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XXVII.

Es el caso que una señora de la aristocracia, hallándose ausente su marido tuvo la debilidad de amar á un personaje, intimamente ligado con el rey.

Este amor tuvo consecuencias.

La dama se sintió en cinta, y casi al mismo tiempo tuvo noticia de que su esposo debia regresar más amoroso que

nunca.

¿Qué hacer en tan crítica situacion?

El personaje tenia vara alta con los inquisidores.

Habló al jefe supremo de todos ellos, y éste encontró el remedio.

-Todo se arreglará.
-¿Cómo?

-Muy fácilmente.

-Veamos.

-Esa señora ha podido leer algun libro prohibido, y repetir en su casa algun pensamiento herético.

-¿Y bien?

-La ha oido una criada, y al confesarse lo ha contado á su confesor.

-¿A dónde va Vd. á parar?

-Nuestro deber es volver al redil la oveja descarriada. Nos presentamos en casa de esa dama para que olvide tan perjudiciales ideas, le ofrecemos una celda en la Inquisicion, allí medita, reza, oye la verdadera doctrina sin que nadie ni su esposo pueda verla, está diez meses, dá á luz el niño, se restablece y vuelve tranquila al hogar de su esposo.

Así

parece ser que se ejecutó.

El marido no halló á su esposa en casa.

Los criados le dijeron que estaba en la Inquisicion.

Inquirió la causa, procuró verla, se echó á los piés del rey para pedir que influyese con los inquisidores.

Todo fué inútil.

A los diez meses salió la adúltera de su encierro hecha una santa, porque, segun el testimonio que le dieron, habia abju rado sus errores.

XXVIII.

La Inquisicion que esto hacia, debia ensañarse con los políticos que aspiraban á quitarla tan pingües privilegios. El proceso que en tales casos instruia, era digno de los siglos más bárbaros.

Al momento que se recibia la acusacion de que tal ó cual persona profesaba ideas liberales, encerraban al presunto reo en los subterráneos de la Inquisicion: nombraban despues dos agentes fiscales, el uno militar y el otro miembro del Santo Oficio, que comenzaban dos distintos espedientes tan arbitrario el uno como el otro. Concluidas las declaraciones sin número, las acusaciones, las injurias y los golpes descargados por los jueces mismos, el acusado no volvia á oir hablar de su proceso, ni veia mas que á su carcelero que le presentaba una miserable racion.

Tan cruel encierro, que hacia amable la muerte, no tenia término señalado, y sin duda alguna no hubiera cesado sino con la vida de las víctimas, si la revolucion del 1.° de Enero de 1820 no hubiese abierto las puertas de las cárceles, y

vuelto á la sociedad más de cuatrocientas personas que habian desaparecido de la capital de la monarquía sin saber cómo.

La mayor parte de ellas habian sido aprisionadas como individuos de una vasta sociedad masónica, descubierta en Granada, y cuya historia aclarará en sumo grado las tinieblas de la época que describimos.

XXIX.

La francmasonería se habia introducido en España desde el reinado de Cárlos III, pero obligada á precaverse de las persecuciones de la Inquisicion, mucho más irritada contra esta sociedad que contra las herejías más señaladas, su existencia fué precaria y careció de importancia. Al punto que las tropas de Napoleon invadieron la España, estendióse esta sociedad rápidamente, y contaba ya un gran número de prosélitos cuando las Córtes abolieron el Tribunal de la Fé.

El restablecimiento de la Inquisicion y las persecuciones fulminadas contra las ideas liberales y contra las luces del siglo, comunicaron á las reuniones de la francmasonería cierto carácter político y una apariencia de conspiracion; mas los francmasones lograron al principio evitar las miradas escudriñadoras de sus enemigos. Su primer triunfo les dió mayor consistencia, inspirándoles poco á poco tanta confianza, que vino á degenerar en imprudente osadía; organizáronse, en fin, en un solo cuerpo, dirigido por el Gran Oriente, que se estableció en Granada. Contaban en sus lógias muchos personajes de alta categoría, y muy distinguidos por sus talentos, sus riquezas y su influencia; y el

Oriente de Granada, confiando en las ideas liberales que dominaban en aquella ciudad, llamada entonces la Atenas española, no tomó las precauciones necesarias para asegurar la existencia de toda sociedad secreta, en un país en que gran parte de sus habitantes las miraban con malos ojos, aunque sus miembros desafiaban hasta cierto punto las autoridades, jactándose de que poseian un poder mucho mayor que el suyo.

XXX.

Todos los individuos del Gran Oriente, á excepcion de dos ó tres que lograron escaparse y un gran número de iniciados diseminados en la Península, y principalmente en las provincias de Andalucía, fueron presos á un mismo tiempo, sepultados en los calabozos y tratados con suma crueldad. En este número se contaba D. Juan Van-Halen, cuyas singu. lares aventuras no carecen de interés bajo muchos aspectos.

Los crímenes de que acusaban á Van-Halen parecieron á Eguía y á sus consejeros de naturaleza tan grave y tan importante, que aunque habia sido preso en Murcia, cuya inquisicion era más severa que las restantes de España, juzgaron conveniente mandarle trasladar á Madrid, donde le sepultaron en uno de los calabozos más oscuros del Santo Oficio. En sus interrogatorios Van-Halen mostró desde el principio una firmeza y una osadía de que hay pocos ejemplos en la historia de aquel tribunal; no se presentaba en la actitud de un hombre abrumado con el peso de una terrible acusacion, sino más bien con la de un entusiasta que hace la apología de un crímen, cuyas consecuencias carga sobre

sus espaldas; erigióse en apostol de las ideas liberales y patrióticas, y acusó con energía á sus perseguidores y á sus enemigos.

Fatigado de tantas preguntas, que sus jueces renovaban á cada instante para descubrir sus planes y sus cómplices, respondió que á la verdad existian vastos proyectos y una muchedumbre inmensa y formidable de conspiradores; pero que nada declararia sino al rey en persona, y que si S. M. se dignaba concederle una audiencia particular, no solamente le revelaria cuanto deseaban saber los jueces, sino otras muchas cosas de la más grave importancia.

Fernando, instruido de tales circunstancias, accedió á la demanda y mandó conducir á Van Halen á su presencia, No deseaba otra cosa el general.

Era hombre muy capaz de decir la verdad, no solo á Fernando VII, sino al mismo Neron, si se le hubiera puesto por delante.

Tenia además gran conviccion, era vehemente en extremo, y no pudo menos de alegrarse de que el soberano le llamase, seguro de que si le oia al menos le inspiraria respeto.

XXXI.

Con las mayores precauciones y de noche, fué conducido en un carru aje desde la calle que se llamó despues de María Cristina, en donde estaba la Inquisicion, hasta el gabinete particular del rey.

Fernando que, como tirano, era cobarde, mandó al duque

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