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cerca estaba el cielo de la tierra. Porque los cantos de aquí se oyen allá, por bajo que hombre cante ó hable, y que si no me quisiese creer, se subiese él al cielo, y yo cantaria con muy baja voz, y que si no me oia me condenase por necio.

Prometo à vuestra merced que hubo de callar el bueno del rector, y dejar lo demás para los otros. Pero cuando le vieron como corrido, no hubo quien osase ponerse en ello, antes todos callaron y dieron por muy escelentes mis respuestas. Nunca me vi entre los hombres tan honrado, ni tan señor acá, y señor acullá; la honra de Lázaro de dia en dia iba acrecentando; en parte la agradezco á las ropas que me dió el buen duque, que si no fuera por ellas, no hicieran mas caso de mí aquellos diablos de haldilargos, que hacia yo de los atunes, aunque disimulaba. Todos venian para mí, unos dándome el parabién de mis respuestas, otros holgándose de verme y oirme hablar. Habiendo visto ini habilidad tan grande, el nombre de Lázaro estaba en la boca de todos, y iba por toda la ciudad con mayor zumbido que entre los atunes. Mis convidados quisiéronme llevar à cenar con ellos, y yo también quise ir, aunque rebusé segun la usanza de allá á la primera, fingiendo ser por otros convidado. Cenamos, no quiero decir qué, porque fué cena de licencia aquella, aunque bien vi que la cena se aparejó á trueco de libros, y así fué tan noble.

Después de haber cenado, y quitados los manteles de la mesa, tuvimos por colacion unos naipes, que suelen ser allá cotidianos, y cierto que en aquello algo mas docto estaba yo que no en las disputas del rector. Y salieron en

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fin dineros á la mesa, como quiera que ello fuese. Ellos como muy diestros en aquella arte, sabian hacer mil trasplantojos, que á ser otro, dejara cierto el pellejo, porque al medio mal me iba, pero à la fin les traté tan bien que ellos pagaron por todos, y demás de la cena embolsé mis cincuenta reales de ganancia en la bolsa. Tomaos pues con aquel que entre los atunes habia sido señoría; de Lázaro se guardarán siempre, y por despedirme dellos quisiera hablar algo en lengua atunesa, sino que no me entendieran. Después temiendo no me pusiesen en vergüenza, porque no les faltara ocasion, partime de allí pensando que no to. davía puede suceder bien.

Así determiné volverme dándome verdes con mis cincuenta reales ganados, y aun algo mas que por honra dellos al presente callo, y llegué á mi casa, adonde lo hallé todo muy bien, aunque con gran falta de dinero. Aquí me vinieron los pensamientos de aquellos doblones que se desaparecieron en el mar, y cierto que me entristecí, y pensé entre mí que si supiera me habia de suceder tan bien como en Salamanca, pusiera escuela en Toledo, porque cuando no fuera sino por aprender la lengua atunesa, no hubiera quien no quisiera estudiar. Después, pensándolo mejor, vi que no era cosa de ganancia, porque no aprovechaba algo; así deje mis pensamientos atrás, aunque bien quisiera quedar en una tan noble ciudad con fama de fundador de universidad muy celebrado, y de inventor de nueva lengua nunca sabida en el mundo entre los hombres. Esto es lo sucedido después de la ida de Arjel; lo demás con el tiempo lo sabrá vuestra merced, quedando muy á su servicio. - Lázaro de Tormes.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE DE LAZARILLO DE TORMES, POR INCIERTO AUTOR.

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SEGUNDA PARTE

DE

LAZARILLO DE TORMES,

SACADA DE LAS CRÓNICAS ANTIGUAS DE TOledo,

POR H. DE LUNA,

INTÉRPRETE De la lengua eSPAÑOLA.

A LOS LECTORES.

LA ocasion, amigo lector, de haber hecho imprimir la segunda parte de Lazarillo de Tormes, ha sido por haberme venido á las manos un librillo que toca algo de su vida, sin rastro de verdad. La mayor parte dél se emplea en contar cómo Lázaro cayó en la mar, donde se convirtió en un pescado llamado atun, y vivió en ella muchos años, casándose con una atuna, de quien tuvo por hijos tres peces como el padre y la madre. Cuenta también las guerras que los atunes hacían, siendo Lázaro el capitán, y otros disparates tan ridículos como mentirosos, y tan mal fundados como necios. Sin duda que el que lo compuso quiso contar un sueño necio ó una necedad soñada. Este libro, digo, ha sido el primer motivo que me ha movido á sacar á luz esta segunda parte, al pié de la letra, sin quitar ni añadir, como la vi escrita en unos cartapacios, en el archivo de la jacarandina de Toledo, que se conformaba con lo que habia oido contar cien veces á mi abuela y tias al fuego las noches de invierno, y con lo que me destetó mi ama; por mas señas, que disputaban muchas veces ella, y otras vecinas, cómo habia podido ser que Lázaro hubiese estado tanto tiempo dentro del agua (como se cuenta en esta segunda parte) sin ahogarse. Las unas decian en pro, las otras en contra; aquellas acotaban el mesmo Lázaro, que dice no le podia entrar el agua, por estar lleno y colmado de vino hasta la boca. Un buen viejo esperimentado en nadar, para probar ser cosa hacedera, interpuso su autoridad, diciendo habia visto un hombre, que entrando á nadar en el Tajo, se zambulló y metió en unas cavernas, desde que el sol se puso hasta que salió, que con su resplandor pudo atinar el camino; y cuando todos sus parientes y amigos estaban hartos de llorarle, y buscar su cuerpo para darle sepultura, salió sano y salvo. La otra dificultad que en su vida hallaban era, el no haber ninguno conocido ser Lázaro hombre, y que todos los que le veian lo juzgasen por pez: á esto respondia un buen canónigo (que por ser muy viejo estaba todo el dia al sol con las hilanderas de rueca) haber sido mas posible; ateniéndose á la opinion de muchos autores antiguos y modernos, entre los cuales son Plinio, Eliano, Aristóteles, Alberto Magno, los cuales certifican haber en la mar unos pescados, que á los machos llaman tritones y á las hembras neréidas, y á todos hombres marinos, los cuales de la cintura arriba tienen figura de hombres perfectos, y de allí abajo de peces; y yo digo, que aunque esta opinion no fuera defendida de autores calificados, bastaba, para escusa de la ignorancia española, la licencia que los pescadores tenian de los señores inquisidores; pues fuera un caso de inquisicion, si dudaran de una cosa que sus señorías habian consentido se mostrase por tal. A este propósito (aunque sea fuera del que trato ahora), contaré una cosa que sucedió á un labrador de mi tierra, y fué, que enviándole á llamar un inquisidor para pedirle le enviase de unas peras que le habian dicho tenia estremadas, no sabiendo el pobre villano lo que su señoría le queria, le dió tal pena que cayó enfermo, hasta que por medio de un amigo suyo supo lo que le queria; levantóse de la cama, fuése á su jardin, arrancó el árbol de raiz, y lo envió con la fruta, diciendo no queria tener en su casa ocasion de que le enviasen á llamar otra vez; tanto es lo que los temen, no solo los labradores y gente baja, mas los señores y grandes : todos tiemblan cuando oyen estos nombres, inquisidor é inquisicion, mas que las hojas del árbol con el blando céfiro. Esto es lo que he querido advertir al lector, para que pueda responder cuando en su presencia se verificasen tales cuestiones; y asimismo le advierto me tenga por coronista, y no por autor desta obra, con que podrá pasar una hora de tiempo; si le agradare, aguarde la tercera parte con la muerte y testamento de Lazarillo, que es lo mejor de todo; y si no, reciba la buena voluntad. Vale.

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LAZARILLO DE TORMES.

SEGUNDA PARTE.

CAPITULO PRIMERO.

Donde Lázaro cuenta la partida de Toledo para ir á la guerra de Arjel. Quien bien tiene y mal escoge, por mal que le venga no se enoje. Dígolo á propósito, que no pude ni supe conservarme en la buena vida que la fortuna me habia ofrecido, siendo en mí la mudanza como accidente inseparable que me acompañaba, tanto en la buena y abundante, como en la mala y desastrada vida. Estando pues gozando el mejor tiempo que patriarca gozó, comiendo como fraile convidado, y bebiendo mas que un saludador, mejor vestido que un teatino, y con dos docenas de reales en la bolsa, mas ciertos que revendedora de Madrid, mi casa llena como colmena, con una hija injerta á canutillo, y con un oficio que me lo podia envidiar el echa-perros de la iglesia de Toledo, llegó la fama de la armada de Arjel, nueva que me inquietó é hizo que como buen hijo determinase seguir las pisadas y huellas de mi buen padre Tomé Gonzalez (que buen siglo haya), con deseo de dejar en los venideros siglos ejemplo y dechado, no de guiar á un astuto ciego, ratonar el pan del avariento clérigo, servir al pelon escudero, y finalmente gritar las faltas ajenas; mas el ejemplo y dechado fué de dar vista á los moros ciegos en sus errores, de abrir y romper los atrevidos y corsarios bajeles, de servir à mi valeroso capitán de la órden de San Juan, con quien asenté por repostero, capitulando que todo lo que ganase seria para mí (como lo fué); finalmente, quise dejar ejemplo de gritar y animar, llamando á Santiago y cierra España.

Despedime de mi amada consorte y cara hija; esta me rogó no me olvidase de traerla un morico, y la otra que me acordase de enviarle con el primer mensajero una esclava que la sirviese, y algunos cequíes berberiscos con que se consolase de mi ausencia. Pedí licencia al arcipreste mi señor, á quien encargué el cuidado y regalo de mi mujer é hija, prometiéndome haría con ellas como si fueran propias suyas. Parti de Toledo alegre, ufano y contento, como suelen los que van à la guerra, colmado de buenas esperanzas, acompañado de grande cantidad de amigos y vecinos que iban al mesmo viaje llevados del deseo de mejorar su fortuna. Llegamos á Murcia con intencion de irnos á embarcar á Cartagena, donde me sucedió lo que no quisiera, por conocer que la fortuna, que me habia puesto en lo mas alto de su rueda voltária y subido à la cumbre de la bienaventuranza terrestre con su curso veloz, comenzaba á despeñarme á lo mas ínfimo,

Fué pues el caso, que llegando à la posada ví un semihombre, que mas parecia cabron segun las vedijas é hilachas de sus vestidos tenia un sombrero encasquetado, de manera que no se le podia ver la cara; la mano puesta en la mejilla, y la pierna sobre la espada que en una media vaina de cimojes traia; el sombrero á lo picaresco, sin coronilla, para evaporar el humo de la cabeza; la ropilla era á la francesa, tan acuchillada de rota, que no habia en donde poder atar una blanca de cominos; la camisa era de carne, la cual se veia por la celosía de sus vesti

dos, las calzas al equivalente; las medias, una colorada y la otra verde, que no le pasaban de los tobillos; los zapatos eran á lo descalzo, tan traidos como llevados en una pluma que cosida en el sombrero llevaba, sospeché ser soldado. Con esta imaginacion le pregunté de dónde era, y adónde bueno caminaba; alzó los ojos para ver quién era el que se lo preguntaba, conocióme, y yo á él: era el escudero que en Toledo serví; quedé admirado de verle en tal traje.

Conocida mi admiracion, dijo: « no me espantaria, Lázaro amigo, te maravillase verme como me ves; pero presto no lo estarás si te cuento lo que por mi ha pasado desde el dia que yo te dejé en Toledo hasta hoy. Tornando á casa con el trueque del doblon para pagar á mis acreedores, encontré con una arrebozada que, tirándome del herreruelo, con lágrimas y suspiros mezclados con sollozos, me pidió con encarecimiento la favoreciese en una necesidad que se le ofrecia; roguéle me diese cuenta de su pena, que mas tardaria en dármela que yo en dalle remedio; ella sin dejar el llanto, con una vergüenza virginal dijo, que la merced que le habia de hacer, y ella me suplicaba le hiciese, era la acompañase hasta Madrid, en donde le habian dicho estaba un caballero, que no se habia contentado con deshonrarla, sino que además le habia llevado todas sus joyas, sin tener respeto á la palabra de esposo que le habia dado, y que si yo queria hacer por ella esto, ella haria por mi lo que una mujer obligada debia. Consoléla lo mejor que pude dándole esperanzas, que si su enemigo estaba en el mundo se tuviese por desagraviada. En conclusion, sin tornar el pié atrás, partimos á la corte, hasta donde la hice la costa. La señora, que sabia bien adónde iba, me llevó á una bandera de soldados, donde la recibieron con alegría y la llevaron delante del capitán, para que la pusiese en la lista de las cicatriceras, y tornándose á mí con una cara de poca vergüenza dijo: «adios, seor peligordo, pues esta no es para mas.>> Viéndome burlado, comencé à echar espumajos por la boca, diciéndole, que sí como era mujer fuera hombre, la sacaria el alma de cuajo. Un soldadillo de los que allí estaban se llegó á mí y me hizo una mamona, no osando darme un bofeton, que si me lo hubiera dado, allí podian abrir la sepultura; como ví aquel negocio mal encaminado, sin decir chus ni mus, me fuí mas que de paso, por ver si me seguiria algun soldado de talle para matarme con él; porque si me pusiera con aquel soldadejo, y le matara (como sin duda hiciera), ¿qué honra ó qué fama ganaria? Mas si hubiera salido el capitán ó algun valenton, les hubiera dado mas cuchilladas que arenas hay en el mar. Como vi que ninguno osaba seguirme, fuíme muy contento. Busqué una comodidad, y por no haberla hallado tal cual merecia, estoy como ves verdad es que he podido ser repostero, ó escudero de cinco ó seis remendonas, oficios que aunque muriese de hambre no los tomaria.>>

Concluyó el bueno de mi amo con decir que por no baber hallado unos mercaderes de su tierra, que le prestasen dineros, estaba sin ellos, y no sabia adónde ir aquella

noche. Yo que le entendí la leva, le convidé con la mitad de mi cama y cena; admitió el convite; cuando nos quisimos acostar le dije, quitase los vestidos de encima del lecho, que era pequeño para tanta gente. A la mañana quise levantarme sin hacer ruido, eché mano á mis vestidos, y fué en vago, porque el traidor me los habia hurtado é ídose con ellos; pensé quedarme muerto en la cama de pura pena, y me hubiera sido mejor por evitar tantas muertes como después recibí; di voces apellidando, al ladron, al ladron; subieron los de casa, y halláronme como el nadador, buscando con que cubrirme por los rincones del aposento: se reian todos como locos, y yo renegaba como carretero; daba al diablo al ladron fanfarron que me habia tenido la mitad de la noche contando grandezas de su persona y linaje.

El remedio que por entonces tomé (porque ninguno me lo daba) fué ver si los vestidos de aquel mata-siete me podian servir, hasta que Dios me deparase otros; pero era un laberinto; ni tenian principio, ni fin: entre las calzas y sayo no habia diferencia; puse las piernas en las mangas, y las calzas por ropilla, sin olvidar las medias que parecian mangas de escribano : las sandalias me podian servir de cormas, porque no tenian suelas; encasquetéme el sombrero poniendo lo de arriba abajo, por estar menos mugriento; de la gente de á pié y de á caballo que iban sobre mí no hablo. Con esta figurilla fuí á ver á mi amo, que me habia enviado á llamar, el cual espantado de ver aquella madagaña, le dió tal risa, que las cinchas traseras se aflojaron, é hizo flux: por su honra es muy justo se pase en silencio. Después de haber hecho mil paradillas, me preguntó la causa de mi disfraz; contéselo, y lo que dello resultó fué, que en lugar de tener lástima de mi, me reprendió y echó de su casa, diciendo: que como aquella vez habia acogido aquel hombre en mi cama, otro dia haria lo mismo con alguno que le robase.

CAPITULO II.

Cómo Lázaro se embarcó en Cartagena.

De cosecha tenia el no durar mucho con mis amos: así lo hice con este, aunque sin culpa mia; víme desesperado, solo y afligido, en traje que todos me daban de codo y se burlaban; unos me decian: no está malo el sombrerillo con puerta falsa, parece tocado de flamenca; otros: la ropilla es al uso, parece pocilga de puercos, pues demás que vuestra merced está dentro, le corren tan gordos que los podria matar y enviar salados á la señora su mujer. Díjome un mochiller: « seor Lázaro, por Dios, que las medias le hacen buena pantorrilla. — Las sandalias son á lo apostólico, replicó un barrachel; es que el señor va á predicar á los moros». Tanto me decian y corrian, que estuve determinado á tornarme à mi casa; no lo hice por pensar que la guerra seria muy pobre si en ella no se ganaba mas de lo perdido: lo que mas sentia era que huian de mí como de un apestado.

Embarcámonos en Cartagena: la nave era grande y bien abastecida; izaron las velas y diéron las al viento, que la llevaba é impelia con grande velocidad. La tierra se nos escondió, y el mar se embraveció con un viento contrario, que levantaba las velas hasta las nubes; la borrasca crecia, y la esperanza faltaba; los marineros y pilotos nos desahuciaron; los gemidos y llantos eran tan grandes, que me pareció estábamos en sermon de pasion; con la grande batahola no se entendia nada de lo que se mandaba; unos corrian á una parte, otros á otra parecíamos caldereros; todos se confesaban con quien podian, y tal hubo que se confesó con una piltrafa, y ella le dió la absolucion tan bien como si hubiera cien años que ejercitara el oficio. A rio revuelto ganancia de pescadores; como ví que todos estaban ocupados, dije entre mí: muera Marta y muera harta. Bajé á lo hondo de la nave donde ballé abundancia de pan, vino, empanadas, con

T. III.

servas, que nadie les decia ¿qué haceis ahí? Comencé á comer de todo y á henchir mi estómago por hacer provi sion hasta el dia del juicio. Llegóse á mí un soldado pidiéndome le confesase, y espantado de verme con tan buen aliento y apetito, preguntóme cómo podia comer viendo la muerte al ojo; dijele lo hacia por miedo de que el agua de la mar que habia de beber cuando me ahogase no me hiciese mal: mi simplicidad le hizo sacar la risa de los carcañales. A muchos confesé que no decian palabra con la agonía, ni yo la esuchaba con la prisa de tragar. Los capitanes y gente de consideracion con dos clé. rigos que habia se salvaron en el esquife; yo estaba mal vestido, y así no cupe dentro. Cuando estuve harto de comer fuíme à una pipa de buen vino y trasmudé en mi estómago todo lo que cupo: olvidéme de la tormenta y aun de mí mismo.

La nave dió al través, y el agua entraba por ella como por su casa; un cabo de escuadra me asió de las manos, y con la agonía de la muerte me dijo le escuchase un pecado que me queria confesar, y era que no habia cumplido una penitencia que le habian dado de ir en romería á Nuestra Señora de Loreto, habiendo tenido mucha comodidad para ello, y que entonces que queria no podia; y yo le dije, que con la autoridad que tenia se la conmutaba, y que en lugar de ir á Nuestra Señora de Loreto fuese á Santiago. «¡Ay, señor! dijo él, cuánto quisiera yo cumplir esa penitencia, mas el agua empieza á entrarme por la boca, y no puedo. Si así es, le repetí, os doy por penitencia que bebais toda la de la mar; » mas no la cumplió, que muchos hubo allí que bebieron tanta como él. Llegando á mi boca le dije, á otra puerta, que esta no se abre, y aunque la abriera no pudiera entrar, porque mi cuerpo estaba tan lleno de vino que parecia cuero atisbado.

Al estallido de la nave acudió gran cantidad de pescados parecia les habían dado socorro con los del navio; comian de las carnes de los miserables ahogados (y no en poca agua), como si pacieran en prado concejil. Quisieron hacer ejecucion en mi persona; puse mano á mi tizona, y sin detenerme en pláticas con tan ruin gente, daba en ellos como asno en centeno verde. Silbando me decian : no queremos hacerte mal, salvo saber si tienes buen gusto. Tanto hice, que en menos de medio cuarto de hora maté mas de quinientos atunes, que eran los que querian hacer gaudeamus con estas carnes pecadoras. Los pescados vivos se cebaron en los muertos, y dejaron la compañía de Lázaro que no les era provechosa. Víme señor en la mar sin contradicion ninguna. Discurrí de unas á otras partes, donde ví cosas increibles: infinidad de osamenta y cuerpos de hombres; hallé cantidad de cofres llenos de joyas y dineros, muchedumbre de armas, sedas, lienzos y especería. Todo me daba envidia, y todo lástima por no tenerlo en mi casa; con que, como decia el vizcaino, comiera el pan empringado con sardinas. Hice todo lo que pude, y no hice nada. Abrí una gran arca, é henchíla de doblones y joyas preciosísimas; tomé algunas sogas de muchas que allí habia, con que la até, y añudando unas á otras, hice una tan larga, que me pa reció bastante para llegar á la superficie del agua. Si puedo sacar estas riquezas de aquí (decia entre mí), no habrá bodegonero en el mundo mas regalado que yo: haré casas, fundaré rentas y compraré un jardin en los cigarrales; mi mujer se pondrá don y yo señoría; casaré á mi hija con el mas rico pastelero de mi tierra; todos vendrán á darme el parabién, y yo les diré que lo he bien traba jado, sacándolo, no de las entrañas de la tierra, pero del corazon de la mar; no mojado de sudor, mas remojado como curadillo seco. En mi vida he estado tan contento como entonces, sin considerar que si abria la boca quedaria allí con mi tesoro sepultado hasta ciento y un año. 8

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