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ceado en Picco sin prévia formacion de causa y de un modo semejante al que habia empleado en España.

XXI.

<< Fiadas las autoridades españolas, dice el conde de Toreno en el convenio concluido con los jefes franceses, descansaban en el puntual cumplimiento de lo pactado. Por desgracia fuimos de los primeros á ser testigos de su ciega confianza. Llevados á casa de D. Arias Mon, gobernador del Consejo, con deseo de librar la vida á D. Antonio Oviedo, quien sin motivo habia sido preso al cruzar una calle, nos encontramos con el venerable anciano rendido al cansancio de la fatigosa mañana, que dormia sosegadamente la siesta. Enlazados con él por relaciones de paisanaje y parentesco, conseguimos que le despertasen y con dificultad pudimos persudirle de la verdad de lo que pasaba, respondiendo á todo que una persona como el gran dupue de Berg no podia descaradamente faltar á su palabra... ¡Tanto repugnaba el falso proceder á su acendrada probidad! Cerciorado al fin, procuró aquel digno magistrado reparar por su parte el gran daño, dándonos tambien á nosotros en propia mano la órden para que se pusiera en libertad á nuestro amigo.

>Sus laudables esfuerzos fueron inútiles, y en balde fueron nuestros pasos en favor de D. Antonio Oviedo.

«A duras penas, penetrando por las filas enemigas con bastante peligro, de que nos salvó el hablar la lengua francesa, llegamos á la casa de Correos, donde mandaba por los españoles el general Sesti.

>Le presentamos la órden del gobernador y friamente nos contestó, que para evitar las continuadas reclamaciones de los franceses, los habia entregado todos sus presos; así aquel italiano al servicio de España retribuyó á su patria adoptiva los grados y mercedes con que le habia honrado.

>En dicha casa de Correos se habia juntado una comision militar francesa con apariencias de tribunal; mas por lo comun sin ver á los supuestos reos, sin oirles descargo alguno ni defensa, los enviaba en pelotones unos en pos de otros, para que pereciesen en el Retiro ó en el Prado. Muchos llegaban al lugar de su honroso suplicio ignorantes de su muerte Ꭹ atados de dos en dos, tirando los soldados franceses sobre el monton caian ó muertos ó mal heridos, pasando á enterrarlos cuando todavía palpitaban algunos.

>Aguardaron á que pasase el dia para aumentar el horror de la trágica escena... Al cabo de veinte años, añade el conde de Toreno, al trazar estas líneas, nuestros cabellos se erizan todavía al recordar la triste y silenciosa noche, solo interrumpida por los lastimeros ayes de las desgraciadas. víctimas, y por el ruido de los disparos y cañonazos que de cuando en cuando y á lo lejos se oia y resonaba.

>Recogidos los madrileños en sus hogares, lloraban la cruel suerte que habia cabido ó amenazaba al pariente, al deudo ó al amigo. Nosotros nos lamentábamos de la suerte del desventurado Oviedo, cuya libertad no habiamos logrado conseguir, á la misma sazon que pálido y despavorido, le vimos impensadamente entrar por la puerta de la casa en donde estábamos.

>>Acababa de deber la vida á la generosidad de un oficial francés, movido de sus ruegos y de su inocencia, expresados

en la lengua extraña, con la persuasiva elocuencia que le daba su crítica situacion.

>>Atado ya en un patio del Retiro, estando para ser arcabuceado, le soltó, y aun no habia salido Oviedo del recinto del Palacio, cuando oyó los tiros que terminaron la larga y horrorosa agonía de sus compañeros de infortunio.»>

XXII.

Me he atrevido à entreteger con la relacion general, un hecho que si bien particular, dá una idea clara y verdadera del modo bárbaro y cruel con que perecieron muchos españoles, entre los cuales habia sacerdotes, ancianos y otras personas respetables.

No satisfechos los invasores con la sangre derramada por la noche, continuaron todavía en la mañana siguiente, pasando por las armas á algunos de los arrestados la víspera, para cuya ejecucion destinaron el cercado de la casa del príncipe Pío.

El dia 3 partió el infante D. Francisco.

Por la noche hizo otro tanto su tio el infante D. Antonio, presidente de la Junta Suprema.

-Conviene, le dijeron dos enviados de Murat, el conde de la Corest y Mr. Defreville, que V. A. abandone la córte y se dirija á Bayona para reunirse con las demás personas de su familia.

-¿Conviene? preguntó el idiota infante.

-Así al ménos lo desea el príncipe Murat.

-¿Me asegurará la vida? En ese caso le obedeceré.

(

-¿Qué duda tiene?

-Pues entonces esta misma noche me pongo en camino.

XXIII.

Aquel hombre que con sus malos consejos habia impulsado á Fernando á arrebatar á su padre la corona, aquel mal engendro de Carlos III, tan imbécil como malvado, escribió al ministro de Marina Fray Francisco Gil y Lemus, esta estravagante epístola:

AL SEÑOR GIL.

A la Junta para su gobierno la pongo en su noticia como me he marchado à Bayona de órden del rey, y digo á dicha Junta que ella siga en los mismos términos, como si estuviese en ella. Dios nos la dé buena. Adios, señores; hasta el valle de Josephat. ANTONIO PAScual.

El que trazó estas líneas, era en aquellos momentos criticos el jefe supremo de la nacion.

¡Qué habia de sucederle con un idiota semejante!

Murat se constituyó en presidente de la Junta de gobierno; fué el verdadero rey de España; pero esto no impidió que el 2 de Mayo fuese la chispa eléctrica que encendió en toda España el odio contra los franceses.

Célebre se hizo entonces el fiscal del Supremo Consejo de la Guerra D. Juan Perez Villamil, quien hallándose en una casa de campo del pueblo de Móstoles, escribió y envió á todas las capitales y pueblos más importantes de España, este llamamiento:

<«<La patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. Españoles, acudid á salvarle. Mayo 2 de 1808.-El alcalde de Móstoles.»

XXIV.

Volvamos ahora nuestros ojos á Bayona para ver el desenlace del drama que, con tanto talento como iniquidad, desarrollaba el gran Napoleon.

Murat envió á Napoleon una reseña detallada de los sucesos del 2 de Mayo.

El correo llegó el 5 ȧ Bayona.

Napoleon devoró el escrito, y sin prévio aviso se trasladó á la habitacion de Cárlos IV y María Luisa.

-Ved el despacho que acabo de recibir, dijo al primero; descifrad ese enigma si podeis.

El rey leyó el parte en medio de contínuas exclamaciones.

-¿Es posible, exclamó al fin, es posible que hayan tenido lugar tan dolorosas escenas?

-Por fortuna, contestó Napoleon, mis soldados han castigado á los miserables secuaces de vuestro hijo, porque él ha sido quien desde aquí ha preparado esa explosion que va á costarle cara.

-¿Vos creeis?...

-Estoy seguro de lo que digo. Murat ha interceptado algunas cartas suyas dirigidas á su tio y cómplice el infante D. Antonio. En una de ellas, aludiendo á uno de mis vasallos, <Desconfia de él, decia, es un traidor, vendido á los pícaros franceses y lo echará todo á perder». En otra, dándole cuen

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