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la sociedad, en fin, se levantó un murmullo acusador contra Castaños y contra el Consejo de guerra.

Todos creian que debia ser perdonado, y alegaban los brillantes servicios de Lacy como causa bastante para alcanzar la clemencia del soberano.

Castaños se convenció de que el estado de los ánimos impediria que se ejecutasé la atroz sentencia en Barcelona, y comunicó al gobierno sus temores.

-No será extraño, dijo á Eguía, que el pueblo y la tropa se unan para arrancar á Lacy de nuestro poder.

XXIII.

No era Eguia hombre capaz de

apurarse.

Habló con el rey, y los dos acordaron enviar á Castaños las siguientes instrucciones.

En primer lugar, le encargaron que divulgase en Barcelona la noticia de que el rey habia perdonado á Lacy, destinándole á un castillo.

Esta noticia produjo el mejor efecto, y cuando el general salió para embarcarse, el pueblo y el ejército le saludó con cariño Ꭹ victoreó á Fernando.

Despues de tendido este lazo, debia Castaños entregar el preso al fiscal de la causa D. Vicente Algarra.

Los dos se embarcaron en el falucho Catalan, custodiado por el místico Aguila.

Algarra debia conducir á Lacy á Mallorca y allí entregarle al capitan general de las Baleares, marqués de Compigny. «El Sr. Algarra, decian las instrucciones, llevará prepa

radas un par de pistolas, y si en alta mar trata alguien de libertar al preso, le quitará la vida en el acto.»>

Lacy partió confiado en el perdon y trató á Algarra, al que llevaba órden de asesinarle en el caso de que alguien le favoreciera, como á un amigo, como á un hermano.

XXIV.

El complemento de las instrucciones lo verán mis lectores en el siguiente oficio que enviaba con Algarra al capitan general de las Baleares el capitan general de Cataluña:

<Reservadisimo.-Excmo. Sr.: Con fecha 7 de Junio me dijo el señor secretario de Estado y del despacho de la Guerra, lo siguiente.-Excmo. Sr.: En en el caso de que sea sentenciado á pena capital el teniente general D. Luis Lacy, y que

V. E. tenga mny fundado recelo que pueda alterarse la tranquilidad pública de Barcelona si se verifica en ella la ejecucion, quiere el rey nuestro señor que inmediatamente se le traslade con toda la reserva y seguridad correspondiente á la isla de Mallorca á disposicion de aquel capitan general, para que sin preceder consulta para la real aprobacion, sufra en aquella el castigo á que le ha hecho acreedor su execrable delito.

>Y habiendo manifestado lo que sobre esta real resolucion me pareció conveniente, se me comunica por el propio ministerio, con fecha del 21, la real órden siguiente: (Muy reservada.) Excmo. Sr.: He dado cuenta al rey nuestro señor del oficio muy reservado que V. E. ha dirigido con fecha del 14 de este mes, en contestacion á la real órden que le

fué comunicada, para que en el caso de ser condenado á muerte el teniente general D. Luis Lacy, se ejecutase la sentencia sin consultarla á la soberana aprobacion, y que si tuviese V. E. fundado recelo de que se pudiese alterar la tranquilidad pública, se le traslade con reserva y seguridad á la isla de Mallorca, y S. M. se ha servido resolver que se cumpla lo mandado en la ejecucion de la sentencia, si fuese la de muerte.

>>En cumplimiento, pues, de estas soberanas determinaciones, y habiéndose sentenciado el dia 28 la causa formada al teniente general D. Luis Lacy, que en público fué leida en los tres dias anteriores, he dado las disposiciones necesarias para que con seguridad y sigilo sea embarcado esta noche en el falucho de guerra El Catalan, convoyado por el místico Aguila; habiendo encargado la persona de Lacy al fiscal de la causa, el coronel D. Vicente de Algarra, que deberá hacer la entrega á la persona que V. E. designe, tomando el correspondiente recibo, y el mismo fiscal será el portador de este pliego, en que incluyo la sentencia original, quedando aquí el proceso, que es esencial para el que por separado se está formando á los demás cómplices.

>Los comandantes de los buques llevan las instrucciones necesarias para los casos que puedan ocurrir en el mar, y el coronel Algarra la órden terminante por escrito de disponer sea muerto Lacy, si tuviese fundado recelo de que violentamente se intentase libertarlo. Dios guarde á V. E. muchos años. Barcelona 30 de Junio de 1817.-Excmo. Sr. Marqués de Compigny.>

XXV.

El portador de este oficio lo entregó al general, y Compigny dispuso que el preso fuese encerrado en el castillo de Bellver, en aquella fortaleza que algunos años antes habia servido de destierro á otro hombre ilustre y amante de su patria, al gran Jovellanos.

Cuatro dias parmaneció Lacy en aquella prision, confiado á la clemencia del rey y agradecido á las demostraciones hechas en su favor por los catalanes.

Al final del cuarto dia se presentó Algarra en su cuarto. Lacy le saludó con afabilidad; pero al ver su despego, -¿Qué tiene Vd.? le preguntó.

-Me veo obligado á cumplir un penoso deber.

-Hable Vd. sin temor.

-Tengo que notificar á Vd. la sentencia que le ha impuesto el Consejo de guerra.

-Dispuesto estoy á oirla.

Algarra leyó el documento por el cual le condenaba el tribunal á ser pasado por las armas.

No se alteró en nada el sereno rostro del héroe con aquel golpe, no obstante las lágrimas del gobernador del castillo, hombre sensible y admirador de las proezas del reo.

Al despuntar la aurora del 5 bajáronle al foso, y el mismo Lacy mandó el fuego con imperturbable calma á la escolta que lo arcabuceó.

Así pereció inhumanamente á manos de una fria venganza el que en cien combates defendió á la dulce patria y al ingrato Fernando, y su sangre, que con tanta gloria comenzó á der

TOMO II.

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ramar en los campos de Ocaña y de Cádiz, vino á helarse en los fosos de Bellver sin provecho de España, y con oprobio del tirano que empuñaba el cetro.

La palma del martirio es el premio con que el despotismo corona á los héroes.

XXVI.

El sacrificio de Porlier, el de Lacy, el de Richard y el de tantos otros, acabó de exasperar á los liberales; y estos y todos los hombres que aspiraban al bien y deseaban como medio de llegar á este fin, la desaparicion de los consejeros de Fernando, formaron en España multitud de sociedades secretas contra la tirania, y entre ellas la de los francmasones era la más estendida y la más imponente.

El rey y sus consejeros lo sabian, y el primero aceptó los servicios que le ofreció la Inquisicion para atormentar y destruir á sus enemigos.

Las cárceles inquisitoriales se llenaron de presos políticos.

La mas insignificante sospecha bastaba para que los sicarios sumiesen á los infelices españoles en las mazmorras.

La Inquisicion no fué solo verdugo de los enemigos del absolutismo y de la tiranía.

Recuerdo ahora un suceso que he oido á persona fidedigna, y no quiero dejar de contarlo.

Es una prueba de los servicios que á la inmoralidad prestaba el irrisoriamente llamado Santo Tribunal.

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