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CAPÍTULO IV.

Entrada triunfal en Madrid de Fernando VII.-Devocion del monarca.-Lo que pensó al tomar posesion del trono de sus mayores.-El ministerio que formó.-Lo que se proponian los ministros.-Una esperanza de amnistía, convertida en una resolucion cruel.-Un señor Trota.-Las causas de los liberales.-Donde el rey acaba de sacar las uñas.-El ministro Macanaz.-Cómo trataba Fernando á sus fieles servidores.

I.

Apoderados de Madrid los realistas, emplearon todo el dia 12 en excitar al pueblo para que levantase arcos de triunfo y se preparase á recibir con frenética alegría al sobe

rano.

Siempre hemos sido muy noveleros los españoles, y en aquella ocasion nuestros padres, á esta circunstancia especial de su carácter, unian el afecto que la expatriacion habia despertado en su alma hácia Fernando.

Así es, que las mujeres y los hombres, el pueblo y la nobleza, la clase media y el clero se esforzaban á porfía en adornar con colgaduras los balcones, en acicalarse con emblemas que exhibiesen su amor al rey.

Este hizo su entrada triunfal en la córte el dia 13 de Mayo.

La noche anterior llegó la division que mandaba Wittingham.

La que capitaneaba Elío se quedó en Aranjuez por lo pudiera tronar.

que

Una magnífica carroza de las que habia en Palacio, salió hasta el puente de Vallecas, seguida de multitud de carruajes de gala y los de todos los nobles de Madrid.

Subieron á la carroza Fernando, su tio D. Antonio y su hermano Cárlos.

II.

Desde el puente de Vallecas hasta Palacio, formaban los habitantes de Madrid y de muchas aldeas vecinas, dos filas compactas de entusiastas curiosos.

Los balcones, los tejados, las torres de las iglesias estaban llenos de gente.

El rey entró por la puerta de Atocha, y allí tuvo lugar una escena parecida á la de Valencia.

El pueblo pensó que estando él allí no necesitaba caballos, y dando gusto á su aficion de sustituir á aquellos animales, rodeó la carroza, y mientras se oia llamar por el rey hijos mios, cortó los tiros, muchos se pelearon por tirar del coche, y conducido por ellos atravesó S. M. el Prado, la calle de Alcalá, la de Carretas y la de Atocha, hasta el convento de Santo Tomás.

Allí se detuvo.

No faltaba más que no se hubiera detenido allí: Fernando era muy católico, muy religioso.

Lo primero que debia hacer era entrar en el templo, buscar la imágen de Nuestra Señora de Atocha, á la que todos

los reyes de España que le habian precedido habian tenido particular devocion, y postrarse de hinojos ante ella. ¡Qué de vivas por todo el tránsito!

¡Cómo agitaban las damas los pañuelos!

¡Cómo arrojaban á los piés de los caballos, es decir, de los hombres entusiastas que tiraban de la carroza, ramos de flores!

¡Con qué donaire salian de las manos de los niños inocentes pajarillos con cintas atadas al cuello, en las que se leia: Viva Fernando VII!

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¡Y con qué fruicion repicaban las campanas de las iglesias!

Vamos, el dia 13 de Mayo de 1814, fué un dia de ardiente júbilo para los madrileños.

III.

Desde Santo Tomás se dirigió la comitiva por la Plaza Mayor, Platerías, calle de Milaneses, de Santiago y Plaza de Oriente, al régio alcázar.

Apenas llegó, ocupó Fernando el trono, ciñó á sus sienes. la corona, empuñó el cetro de sus mayores, y diciéndose para su casaca:

-Ya soy el amo del cotarro, se presentó á los ojos de todo el pueblo con los atributos de la soberanía absoluta.

El pueblo, ébrio de gozo, recorrió las calles del tránsito para admirar las colgaduras, para deleitarse con el espectáculo de los arcos de triunfo.

Mientras tanto el general Eguía entregaba á S. M. las

TOMO H.

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llaves de la puerta de la capital, la nobleza besaba sus manos y la oficialidad ofrecia su espada al soberano.

Nadie se acordaba de los infelices liberales que yacian en las cárceles.

Algunos de sus compañeros se ponian bien con el nuevo órden de cosas.

IV.

El rey necesitaba un ministerio, y ya tuvo buen cuidado de formarle.

Así es que al llegar á Madrid se lo encontró todo hecho.
Hé aquí los nombres de los agraciados con las carteras:
El duque de San Carlos, ministro de Estado.
D. Pedro Macanáz, ministro de Gracia y Justicia.
D. Francisco Eguía, ministro de la Guerra.
D. Cristóbal Góngora, ministro de Hacienda.
D. Luis de Salazar, ministro de Marina.

Puede decirse que los hombres que daban color á este ministerio, eran el duque de San Carlos y el general Eguía.

El primero no creia tener en aquellos momentos más que una mision: la de perseguir á todos los liberales, vengando en ellos las amarguras de la emigracion.

Eguía estaba circunscrito á ser el brazo de hierro y ejecutor de estas venganzas.

Macanáz, sin darse tono, sin imprimir carácter al gabinete, sin marcar su personalidad en los actos políticos, se propuso desde el primer momento apoderarse del rey para hacer su negocio.

Ya veremos cómo lo hizo.

Inmensa responsabilidad pesa sobre los miembros del primer gabinete de Fernando VII, porque si bien es cierto que no eran más que ejecutores de las órdenes del rey, influian en su ánimo y eran sus consejeros, y en vez de halagar sus pasiones, debieron contenerlas y abrirle un nuevo camino más fecundo en prosperidad para el país y en bien para él.

Aquel ministerio pudo muy bien borrar todo el pasado, aprovecharse de la fuerza que le daba el prestigio con que Fernando ocupaba el trono, y convertir la tiranía en un gobierno paternal.

Pero el rey no pensaba más que en hacer sufrir horrorosos castigos á los que en su ausencia habian gobernado el reino y ofrecido al país la Constitucion de 1812.

En esquilmar al pueblo para llenarse de riquezas; en entregarse á los groseros goces de la sensualidad, que constituian la ocupacion grata y ordinaria de su vida; viendo al monarca poseido de estas ideas, todos los que se agruparon en torno suyo quisieron á su vez vengar hasta las ofensas del amor propio, y durante algun tiempo no se ocupó là camarilla más que de señalar nombres á la voracidad de aquella fiera que se habia apoderado del trono de doña Isabel la Católica.

El duque de San Carlos habia tragado mucha bilis con los periódicos.

-¿Qué piensan Vds. que hizo apenas se vió en el poder? -Perdonarlos; ¿no es eso?

-Sí, sí; para perdonar estaba. Les puso una mordaza, y se quedó muy satisfecho, diciendo: «A buen seguro que ahora hablen mal de mí.>

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