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de Godoy, saludó con febril entusiasmo la elevacion al trono del príncipe de Asturias.

La poblacion de Madrid amaba con pasion á Fernando; los dias de su enfermedad habian sido dias de duelo para los madrileños, y los que habian llorado por el tierno niño, y los que habian elevado sus preces á la Virgen de la Paloma, pidiéndole que le salvase, tenian que amarle y le amaban con toda su alma.

Su viaje disgustó á todos.

Los dos poderes que quedaron en España asustaban á los españoles.

Era el primero el de la Junta Suprema, débil, indeciso, impotente.

Era el segundo el de Murat, el del ejército frencés que habia ocupado á la nacion extratégicamente, que podia oprimirla y encadenarla apenas se moviese.

VIII.

Murat arrancó á Godoy del poder de la Junta Suprema. Esto disgustó en extremo á los españolas.

Su desesperacion se aumentó al saber que dos franceses llevaron á una imprenta de parte de Murat una proclama de Cárlos IV.

Uno de los aprendices se enteró, salió á la calle, empezó á divulgar la noticia de que los franceses querian destronar á Fernando y restablecer á Cárlos, y no tardó la imprenta en verse rodeada de hombres de todas clases que tumultuariamente pidieron el castigo de los extranjeros.

La energía de un alcalde de casa y córte que los prendió,

los libró del furor de los madrileños; pero Murat reclamó, y la Junta Suprema los puso en libertad.

Nuevo motivo de indignacion y de desconfianza para los españoles; nuevo motivo de odio hácia los franceses.

En vano Fernande envió desde Bayona á la Junta las más ámplias facultades para que evitase todos los conflictos que amenazaban á la nacion

La Junta no se atrevia á moverse sin consultar á Ceballos, y al efecto envió á Bayona dos comisionados.

Ceballos y los demas individuos de la camarilla se hallaban así mismo dominados por el miedo.

El 29 de Abril llegó á Madrid disfrazado de arriero un Oidor de Pamplona, y despues de identificar los poderes que traia, manifestó á la Junta que era la voluntad del rey «que no se hiciese novedad en la conducta tenida con los franceses para evitar funestas consecuencias contra el rey y cuantos españoles le acompañaban.>

Al mismo tiempo dijo «que el rey habia decidido perder primero la vida que acceder á una inícua renuncia.>>

Tan contradictorias noticias aumentaron las dudas y las vacilaciones de la Junta.

IX.

«Paralizadas las ruedas de la máquina gubernamental, dice un historiador de aquella época, gastados los resortes, sin accion el motor y por lo mismo impotente para contener la pública irritacion que de dia en dia tomaba más rápido incremento, de esperar era que un solo soplo produjese la tormenta. Contenia á la exasperada multitud el número de tropas

francesas que ocupaban la córte de España y sus inmediaciones, tropas que ascendian á veinticinco mil hombres, sin contar la numerosa artillería colocada en el Retiro. La guardia imperial de á pié y de á caballo, compuesta de gente escogida y lujosamente ataviada, que se habia aposentado dentro de Madrid, hacia marcial alarde y vistosa ostentacion de su fuerza en las contínuas revistas que Murat le pasaba todos los domingos en el Prado. Sus imponentes demostraciones parecian otros tantos insultos al desasosegado y ardiente vulgo, que se reputaba poderoso desde los tumultos de Aranjuez, y al que sordamente agitaban ocultos agentes con la espuela del fanatismo y del orgullo nacional, no con un fin previsto, sino con el de poder utilizar en su caso la ardorosa embriaguez de las pasiones. El soldado francés, por su parte, que hasta las miradas de los paisanos interpretaba siniestramente, que en cada piedra veia una trampa preparada para matarle, y que conociendo que caminaba por encima de un volcan, por instantes aguardaba la explosion, deseaba tambien salir de aquel penoso estado, y venir á un rompimiento abierto.>>

Tal era la disposicion de los ánimos, cuando el domingo 1. de Mayo al pasar el gran duque de Berg por la Puerta uel Sol de vuelta de la revista, acompañado de su brillante Estado mayor, le insultó y silbó la muchedumbre, reunida en la plaza, y compuesta de todas las clases de la sociedad.

X.

La fiebre del patriotismo encendió la sangre de los madrileños.

Murat, por su parte, irritado, exigió el mismo dia 1.o de la Junta, que dispusiese el viaje á Bayona de la ex-reina de Etruria y del infante D. Francisco de Paula.

Este viaje habia sido ordenado por Cárlos IV.

La Junta dejó á la primera en libertad de partir, pero no quiso desprenderse del infante.

En último caso podia el pueblo elegirle para monarca, y no era cosa de desprenderse de todos los vástagos del régio

trono.

Murat insistió.

La Junta se reunió, y hubo, como hay siempre en las Juntas, diversidad de pareceres.

-¡Resistamos! dijeron unos.

-¡Doblemos la cabeza! exclamaron otros.

Llamado el ministro de la Guerra, le preguntaron si habia medios de resistir á los franceses.

O'Farril trazó un cuadro tristísimo de la capital, militarmente considerada.

La Junta, que hubiera debido imitar el ejemplo de Numancia, al ver que no podia contrarestar la fuerza de Murat, resolvió que partiera el infante, y que las tropas españolas que habia en Madrid sofocasen el movimiento que debia estallar en el pueblo, á juzgar por el estado de los ánimos.

XI.

Misera é inícua resolucion.

La historia execra á aquellos hombres que tuvieron valor para decir á los soldados españoles:

-Vuestros hermanos no pueden, no quieren soportar el yugo de los extranjeros; van á levantarse contra ellos, van á irrritarlos, contened su patriotismo, castigadlo si es preciso, para que los franceses no alteren su regalada vida; sed sus lacayos, sed sus aduladores, sed sus esclavos.

¡Oh! Aquellos tutores de la España huérfana, que contaban con todo un pueblo que despertaba de un letargo ominoso, que aspiraba á lavar sus pecados; aquellos hombres que no tenian al pueblo devorado por las pasiones y la divi. sion de los partidos, que hubieran podido oponer á los treinta mil hombres de Murat doscientas mil almas, porque hombres y mujeres, niños y ancianos hubieran contribuido é aquella obra de esterminio; que hubieran debido morir en todo caso para que su sacrificio hubiera ahorrado siete años de espantosa guerra, temieron, fueron débiles, quisieron hacer equilibrios, y dieron lugar á la hecatombe del DOS DE MAYO, hecatombe gloriosa para el pueblo que dió el grito de independencia, ignominiosa para los que quisieron sofocarle en vez de sucumbir repitiéndole.

XII.

Llegó por fin el dia 2 de Mayo.

Amaneció nublado, como anunciando lo que iba á suceder.

Todo Madrid se habia acostado en la creencia de que al dia siguiente partirian la hija mayor y el hijo menor de Cárlos lV.

Desde las primeras horas de la mañana acudió un inmenso gentio á la plaza de Palacio.

TOMO II.

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