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cias á engrosar las filas de los ejércitos españoles, ya en hostilidades con los franceses.

Eran satisfactorias las noticias que se adquirian; los cuarteles iban quedando vacíos, y lo que daba más gusto, algunos de los honrados desertores se llevaban consigo las banderas.

IV.

Al paso que seguian llegando las noticias, crecian, si no las esperanzas, desde luego grandes, á punto de no admitir aumento, los extremos de gozo.

Entre todas las noticias, las de Zaragoza excitaban particular entusiasmo.

Palafox habia llegado á ser un semi-Dios; admiradas las gentes que le habian conocido en sus mocedades, apenas creian de que hubiese llegado á ser un general tan insigne.

Me acuerdo de una llamada batalla de Las Eras, dada en Junio de 1808, en que los franceses habian sido completamente derrotados, y de una proclama que contenia poco más ó ménos las frases siguientes:

«Si la batalla de Las Eras hubiese sido ganada por esos vocingleros (los franceses), se habria puesto á la par de las de Marengo, Austerlitz y Jena, pero vosotros (los aragoneses), solo mirais como un ensayo de las que estais dispuestos á ganar bajo el mando de vuestra generalísima patrona.»>

Esta produccion fué leida y admirada en el café de la Corredera Baja de San Pablo en medio del dia, tocándome, como solia tocarme, el papel de lector entre los concurrentes.

Si algo se hablaba de la Contitucion que estaba haciéndose en Bayona, era por via de burla, no sin maldecir á los que se presentaban á hacerla ó aprobarla, de ellos los más esforzados, como acreditaron muchos con la conducta que despues siguieron, viva ya la guerra.

V.

Murat se habia ido de Madrid å reinar en Nápoles. El odio público habia seguido al verdugo de las victimas del Dos de Mayo, y como poco antes de partir hubiese sido acometido de cólicos violentos, aun hubo la atrocidad de culpar al facultativo que le asistió, porque le hubiese salvado la vida. Quedó mandando Savary, casi igualmente aborrecido por su conducta en Madrid y Vitoria en Abril anterior, y por cierto mas digno de aborrecimiento que el mismo Murat, siendo uno de los peores satélites de su amo.

No tengo presente donde moraba Savary, pero sí que no era en Palacio, el cual estaba abandonado, no sin dolor ni escándalo de los españoles, para quienes era á modo de religion la monarquía.

Me acuerdo de haberle visitado con frecuencia para ver á mi sabor las bellas pinturas que entonces contenia, y ahora están en el Museo.

En las salas se paseaban algunos franceses, y en un dormitorio (el de la reina María Luisa creo) dos ó tres de ellos con otras tantas mujerzuelas de mala vida estaban jensayándose en el bolero con acompañamiento de guitarra y castañuelas.

Veíanse por allí en un rincon el famoso sombrerito de

tres picos con un par de botas á un lado, que eran ó se suponian ser del mismo Napoleon, y que enviados á esta capital, cuando aun estaba en ella el rey, habian servido de prueba de que el emperador francés no solo venia á España como huésped, sino que estaba de camino.

Y como ha habido quien niegue la venida de tales prendas, no está demás decir que las ví yo mas de una vez por mis propios ojos.

Sin ser yo entonces muy monárquico, si bien no era lo contrario, sino una mezcla de una y otra cosa, miraba con dolor ó ira aquellas escenas, que me parecian un insulto hecho no solo á la magestad del trono, sino al decoro del pueblo español, del cual era el trono representante.

Por fortuna, bien está repetirlo: creiamos cercana la venganza de tanta afrenta.

VI.

Habia llegado Julio y pocos triunfos habian conseguido nuestros odiados dominadores.

Resistia Zaragoza: era verdad que el mariscal Moncey se habia retirado de Valencia, rechazado de los flacos muros de aquella ciudad, solo propios para resistir á armas no de fuego: de Andalucía era seguro que Dupont se habia venido atrás, desocupada Córdoba.

Andábase averiguando noticias, siendo difícil tenerlas ciertas, pues solian carecer de ellas los mismos franceses.

Tal era la sandez, hija del entusiasmo, que aun en gente no vulgar era frecuencia salir á la calle á saber noticias, y volver á casa con grande satisfaccion, porque habiendo mirado á la cara á algunos franceses, habian notado en ellos

señales de mal humor; de lo cual se deducia que estaban furiosos ó tristes por el mal estado de sus negocios, como sino pudiese ser y no fuese con frecuencia aprension del observador la figura ó mala cara de los observados, ó como si razones privadas y no políticas, no causasen en un francés enfado ó tristeza.

En medio de esto, súpose que habia entrado José Napoleon como rey, por las provincias del Norte.

Estaba desmentido el grosero y súcio estribillo de seguidilla, que aun en Madrid cantaban á media voz dominando los franceses, el cual era, ni más ni ménos, el siguiente:

Anda salero,

no c.... á en España
José primero.

-«Ya sucedió lo que se suponia que no», exclamó con pesar una persona al oir el estampido (que entonces no se llamaban detonaciones) de los cañones que en esta córte anunciaban y celebraban la entrada del nuevo monarca en su reino.

Pero, así y todo, no habia por qué desmayar; malas digestiones le esperaban en el mal adquirido trono, y en la tierra, que llamaba su reino, y como habia entrado saldria.

Tiempo hubo en que parecia errado el pronóstico, pero al cabo vino á resultar cierto, que tanto puede un pueblo resuelto á no llevar el yugo de los extraños, y tenaz en su esperanza y fé aun en los reveses de la más adversa fortuna.

Por entonces, y estando José cerca de Búrgos, llegó la nueva de haberse dado una gran batalla en los confines del antiguo reino de Leon y de Castilla la Vieja.

Como es de suponer, para los madrileños habia terminado la batalla con una victoria completa de los nuestros, aunque habia sido cabalmente lo contrario.

Algo contradijo la persuasion, poco menos que universal, de haber sido de los españoles la victoria, saber que el titulado rey venia acercándose á Madrid, y que iba á entrar en la villa que llamaba su córte y en el usurpado Palacio.

Entonces ya, si no se convino en que habia habido derrota por parte de nuestros compatricios, se calló la relacion minuciosa de la batalla, preocupándose los ánimos solo del modo de recibir al rey calificado de intruso.

De él se afirmaba que era tuerto; y con seguridad, que gustaba de beber con exceso, á punto de merecer la grosera calificacion de borracho. En suma, si de oficio y para sus poco numerosos parciales era D. José Napoleon I rey de las Españas y de las Indias (que tales títulos tomó) para la noventa y nueve centésima parte de los españoles, vino á ser conocido con el apodo familiar, pero no amigo, de Pepe Botella.

VII.

No puedo hablar del recibimiento hecho al pretendiente al trono en Madrid, porque si bien residia yo en esta capital, no salí de casa aquel dia.

En que fué malo, no cabe duda, si bien tal vez se ponderó la soledad de las calles, porque á falta de adictos, hubo de haber curiosos.

Era comun en aquellas horas repetir la narracion y descripcion de la entrada del archiduque Cárlos en Madrid, titulándose Cárlos III, que está en los Comentarios del mar

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