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ces del Consejo de gobierno, la paz y la justicia en todos sus vastos dominios, y de llevar esta heróica nacion al grado de prosperidad y de esplendor á que se ha hecho acreedora por su religiosidad, por sus esfuerzos y por sus virtudes. Tendráse entendido para su debido cumplimiento.-Está señalado de la real mano.-Palacio, á 2 de Octubre de 1823.-El duque presidente del Consejo Real.>

VIII.

Como acabamos de ver, Fernando VII instituyó á sus hijas por herederas.

A su esposa le legó el quinto de todos sus bienes, entre los que debian contarse veinticinco millones de duros, ó sean quinientos millones de reales, que tenia en el Banco de Londres.

Dejó varias mandas y legados piadosos.

Ordenaba en la cláusula 19 que se dijesen veinte mil misas por el bien de su alma y por el de sus esposas difuntas.

Mandaba se repartiesen cien mil reales entre los pobres de Madrid, y otros cien mil para que en cinco partes se distribuyesen entre los de los sitios reales de San Ildefonso, San Lorenzo, Aranjuez, San Fernando y el Pardo.

Tambien se acordaba de los criados y servidumbre de palacio, los que segun su última voluntad, debian recibir dos mesadas por via de gratificacion.

A la reina sorprendió sobremanera la repentina muerte de su esposo.

Ordenó que no se tocara el cadáver hasta que hubieran

trascurrido cuarenta y ocho horas; pero la descomposicion fué tan instantánea, que hizo renunciar á la reina á las espe ranzas que habia concebido.

Se dieron, pues, las órdenes convenientes, y se vistió el del monarca con las ceremonias de estilo.

cuerpo

Pusiéronle las bandas y collares de las órdenes nacionales y extranjeras, colocáronle en el féretro, y despues de cubrir su parte inferior con los mantos de las reales órdenes, lo entregaron al mayordomo mayor, conde de Torrejon.

En seguida le trasladaron al salon de Embajadores.
Allí se habian levantado siete altares portátiles.

El féretro quedó colocado en una magnífica cama imperial que habia debajo del dosel, sobre una tarima entapizada de terciopelo carmesí.

Acto contínuo el mayordomo mayor hizo entrega del régio cadáver á los monteros de Espinosa que quedaron encargados de su custodia.

Situáronse dos monteros á la cabecera del féretro con la corona y el cetro, y otros tantos á los piés.

Fuera del dosel habia dos maceros de la casa real.

Guardaban además el cadáver dos gentiles hombres de cámara, dos mayordomos de semana, dos exentos y la correspondiente guardia del mismo real cuerpo con el capitan de ella, duque de Alagon, que no debia abandonar al rey hasta dejarlo en el panteon.

El 1.o de Octubre colocaron el cadáver en una caja de plomo con visera, y esta dentro de otra de madera forrada de tisú, cada una de las cuales tenia dos llaves.

Los dias 30 de Setiembre y 1 y 2 de Octubre estuvo expuesto al público el cadáver del rey.

En todos los altares que hemos citado se celebraron sufragios por su alma.

La música de la real capilla entonó el oficio de difuntos. En la mañana del dia 3 comenzaron las ceremonias para el entierro.

Dispuesto todo para la traslacion del féretro, tomáronle en sus manos los gentiles-hombres de cámara y mayordomos de semana, á quienes correspondia llevarlo hasta el principio de la escalera principal, desde donde hasta su fin le condujeron los gentiles-hombres de casa y boca, colocándolo en el coche que precedia á la estufa de respeto.

Abrian la marcha los batidores de la Guardia Real; venian los monteros de Espinosa al lado del féretro, y delante montados y con hachas en la mano los gentiles-hombres de cá

mara.

Cerraban la comitiva un escuadron de la Guardia Real, las comunidades y el clero.

Las tropas de la guarnicion estaban tendidas en la car

rera.

Al pasar el cadáver le tributaron los honores de ordenanza, igualmente que la artillería, colocada en los sitios de costumbre.

La comitiva, guardando siempre el órden que hemos descrito, y deteniéndose en los pueblos del tránsito para que se cantasen responsos, llegó aquella tarde à la villa de Gala

pagar.

Cubria la retaguardia un escuadron de lanceros, precedido de dos piezas de artillería.

A la mañana siguiente llegó el fúnebre acompañamiento al real monasterio del Escorial, donde se celebraron las exe

quias con la pompa y aparato debidos á la alta dignidad del

monarca.

Una vez terminados, los gentiles-hombres de cámara, los mayordomos de semana y demás, de la comision acompañaron el féretro al panteon, donde le dejaron en una mesa que habia delante del altar.

El mayordomo mayor, conde de Torrejon, abrió con dos llaves doradas la caja exterior, y levantando la puertecilla de la visera se vió por el cristal, á presencia del notario mayor de los reinos, que el cuerpo que contenia era el del rey don Fernando de Borbon, sétimo de este nombre.

Entonces el mayordomo mayor recibió juramento á los monteros de Espinosa de que aquel era el cadáver del indicado monarca que les habia entregado.

Reconocido el cuerpo de Fernando, el duque de Alagon, capitan de Guardias de la real persona, pidió silencio y exclamó en alta voz, mediando de una á otra una leve pausa: -¡Señor, señor, señor!

Como era natural, el rey no respondió, y entonces el duque, dirigiéndose á los que le rodeaban:

-Puesto que S. M. no contesta, añadió, es señal indudable de que está muerto.

Acto contínuo rompió S. E. el baston del mando, arrojándolo á los piés de la mesa donde yacía el que habia empuñado el cetro.

El mayordomo cerró la caja y depositó las llaves en manos del prior del Escorial, fray José de la Cruz, que se dió por entregado de los restos mortales del sétimo Fernando.

Al bajar al panteon el féretro ocurrió un incidente que

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pareció demostrar que aun despues de muerto habia de causar estragos el finado.

Cayendo al suelo rompió una de las gradas de piedra, y durante la ceremonia era tal el hedor, que algunos de los de la comitiva se desmayaron.

Imágenes vivas del reinado de Fernando, porque en el sepulcro, exhalados los aromas de la lisonja, solo queda la verdad, y la verdad de la tiranía es toda corrupcion.

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