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los dominios españoles, y la nacion desangrada por una larga guerra

civil.

No hay idea, en nuestro humilde concepto, mas errónea que esta. ¿Qué debemos á la dinastía de Borbon hasta fines de la pasada centuria? Analicemos.

A fines del siglo pasado, cuando las naciones de Europa habian acogido ávidamente los grandes descubrimientos de la época; cuando las ciencias amaestradas por el renacimiento filosófico iniciado por Bacon y Descartes, habian tomado su verdadero rumbo; cuando la industria ayudada por el desarrollo de las ciencias, comenzaba á desenvolverse en una escala prodigiosa; cuando el comercio tomaba gigantescas proporciones, sin tener para nada en cuenta las distancias; cuando se colocaban ya sobre el tapete la mayor parte de los problemas sociales; cuando las ciencias naturales habían realizado ya prodigiosos y útiles descubrimientos; cuando todo se movia, se agitaba, se despertaba del letargo de la Edad media, ¿qué hacia España, volvemos á repetir, mas que continuar en un sueño letal que á cada instante la alejaba un siglo de los demás pueblos vecinos?

Cierto que los Borbones nos habian vestido á la francesa, que habian tratado de traducir en nuestro país desde el Versalles de Luis XIV hasta la Academia de los inmortales; pero sus esfuerzos por hacer fructificar una planta completamente exótica, olvidándose enteramente de los gérmenes indigenas y originales, solo tuvieron por resultado ridículas imitaciones, como el real sitio de San Ildefonso y el famoso Diccionario de la Academia Española.

Es verdad que con malas condiciones se fundaban en la Córte algunos Museos de ciencias naturales; pero en cambio en todas las escuelas de España, casi exclusivamente entregadas al clero regular, en aquella época ya ignorantísimo, se enseñaba la filosofía escolástica, la física, la química y la historia natural por medio de silogismos en BarbaraCelarem-Darii, etc., poniéndose en tela de juicio y anatematizándose aun las mas claras verdades, casi reveladas por la naturaleza misma.

Bien podemos afirmar que aquellos cláustros, que aquellos doctores

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in utroque, eran el fiel trasunto de los que en tiempo de Cristobal Colon, no conociendo las leyes de la atraccion de la tierra, no creian en la existencia de los antipodas, y dudaban que las naves, una vez llevadas á las regiones adonde queria conducirlas aquel atrevido navegante, pudiesen volver otra vez á la madre pátria.

El tiempo habia pasado en vano para ellos, encerrados en las ya ridículas y desacreditadas fórmulas de un grosero escolasticismo.

Y si nos fijamos en la industria, que suele ser muchas veces la pauta y norma que sirve para fijar los adelantos y grado de progreso en que una nacion se encuentra, ¿qué podremos añadir?

Con solo anunciar que casi todos los artículos manufacturados los recibia España de los países circunvecinos, que esta desdichada nacion, tan rica naturalmente por sus producciones de todos géneros, pagaba un enorme tributo al extrangero, sin producir nada en cambio que pudiese establecer el equilibrio, ya que no la supremacía que debiera tener, habremos manifestado cuál era el lastimoso estado en que se encontraba el pueblo español.

Es cierto, que algunos monarcas de la dinastía de Borbon establecieron fábricas por cuenta del Estado para que sirviesen de modelo y de estímulo; pero la esperiencia nos ha demostrado que una nacion no se hace industrial oficialmente, ni por medio de estos ejemplos; solo sí, adoptando los buenos principios económicos, removiendo obstáculos, dando libertad, no constituyéndose el Estddo en fabricante ni en industrial. De todo este renacimiento ficticio que tanto pretenden alabar algunos, ¿qué resta mas que unas cuantas ruinas, lo mismo en la industria que en la ciencia, que en el arte, que en la literatura; ruinas que, por venerables que puedan ser, solo demuestran lo ineficaces que son los gobiernos para hacer la felicidad de los pueblos, cuando en vez de tener presentes sus propios elementos, su genio, su espíritu y hasta sus legítimas tradiciones, solo tratan de amoldarlos á ideas preconcebidas, á planes dispuestos a priori, á leyes inútiles, á reglamentos y disposiciones sin cuento?

La nacion yacía postrada en el silencio, en el marasmo, en un sueño

muy parecido á la muerte. El pueblo, y damos á esta palabra un sentido muy lato, puede decirse que yacía sumido en la mas completa ignorancia, efecto de la fatal política que describimos: el clero, tanto regular como secular, contribuia á mantener este estado; primero por cálculo, y despues por falta tambien de luces; y así como se ponian diques y aduanas á las mercancías y se entorpecia el comercio material, se trataban de establecer barreras á las ideas que pululaban en el extrangero, y de este modo, se cerraba la puerta á todo adelanto, á todo progreso, como si la inmovilidad no fuese la ruina y la muerte.

Tal era la España que podemos llamar de Cárlos IV y de Godoy, en cupo tiempo llegó nuestra postracion y desprestigio, hasta el extremo de hacer creer al general del siglo que el pueblo español no existia, y que unos cuantos miles de hombres podian borrar la barrera de los Pirineos.

Era necesario, pues, para sacar á esta nacion del estado de inercia en que se encontraba, un choque violento, que pusiese todos sus elementos en conmocion, que devolviese al cuerpo social la actividad perdida, que sacase de aquel fatal letargo á un pueblo digno por sus heróicos hechos de mejor suerte; que vivificase, en fin, á una nacion yerta por el mortífero frio del despotismo mas infecundo, mas ignorante y tambien mas vergonzoso.

Este acontecimiento fué la revolucion francesa, que aunque se la considere generalmente por los que solo se paran á examinar la apariencia de las cosas, solo como un lago de lágrimas y de sangre, ha sido, y hoy los hombres del siglo XIX podemos decirlo sin pasion ni encono hácia nadie, ha sido, repetimos, uno de los mas decisivos hechos de la historia, que ha venido á renovar al mundo sumido todavía en la oscuridad de los tiempos medios.

Nosotros somos los primeros en reprobar todo derramamiento de sangre, toda violencia, todo trastorno; pero puesto que por desdicha la humanidad, lo mismo que el individuo, solo pueden vivir y desarrollarse en medio del dolor, deplorando los crímenes y trastornos que inevitablemente acompañan siempre á las revoluciones, aceptamos sus conquistas

TOMO I.

y damos á cada cual su merecido. Todavía los pueblos no pueden marchar pacificamente por la via del progreso por la resistencia tenaz de los gobiernos; todavía á la revolucion que destroza y destruye no se ha podido sustituir la revolucion pacifica, y como el destino de la humanidad es caminar siempre, pues la inercia es la muerte, tiene que recurrir al único medio que le queda. Cúlpese, pues, á la ciega resistencia, que es la que provoca esas violentas sacudidas, y caiga sobre ella la sangre derramada.

La revolucion francesa, ó mejor dicho las ideas propaladas por ella en medio del fragor de los cañones, despertaron á la Europa. Una lucha heróica, sin ejemplo quizá en la historia, despertó á España de su letargo.

Veamos cómo.

CAPITULO II..

CARLOS IV Y GODOY.、

La política asunto de familia.-Floridablanca.-Reunion de Córtes.-Abolicion de la ley Sálica.-La Francia republicana.-Caida de Floridablanca.-Efímero poder del conde de Aranda.-D. Manuel Godoy.-Su rápida elevacion.-Negociaciones con la República francesa.-Guerra entre España y Francia.-Funestos resultados para España.-Tratado de San Ildefonso.-Descontento general.Jovellanos y Saavedra en el poder.-Caida de Godoy.-Destitucion de Jovellanos y Saavedra.-Godoy rehabilitado en el concepto de María Luisa.—Ridícula guerra de las Naranjas. -Triste desastre de Trafalgar.-Es destronado el rey de Nápoles.-Donativo de Godoy á Napoleon.-Vacilaciones de Godoy.-Nueva sumision á Napoleon.

Colocamos espresamente juntos los nombres que sirven de epígrafe á este capítulo, por la perniciosa influencia que tuvo D. Manuel Godoy en los destinos de España, durante todo el reinado de Cárlos IV, reinado que sería de los mas desdichados para la nacion, si acontecimientos posteriores no hubieran demostrado ámpliamente, hasta dónde puede llegar en sus arbitrariedades el despotismo, cuando se trata de un pueblo sumido en la ignorancia y el fanatismo.

Considerábase entonces la política (desgraciadamente casi como hoy) mo mero negocio de familia, v como si sus decisiones no interesárao

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