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LIBRO VII.

LA EXPIACION.

CAPÍTULO PRIMERO.

La muerte del tirano y la herencia que dejó á España.

I.

Fernando realizó de hombre las esperanzas que de niño hizo concebir á las escasas personas honradas que le rodeaban.

He dicho esperanzas, y he debido escribir temores.

Aquel niño que se divertia sacando los ojos á los pajaritos, concluyó por gozar viendo ahorcar y fusilar á los hombres. La perfidia y la ignorancia constituyen los principales rasgos de su fisonomía moral.

Lo que he contado de él, las palabras que pronunció cuando le anunciaron la muerte de Riego, las que pronunció contra los guardias, á quienes habia comprometido, al verlos derrotados, revelan bien claro que no habia un solo sentimiento generoso, delicado, tierno, en su seco y helado co

razon.

El Zurriago, retratándole bajo el nombre de Emperador de la China, publicó un diálogo entre él y un ministro, aludiendo á D. Evaristo Perez de Castro, que demuestra cuán á la fuerza tragó el monarca la Constitucion, que desde el año 12 al 33 fué la manzana de la discordia entre los españoles. Este diálogo es corto; es un rasgo más, y voy á reproducirlo.

II.

Emperador.-Los pueblos parece que se quejan de vuestra conducta y de la mia; ¿y no habrá remedio para hacerlos callar por fuerza? ¿Por qué no cumples con tu obligacion? Ministro.-Señor, las medidas que se han tomado hasta aquí, lejos de hacerlos callar, los ha irritado y exaltado de tal manera, que no hay periodista que no nos trate de déspotas, serviles y arbitriarios.

Emperador.-Y qué, ¿no hay presidios en mi imperio? ¿Porqué no los mandas prender?

Ministro.-La Constitucion que habeis jurado....

Emperador.-¡Qué Constitucion, ni qué juramento! Ya juré hacer justicia, y la primera que he de hacer ha de ser contigo si tú no la mandas hacer con esa canalla.

Ministro.-Pero, señor.... el decreto de Córtes.... Emperador.-En el imperio de la China solo decreta el em parador, y los mandarines ejecutan lo que yo mando.

—Ministro.—Señor; vos mandásteis que Tintin fuese pri. mer mandarin de la capital del imperio, se hizo así, y están los habitantes con este nombramiento tan incomodados y exaltados, que estoy temiendo nos den que hacer.

Emperador.-Pues déjame; vete y no vuelvas más aquí, hasta que no des providencia para que todo el mundo calle y obedezca. (Váse el ministro, y el emperador hablando consigo dice):-¡A qué ha venido á parar la autoridad absoluta del mayor emperador del universo! Lo peor es que los chinos tienen razon.... ellos son hombres.... son libres.... tienen el derecho de gobernarse, y yo no tengo más que el que ellos me quieran dar. ¡Pero cómo es posible que yo me acomo dé á lo que jamás se acomodaron mis antecesores en el discurso de los infinitos siglos que han corrido desde el establecimiento del imperio chino!

III.

Hay sin embargo un autor que dice que, aunque todas las medidas del gobierno de Fernando llevan el sello del mayor rigor, el carácter del monarca no era cruel.

Optimismo se necesita para asegurar esto.

Tenia la desgracia, añade el autor que cito, de ceder con demasiada facilidad á las sugestiones de los que le rodeaban.> ¡Pobrecito! todavía va á inspirarnos lástima.

Mr. Blaquiere, que ha escrito su historia privada, cuenta de esta manera algunos pormenores de su vida íntima: <«<En el trato era dulce y afable en palacio; y sus criados, á quienes trataba siempre con bondad, le adoraban.

>>La reina Amalia, como muchas bellezas sajonas, era rubia y blanca, y tenia una fisonomía encantadora: formaba un contraste agradable con sus cuñadas doña Carlota y doña Francisca, á las que distinguian sus negros cabellos y sus hermosos ojos.

TOMO 11.

406

>Veamos cómo empleaba el monarca español el dia: se levantaba á las seis y se consagraba en las primeras horas de la mañana á los ejercicios religiosos: se desayunaba en compañía de la reina, hablando familiarmente mientras lo verificaba con su médico ó con el capitan de Guardias que estaba de servicio, y pasaba en seguida una ó dos horas arreglando los asuntos de su casa y de la administracion interior.

>Salia despues en su berlina con un solo criado y sin escolta alguna, visitando en sus paseos algun establecimiento público ó sus casas de campo.

>>De tiempo en tiempo consagraba esta parte del dia al recibimiento de los embajadores, de los grandes de España, etc.

»A las cuatro comia S. M. rodeado de la familia, y se retiraba en al acto á fumar sus cigarros: daba despues un corto paseo en coche con la reina, y vuelto á palacio tenia audiencia pública, á la que nunca faltaba, y en la que admitia á toda clase de personas indistintamente, habiendo observado algu nas veces en ella á individuos que pedian limosna por las calles. Cuando los demandantes se retiraban pasaba á un gabinete con sus secretarios para examinar los memoriales que habia recibido.

>No trascurria un solo dia sin que despachase con los ministros. En las horas restantes el monarca leia ú oia música: el príncipe era amante de la lectura, y durante su permanencia en Valencey tradujo en lengua española algunas obras francesas. >>

Hé aquí ahora su retrato hecho por Mr. Quin:

«Era Fernando de mediana estatura, el rostro largo, de color pálido, y padecia habitualmente ataques de gota muy violentos: á esta enfermedad, y á los padecimientos de su ni

ñez, debia el aparentar más años de los que realmente tenia. >Sus facciones eran muy marcadas, y quizás algo desmedidas: su mirada no carecia de viveza.

>El hábito que habia contraido de fumar continuamente comunicaba mal olor á su aliento: la movilidad de sus facciones era tal, que los mejores artistas hallaban dificultades para sacar la semejanza de su cara: los gestos eran siempre vivos y algunas veces violentos.

>>Hablaba aprisa, y en todas sus acciones se veia el sello de su género de conversacion: no le dominaba pasion alguna, y aborrecia la caza tanto como la habia amado su padre.

>>Sus modales, con los que gozaban de su intimidad, traspasaban los límites ordinarios del trato familiar; y aun en las audiencias particulares que concedia á las personas que le recomendaban su favoritos, sentábase en un sofá, fumaba su cigarro y hablaba sin ceremonia con aquellos á quienes veia por vez primera.

>>En último resultado, su carácter era tan difícil de definir, que las personas que le trataron una gran parte de su vida no llegaron á conocerle á fondo.»

IV.

Su verdadero y más imparcial retratista ha sido D. Modesto Lafuente, quien en el último tomo de su interesantísima historia hace un concienzudo y notable estudio sobre el carácter y el reinado de Fernando VII.

¿Cómo olvidar aquí, al reunir en este capítulo las opiniones de los más distinguidos publicistas, al autor del monumento más completo y magnífico erigido en el siglo XIX á la historia de España?

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