Cádiz, y aunque algunos espíritus más timidos presentaban proposiciones para trasladar las Córtes á punto más seguro, la Asamblea las rechazaba con ánimo fuerte y convencido.

Y en aquellas circunstancias tan azarosas y tan críticas, surgió el gran problema de la libertad de imprenta, problema que fué ilustrado por eminentes oradores, y cuyo primer artículo se aprobó por una mayoría de 70 votos contra 32, en los términos siguientes:

<<Todos los cuerpos y personas particulares de cualquier condicion y estado que sean, tienen libertad de escribr, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revision y aprobacion alguna, anteriores à la publicacion, bajo las restricciones y responsabilidades que se expresan en el presente decreto.>>

Sin embargo, y á pesar del espíritu liberal que dominaba á aquellos Constituyentes, es preciso hacerles la justicia que merecen sus sentimientos religiosos, pues los escritos relativos á esta importante materia, quedaban sujetos á la prévia censura de los prelados eclesiásticos.

Hubo, no obstante, quien se atrevió á formular una proposicion atrevida respecto á este particular; pero el diputado y presbítero Sr. Muñoz Torrero, de quien he hablado, se opu

so á semejante idea en un discurso fogoso y entusiasta. Tampoco se creyó oportuno crear el Jurado para los deli tos de imprenta, pero no por eso se les sometió á los tribunales ordinarios, sino que se estableció una Junta compuesta de nueve jueces en la residencia del gobierno y de ciento en las capitales de provincia, dando tres de las plazas de la primera á eclesiásticos y dos en las de la segunda. La cuestion de imprenta fué la cuestion batallona y la que dividió en dos campos á los diputados.

A los amantes de la libertad se les llamó liberales, y á los enemigos se les dió despues el nombre de serviles.

V.

Tambien se agitó en aquella sazon la cuestion de las incompatibilidades. Y sobre este delicado punto se acordó como medida general, que el ejercicio de los empleos y comisiones que tuviesen los diputados, quedara suspenso durante el trascurso de su diputacion, conservándoseles sus goces y el derecho á los ascensos de escala como si estuviesen en ejercicio.

Me parece oportuno recordar estos detalles, porque conviene saber los pensamientos y las ideas que sobre esta delicada materia se vienen emitiendo.

Al hablar de los proyectos y de los propósitos que se agitaban en aquellos instantes, dice el Sr. Lafuente en su historia de España:

«Mezclábanse y alternaban con estas cuestiones, otras de más ó ménos interés é importancia, tales como la de empréstito y subsidio; la del alistamiento de un cuerpo de diez mil

TOMO 11.

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