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cariñoso, de suerte que destronado al poco tiempo Bonapar-te, no vaciló Amezaga en regresar á España halagado con la 1 idea de que gozaria en el palacio de Madrid tanto valimiento como habia tenido en el alcázar de Francia.

Mas apenas llegó al Ebro prendiéronle de órden del rey, y encerrado en un calabozo de Zaragoza, comenzaron su causa bajo siniestros agüeros.

Amezaga habia sido testigo de la conducta del monarca en el destierro y su confidente íntimo; poseia secretos que ignoraban hasta los mismos que rodeaban el sólio, y era preciso sacrificarle para que guardase silencio.

XXIII.

Un secretario del rey extendió una certificacion declarando que el D. Juan habia faltado á la fidelidad de vasallo sirviendo de carcelero á su soberano, é imputóle los mismos cargos que solo á Fernando podian hacerse con justicia.

La Audiencia de Zaragoza, en vista de un documento de esta naturaleza, condenó á D. Juan de Amezaga al último suplicio, é impetrada en vano la real clemencia, suicidóse el desgraciado en la cárcel con una navaja de afeitar.

Así pagaba á sus confidentes Fernando el Deseado.

CAPÍTULO VI.

Situacion del país.-La fuerza y la desesperacion.-Insensatez del infante D. Antonio. Vida privada del rey.-Su favorito el duque de Alagon.-La mujer del vidriero de la calle Ancha.-Paseos nocturnos.-Lo que hacian entre tanto los ministros.-La policía.-Un reglamento que someto al juieio del lector.-Otras menudencias.-El primer chispazo.

I.

Permítame el lector que le demuestre una verdad, que aunque tiene bastante de cómica, tiene más de triste.

Aquel indómito y arrogante carácter que los aragoneses y los navarros imprimieron á España, enfermó en Villalar y fué degenerando poco á poco, resucitó con la guerra de la Independencia y se entregó á discrecion del adorado rey Fernando VII.

Desde entonces no he tenido el gusto de volver á verle en esta tierra clásica de los garbanzos.

Un puñado de hombres hicieron al país patrimonio exclusivo de su codicia ó sus caprichos, y sigue siéndolo; pero nos lo han vinculado, pasa de mano en mano, y esto es lo peor que puede sucedernos.

Héroes de la guerra sublime contra los franceses, ó dormiais sobre vuestros laureles, ó estábais cansados.

De cualquier modo vuestro ídolo y sus secuaces abusaban de vuestro sueño ó vuestro cansancio.

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Pero en manera alguna teneis excusa.

¿Qué es lo que vísteis en España desde que Fernando ocupó el trono?

II.

En el anterior capitulo he trazado á grandes rasgos los abusos, las tropelías, las crueldades que cometió el monarca ayudado é instigado por su camarilla.

Pues bien, el país vencedor del capitan del siglo, en vez de levantarse como un solo hombre inspirado por la justicia y decir al rey:

-No te hemos llamado para que nos esclavices, para que te mofes de las leyes, para que te constituyas en protector de todas las infamias, para que escarnezcas lo más sagrado. Vuelve en tí, sé rey y padre de tu pueblo, no seas su verdugo. Si lo eres, aunque el amor te haya elevado al sólio, la dignidad de un pueblo honrado te arrojará de él.

En vez de hablar de esta manera al monarca, se dejaba subyugar y hasta parecia llevar con gozo la librea del esclavo.

La Gaceta de aquel tiempo esta ahí como un padron de ignominia para probar lo que digo.

Todos los dias anunciaba al mundo que los cabildos ó las diputaciones, ó los municipios ó los particulares, formando comisiones de las aldeas y de las ciudades, habian tenido el alto honor de besar las reales manos y de espresar en nombre de las poblaciones ó clases á quienes representaban el inmenso júbilo, la portentosa felicidad que habian sentido en su alma al ver al más noble, al más generoso, al más

magnánimo de los príncipes dejar el pérfido destierro y subir al trono de sus mayores en medio del vehemente entusiasmo, de las ardientes aclamaciones de una nacion que veia en él su ventura y su libertad.

III.

La retórica agotó sus hipérboles en aquella ocasion. Cada discurso costaba un mes de trabajos y de desvelos á su autor.

Pero qué dicha habia comparable á la de llegar á Palacio, postrarse ante el trono, besar la mano de aquel rey que en su interior se reia de la candidez de sus vasallos, y decirle en nombre de millones de españoles:

Eres nuestro idolo, hemos llorado por tí, estamos dispuestos á servir de juguete á tu crueldad.... zúrranos y besa. remos tu látigo, déjanos sordos y ciegos, y nuestra alma, en medio de su eterna soledad, oirá como una música celeste tu chillona y desagrable voz, y le parecerás un Apolo de Belveder, á pesar de las descomunales narices con que te ha favorecido la naturaleza.

Esto era sublime.

Todavía me acuerdo yo haber conocido á un señor de pue、 blo, muy buen hombre por cierto, ú bendito.

Fuí á visitarle, y antes de despedirme, me dijo:
-Quiero que vea Vd. mi tesoro.

-¿Su tesoro?

-Si señor.

-¿Es Vd. aficionado á alhajas?

-No, pero mi tesoro vale más que todas las riquezas del Potosí.

-Veamos este portento.

El buen señor sacó de un arca erméticamente cerrada una gran caja de carton.

-¿Y qué es eso? pregunté.

-Calma, amigo, repuso; todo se andará.

Con el mayor cuidado sacó de la caja de carton un frac del repertorio de los del actor cómico Mariano Fernandez, una camisa con chorrera, una chupa corta, un calzon idem de seda negra, unas medias, unos zapatos con hevillas, unos guantes, etc.

Fué colocando estos objetos sobre una cama, y al terminar su tarea, exclamó satisfecho:

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-Francamente, repuse, unas cuantas antiguallas bien conservadas.

-Ahí donde las ve Vd., han estado á la misma distancia que de Vd., del rey nuestro señor Fernando VII.

-¿Es posible?

-Cuando fuí á felicitarle en nombre de esta aldea por su feliz regreso.

-Bien, pero ¿y el tesoro?

-¡Ese es!

A estas fechas habrá servido á un nieto que tenia muy diabólico para bailar el can-can en Capellanes, pero no por eso deja de servirme este episodio para demostrar el amor que la nacion profesaba á Fernando, y la degeneracion de la noble raza española.

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