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Los consejeros doblaron la cabeza y se dispusieron á salir. -Quédate, dijo el rey á Escoiquiz.

El canónigo obedeció.

XX.

Lo

que hablarian puede presumirlo el lector, cuando sepa que al dia siguiente anunció el rey que iba á salir á recibir á Napoleon.

Acompañaba á Savary en calidad de intérprete un jóven llamado D. José Hervas.

Hacia mucho tiempo que vivia lejos de España, pero al volver á ella, al conocer la triste situacion en que se hallaba, no pudo menos de recordar que era español.

Venciendo el sentimiento del deber como servidor de los franceses buscó á Escoiquiz, y bajo la mayor reserva, le dijo: -Señor, salve Vd. al rey: me consta positivamente que si sale de España peligra su persona.

Escoiquiz le despidió sin hacerle caso.

-Este, se dijo, quiere hacer méritos

para medrar. El taimado canónigo media á todos los hombres con un

resero.

El dia 10 de Abril salió Fernando de Madrid acompañado de su camarilla, que la formaban el ministro Ceballos, los duques de San Carlos y del Infantado, el marqués de Muzquiz D. Pedro Labrador, Escoizquiz, el conde de Villariezo y los gentiles hombres marqueses de Ayerve, de Guadalca

zar y de Feria.

Antes de salir nombró una Junta Suprema, presidida por su tio el infante D. Antonio, un idiota con ribetes de cuco, y

compuesta de los ministros de la Guerra, de Gracia y Justicia, de Hacienda y de Marina.

XXI.

Debo hacer una observacion.

Caballero, el pérfido Caballero, apenas sobrevivió á su traicion.

A los pocos dias cayó sobre él la execracion del país.

Sus compañeros no le hicieron caso, le despreciaban, y Fernando le dió pasaporte.

Este asqueroso personaje juró vengarse, y se trasladó á para contribuir á la ruina del hijo como habia contribuido á la del padre.

Francia

XXII.

Quedó, pues, gobernando á España una Junta Suprema, y el rey con su camarilla fué á Francia á jugar á una carta la suerte de nuestro desdichado país.

El dia 12 llegó la córte á Búrgos, creyendo hallar allí al emperador.

Encontraron franceses armados hasta los ojos, pero Napoleon no estaba.

-Adelante, dijo Escoiquiz, que era el hombre llamado á precipitar á su discípulo en el abismo.

Savary aseguró que habria pasado, porque segun su cuenta Napoleon debia estar ya en Búrgos.

-Tal vez esté en Vitoria, añadió.
La comitiva se trasladó á Vitoria.

Allí se asustaron todos al ver que Napoleon no parecia, y acordaron no pasar adelante.

Esta noticia consternó á Savary.

Llamado á presencia de los consejeros del monarca, que no podian menos de conocer el indigno papel que desempeñaba el rey, apuró todos los medios, todos los ardides para cumplir á su amo la promesa de llevarle á Francia á Fernandito.

Ceballos vencia de nuevo á Escoiquiz.

-No nos movemos de aquí, le dijeron.

-Pues bien, en ese caso, contestó Savary, que escriba el rey una carta al emperador y yo la llevaré.

XXIII.

El rey escribió esta carta, que copio aquí un como padron de ignominia.

<Mi señor y hermano: Elevado al trono por abdicacion libre y espontánea de mi augusto padre, no he podido ver sin pesar verdadero que S. A. I. el gran duque de Berg y el embajador de V. M. I. y R. han omitido felicitarme como á soberano de España, cuando lo han hecho los de otras córtes con quienes no tengo enlaces tan intimos y apreciados. No pudiendo atribuirlo sino á falta de órdenes para ello, V. M. me permitirá decirle con toda sinceridad, que desde los primeros momentos de mi reinado he dado contínuamente á V. M. I. y R. testimonios claros y nada equívocos de mi lealtad y de mi afecto á su persona; que la primera providencia fué ordenar que volviesen á Portugal las tropas mandadas salir de allí para las cercanías de Madrid; que mis pri

meros cuidados fueron la provision, el alojamiento y las subsistencias de las tropas francesas, á pesar de la escasez extrema en que hallé mi real Hacienda y de los pocos recursos de las provincias en que se hallaban aquellas, y que ademas he dado á V. M. la mayor prueba de mi confianza, mandando salir de la capital las tropas mias para colocar en

ella las de V. M.

>Asimismo he procurado en varias cartas que tengo escritas á V. M. hacerle ver con claridad los deseos de estrechar nuestra union con un lazo indisoluble á gusto de mis vasallos, para eternizar la amistad Ꭹ alianza que habia entre V. M. y mi augusto padre. Con esta misma idea envié tres grandes de mi reino á que saliesen al encuentro de V. M. en el instante mismo de haber sabido que V. M. proyectaba entrar en España; y para demostrar con mayores pruebas mi alta consideracion hácia su augusta persona, hice despues. salir tambien con igual objeto á mi querido hermano el infante D. Cárlos, el cual ha llegado á Bayona en estos dias. No puedo dudar que V. M. ha reconocido mis verdaderos sentimientos en esta conducta.

>>Despues de esto, V. M. llevará á bien que yo le manifieste mi pena de no haber recibido cartas de V. M. ni aun despues de la respuesta franca y sincera que le dí á la pregunta que el general Savary fué á hacerme en Madrid á nombre de V. M. Este general me aseguró que los únicos deseos de V. M. eran saber si mi advenimiento al trono produciria novedades en las relaciones políticas de nuestros Estados. Yo le respondí de palabra lo mismo que habia dicho ya por escrito á V. M., y aun condescendí á la invitacion que me hizo de salir al encuentro de V. M. en el cami

no, por anticiparme la satisfaccion de conocer personalmente á V. M., á quien ya tenia yo manifestada mi intencion en esta parte.>

Esta carta, dictada por Escoiquiz, es y será un baldon para la memoria de Fernando VII.

XXIV.

El mismo Savary llevó al rey la respuesta de Napoleon. El emperador contestaba en estos términos:

<Hermano mio: He recibido la carta de V. A. R.; ya se habrá convencido V. A., por los papeles que habrá visto del rey su padre, del interés que siempre le he manifestado; V. A. me permitirá que en las circunstancias actuales le hable con franqueza y lealtad. Yo esperaba, en llegando á Madrid, inclinar á mi augusto amigo á que hiciese en sus dominios algunas reformas necesarias, y que diese alguna satisfaccion á la opinion pública. La separacion del príncipe de la Paz me parecia una cosa precisa para su felicidad y la de sus vasallos. Los sucesos del Norte han retardado mi via – je; las ocurrencias de Aranjuez han sobrevenido. No me constituyo juez de lo que ha sucedido, ni de la conducta del príncipe de la Paz; pero lo que sé bien es que es muy peligroso para los reyes acostumbrar sus pueblos á derramar sangre, haciéndose justicia por sí mismos. Ruego á Dios que V. A. no lo experimente un dia. No seria conforme al interés de la España que se persiguiese á un principe que se ha casado con una princesa de la familia real, y que tanto tiempo ha gobernado el reino. Ya no tiene más amigos,

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