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¡Fatal obcecacion que lloraron tantas víctimas y que tantos males acarreó á nuestra abandonada patria!

XXXI.

Al propalarse la noticia de la resuelta partida, el pueblo lleno de emocion acudió en tropel á las puertas del Palacio en que se hallaba alojado el rey.

Un hombre del vulgo de repugnante aspecto y armado de una afilada podadera, abriéndose paso por en medio de la apiñada muchedumbre llegó frenético hasta el carruaje que se hallaba dispuesto para recibir al rey y cortó los tirantes de las mulas.

A los gritos de entusiasmo en que proferian las acaloradas turbas, salió Fernando al balcon y premió con un cariñoso saludo el acendrado amor que el pueblo le demostrabą.

Savary, que vagaba entre los amotinados, encontró al duque del Infantado y le pidió explicaciones; no quiso dárselas y el general francés atribuyó el movimiento á los consejos del monarca, pero en honor de la verdad se equivocó en este como en otros muchos puntos.

Los amigos sinceros del príncipe recien exaltado al trono, que entonces le creian con prendas para labrar la felicidad de los españoles, llamaron de buena fé á las gentes del campo y promovieron aquel conato de sublevacion.

Al fin logró apaciguarse el tumulto con la influencia del duque del Infantado y otros personajes, y se publicó un decreto en que el rey afirmaba estar cierto de la sincera y cordial amistad del emperador de los franceses, y que antes de cuatro ó seis dias darian gracias á Dios y á la prudencia de S. M. de la ausencia que ahora les inquietaba. >

XXXII.

No faltan tambien historiadores que no han vacilado en afirmar que por un decreto verbal se impuso pena de la vida al que se opusiese á la partida del rey.

¡Qué obcecacion!

¿Y quién movia todo esto? Escoiquiz, el canónigo á quien la Providencia castigaba permitiendo que fuese el estímulo de la perdicion de aquel mal hijo, de aquel mal rey que como una nueva calamidad habia caido sobre la desdichada España.

La comitiva se puso en marcha.

Desde Vitoria se trasladó Fernando á Irun, atravesó la frontera, y en San Juan de Luz halló muy tristes á los grandes de España que envió de Madrid á cumplimentar al emperador.

La causa era que Napoleon no habia querido recibirlos, y que habia dicho y se habia repetido que los Borbones no volverian á reinar en España.

XXXIII.

Cosas como las que suceden con los monarcas españoles, no pasan á los de otras naciones.

¡Entregarse un hombre tan astuto como Fernando á su más encarnizado enemigo!

Increible parece; y sin embargo, nada más cierto.

La fábula del Cuervo y la Zorra se realizó por completo.

Dios queria que el pueblo que habia caido en la abyeccion

tuviera un estimulo para redimir su pueblo, y este estímulo fué la guerra de la Independencia.

Al mismo tiempo castigaba de este modo al que más tarde debia ser nuestro castigo, y le cegaba y cegaba á sus consejeros para empujarle á la perdicion.

Las escenas de Bayona son harto interesantes para que no les dedique un capítulo, llamado por otra parte á dar á conocer más y más á Escoiquiz, á Ceballos y á los demás directores que componian la camarilla del monarca, tan deseado porque era poco conocido.

CAPITULO II.

Donde se vé que Napoleon quiere sacar por el hilo el ovillo.-Una sorpresa. La familia Real de España en Bayona.-Escándalos.-El Dos de Mayo con todos sus detalles.-Fin del drama de Bayona.

I.

Fernando fué recibido por Napoleon con traidora afabilidad.

Cuando le anunciaron su llegada no pudo ménos de asombrarse.

-¿Es posible, se dijo, que sea tan idiota ese jóven? Casi casi me figuro que he hecho un servicio á España con traérmelo.

Partiendo de este supuesto, se fué derecho al bulto.

A la hora de su llegada fué á visitarle, comieron juntos, y Napoleon le trató con una deferencia y un cariño que entusiasmaron á los cortesanos, y especialmente á Escoiquiz.

Reunidos estaban todos en las habitaciones de su rey, entregándose á las más halagüeñas esperanzas, cuando se presentó el general Savary.

-Pasad, general, pasad, y dejadme estrechar vuestra mano, le dijo Fernando; vuestros augurios empiezan á realizarse.

-No tanto como desearia, contestó el general.

-¿Qué decís?

-El emperador me ha confiado una mision penosa, y

vengo á cumplirla.

Fernando hizo una seña á sus cortesanos para que le dejasen á solas con Savary.

Ellos obedecieron; pero con arreglo á sus mañas y á las costumbres palaciegas, se quedaron cerca y aplicaron el oido.

-Hablad, dijo Fernando á Savary.

-El emperador mi amo me envia á decir á V. M. que ha determinado que los Borbones no vuelvan á reinar en España.

-¿Qué decís?

-Y añade, que para sentar en el trono de vuestros mayores à un príncipe francés, como se propone, exije de V. M. una renuncia completa y absoluta de la corona, en nombre de V. M. y en el de toda su augusta y real familia.

II.

No necesito indicar al lector cómo se quedaria Fernando al oir aquella categórica comunicacion del poderoso monarca, que como una serpiente le habia atraido para devorarle.

Se puso blanco como el papel, y luego cárdeno, y solo dijo al general:

-Mis ministros contestarán al emperador.

Acto contínuo fué á refugiarse en el seno de su camarilla.

Al oirle contar lo que acababa de suceder, muchos de los

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