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DIVINO.

TRABUCO.
GORRETE.

que hará cuanto se quiera por la dicha
de inscribirse en el libro pastelero.
La causa que formarse deberia

contra todos los que hemos conspirado
va á quedar á los guardias reducida,
y aun con los guardias se andará despacio;
se armarán mil enredos, mil intrigas,
á ver si en tanto pasa este chubasco
y los descamisados nos olvidan.
Pero ¿cómo es posible que encontremos
entre los mismos gorros pastelistas?
Lo vais à ver ahora. Sal, Gorrete.
Nata y flor de la gente distinguida;
ilustres y prudentes pasteleros,
aquí teneis à un hombre que os admira,
que seguirá constante vuestros pasos,
que en agradaros su ventura cifra.
No temais, ilustrísimos varones,
vivirán los pasteleros: masa fina
no nos falta, ni puños que la amase,
ni gente que la coma por delicia.
Varios pasteles mudarán de nombre,
mas la masa será siempre la misma.
Vuestras hechuras seguirán mandando
mientras se pueda en todas las provincias;
si corre alguna sangre será poca;
Iscariotes saldrá de Andalucía;

mas no hay cuidado, irá sin perder tiempo
á trabajar pasteles en Galicia.
Pulgazas, Rodrigon y Mazacote
seguirán en sus mesas respectivas.
El expediente aquel de los millones
no saldrá nunca á luz. Es gente amiga;
son hermanos los que andan en la danza
y á los hermanos nunca se castiga:
con que así, respirad ¡oh pasteleros!
pues vuestros sucesores os estiman.

ESCENA ÚLTIMA.

Encinillas con otros gorros abre la puerta de pronto, á cuya vista quedan petrificados los pasteleros y en diversas posturas á cual más ridiculas y extrañas. Encinillas y sus compañeros contemplan algun rato aquel cuadro, despues se adelantan y dice Encinillas:

Antes que esa alianza se celebre
todos los gorros perderán la vida.
No, pasteleros, de la noble España
no estará más la suerte sometida
de vuestros planes al funesto influjo.
Se acabó la ilusion; ya más propicia
nos mira la fortuna, pues que todos
vuestra ambicion conocen desmedida.
La patria, de intrigantes y malvados
en tan dura ocasion no necesita;
sí de virtud y honor, y entre vosotros
estas prendas loables no se abrigan.
No se abatió del déspota el emporio,
para que se erigiese en sus ruinas
vuestro poder no ménos arbitrario.
Leyes queremos, leyes que nos rijan,
no partidos, no sectas, no facciones;
impune aun el criminal se mira,
sin escarmiento el bárbaro faccioso,
sin venganza las leyes ofendidas.
Nosotros, patriotas exaltados,
solo tenemos la virtud por guia,
la justicia y la patria. Sí, nosotros,
con esforzado empeño y energía
la nacion salvaremos; entre tanto,
huid, huid, del suelo que de espinas
y de abrojos sembrásteis, miserables...
Adonde quiera que tendais la vista
señal de vuestros crímenes vereis;
de la guerra civil la tea impía
con llamas voracísimas incendia..

Los GORROS.

Las más bellas y plácidas provincias,
do quiera desunion, do quiera males,
sembraron vuestras nécias arterías.
De la Constitucion el nombre santo
por vuestra negligencia ya se olvida.
Armase el clero; el oro y el engaño
profanan la mansion de la justicia,
donde vuestras hechuras detestables
la insurreccion y el crímen patrocinan.
¿Qué hicísteis de esa patria venturosa
que en vuestras manos confió su dicha?
¿Dónde están su decoro y su riqueza
que de tantas naciones fuera envidia?
¡Ilusos gobernantes! ¡Ya estais viendo
qué amarga y dolorosa perspectiva
por do quiera se ofrece! ¿Y sufriremos
que otros mandones vuestros pasos sigan?
No, nunca; lo juramos. Patriotas:
echemos estas malas sabandijas
del suelo que pisamos. Solo reinen
en España la paz y la armonía.

No más pasteles; mueran los perversos
inventores de la pastelería;

decid conmigo: ¡Gorros exaltados,
viva la libertad!

¡Por siempre viva!

Tiran todos de las espadas: echan à correr los hermanos pasteleros, y cae el telon.

Fácilmente habrán comprendido los lectores que el Divino

ha

es Argüelles; Trabuco, Morillo, y Tintin, el general, cuyas zañas y vida ha contado El Zurriago en otro capítulo de esta obra.

Ahora voy á trazar en breves líneas la historia de los tres últimos años del absolutismo para cerrar esta segunda época con las semblanzas de los ministros que han funcionado en ella, y emprender en seguida la difícil tarea de retratar á los hombres del reinado de Isabel II.

LIBRO VI.

MARÍA CRISTINA.

CAPITULO PRIMERO.

Pragmática sancionada por Cárlos IV.-La familia real.-Esperanzas y temores.-Nacimiento de Isabel II.-Tentativa de los liberales-Decretos contra los mismos.-Ejecuciones.-Nacimiento de la infanta María Luisa.Enfermedad del rey y sus consecuencias.-Cambio de política.-Reorga nizacion del ministerio.-Jura de la princesa de Astúrias.

I.

El cuarto matrimonio que contrajo Fernando VII vino á ser por sus consecuencias otro nuevo trastorno para el país en general, y para los partidos un nuevo temor ó una esperanza nueva. En efecto, despues de sofocada ó ahogada en sangre la sublevacion carlista de Cataluña, pareció un poco de tiempo que la calma y el reposo iban á radicarse con alguna duracion en España y preparar el camino para que los españoles condenados al ostracismo regresasen á sus hogares sin nuevas conspiraciones, ó sin ser reemplazados acto contínuo por los que la veleidosa fortuna habia encumbrado y vuelto á precipitar bajo sus ruedas.

Desgraciadamente no fué así.

El fallecimiento de la reina Amalia dejó al rey sin sucesion directa, y el partido realista exaltado, aunque descontento de D. Cárlos, pareció haberse resignado á aguardar de él el «Non plus ultra de sus aspiraciones. Por el contrario, el partido liberal, indiferente á la defuncion de dicha señora, porque se habia manifestado completamente extraña á la política, vió en la libertad del rey para nuevas nupcias la posibilidad de que cambiase la posicion que tenia en otra más favorable, ya por tener al lado del monarca una persona que pudiese influir en su favor, ya porque esta influencia pudiese llegar á ser tan poderosa que destruyese cuantas le habian rodeado hasta entonces.

Fuese por consejos, fuese por no carecer de compañera y de libertad, ó por el natural deseo de una sucesion directa, Fernando contrajo matrimonio, como hemos dicho anteriormente, con doña María Cristina de Borbon, princesa de Nápoles. Esta señora gozaba de gran reputacion, de amabilidad, dulzura, sensibilidad y talento, habiéndola precedido aquella antes de venir á España. Cuando entró en Madrid fué saludada con ovaciones y festejos generales, pues los liberales (que acto continuo adoptaron por colores el azul del traje que vestia), presagiaron seria su aurora de paz, y los realistas, aunque reservados, nada podian augurar malo de una señora cuyos sentimientos políticos no conocian.

II.

Apenas trascurrieron cuatro meses de las nupcias reales, se promulgó solemnemente la pragmática sancion dada por

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