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No era posible que este movimiento de fuerzas pasase desapercibido para el gobierno.

Así es que al llegar á Guadalajara se encontró el jefe con un emisario de la Regencia, preguntándole quién le habia orden ado acercar sus tropas á la capital.

-El rey nuestro señor, contestó el general.

XXIV.

Decia en sus momentos de buen humor D. Juan Nicasio Gallego:

-Cuando vean Vd. asomar las orejas de un burro, no duden de que es un burro lo que viene detrás.

Parecia, pues, que la Regencia, al ver que se acercaban tropas sin su permiso á la capital, debia pensar:

-Detrás viene quien va á ponernos en un brete.

Pero ni por esas.

Ni la Regencia ni los diputados buscaron medios para oponerse de una manera eficaz á aquella invasion, ni siquiera buscaron el de poner á salvo su vida.

El rey se alivió y salió el dia 5 de Mayo de Valencia, custodiado por una division mandada en persona por Elio.

A su paso se convertian los pueblos en adoradores del absolutismo, y destruian las lápidas que habia en las Casas Consistoriales con el lema de Plaza de la Constitucion.

La diputacion envió nuevos mensageros al monarca, poniendo al frente de ellos al obispo de Urgel.

S. M. no quiso recibirlos y los envió á Aranjuez.

TOMO II.

42

Fernando habia buscado en Madrid un agente que debia secundar sus planes con el mayor entusiasmo.

Tal era el general Eguía.

Gracias á él precedieron en Madrid á la llegada de Fer-nando escenas dolorosas.

Verificáronse estas en la noche del 10 de Mayo, y fué tal su importancia y trascendencia, que merecen capítulo aparte.

CAPÍTULO III.

Historia de un prebendado verdadero y de un falso general.-Trabajos de Eguía para cambiar en una noche la faz de España.-Lo que dicen que hicieron los curas de las parroquias de Madrid.-Ordenes secretas y lista de proscritos.-El vulgo suelto.-Horrores.-Una estátua y una lápida.Un decreto que no es ni más ni ménos que el lobo con piel de oveja.Comentarios.

I.

Antes de bosquejar con todos sus horrores las escenas que tuvieron lugar en Madrid, conviene que el curioso lector sepa algunos trabajos de los que por debajo de cuerda iban haciendo los enemigos de la Constitucion.

No carecian de ingenio, sobre todo algunos individuos del clero, entre los que se hallaba un prebendado de Granada que ideó la siguiente novela:

La duquesa de Osuna tenia en su servidumbre un lacayo, de orígen francés, llamado Juan Bertan.

No estaba muy contento con su posicion, cuando quisieron su suerte y su desgracia á un tiempo, que conociera en Granada al tal prebendado y á otros cuantos de su misma estofa.

Paseábase una tarde por las orillas del famoso Darro, cuando notó que el cura en cuestion le miraba con particular curiosidad.

-¿Qué querrá de mí este hombre? se dijo.
El cura le abordó.

--Aunque Vd. perdone, amigo, le dijo, ¿sirve Vd. á algun grande de España?

-Soy lacayo de la condesa viuda de Osuna, chapurreó el francés.

-No le arriendo á Vd. la ganancia.

-¿Por qué?

-Porque he oido decir que es muy económica.

-En efecto, así es.

-Y ¿Vd. ha estudiado? Porque en la cara se conoce que tiene Vd. natural despejo.

-Empecé á estudiar veterinaria.

-Lástima es que no haya Vd. hecho suerte.

-No me faltan ganas de hacerla, dijo el lacayo.

-Si fuera eso cierto, tal vez podria yo hacer algo en favor de Vd.

-¿Qué es lo que dice, señor cura?

-Vaya Vd. á verme y hablaremos.

Le dió las señas de su casa, y Juan Bertan se presentó al dia siguiente á visitarle.

II.

Despues de mil rodeos le dijo el prebendado:

-¿Quiere Vd. ganar por espacio de un mes cuatro duros. y ser más tarde protegido por el rey nuestro señor D. Fernando VII?

-Ya se vé que lo quiero. Dígame Vd. lo que he de hacer. -Una cosa muy sencilla; despedirse de la duquesa, llegar á Madrid con cartas mias para algunos amigos, pasar á los ojos de todo al mundo por el general Audinot, á quien se pa

rece Vd. mucho, y asegurar que los jefes del partido liberal están en negociaciones con Napoleon para establecer en la península una república con el título de ibérica.

El francés aceptó el papel y los ochenta reales.

Se dejó querer y vestir, fué á Madrid con la paga adelantada del primer mes, se presentó á los realistas y no tardó en correr en su córte el rumor de que los liberales, y especialmente D. Agustin Argüelles, aspiraban á plantear la república.

No tardó este ilustre patricio en saberlo, y vindicándose en las Córtes logró de la autoridad que arrestase à aquel impostor.

No era el tal de la madera de los grandes criminales, y amedrantado ante la idea del castigo confesó en sus declaraciones la verdad.

Pero tambien echó tierra el tribunal al negocio, dominado por las influencias de los patrocinadores de aquel miserable. Bertan fué encerrado en un calabozo, y su cadena quedó convertida en un hilo, del que se apoderaron los realistas para que sirviera más tarde de base á las persecuciones de Argüelles.

III

El conde de Montijo por su parte acudia á los barrios bajos, conversaba con los pro-hombres de Lavapiés y de la plazuela de la Cebada, les recordaba que su manolería habia prosperado á la sombra de los reyes absolutos, acusaba á los liberales, é iba poco á poco hacinando el combustible que debia producir la hoguera.

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