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Habian faltado dos correos seguidos de Francia, no habia noticias del rey, y esto aumentaba la ansiedad de los madrileños.

Dieron las nueve, y la jóven reina de Etruria partió.

Formaba la hija mayor de los reyes en el bando de los enemigos de Fernando, y por lo mismo era aborrecida del vulgo.

Una indiferencia glacial la acompañó por las calles de la córte.

XIII.

Delante de la puerta principal de Palacio quedaban aun dos coches de camino..

-Pues lo que es esos aguardan al infante D. Francisco, decian unos.

-Y á su tio el infante D. Antonio, añadian otros.

-Se los van á llevar.

-Esos pícaros franceses van á dejarnos sin uno solo de la raza de los reyes.

-A qué tiempos hemos llegado.

-La culpa es nuestra, que no tenemos vergüenza.

-¿Saben Vds. lo que pasa? dijo un criado de Palacio acercándose á un grupo.

-¿Qué sucede? preguntaron cien personas, que instáneamente formaron en torno suyo.

-Que se llevan al niño.

-¿A D. Francisco?

-Sí; pero él no quiere marcharse y está llorando como una Magdalena.

-¡Pobrecito!

-¡Qué lástima da oirle... No, dice, no, yo no quiero salir de Palacio y dejar mis juguetes... he dicho que no voy y no iré...» ¡Y los franceses le amenazan con darle azotes!

-¡Perros judíos!

-¡Y serán capaces de hacerlo!

-Angelito de mi alma, decia una mujer.

-Y que una se mate y los crie á sus pechos para verlos sufrir de ese modo, añadia otra.

XIV.

En esto pasó por la plaza un ayudante de Murat, que iba á enterarse de lo que significaba aquella aglomeracion de gente.

Pasó de largo hácia Palacio.

-Es el edecan de Murat, dijeron unos.

-Sin duda va á ver por qué tarda el infante en salir. -Y le sacará á la fuerza.

-¡Capaz es!

-¡Somos unos miserables! Unos canallas.

-No debiamos consentir lo que pasa.

Un prolongado murmullo resonó en la plaza, apenas entró en Palacio el oficial francés.

De pronto se oyó en medio de aquel confuso rumor, una voz chillona y cascada.

Era la de una vieja, la de una verdadera madre Celestina.

-¡Válgame Dios, exclamó, que se llevan á Francia á todas las personas reales!

Esta frase fué la chispa que produjo el incendio.

Al mismo tiempo salió el ayudante que habia entrado, y mandó al postillon que acercase el carruaje.

XV.

Instantáneamente se lanzó el pueblo sobre el francés, y hubiera perecido despedazado á no defenderle el capitan de guardias walonas que guardaba la puerta del edificio.

El pueblo desbordado juró acabar con los franceses.

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Mientras mujeres, hombres, niños y ancianos, cortaban los tiros y rompian los coches de camino, otros corrian á referir lo que habia sucedido, á despertar el ardor bélico en todos los habitantes de la poblacion, á preparar los elementos necesarios para esterminar á los franceses.

No tardó Murat en conocer que habia llegado el momento de luchar, y envió un batallon y dos piezas de artillería para sofocar el levantamiento.

Los fraceses, que todo lo tenian dispuesto, se aprovecharon de la ocasion, mandaron en seguida hacer la primera descarga á los que estaban mas cerca, y con este anuncio se pusieron al momento sobre las armas todos los demás de la córte y de los campamentos de Chamartin, Casa del Campo y lugares inmediatos.

Al instante corrió el rumor de tan gran novedad por Madrid, y la gente, singularmente la de los barrio bajos, concurrió con el mayor denuedo y presteza, suspirando por armas á los puestos principales, cómo fueron á la Puerta del Sol, calle Mayor y otros equivalentes; los más no llevaban otras que simples cuchillos ó palos; los poquísimos que tenian es

copetas, por lo regular mal compuestas y municionadas, apenas podian utilizarlas.

Esto no obstante, unos disparaban desde las ventanas, esquinas y postes con el mayor tino Ꭹ denuedo. Otros ciegos de rabia y furor se avanzaban hasta sus mismas filas con sus chuzos, cuchillos ó palos, y herian ó mataban tres ó cuatro franceses; otros hacian lo mismo desde los balcones con piedras y trastos de casa y cocina; otros, y hasta las mujeres, les echaban agua hirviendo, lo que les obligó al momento á disparar á lo alto, no solo con la fusilería, sino á cuanto al-. canzaba la artillería, y todos en fin, parece que estaban dispuestos á regar las calles con sangre francesa, aunque fuese á costa de la suya, antes que sujetarse á tan vil canalla.

XVI.

Al barrio de las Maravillas acudieron dos valientes oficiales de artillería, D. Luis Daoiz y D. Pedro Velarde. El primero dijo al segundo:

Compañero, ¡esta es la ocasion de morir ó vencer! ¡Ya estamos cansados de sufrir tantas infamias y abatimientos de estos viles y cobardes franceses!»

Y forzando el parque de artillería, hicieron sacar dos cañones, que tirados por las mismas mujeres y disparados unas cuantas veces por aquellos dos diestros y valientes oficiales, desbarataron dos gruesas columnas que á toda priesa venian del campamento de Chamartin para apoderarse del mismo parque.

Los lances de valor que ejecutaron en aquel dia los hombres

y mujeres de Madrid, los grandes y los chicos, y hasta algunos soldados, que se fugaron de los cuarteles, ni tienen cuento, ni es fácil ponderarlos.

Pero no puedo pasar en silencio dos de ellos á cual más heróicos y atrevidos.

El primero fué el de un carbonero.

Viendo éste en medio de la columna de caballería uno que por el plumaje y uniforme se le figuró que era Murat, se lanzó como un rayo entre las líneas con un solo palo ó estaca de las buenas que ellos acostumbraban á llevar, y le dió tan fuerte golpe, que consiguió derribarlo.

En seguida hizo lo mismo con otros tres, de los que dos quedaron muertos; y cuando ya volvia zafándose de tantos como le rodeaban y asestaban golpes, tuvo la desgracia de ser muerto en la última línea.

Junto al portillo de Embajadores venia un disforme coracero á dar parte á los del Prado de que ya llegaba en su socorro la gran columna de caballería que tenian en los lugares inmediatos, y le salió al encuentro un hombre, al parecer despreciable, con su simple cachiporra y monterilla.

El coracero al punto se lanzó á él como un leon, ó mejor, como un demonio en figura de hombre, porque así lo parecia; y cuando los circunstantes pensaban ver á aquel infeliz hecho pedazos de un instante á otro, con admiracion observaron que le jugó por tres y cuatro veces tan bien la suerte, y que al fin le dió tan fuerte cachiporrazo en la mano que le hizo soltar la espada.

A este golpe, y al espanto del caballo cayó el coracero, y el paisano sin turbarse lo acabó de matar.

Montó luego en su caballo, y se dirigió hácia el puente de

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