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repito, cayó fácilmente en el lazo que le tendió Murat, insinuando que el único medio de prevenirlo todo y facilitar el reconocimiento, era que Fernando saliese al encuentro del héroe del siglo.

El gobierno del nuevo monarca, acobardado con la presencia de las legiones extranjeras, no pensaba más que en conservar la paz á costa de todos los sacrificios. Para calmar los deseos de Napoleon, habia empezado por declarar oficialmente que lejos de reformarse el sistema politico de alianza entre las dos naciones, el gabinete de Madrid estaba más dispuesto que nunca á estrecharla, fomentando sus amistosas relaciones.

En prueba de su buena fé, el gobierno español ordenó á las tropas que habian salido de Portugal que regresasen á los puntos que antes ocupaban, y depositó toda su confianza en la fingida amistad de los franceses.

Sin embargo, más suspicaz el turbulento vulgo, que en el choque de sus ideas y costumbres con las del soldado francés, tenian contínuos motivos de reyerta, suscitaba desafios á cada instante, y se derramaba sangre de una y otra parte para encender la sobrescitacion de los ánimos.

Tan desconcertados andaban los ministros, y era tal el atolondramiento que en tan críticas circunstancias se habia apoderado de todos, que el 24 se anunció oficialmente al pueblo madrileño la próxima llegada del emperador.

Para dar á esta farsa mayores visos de verdad, se prepararon en Palacio los aposentos que debia ocupar, se adornaron los salones del Retiro para dar en ellos grandes saraos, y hasta llegó de París un aposentador, el cual, como buen francés, enseñaba á los cándidos madrileños, con papeleta, las

botas y el sombrero que usó Napoleon en la batalla de Austerliz.

¡Necios y desdichados españoles!

Hoy todavia les engañan los franceses, haciéndoles dejar en su suelo todos los años, gracias á su charlatanismo, crecidas sumas.

XV.

Una vez los hombres en la pendiente del mal, se deslizan con rapidez espantosa.

-Si yo devolviera á la Francia la espada que perdió su rey Francisco I en la batalla de Pavía, se dijo Napoleon, la vengaria de esta humillante derrota.

La espada se conservaba en la Armería real de Madrid como un glorioso trofeo.

Napoleon lo ignoraba ó lo tenia olvidado.

Escoiquiz, en su afan de adularle, dijo en una de las diarias visitas que hacia al embajador Beuaharnais:

-Haced que vea el gran duque de Berg nuestra Armería; es preciosa, y allí verá la espada de Francisco I.

El embajador insinuó á Murat esta invitacion, y el generalísimo francés pensó que ofreciéndosela á Napoleon le causaria un inmenso placer y alcanzaria á sus ojos un mérito extraordinario.

Dicho y hecho: habló á Escoiquiz y á Ceballos, y estos dos hombres no se ruborizaron siquiera al oir tan menguada pretension.

La acogida que tan insultante deseo alcanzó de aquellos hombres que iban á regenerar á España, van á verla mis

lectores en el siguiente anuncio, que apareció el dia 5 de Abril en la Gaceta Oficial.

XVI.

«S. A. I. el gran duque de Berg y de Lleves, decia, habia manifestado al Excmo. Sr. D. Pedro Ceballos, primer secretario de Estado y del Despacho, que S. M. I. el emperador de los franceses y rey de Italia gustaria de poseer la espada que Francisco I, rey de Francia, rindió en la famosa batalla de Pavía, reinando en España el invicto emperador Cárlos V, y se guardaba con la debida estimacion en la real Armería desde el año de 1525, encargándole que lo hiciese así presente al rey nuestro señor.

>Informado de esto S. M., que desea aprovechar todas las ocasiones de manifestar á su intimo aliado el emperador de los franceses el alto aprecio que hace de su augusta persona y la admiracion que le inspiran sus inauditas hazañas, dispuso inmediatamente remitir la mencionada espada á S. M. I. y R., y para ello creyó desde luego que no podia haber conducto más digno y respetable que el mismo serenísimo señor gran duque de Berg, que formado á su lado y en su escuela, é ilustre por sus proezas y talentos militares, era más acreedor que nadie á encargarse de tan precioso depósito y á trasladarle á manos de S. M. I. »

A consecuencia de esto y de la real órden que se dió al Excmo. señor marqués de Astorga, caballerizo mayor de S. M., se dispuso la conduccion de la espada al alojamiento de S. A. I. con el ceremonial siguiente:

<En el testero de una rica carroza de gala se colocó la es

pada sobre una bandeja de plata cubierta con un paño de seda de color de punzó guarnecido de galon ancho brillante y fleco de oro, y al vidrio se pusieron el armero mayor honorario D. Cárlos Montagís y su ayudante D. Manuel Irotier. Esta carroza fué conducida por un tiro de mulas con guarniciones tambien de gala, y á cada uno de sus lados tres lacayos del rey con grandes libreas como asimismo los co

cheros.

>En otro coche, tambien con tiro y dos lacayos de á pié como los seis expresados, iba el Excmo. señor duque del Parque, teniente general de los reales ejércitos y capitan de los reales Guardias de Corps. Precedia á este coche un correo de las reales caballerizas, y al estribo izquierdo iba el caballerizo de campo honorario D. José Gonzalez, segun corresponde uno y otro á la dignidad de caballerizo mayor en tales

casos.

>>Concurrió á este acto, de órden de S. M., una partida de reales Guardias de Corps compuesta do un sub-brigadier, un cadete y veinte Guardias, de los cuales cuatro rompian la marcha y los demás seguian detrás de la carroza en que iba la espada.

>En esta forma se dirigió el acompañamiento á las doce del dia 31 de Marzo anterior, desde la casa del señor marqués de Astorga á la en que se halla hospedado el serenísimo señor gran duque de Berg.

»Luego que llegó la carroza en que iba la espada, se apearon los dos armeros, y tomando el honorario la bandeja con ella, aguardaron á que lo verificasen el señor caballerizo mayor y capitan de Guardias, y subieron delante de SS. EE. hasta el salon en donde esperaba el gran duque.

>Allí tomó la bandeja el señor marqués de Astorga, y despues de entregar la carta que llevaba de parte del rey nuestro señor, y hecha una corta arenga, presentó al gran duque la bandeja con la espada, que S. A. I. recibió con el mayor agrado, contestando con otro expresivo discurso.

>Concluida esta ceremonia, durante la cual permanecieron los Guardias de Corps formados al frente del alojamiento, se restituyeron los dichos Excmos. señores con el mismo aparato y escolta al real Palacio á dar cuenta á S. M. de haber cumplido su comision.>>

Vergüenza da leer esto.

XVII.

¿Cómo los españoles de aquel tiempo pudieron soportar tamaña afrenta? ¿Cómo no comprendieron que los que entregaban á Napoleon aquel trofeo serian capaces de entregarle la patria entera?

Misero rey aquel que hollaba de este modo el trono que debia á la traicion de una parte y á la generosa esperanza del pueblo sano de otra.

Escoiquiz, que se veia sin duda alguna acosado por los remordimientos, los duques de San Carlos y del Infantado, que tenian delante á todas horas el espectro de su traicion, pero particularmente el primero que sentia que le faltaba tierra bajo los piés, esperaban su salvacion del emperador de los franceses.

-¿Qué puede suceder? se decia el mal canónigo; que nos exija Napoleon en cambio de su apoyo la Cataluña y la Navarra, las Vascongadas y Huesca... se le dan y se le pide el

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