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D. ISIDRO MONTENEGRO.

Montenegro era individuo de la servidumbre de Fernando mientras permaneció en Valencey, y á la vuelta del rey á la Península se vió colmado de honores y de dignidades, y nombrado además administrador de los reales palacios, cor

ria á su cargo el amueblaje, ordenaba los paseos del rey á la

campiña, sus diversiones, estaba encargado de la guardarropía y de otras minuciosidades.

Demostró en el desempeño de tales empleos su mal gusto y su prodigalidad, sin inquietarse del contraste escandaloso que hacia su profusion con la miseria pública.

La reina María Isabel participó á su llegada á España del afecto que su esposo profesaba á Montenegro, cuya circunstancia ocasionó una escena que movió mucho ruido en palacio. Ataba la reina un dia la cruz de Cárlos III á la banda de la misma órden que debia llevar su marido, y rogó á Montenegro que sostuviese uno de los cabos de la cinta: el cortesano, para desempeñar su cometido del modo más respetuoso, dobló una rodilla en tierra.

lo

De repente entró el rey por una puerta secreta, y sin saber

que hacia Montenegro, vió solamente que estaba arrodi llado al lado mismo de la reina. Arrastrado por un movimiento súbito de celos, y sin tomarse tiempo para asegurarse de lo que era, se precipitó sobre el favorito y le separó con tanta violencia, que cayó en el suelo.

La reina dió un grito, los criados corrieron en su ayuda,

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Montenegro se levantó todo confuso, y sin proferir una palabra, se retiró á su aposento. El monarca reconoció luego su error, le mandó llamar en el acto y le ofreció un regalo magnífico, volviéndole toda su confianza.

De Chamorro y Ugarte ya saben mis lectores lo necesario para apreciar la perniciosa influencia que ejercieron en los destinos de España.

PALAFOX.

D. José Melzi y Palafox, el menor de los tres hermanos, de una familia noble de Aragon, entró muy jóven en la servidumbre militar del rey. Habíase pronunciado ardientemente en favor de Fernando, y cuando cayó el príncipe de la Paz en Aranjuez, confiáronle su custodia á las órdenes del marqués de Castellar.

Fué uno de los primeros que se escaparon de Bayona cuando Napoleon se apoderó de la corona de España. Vivia hacia algun tiempo retirado en sus tierras, cuando el Consejo de Aragon, conociendo la influencia que tenia sobre sus compatriotas, le invitó á trasladarse á Zaragoza para contribuir con sus esfuerzos á la defensa comun: algunos paisanos armados le comunicaron la órden en su casa de campo y le acompañaron á la capital de Aragon. Sublevóse el pueblo y obligó á la Junta á nombrar á Palafox capitan general de la provincia, no obstante que solo contaba veintiocho años, y que no pasaban de la medianía sus conocimientos militares, porque siempre habia vivido en el laberinto de la córte.

No podia hacerse el nombramiento en un instante más

crítico, pues las tropas francesas marchaban contra Zaragoza en distintas direcciones, y Palafox solamente tenia á su disposicion doscientos veinte hombres de tropa de línea. Su actividad y energía suplieron la debilidad de los medios; armó los vecinos, formó cuerpos de estudiantes; su hermano, el marqués de Lazau, le proporcionó un refuerzo: en fin, hizo un alistamiento en la provincia, y no tardó en comenzar un sitio comparable con el de la antigua Sagunto.

La intimacion fué breve, y breve la respuesta: la invitacion para que capitulase no contenia más que estas palabras: <<Cuartel general de Santa Engracia. Capitulacion.» Palafox respondió: «Cuartel general de Zaragoza. Guerra á muerte.» Los franceses no tardaron en penetrar en la ciudad; pero cada calle era un campo de batalla; cada casa una fortaleza. Al cabo de sesenta y un dias de tan sangrienta lucha, los sitiadores se retiraron, y Palafox, cuyas fuerzas recibieron entonces aumento, arriesgó la suerte de una batalla, quedando vencido en Tudela.

El sitio comenzó de nuevo: la ciudad se defendió con el arrojo de la desesperacion: el bombardeo duró más de un mes,

el paso de cada puerta, de cada escalera, disputábase cuerpo á cuerpo. Era preciso capitular: Palafox no pudo resolverse y dió su dimision, dejando al sucesor tan penosa encargo. Cuarenta y cuatro mil personas habian perecido durante el sitio; y Napoleon se mostró poco generoso, ó por mejor decir, injusto en demasía, al mandarle encerrar en el castillo de Vincennes.

Permaneció prisionero hasta el tratado de Valencey, y eptró en España con el monarca, ocupando despues un rango entre los adictos al príncipe.

Pudo hacer mucho este personaje para destruir las influencias que guiaban á Fernando al abismo.

Fué débil ó moroso, y aunque no se le puede acusar de haber formado parte del grupo de crueles enemigos de los españoles que rodeaban al rey, la historia, sin embargo, al ensalzar sus condiciones militares, debe hacer resaltar su escasa influencia en la política, su abandono ó descuido de la causa de la justicia.

LOS GENERALES D. FRANCISCO Y D. NAZARIO EGUÍA.

D. Francisco Ramon de Eguía, nacido en Durango en 1751, sobresalió en la guerra de la Independencia, y al terminarse la última campaña mandaba una division en el ejército de Elío. Eguía marchó el primero á Madrid, y encarceló en Mayo de 1814 un número considerable de diputados y de otras personas distinguidas. Fué elevado al ministerio de la Guerra, que era incapaz de desempeñar, á causa de su espíritu minucioso, duro y fanático, y despues le nombraron capitan general de Castilla. Por consecuencia de las oscilaciones que caracterizan la época de que hablamos, fué llamado de nuevo al ministerio, de donde no tardó en ser separado segunda vez. Su presencia en el reino de Granada, cuya capitanía general obtuvo pasado algun tiempo, fué la señal de las persecuciones, y las cárceles de la Inquisicion no tardaron en rebosar de presos.

. Era ignorante y fanático.

Leal siempre al rey, ciego instrumento del absolutismo, cumplia las órdenes de su soberano con un refinamiento de

crueldad que le adquirió el ódio no solo de los liberales, sino de todas las personas amantes de la justicia.

Como carecia de talento, como toda su fuerza la debia á la proteccion del rey, cuando éste le abandonaba, aquel caia, y no hacia en estas épocas de desgracia más que condensar en su alma pequeña ódios y rencores, cuya explosion no tardaban en sentir los que caian bajo su férula en sus épocas de mando.

La celebridad de Eguía es de las más tristes que presenta la historia de España.

Retirado á Francia durante el mando de los liberales, conspiró para el establecimiento de la Regencia de Urgel, fué acusado de malversacion de fondos y acabó su vida de una manera triste.

Algunos le confunden con su hermano menor D. Nazario Eguía, que fué el polo opuesto en todo de D. Francisco.

No figuró este como ministro, pero sí como militar; y habiendo desempeñado en todo el período que abraza esta historia papeles importantes, y habiendo además sido víctima de una venganza espantosa, cúmpleme decir aquí algo acer. ca de él.

Como su hermano, nació en Durango en 1777, y siguió la carrera de la Iglesia hasta ser tonsurado por el obispo de Calahorra.

Pero la guerra de la Independencia despertó sus instintos militares. Abandonando la Iglesia por la milicia, ingresó en el cuerpo de ingenieros.

Paso á paso, gracias á su valor y á su talento, ganó los entorchados de general en la lucha contra los franceses.

Afecto al rey, permaneció alejado del servicio del 20 al 23,

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