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D, José de Imaz.

Duque de San Fernando.
Marqués de Mata florida.
D. José María de Alós.

D. Antonio Gonzalez Salmon.

D. Evaristo Perez de Castro.
D. Agustin Argüelles.

D. Ramon Gil de la Cuadra.

D. Manuel García Herreros.

D. Cayetano Valdés.

D. Juan Javat.

D. Ramon Lopez Pelegrin.
D. Luis Sorela.

D. José Cienfuegos Jovellanos.

D. Francisco de Paula Osorio.

D. Evaristo San Miguel.

D. Francisco Fernandez Gasco.

D. José Manuel Vadillo.

D. Felipe Benicio Navarro.

D. Mariano Egea.

D. Miguel Lopez Baños.

D. Dionisio Capaz.

D. Francisco de Zea Bermudez.

D. Francisco Tadeo Calomarde.

D. José Aimerich.

D. Luis Lopez Ballesteros.

Marqués de Zambrano.

D. Francisco Fernandez del Pino.

D. José de la Cruz.

D. Francisco Javier Ulloa.

D. Victoriano Encina y Piedra.

LIBRO PRIMERO.

LAS PRIMICIAS DEL REY.

CAPITULO PRIMERO.

Una esplicacion consoladora.-Cómo llamaba Napoleon á Escoiquiz.-Los consejeros del rey.-Propósitos de los hombres que iban á caer sobre España como una plaga.-Un Mr. Martin de aquel tiempo.-Tres franceses que valieron un millon.-Debilidades.-Los realistas.-Un mensaje.-La respuesta.-Conato de valor.-Conspiraciones.-Las Córtes y el rey-Los curas. Observaciones de un historiador.-El diputado Reina.-Nuevas debilidades.-Principio de la guerra entre realistas y liberales.-Ilusiones de los primeros.-El pueblo español, pintado por el duque de S. Cárlos.-Un nuevo mensajero.—En marcha.

I.

Lector, si eres sensible no me acompañes en el viaje de exploracion que á través de la historia del reinado del tristemente célebre Fernando VII, voy á emprender para buscar en él á los que fueron secretarios de Estado ó ministros, y darte á conocer, en medio de las escenas sangrientas unas veces, repugnantes otras, en que aparecerán desempeñando sus funciones.

Empezaré haciendo una confesion: aunque de alguna edad, no tengo tanta que en la época en que acaecieron los

sucesos que voy á referir, pudiera yo apreciarlos en toda su estension.

La mayor parte de ellos pasaron desapercibidos para mí, y aunque tenia alguna idea de ellos, no era tan detallada que sin el trabajo que he emprendido hubiera podido proporcionarme el consuelo que le debo.

Me esplicaré.

de

Yo asistí, como mis lectores, lleno de júbilo y esperanza al último levantamiento de Setiembre. Aquella bandera que tremolaba en las orillas de la ciudad libertadora; aquel grito repitido en todos los ámbitos de la Península, de ¡Viva España con honral aquel entusiasmo con que el pueblo en masa se asociaba á los generales libertadores; aquel órden, aquella probidad, que fueron los caractéres mas sobresalientes de los primeros momentos de la revolucion, me hicieron sospechar por un momento que el Paraiso era posible en la tierra.

Pero andando el tiempo han ocurrido tales cosas, que somos pocos hoy los que no volvemos los ojos atrás ó adelante para no asistir al doloroso espectáculo que nos ofrece la араsionada lucha de los partidos.

Pues bien, lector, yo te aconsejo que aunque seas muy sensible, leas con atencion todos los acontecimientos que voy á narrar en esta segunda parte de mi obra, y te aseguro que despues de leerla, aunque caiga en tus manos por casualidad una reseña de los horribles atentados de Valls, aunque recuerdes los crueles asesinatos de los gobernadores de Búrgos y Tarragona, te parecerán estos deplorables é indignos sucesos un oasis en el desierto, si los comparas con aquellos terribles dias en que podian los habitantes de las poblaciones

salir de su casa, seguros de ofrecerse el espectáculo de un par de ahorcados, descuartizados, encubados, azotados, fusilados, etc., etc.

II.

¡Pueblo glorioso del 2 de Mayo! ¡Pueblo sublime de la guerra de la Independencia, abrigaste en tu seno á la culebra, y como no podia menos de suceder te mordió!

Los diez y nueve años del reinado de Fernando VII, constituyen á un mismo tiempo una gran enseñanza y una série no interrumpida de emociones.

Si como me propongo, ofrezco á un tiempo la emocion y la enseñanza, nada habremos perdido, y por el contrario habremos hecho mucho para juzgar á los hombres importantes de la época, y hasta para apreciar lo que vale el presente y el porvenir, considerado con relacion al pasado.

ΙΙΙ.

Dejamos al candoroso Fernando VII despues de cinco años de cautiverio, próximo á sentarse en el trono que con tanto heroísmo habian defendido para él los españoles.

Ni en Valencey le abandonaban sus malos consejeros. Apenas resolvió Napoleon vengarse de nosotros, como he dicho antes, enviándonos á Fernando VII, puso en libertad á los parciales de este príncipe, porque comprendió, y comprendió muy bien, con arreglo á sus intereses, que mejor lograria sus designios acompañado por aquellos hombres que le habian precipitado en el abismo, que por sí solo.

Napoleon, que no se desdeñaba á pesar de ser un gran hombre de tener algunos ratos de buen humor, llamaba al canónigo Escoiquiz el nuevo Gimenez de Cisneros.

Teníale desterrado en Bourges, y dispuso que fuera á Valencey para acompañar á su discípulo.

Reuniéronse además en torno de Fernando VII los duques de San Carlos y del Infantado, el politico Macanaz, los generales Palafox y Zayas, y algunos otros de los más inmediatos servidores del rey.

-Ea, dijo Fernando al conciliábulo; ahora vamos á España á resarcirnos de lo que hemos sufrido.

-A sufrir más, contestó Escoiquiz, sino se trata de destruir el vírus ponzoñoso que contra el poder absoluto de V. M. han infiltrado esos canallas, que se llaman los defensores de la independencia, los libertadores de la patria.

-No tienen ellos toda la culpa, dijo Amézaga, gentilhombre del rey que disfrutaba de toda su confianza.

-Ya sé lo que vas á decir, exclamó Fernando. Este echa la culpa de todo á los ingleses.

-Y con razon, señor.

-Los ingleses, exclamó Palafox, han ayudado y ayudan aun á los españoles en la guerra contra los franceses.

-Con su cuenta y razon, como buenos britanos.

-No olvides, hijo mio, exclamó el infante D. Antonio que se hallaba presente, que los ingleses son judíos, y que siéndolo no pueden hacer nada bueno.

-Risa y vergüenza dá, añadió Escoiquiz, leer esa disparatada Constitucion democrática que los ingleses han inspirado á los canallas para hacerse más fácilmente dueños del país.

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