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se le vió salir del palacio con los ojos hinchados y haciendo todavia pucheros. Renunció en seguida su empleo de jefe político, no porque se avergonzase de volverse á presentar ante un ayuntamiento patriota que era indigno de presidir, sino por conocer que el ayuntamiento no habia de recibirle en su seno; pero... aquí de Dios y de los hombres: la impudencia, el descaro, la desfachatez, la mala fé, la infamia del gobierno llegó entonces hasta el extremo de decir de real órden al ayuntamiento que S. M. no se habia dignado admitir á San Martin la renuncia que habia hecho de su empleo y queria que continuase ejerciéndolo. ¿Podrá acaso darse una prueba más evidente de que el gobierno se empeña en que haya desorden, anarquía, guerra civil y cuantos males pueden afligir á la nacion? La opinion pública, que es la reina del mundo, estaba clamando mucho tiempo hace por la deposicion de este hombre generalmente odiado, y porque la cuchilla de la ley cayese sobre su cabeza, para que la patria fuese vengada de los agravios que le habia hecho; la opinion pública, despues que le vió obrar tan inícuamente en los últimos dias, lanzó contra él el anatema de su furor, pronunció el fallo terrible de proscripcion... el fallo de su muerte. ¿Y el gobierno le protege todavía? ¿Y aun pretende que sea, como hasta aquí, instrumento eficaz del despotismo? ¡Ah! ¡Se engaña el gobierno! El pueblo soberano lo detesta; el pueblo soberano puede, aunque no quiera, tomarse la justicia por su mano; el pueblo soberano verá cumplidos sus deseos, porque no puede ser otra cosa, á pesar del Sr. Clemencin y de sus fanfarronadas de que volverá á mandar Tintin. ¡Valiente empeño se atraviesa! El Sr. Clemencin quiere salvarlo y no se puede salvar á sí mismo.

Sí: no puede salvarse. Los sucesos han colocado á los libres en la disyuntiva de presenciar la pronta caida del Sr. Clemencin y de todos sus aborrecidos compañeros, ó de correr de nuevo á las armas para hacerlos caer de cabeza. Un ministerio tan desacreditado solo podia sostenerse permaneciendo la nacion en la apatía que hasta aquí, y esto ya no es posible. La última leccion que ha tenido le ha producido un desengaño saludable: maldice su credulidad y ya no es fácil volverlo á seducir con hipocresías y con pasteles: conoce á los traidores y sabrá guardarse de ellos... sabrá exterminarlos.

Unos ministros que vieron en las escandalosas escenas de 30 de Mayo en Aranjuez la catástrofe que se preparaba, y permanecieron pasivos sin tomar la menor providencia para salvar la patria: unos ministros que presencian el asesinato de Landáburo, y no dan un paso para que la ley castigue tan horrendo crímen: unos ministros que desde este hecho han estado en el centro mismo de los conspiradores, presenciando tantos desacatos, tantas maldades, sin hacer nada en tantos dias en favor de la causa de la libertad, que esperaban tranquilos sin oponer la menor resistencia al golpe atroz que nos amenazaba y que iba á destruir el edificio social: unos ministros que permiten por seis dias la permanencia de cuatro mil facciosos á una legua de la capital, amenazándola, y no publicando ley marcial, ni hacen venir tropas que refuercen el ejército de los leales: unos ministros, en fin, que en la inminencia del peligro tienen la imprudencia de decir que no hallan elementos para sostener la libertad, que fué lo mismo que asegurar que el partido de los traidores era en Madrid más fuerte que el de los leales, demostrando en esto su per

versidad o su vil ineptitud, ¿podrán continuar mandando á esta nacion heróica que ya los conoce? ¿Hasta este extremo se podrá abusar de la docilidad, de la moderacion de este pueblo generoso, que en prueba de su buena fé acaba de dejar el aspecto hostil de que se habia revestido para defender su libertad? ¿Y habrá quién pueda creer que tales abusos queden impunes? Es imposible. El partir de grandes empresas es tardío, pero cierto.

los españoles á las

¿Qué les parece á ustedes la opinion que los ministros y los generales más en boga merecian á la prensa?

Pero prosigamos.

Durante el combate se hallaron frente á frente Riego y Morillo.

-¿Quién es Vd.? preguntó este.

-Un diputado de la nacion.

-Pues al Congreso, que aquí solo hacen falta militares. A pesar de la opinion que los párrafos que he copiado habrán hecho formar al lector del general Morillo, debo decir para ser imparcial que Lafuente y otros historiadores hacen grandes elogios de su valor y lealtad por las ideas liberales.

Vaya Vd. á atar cabo con tan opuestas opiniones: lo peor que hay que hacer para juzgar á los hombres públicos es leer las historias que pretenden ser sérias.

do

Sin embargo, deben leerse para adquirir datos. Exploranyo á Lafuente, encuentro que el célebre Tintin, ó sea el general Sanchez Salvador, murió en Sevilla el 18 de Junio de una manera trágica.

Este general, que fué ministro de la Guerra, amaneció en dicho dia degollado en su cuarto, y junto á su ensangrentado cadáver se halló esta carta:

«La vida cada dia se me hace más insoportable, y el convencimiento de esta verdad me arrastra á tomar la resolucion de terminar mi existencia por mis propias manos. El único consuelo que puedo dejar á mi apreciable mujer y á mis queridos hijos y amigos, sobre esta terrible determinacion, es el de que bajo al sepulcro sin haber cometido jamás crímen ni delito alguno. Noche del 17 al 18 de Junio.>

Las sátiras de los periódicos, más que otra causa, le impulsaron á llevar á cabo esta determinacion.

Voy ahora á ocuparme un poco en forma de diálogo de las canciones patrióticas; en seguida reuniré en un capítulo á los ministros que siéndolo de Fernando no lo fueron de su hija, y hablaré con extension al ocuparme del reinado de Isabel II.

Desde entonces es cuando empiezan verdaderamente los ministros á gobernar; antes no son más que empleados favorecidos.

Debo tambien decir al lector que no hay nada más difícil que hallar datos particulares de los personajes de la época de Fernando VII.

Podria usar el procedimiento de mi amigo el espiritista, pero reservo sus hazañas para el reinado de doña Isabel.

CAPÍTULO IV.

LAS CANCIONES PATRIÓTICAS.

Un diálogo edificante.-Tristes consideraciones.

I.

Hace poco decia yo que el espiritismo no vendria en mi auxilio hasta despues de la muerte de Fernando VII, y sin embargo, mi buen amigo llega á mi casa en el momento de comenzar este capítulo.

-Sé que me necesita Vd. y vengo, me dice.
-¡Yo!

—Vd., sí.

-¿Y para qué?

-Para poder hablar como es debido de la influencia que ejercieron las canciones patrióticas en la época que va usted describiendo en su enmarañada historia.

-¿Vd. sabe la idea que yo he formado de ellas?

-Estoy seguro de que les atribuye Vd. como á los periódicos satíricos una buena parte de las desdichas que pesan sobre nuestro desventurado país.

-Ciertamente.

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-¡Ay, amigo! Si Vd. hubiera oido cantar como yo el

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