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nada á los pueblos, se trazaban planes, se entablaban contratos, se formalizaban tratados, se hacia la paz ó la guerra; sin tener en cuenta que el pueblo y solo el pueblo, era el que recogia de rechazo las funestas consecuencias de esta fatal política.

Este ha sido durante todo el reinado de Cárlos IV el sistema seguido, y una vez dado el criterio, fácil es concebir hasta dónde llegaria nuestra ruina y desprestigio.

Floridablanca, uno de los hombres mas ilustrados de su época, y que con sus luces é ilustracion habia coadyuvado á la especie de artificial renacimiento iniciado por Carlos III, fué el primer ministro en quien sin duda por la memoria que debia á su padre, depositó su confianza Cárles IV. Pero si bien el conde de Floridablanca reunia las dotes de ilustracion y práctica de los negocios necesaria para desempeñar el cargo que se le habia encomendado, los momentos eran difíciles, pues la revolucion francesa llamaba á la puerta de todas las naciones con la potente voz de las ideas nuevas; el conde, con el hábito del poder, se habia hecho demasiado suspicaz y desconfiado, y trataba de oponer una barrera á las ideas que él mismo habia profesado y profesaba todavía quizás en su conciencia; haciendo desaparecer hasta el influjo del Consejo de Estado, como si este cuerpo le estorbase para gobernar completamente á su antojo.

Dado este paso, reunió un ridículo simulacro de Córtes, con el objeto de jurar al Principe de Asturias D. Fernando, como heredero de la corona de España; y si bien estas Córtes, llevaron en un principio su docilidad y sumision hasta el punto de proponer al monarca las reformas ó leyes que éste les indicaba, como sucedió en el asunto de la ley sálica, poco despues comenzaron á hacer peticiones y á pedir la estirpacion de algunos abusos por iniciativa propia.

Era esto mucho mas de lo que necesitaba el conde de Floridablanca para alarmarse por todas partes veia el fantasma de la revolucion francesa, que llegaba en aquellos momentos á una de sus épocas mas críticas, temia que este ejemplo se propagase, y el efecto de esta suspicacia fué la clausura de las Córtes, sin que con respecto á la Pragmá

tica de derogacion de la ley sálica, se hubiesen llenado las formalidades necesarias.

Entre tanto la Francia habia declarado decaido del trono al inocente vástago de los Capetos, y trataba de vengar en él todas las faltas y crimenes de sus antecesores.

La noticia de estos acontecimientos causó gran sensacion, no solo en la corte sino en el pueblo, que juzga siempre con el corazon, y la idea de declarar la guerra á la naciente República, para librar á Luis XVI de las garras de la Convencion, cundió por todas partes. El conde de Floridablanca fué el primero que, sin tener en cuenta el estado en que se encontraba la nacion, su empobrecimiento, la falta de recursos militares, el peligro de luchar contra las revoluciones, y otra infinidad de circunstancias que seria prolijo enumerar, aconsejó á Cárlos IV la declaracion de la guerra á la República.

El monarca español no deseaba otra cosa, y por lo tanto acogió de un modo venévolo la idea de Floridablanca; pero bien pronto se le vió mudar de parecer, por el gran influjo que sobre su débil y apocado ánimo tenia su muger María Luisa, que trastornó los planes del ministro, el cual cayó repentinamente en desgracia.

Ya sabemos que en aquellos tiempos, en que la arbitrariedad se llevaba hasta el último extremo, que no habia una voz que pudiese levantarse á protestar, la desgracia de los ministros era frecuentemente la prision. El ilustre conde de Floridablanca pasó del palacio de Madrid á habitar la ciudadela de Pamplona, por el crimen de haber aumentado la autoridad real á costa de los Consejos, que se vieron entonces reducidos casi á la nulidad.

El conde de Aranda (1) sucedió en el poder á Floridablanca; pero

(1) El conde de Aranda fué uno de nuestros primeros hombres de Estado, y de los qre mas claramente veian y juzgaban los acontecimientos de su tiempo. Solo el informe luminosísimo que desde París dirigíó á Cárlos III sobre la suerte futura de nuestras posesiones americanas, cuando se firmaron los tratados de reconocimiento de los Estados-Unidos de América, y el leido en Aranjuez con motivo de la guerra que habia estallado entre España y la República francesa, bastan para dar renombre á un hombre público.

aun cuando aconsejó al rey una política contraria á la propuesta por su antecesor, como era la neutralidad con la Francia, pasó por el poder como un fugaz meteoro, siendo relegado al entonces casi insignificante Consejo de Estado.

¿Cuál era la causa de estas mudanzas de todo punto inmotivadas, de estas vacilaciones del monarca, de esta lucha intestina dentro de Palacio? El conde de Floridablanca cae en desgracia, al parecer, por aconsejar al rey la guerra; el de Aranda es relegado á la oscuridad por aconsejar la paz: no era, pues, de política de lo que se trataba; sino de una influencia oscura, bastarda y hasta criminal.

D. Manuel Godoy comenzaba sus primeros pasos en la privanza de María Luisa, y no debia tardar mucho en ser tambien el privado de Carlos IV y el dueño absoluto de la hidalga nacion española. Antes de proseguir, digamos dos palabras sobre los antecedentes de este hombre que tan funestamente influyó, durante muchos años, sobre los destinos de España.

D. Manuel Godoy era oriundo de una familia extremeña; si bien noble, de esa nobleza oscurecida por la falta de fortuna. Podia considerársele, pues, como un hidalgo de provincia de aquellos, que aunque pagados de sus armas y teniendo siempre presente su casa solariega, se ven precisados á buscar en una vida mas o menos aventurera los medios de subsistencia.

Godoy, como la mayor parte de los hidalgos que se encontraban en su caso, se dedicó á la carrera militar, pues cualquiera otra la desdeñaban en aquella época todos los que podian mostrar aunque no fuese mas que un trozo de pergamino que contuviese una ejecutoria. Despues de tomar algunas ligeras nociones de matemáticas, de equitacion y de esgrima, y con algunos conocimientos del francés y el italiano, consiguió entrar en el cuerpo de Guardias de Corps, que era considerado en aquel tiempo como el mas distinguido.

Lejos estaba Godoy de comprender cuando vistió el lujoso uniforme de guardia, que la fortuna le esperaba para elevarle al pináculo de sus favores; pero bien pudo conocer, que las dotes personales que le

adornaban, podian darle fácil acceso en una corte como la de María Luisa.

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No obstante, en tiempo de Cárlos III fué desterrado por la rigidez de costumbres de este monarca; pero esta desgracia contribuyó eficazmente a su mas rápido encumbramiento, pues á la muerte del padre de Carlos IV, este monarca, que no pensaba en otras distracciones que en la caza, ejercicio no muy apropósito para el desarrollo de la inteligencia para la práctica de los negocios, y que por otra parte, como ya dejamos indicado, estaba completamente subordinado á los caprichos y mandatos de su esposa, llamó al desterrado guardia á la Córte, amontonó sobre él de un modo inusitado, que causó el asombro y el escándalo á la vez, riquezas y honores, y en muy poco tiempo el simple soldado se vió convertido en grande de España de primera clase, duque de la Alcudia y caballero del Toison de Oro.

Sin duda no bastaba esto; parecia que Carlos IV trataba de hacerle su sustituto en todo, y abdicó en él el poder, nombrándole ministro de Estado.

Sin embargo, la cuestion de paz ó de guerra con la República francesa continuaba sobre el tapete despues de la caida de dos ministros; era necesario, pues, resolverla.

El flamante ministro dió sus instrucciones á nuestro representante en París, para continuar unas negociaciones ya entabladas por el conde de Aranda; pero estas intrucciones eran tan inconvenientes, pues envolvian tácitamente una amenaza á la República, que ésta contestó desdeñosamente á nuestras demandas, y nos puso en el terrible dilema de hacer la guerra ó esperimentar un afrentoso desaire.

En la córte de España se consideró la cuestion como negocio de familia; no se miró el estado en que se encontraba la nacion, sin recursos, sin petrechos militares, sin ejército, y se decidió hacer la guerra á todo trance. En vano el conde de Aranda se esforzó en probar lo arriesgado de la empresa, Godoy la aprobaba, Cárlos IV obraba por impulsos de familia, y hasta la misma nacion, ofuscada en un principio, sintió renacer en su corazon las antiguas rivalidades que habian existido entre los habitantes de los dos lados del Pirineo.

Esto produjo un entusiasmo ruidoso, pero de corta duracion. Hubo donativos cuantiosos, ofrecimientos de todo género; pero bien se conocia que aquel movimiento no llegaba al fondo de la nacion.

El general Ricardos, tenido por el mas esperimentado de la época, invadió al frente de un pequeño cuerpo de tropas españolas el Rosellon, consiguió notables victorias, y si bien en la segunda parte de la campaña, sufrió descalabros de consideracion por falta de medios, al terminar ésta pisaban nuestros soldados todo el terreno del Rosellon que média entre la frontera y el rio Tet.

Al comenzarse la segunda campaña murió el general Ricardos, y el ejército español se confió á hombres inespertos, y el resultado de ello fué el apoderarse el enemigo de la mayor parte del territorio que média entre la línea del Ebro y el Pirineo.

En situacion tan angustiosa, sin medios, sin recursos, con el ejército desmoralizado por las derrotas, cansados ya los puebles de tan repetidos empréstitos, fué preciso solicitar la paz, pudiendo entonces convencerse todos los partidarios de la guerra de cuán sábias, oportunas y sensatas habian sido las reflexiones del conde de Aranda, cuando con todas sus fuerzas se oponia á la guerra.

Sin embargo, el que habia sido la causa y motor de esta funesta lucha, que además de inmensos sacrificios nos costo la mitad que nos quedaba de la isla de Santo Domingo, fué nombrado Príncipe de la Paz, mientras el conde de Aranda gemia en el destierro. ¡Hé aquí la justicia que imperaba en aquella escandalosa y corrompida córte!

Despues de esta paz ignominiosa, provocada fatalmente por una conducta insensata, el flamante Príncipe remachó su obra con un tratado de alianza y amistad con la República, tratado mas om inoso y perjudicial para España, si cabe, que el célebre pacto de familia de Carlos III, que tantas desgracias atrajo sobre nuestra nacion. Con solo decir que por el tratado de San Ildefonso, quedaba España uncida al carro triunfa dor de la Francia, perdia su autonomía y libertad, encontrándose ligada á compromisos y encadenada á acontecimientos y luchas, en las cuales no podia ganar nada; pero en donde consumió hasta los úttimos restos

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