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que en primer lugar, no habia cometido delito alguno, y era además en extremo simpático á cuantos le conocian. Pero ¡sea Vd. inocente y tenga Vd. delante un juez como el Sr. Vadillo, alcalde de Casa y Córte!

De alma negra le califica un historiador.

No haré yo otro tanto; háganlo mis lectores.

El juez condenó al cojo de Málaga por los delitos mencionados á la pena de muerte afrentosa en la horca.

Y el infeliz entró en la capilla y pasó las terribles, las dolorosas horas que separan al hombre de la muerte, hora en que puede contar los instantes que le quedan de vida, horas más horrorosas para aquel infeliz que para ningun otro, porque estaba seguro de su inocencia, porque sabia que su único pecado era haberse permitido algunos chistes en contra de las ideas de los que rechazaban los principios de libertad.

La campanilla de la Paz y Caridad resonó en Madrid.

Se levantó el cadalso en la plaza de la Cebada, y se colocó delante del templo de Nuestra Señora de Gracia el enlutado altar.

El reo confesó y comulgó, penetró el verdugo en la capilla, le vistió el sudario que debia envolverle, y en medio de una inmensa muchedumbre contristada y curiosa, salió el infeliz Pablo Rodriguez de la cárcel para ser conducido al cadalso.

XIV.

Mientras tanto el embajador de Inglaterra, impulsado por sus propios sentimientos, y estimulado mas aun por la in

fluencia de algunas personas que no podian ver con calma aquel atentado, fué á ver al duque de San Carlos, le recordó que el rey habia dado palabra en Valencia de no castigar á ninguno de sus vasallos por opiniones anteriores á su regreso, y San Carlos, conociendo el mal efecto que producia en el público aquel acto de barbarie, habló al rey.

Fernando le dijo sonriéndose:

-Ya le perdonaremos; dejémosle que vea siquiera el cadalso.

Y la campanilla siguió resonando y él reo avanzaba por entre las filas de curiosos, y llegaba casi exánime con el crucifijo en las manos, puesta su esperanza en Dios, á la plaza de la Cebada, pisaba las gradas del patíbulo, cuando llegó á escape un correo de Palacio con un pañuelo blanco, gritando:

-¡Perdon! ¡Perdon!

Un viva unánime á Fernando VII resonó en el espacio.

XV.

¡Pueblo ciego! ¡Pueblo miserable! ¡Bien merecia aquel rey, quien despues de haberse proporcionado el placer de contar desde su régia morada las palpitaciones del reo, arrojaba el perdon como una limosna para que la admiracion lo encumbrase á las nubes!

El infeliz cojo de Málaga no sufrió la pena de muerte, pero fué condenado á cadena perpétua.

CAPÍTULO V.

Un momento de pausa.-Un pobre enfermo.-Un fraile y una calumnia.Una medalla. Un delator premiado.-Consecuencias de una carta indiscreta. La tertulia del infante D. Antonio.-La camarilla.-Un nuevo lazo. -Tres órdenes secretas.—Intrigas.-El conde de La Bisbal —Una real órden hasta allí.—Un ministro y su ama de gobierno.—Un suicida.

I.

Empiezo nuevo capítulo para dejar á mis lectores que re-. posen un poco de los horrores referidos, antes de pasar á contarles otros horrores del mismo género.

Las primicias del rey, como se vé, eran fatales.

El célebre geógrafo D. Isidro Autillon estaba enfermo de mucha gravedad, tanto que el médico le habia mandado administrar.

Este señor era muy liberal, pero al mismo tiempo muy hombre de bien, no habia hecho daño á nadie, y no podia imaginarse que tendria un fin tan desastroso.

Su casa fué asaltada por la policía.

La esposa del infeliz enfermo se presentó.
-¿Qué desean Vds?

-¿Vive aquí D. Isidro Autillon?

-Sí, señor.

-¿Está en casa?

-Está enfermo.

-Mejor.

-¿Qué dicen Vds?

-Con eso no se nos escapará.

-No comprendo.

-Venimos á llevárnosle.

-¿A donde?

-A la cárcel.

-¡Dios mio! ¡Eso no puede ser!

-Ya verá Vd., como es.

-Pero, ¡si está gravemente enfermo!...

-Irá en parihuelas.

-¡Si le han mandado administrar!

-Esas son escusas. Nosotros venimos por él, y nos le llevaremos de grado ó fuerza.

En vano expuso la pobre señora la triste situacion en que se hallaba su marido.

Los esbirros atropellaron las leyes de la humanidad.

Le bajaron desde la cama á un coche en una silla, y á pesar de la gravedad de su mal, le obligaron á ponerse en camino para Zaragoza.

Como pueden suponer mis lectores, el pobre murió en el tránsito, de la manera más dolorosa que puede imaginarse la crueldad.

El capitan D. Antonio Oliveros murió tambien abandonado en su cautiverio.

II.

Los instintos feroces del rey se veian excitados continuamente por el padre Castro, fraile del Escorial que, segun creo haber indicado, redactaba el periódico La Atalalla de la Mancha.

En esta hoja anunció que varios diputados habian redactado una Constitucion secreta contra la soberanía del rey, tribunal de la Inquisicion, regulares, gobierno y todo establecimiento piadoso.

Añadió que el objeto de los autores de este escrito era plantear la república.

Para dar mayor viso de verdad á estas calumnias, porque las calificará de tal cualquiera que sepa que se incluia al conde de Toreno entre los afectos á la república, dijo el fraile que los individuos que se habian comprometido á plantear esta Constitucion usaban un distintivo.

Registrando la policía los papeles del comisario de guerra D. Narciso Rubio, encontró entre ellos una medalla de oro con una estátua de esmalte, que representaba la monarquía española con corona mural.

Otra de laurel con un leon á los piés, con trofeos militares, en cuya orla se leia:

Benemérito de la patria en grado heróico.

Y en el pedestal:

Ser libre, ó morir.

Esta última medalla fué calificada de republicana y se procesó á su dueño, pero el país soltó una carcajada homérica al saber que era un galardon que la Junta de Valencia le habia concedido en 1808 en premio de sus servicios.

III:

Mientras perseguia el gobierno fundado con tan insignificantes motivos á los hombres que se habian distinguido por

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