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tros soldados aliados no pueden ni deben ser gobernadas por extranjeros. Desde las fronteras hasta las puertas de Madrid su administracion ha sido encargada provisionalmente á españoles honrados, cuya fidelidad y adhesion conoce el rey, los cuales en estas escabrosas circunstancias han adquirido nuevos derechos á su gratitud y al aprecio de la nacion. Ha llegado el momento de establecer de un modo firme la Regencia, que debe encargarse de administrar el país, de organizar un ejército y de ponerse de acuerdo conmigo sobre los medios de llevar á efecto la obra de libertar á vuestro rey. Esto presenta dificultades reales que la honradez y la franqueza no permiten ocultar, pero que la necesidad debe vencer. La eleccion de S. M. no puede saberse. No es posible llamar á las provincias para que concurran á ella sin exponerse á prolongar dolorosamente los males que afligen á la nacion y al rey. En estas circustancias difíciles, y para las cuales no ofrece lo pasado ningun ejemplo que seguir, he pensado que el modo más conveniente, más nacional y más agradable al rey, era convocar el antiguo Consejo de Castilla y de Indias, cuyas altas y varias atribuciones abrazan el reino y sus provincias ultramarinas, y el conferir á estos grandes cuerpos, independientes por su elevacion y por la situacion politica de los sugetos que los componen, el cuidado de designar ellos mismos los individuos de la Regencia. A consecuencia, he convocado los precitados Consejos, que os harán conocer su eleccion. Los sugetos sobre quienes hayan recaido sus votos ejercerán un poder necesario hasta que llegue el deseado dia en que vuestro rey, dichoso y libre, pueda ocuparse en consolidar su trono, asegurando al mismo tiempo la felicidad que debe á sus vasallos. ¡Españoles! creed la palabra de un Bor

bon. El monarca benéfico que me ha enviado hácia vosotros, jamás separará en sus votos la libertad de un rey de su misma sangre á las justas espéranzas de una nacion grande y generosa, aliada y amiga de la Francia.-Cuartel general de Alcobendas á 23 de Mayo de 1823.-Luis Antonio.-Por su alteza, el príncipe generalísimo, el consejero de Estado, comisario civil de S. M. cristianísima, de Marting.»>

XX.

El sentido generoso y caballeresco que respira el documento anterior, las frases de paz y conciliacion de que está sembrado y el anuncio de que en el nombramiento de la Regencia solo intervendrian los españoles, por más que pudiera suponerse la influencia que en él habia de tener el principe extranjero, acabó de entusiasmar los ánimos de los que esperaban una redencion política con la intervencion francesa, y aun los mismos que por ella se veian amenazados en sus intereses particulares ó creian comprometidos los generales de la nacion, empezaron á mirar á aquella con ménos disgusto, esperando á que viniese todo á parar en una Carta conciliatoria de libertades, ó por lo menos en seguras garantías de reacciones terribles, que no dudaban evitarian unas tropas cuyo jefe habia manifestado tan expresamente las intenciones que tenia. En consecuencia, no nos detendremos en más extensos comentarios sobre la proclama de Angulema, y pasaremos á algunas particularidades sobre su entrada en la capital.

Por lo referido en cuantos sucesos hemos descrito, desde que el habia jurado la Constitucion ante el Ayuntamien

rey

to de Madrid hasta la salida de la guarnicion española para ser reemplazada por la francesa, habrán observado nuestros lectores cuán cortos períodos de tranquilidad habia gozado la capital de la monarquía, ya por bulliciosas alegrías, ya por terribles asonadas y motines; de modo que lo general de la poblacion, cansada de animaciones tan contínuas y de contrarias sensaciones y resultado, solo ansiaba el reposo, la paz, la calma y la tranquilidad, fuera cualquiera el que se la ofreciera con garantías de cumplirla, fueran las que quisieran las futuras consecuencias que la trajesen. Treguas, en una palabra, á un vivir desasosegado; treguas, durante las cuales los hombres sensatos, las personas pacíficas, las clases que del trabajo, de la industria y de las artes se ocupan para ganar su pan, pudieran olvidar los ecos de la política, que los habia aturdido hasta entonces. Así que, al creerlas, con la entrada del ejército francés, no es de extrañar que en vez de recibirlo como el 3 de Diciembre de 1808, los recibiesen con los brazos abiertos. En efecto, el entusiasmo popular solo puede compararse al que algunos años despues produjo en la misma poblacion la entrada del ejército español vencedor de los africanos. Apenas quedó gente en las casas que no saliese á las calles, paseos y aproximaciones de las puertas de Alcalá, Recoletos, San Vicente y otras, á ver á los marciales batallones y escuadrones, á los que á voz en grito saludaban con vivas entusiastas; no habia un solo balcon ó reja que no estuviese voluntariamente adornado; las flores llovian á torrentes sobre estas imponentes fuerzas, que silenciosas y admiradas de tal recibimiento, se iban dirigiendo á los cuarteles que las estaban destinados.

XXI.

Las iluminaciones más brillantes, los festejos de todas clases y el trato particular que recibió la oficialidad que fué alojada por las casas, todo pudo hacerles creer ó que verdaderamente habian librado á la poblacion de graves males, ó que los madrileños del Dos de Mayo habian sucumbido todos, sin sucesion que imitase sus hazañosos hechos. Verdad es que por su parte, al mezclarse con el pueblo, no hablaban más que de paz, que nos mirásemos todos como hermanos, y las guardias de dos ó más gendarmes que pidieron ú oficiosamente custodiaron algunas casas de los liberales más conocidos ó comprometidos por sus anteriores desmanes, no tuvieron que hacer uso de otras armas para contener algunos grupos de gente baja que desde la calle vociferaba contra ellos y rompia algunos cristales, que de una simple invitacion en estos términos:

-Atarrás, siñores, atarrás, todos hermanos; atarrás; estas portas no se tuchen. Los primeros dias no se veia en los paseos más que animacion y alegría, y los extranjeros, del brazo con los nacionales, parecia que no formaban sino un solo pueblo. Más tarde empezaron á manifestarse algunas rivalidades, ya entre algunos soldados de las guerrillas realistas, que aunque en corto número, entraron en Madrid con los franceses, ya con los soldados, que nuevamente se fueron organizando; pero esto fué por vino ó por mujeres, y en ello no intervino para nada la cuestion politica, ni tampoco tuvieron otras consecuencias que la de algunos palos y desafios particulares.

Pudo, sí, tenerlas mayores el acontecimiento de haberse incendiado (no se sabe si casual ó premeditamente) la iglesia del Espíritu Santo, situada donde existe hoy el Congreso de los diputados, pues la circunstancia de estar en ella oyendo misa el duque de Angulema, todo su estado mayor general y un inmenso concurso cuando todo el edificio se vió envuelto en llamas, originó un espanto terrible. La Divina Providencia permitió que todos pudiesen salir ilesos, y solo hubo alguna que otra víctima despues en los trabajos de apagar el fuego.

XXII.

Convocados y reunidos los consejos mencionados en la proclama que hemos copiado, propusieron para miembros de la Regencia á los señores duque del Infantado, duque de Montemar, baron de Eroles, el obispo de Osma y D. Antonio Gonzalez Calderon, los cuales, aprobado su nombramiento por Angulema, tomaron posesion el 26, siendo su secretario el que ya lo era del rey con ejercicio de decretos D. Francisco Tadeo Calomarde, que despues llegó á ser ministro casi único de Fernando VII; en seguida la Regencia nombró ministro de Estado á D. Victor Damian Sanz, de Hacienda á D. Juan Bautista Erra, de Gracia y Justicia á D. José García de la Torre, de Marina á D. Luis Salazar, de Guerra á D. José San Juan, y del Interior, nuevamente creado, á D. José Aznar. Instalado así el Gobierno Provisional de Madrid, quedó de hecho suprimida otra Regencia que al entrar los franceses en España se estableció en Oyarzun; pero como muchos de sus miembros ingresaron en la nueva,

TOMO II.

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