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SEGUNDA PARTE

DE LA

VIDA DEL PICARO GUZMAN DE ALFARACHE,

COMPUESTA

POR MATEO LUJAN DE SAYAVEDRA,

natural vecino de Sevilla.

DIRIGIDA Á DON GASPAR MERCADER Y CARROZ, HEREDERO LEGÍTIMO DE LAS BARONÍAS DE BUNYOL Y SIETE AGUAS.

DEDICATORIA

A don Gaspar Mercader y Carroz, legítimo sucesor en las baronías de Bunyol y Siete Aguas. Cuanto las cosas parecen mas flacas y humildes, tanto necesitan de mayor proteccion y que sean favorecidas y amparadas. Y esto mayormente es necesario en los libros que tan de suyo están sujetos á la detracion, y son blanco de todos cuantos quieren enderezar á ellos sus tiros. Y porque el título deste libro es de sí tan humilde, me pareció que con mas razon le habia de buscar un protector mas esforzado y de grande lustre, que solo el nombre suyo y autoridad cerrase las bocas, que á no tenerle osarian abrirse. Consideré en vuestra merced el noble linaje y en su persona el valeroso pecho de gallardo caballero, en su ánimo los crecidos dotes de discrecion y letras. Por lo cual lleva tras sí las voluntades y es comunmente amado y apacible. Y parecióme que iria muy seguro mi libro con este favor, y que la humildad suya y del estilo quedarian muy enriquecidas con solo el nombre de vuestra merced. A quien suplico reciba este pequeño don, con la magnanimidad que suele estimar aun los pequeños servicios; en lo cual vence vuestra merced á Alejandro, á Ciro, Alcibíades y Epaminondas; y con esto se animará este su servidor para sacar á luz otros trabajos, confiado en el valor y sombra de vuestra merced, á quien guarde nuestro Señor muchos años con suma felicidad.

MATEO LUJÁN DE SAYAVEDRA.

SEGUNDA PARTE,

POR MATEO LUJAN DE SAYAVEDRA.

CAPITULO PRIMERO.

LIBRO PRIMERO.

De cómo Guzmán de Alfarache se fué de Roma, y lo que le sucedió al salir.

Luego nos sacamos por el aspecto habláronme en nuestra lengua española, holguéme como si viera dos ángeles, y la igualdad engendró amistad. Contámonos en breve suma nuestros sucesos. Entendi dellos que de sus tierras habian salido por inquietos, y que últimamente habian estado en Flandes en una compañía y se habian huido de conserva con harto peligro de sus vidas. También deseaban salir de Roma y buscar su vida. Fácilmente nos concertamos, porque yo no sabia sus costumbres; y aunque luego las supe, ya les habia cobrado voluntad, y no lo quise dejar, aunque fuera mucho mejor; pero siempre me aconsejaba yo con el gusto y no con el provecho, y valia mas conmigo cualquier deleite y pasatiempo que la buena direccion de mi vida, la cual traia bien estragada. Como teníamos pocas alhajas que recoger y habíamos de salir á pié, luego fuimos resueltos. Dijeles que pasasen por mi posada, y tomaria mi hatillo, un par de camisas y unas medias de punto y dos cuellos. Añadieron que mirase si podia sacar otra cosa de casa tan rica, pues aquello no se podia llamar hurto; pues (segun decian) se puede un criado pagar de su soldada cuando no se determina de pasar cuentas con su amo; y como quiera, seria hurto doméstico menos punible, y que en caso de necesidad todo era comun. Hicelo así, que no debiera, porque hube de caminar siempre con sobresalto, y no me fué de provecho; porque luego me quitaron aquellos bellacos la presa, que sin duda eran mas taimados y curtidos que yo.

Cansado me tenian en Roma mis malos sucesos, y no me satisfacia la vida en casa del embajador de Francia; porque, como dije, solo me tenia para su gusto y no miraba por mi provecho. Y aunque yo tampoco miraba por el mio; pero tenia hecha costumbre de casa de monseñor, adonde se tenia cuenta conmigo y mi aprovechamiento que yo pudiera tener; y como procedia de caridad (aunque yo lo desmerecia), no se cansaban de hacerme beneficios; que la caridad en suma tiene las cualidades que dice san Pablo : que no busca lo que es suyo, no se hincha, no tiene emulacion, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, y aunque no se huelga del mal, pero es paciente y benigna. En casa del embajador, aunque tenia entretenimiento, pero no tenia contento, y parecíame vida poco duradera, que así son las privanzas de graciosos y que privan por traer recaudos amorosos, y al primer disgusto ya habeis caido de la privanza; que los hombres se quieren servir mas que Dios, pues no admiten penitencia, y todos los servicios de años no son considerados si caeis en un descuido. Ibame resolviendo de mudarme de allí, y en mí era muy fácil la mudanza, así fuera en los vesti dos como lo era en mis pensamientos: cada dia y aun cada momento tuviera de nuevos. Añadíase á mi resolucion el cuidado que tenian los criados de procurarme incomodidades, con deseo de que les dejase; que aunque la pri- Entréme en el aposento del mayordomo, que era el que vanza con mi amo no era mucha, no estaban bien con mis yo mas frecuentaba, y como no me tenian por de malas condiciones y libertades, y recelaban mis burlas, porque manos, se fiaban de mí. Halléle que se acababa de adretenian mucha noticia de las que yo habia hecho en casa zar para acompañar á mi amo. Dijele que habia visto en de monseñor, como los que muy de ordinario acompa- la platería unas joyas que habian faltado á mi amo quince fñandoásu amo habian conferido con los otros criados de dias habia. Y aunque él mostraba no creerlo, quizá pormonseñor y no se hablaban sino cuentos mios, y aun era que sabia adonde estaban, al fin se lo porfié, y salió á vermas el ruido que las nueces. Todos los celebraban y en- dile las señas de la casa, y aunque él queria que fuese carecian, y añadian lo que les parecia que al cuento no con él, me escapé con un donaire diciendo que me caia de se tiene por buen relator el que no le añade, porque hambre, y que no daria paso sin comer. Solia darme alguhaya algo de su botica, y' así á cuatro que le refieren está nos regalos. Sacó luego un plato de cosas de pescado de del todo mudado. En opinion dellos era tenido por mas la noche pasada, porque cuando cenamos ya era dominque travieso, y que tenia familiar, cosa por aquellas par-go, y comió carne; y quedéme comiendo, diciendo que tutes muy usada. Mis descuidos para con mi amo los hacian delictos muy graves, y aun los fingian. Y harto fui cuerdo en pensar que no estaba seguro de un falso testimonio entre gente tan sospechosa, y que en razon de la nacion me queria tan mal, y por las suyas no tenian ganado nombre de fidelidad. Eran de varias; pero ninguna con la sencillez del castellano viejo. Habia gascones, valones, jenoveses, y algunos de la Romania. En los flamencos y franceses conocia yo notable diferencia en el trato; pero eran pocos, y escondíanse dellos para perseguirme.

Un domingo por la mañana, cuando yo iba vacilando para salirme de Roma, estaba mi amo bien ocupado con despachos que habian llegado de Francia y queria ir á besar las manos al pontifice, segun la prevencion que vi hacer en casa. Salime paseando por Campidollo lleno de mil pensamientos, y topéme con dos casi de mi habito, españoles el uno de Ciudad-Rodrigo, y el otro de Badajoz.

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viese cuenta con sus aposentos: díjele que nadie de fuera le tocaria nada; mas yo como de dentro pesqué cuanto pude de su vestido, calzas, jubon y herreruelo, y envolvilo en una sábana, porque pareciese ropa sucia, y dí conmigo en los que me esperaban, que quedaron atónitos de la brevedad, y bien contentos de la buena presa.

Salimos la vuelta de Nápoles, y repartimos la ropa en tres fardeles para que fuésemos mas lijeros, aunque toda iba por mi cuenta. Mas de tres leguas fuimos, por fuera el camino atravesando, à unos lugares que yo ya sabia, porque habia ido algunas veces, y sabia también que me encaminaba bien para Nápoles. Llegamos á ellos tarde, por no haber llevado senda sabida; tomamos pan y vine en unas calabacitas que traian mis compañeros, y salimos á dormir al campo por consejo dellos, que se encaminaban á dejarme sin pluma, aunque daban á entender que era por mayor seguridad si acaso nos seguian de Roma,

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porque el hurto luego se habria echado menos y sabido ello mas comun es tener las escaleras de palo, angostas y ladron, pues yo faltaba de casa y habia quedado en mi largas, que es menester ir con seso para subillas; y los custodia. Alejámonos buen rato de poblado entre unos flamencos por maravilla lo están, por ser tan aficionados árboles, y allí comimos, y les pregunté que me contasen al vino. En España al revés, las escaleras son de maravisu vida mas por estenso, con presupuesto que al otro dia llosa fábrica, llanas y bien trazadas, y no hay hombre que yo les contaria la mia, cosa comun entre vagabundos. Y se toque del vino, á lo menos es cosa muy vituperada aunque no tengo seguridad que la vida que me refirió el tener esta aficion. No fué para mí de poco cuidado ver uno dellos fuese verdadera, pero no carece de verosimi- que voluntariamente me habia puesto adonde era casi litud, y puedese decir: se non è vero, é ben trovato; al imposible usar de mis trazas, y que me habia cortado yo menos jamás he sabido cosa en contrario, y debiérame el palo para mi castigo, à la manera del pródigo, que guardar de sus mañas; mas pensé que no comprehendian haciendo lo que le dicta su albedrío, viene á imposibiliá los compañeros. Pues el uno dellos que se llamaba (setarse para serlo, porque la regla y órden se le viene á gun él dijo) Francisco de Leon, comenzó desta manera : poner por fuerza en su casa. Pero al fin, la mala costum« Yo soy de Badajoz; mi padre era médico, y habien- bre hace tanta fuerza, que no mira en la cantidad ni podo tenido algunos buenos partidos en su arte en la co- tencia: hice mis envites, empecé con algunos hurtillos á marca de Badajoz, fué llamado à su propia tierra, por los soldados de mi compañía, aunque era casi tanta habique era tenido en buena opinion y habia ganado fama. lidad como criallo de nuevo el sacar de donde no habia. Y Señalaronle no sé qué maravedís, y apenas empezó á go- fácilmente me aplicaba á ir á pecorea : corríamos algunos zar de su patria, cuando la parca le cortó el hilo, deján- casales del pais, y muchas veces tratábamos igualmente dome á mí, que era hijo tercero, en el vientre de mi maal amigo y enemigo, que bien poco me acordaba del didre. Criónos como viuda : teníamosle perdido el respeto, cho de san Joan Baptista, que el ser soldado no es pey el hermano mayor, que me llevaba cinco años de edad, cado, si no se toma lo ajeno, y se contenta con su sueldo. lo barajaba todo, disipando la poca hacienda que habia. Al fin empezóse á murmurar en mi compañía que yo no Nuestros parientes no se acordaban de nosotros, pare- jugaba limpio; empezábanse á guardar de mi. Y es tal la ciéndoles que no teníamos hacienda competente que gente española que sirve á su Majestad en Flandes, que no hay cosa que mas acarree parentescos, ó los deshaga, en honra de la nacion puedo decir que es muy verdadero: que la hacienda ó pobreza. Siguiendo mi libertad y ape- que son leones con el enemigo, y entre sí corderos; con tito, vine á perder el buen nombre de mi familia dos ó los unos harpías, y con los otros religiosos, y tienen por tres veces me pusieron en la cárcel por sospecha de hur- cosa muy fea el vicio de hurtar; de manera, que echantos que no habia cometido; pero la vida y compañías que dose de ver en uno, es imposible que se conserve, porque yo traia daban harta ocasion de sospecharlo. Solo en esto les escupe la tierra, como la mar al cuerpo muerto. No anduve cuerdo, que viéndome abandonado en mi tierra, estaba yo tan desvergonzado, que no sintiese la mala procuré de dejalla. Apañé lo que pude de mi casa, y un opinion que de mi se tenia, y mas recelé, que cara á cara dia de Ramos me partí, no perseguido de la justicia sino me echarian con afrenta; pues el capitán me habia dado de mi mala fortuna, que por haberme hecho hijo sin pa- algunas reprehensiones, y me lo habia amenazado. Deterdre, me veia padre de tan malos hijos, como eran mis miné de venirme adonde siempre tuve el pensamiento, viles pensamientos y deseos de vida libre ; y á la verdad que es Italia; hallé esta ocasion de nuestro compañero, en la hacienda de mi madre me empecé á despuntar para que se llama Diego de Vera ; estaba de mi parecer, y así, atreverme á las ajenas, y así me iba con mucha confianza con no pequeño peligro, fabricando una cédula de pasade valerme de mis manos, como si esto fuera un rico pa- porte, nos venimos, y no habia ocho dias que estábamos trimonio, y con esta confianza gastaba largo. Despaché lo en Roma, cuando topamos contigo. » que habia tomado de mi casa antes de llegar á Barcelona, adonde hallé unas compañías de soldados que se embarcaban para Milán, segun decian. Di el nombre, y fué el viaje para Flandes; no pude dejar de proseguir lo empezado, aunque no habia tenido intento de ir á Flandes, porque corria gran riesgo de venir á manos de un barrachel de campaña.

» Pues, llegados á Flandes, ví á la necesidad la cara que tantas veces nos pintan, y aun me pareció mas fea de lo que se puede encarecer. ¡Cuántas veces eran las dos de la tarde, y aun no teníamos mis camaradas ni yo noticia de dónde habíamos de comer! Esto y mi libertad antigua me obligaron á usar de mis mañas, aunque à la verdad en Flandes no hay de qué echar mano como en España, porque la tierra de suyo es corta en lo que toca á ropas, joyas ó dinero, y solamente hay alguna abundancia de frutos; y sin embargo desto, la diligencia de Jos flamencos en guardar su hacienda es grande, y como son hombres de ingenio, y en razon de los grandes frios del pais están los inviernos recogidos en casa, ó son pintores ó cerrajeros tenian hermosas cerraduras, de grande artificio, que aun personas del mismo arte no las pueden abrir; y de aquí es lo que se dice de Flandes, que tiene dos grandes contrariedades à la costumbre de España, porque ellos de su natural no son ladrones, ni hay hombre que hurte un maravedi, y se puede ir con el dinero en la mano, y con todo gustan de tener maravillosas cerraduras y llaves de grande capricho; y en España hay gran copia de ladrones y holgazanes, y no hay cerradura de provecho, ni se curan desto; y en Flandes

Esto es lo que refirió el uno de aquellos mis falsos compañeros. Cuando la noche era muy adelante y cerrada, y casi estábamos vencidos de sueño, todos dimos velas al viento; mas yo de diferente manera, que dormia sobre seguro, pensando que todo era llano, y ellos querian zarpar los ferros y dejarme á la luna: eran dos al mohino, y fué buena suerte mia que no me hiciesen mayor daño. Pasé mi noche como en la cama mas regalada del mundo en brazos del cansancio y miedo, y recordé despavorido con un mal sueño de que me maltrataban, y balléme sobre la yerba sin ropa ni fardel, y sin camisas ni cuellos; y solo porque tuviese alta la cabeza, me habian puesto una ropilla vieja del uno dellos doblada.

CAPITULO II.

De lo que le sucedió á Guzmán de Alfarache en el viaje de Nápoles.

Mas lijero me hallé de lo que yo quisiera, y casi diera con el desengaño de las cosas desta vida, si no me llevaran mis pocos años tan embelesado y fuera de mí. Parecíame sueño, y pesábame porque era tan veras ; pudiera decir: desnudo nací, desnudo me hallo; mas no tenia yo la virtud del grande Job, y dolíame mucho de perder lo que no me costó nada de ganar. Parecióme como la yedra del profeta Jonás, que en una noche nació, creció y en otra pereció. Tomé mi camino, haciendo muchas consideraciones para consolarme, como los que han perdido à juego, ó á los que han dado al través en la mar; que en todas partes hay peligros, y en los falsos hermanos, como fueron mis compañeros, aunque ellos

ir acomodado por el camino, lo que yo sabia bien entablar, como aquel que estaba bien acuchillado de vivir por mi industria. Bueno es que en los picaros piense alguno que no hay industria ni providencia. Lo que es conservar el estado, buscar la vida, beneficiar el individuo, apegarse como moscon, nadie con la destreza que el que ha profesado vida bribonesca; porque no mira en puntillos, no le impide la vergüenza, de la cual está desnudo como junco de hoja, y por esta causa todo lo ajeno reputa por propio; porque dicen, que quien no tiene vergüenza es señor de todo, y para con él no tenia para qué escribir Plutarco de la vergüenza dañosa. Su fin es vivir á menos trabajo, no cuidar de honras ni vanidades, andar en alegre ocio y sin superior: que el pícaro y mendicante se precian de aquello que dice Horacio :

Nos numerus sumus, et fruges consumere nati. No somos para mas los baldíos, de para aumentar el número de los hombres y comer el pan de balde no conoce cura de su parroquia, obispo de su diócesis, gobernador de la provincia, ni rey en la tierra. Goza de lo bueno y lo mejor; es el primero en las novedades, en los espectáculos de fiestas ; nadie le llora en casa, ni hay cuidado de hijos ni familia; consigo mismo lo lleva todo: él comido, la casa está llena.

hurtaron al ladron. Volvíme å sentar en el suelo considerando mi desdicha; y pasando con los ojos del alma por mi vida pasada, hasta aquel punto todo lo veia lleno de miserias y trabajos, y en figura se me representaban los por venir, Mil veces revolvia la ropillita vieja que me habian dejado, y echábame mil maldiciones, porque no ne vesti la ropa que habia hurtado á mi mayordomo. Pero consideraba que por ventura por quitarmela me hubieran quitado lo que mas debia preciar, que era la vida. «¡ Miserable animal, dije, es el hombre, y sobre su grande miseria fabrica torres de viento! En su principio es vil materia, hedionda, tan sucia y asquerosa, que fácilmente no se puede tratar della sin horror. Pues nacido, todas las miserias le acompañan, todo es lágrimas, lloros y gemidos, y en medio del piélago del mundo le combaten todas las olas de infinitos peligros. Es vaso tan quebradizo, que un enojo, un vaso de agua fria, un vabo de un enfermo basta para despojalle de la vida. Y esta es tan incierta, breve, frágil y mudable, que no es tan afeitado el mismo engaño, ni tan engañosa la misma ficcion; porque siendo fea, nos parece hermosa; siendo amarga, nos parece dulce; siendo brevísima, á cada uno le parece larga. Cada dia vemos la fuerza desta verdad; cada dia nos morimos y nos mudamos, y siempre pensamos que somos eternos. Pues ¿qué diré de las miserias que en este valle de lágrimas acompañan la vida? ¿Quién con- Pues por no alargarme en esto, volviendo á mi clérigo, tará las del cuerpo? Hambre, sed, desnudez, cansancio, ya le hallé metido en grande conversacion con un cabaenfermedades, peligros; y las del alma; las congojas,❘llero que llevaba el mismo camino. Y aunque mis tripas los temores, las pasiones, los desconsuelos, las tristezas, los descontentos; y tras esto es grande maravilla el aficion que le tenemos á esta vida de tan grandes defectos.» Todos estos pensamientos me acarreaba mi melancolía, y eran aldabadas de la mano de Dios para que volviese en mi acuerdo. Mas yo estaba tan lejos de la razon y cerca de la inclinacion natural, à la cual seguia como norte de mi navigacion, que me cerrába á tan buenas inspiraciones. Estaba casi desesperado; pero acordéme que aun me quedaban en una bolsilla unos cuantos reales, que habia recogido en casa del embajador, de lo que me habian dado algunos caballeros de los que venian á conversacion con mi amo. Tuve ventura que topé grande tropel de gente en el camino real, que iban la vuelta de Nápoles: pregunté, y dijéronme que era el percacho, que es el ordinario, con el cual se suelen juntar muchos por caminar con seguridad. Empecé á dar vado á mis pensamientos con la compañía, renováronseme la sangre y espíritu. Puse los ojos en un clérigo venerable que allí iba bien acompañado de criados. Habíame hallado bien con gente deste hábito, y teníale alguna aficion; porque á la verdad muchas veces acometia de proseguir mis estudios para elegir este camino, si no tuviera tan apezgada mi perversa inclinacion, que no dejaba prevalecer la razon.

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no pedian conversacion ni cuentos, pero hube de oir el que iba refiriendo el caballero, como cosa nueva sucedida en Florencia. Dijo pues, que en Florencia, por parte de César Pignatello, se habia enviado un cartel de desafio á Fabricio Pignatello, porque en el mes de agosto, pasando por casa de dicho Fabricio, un criado, con órden de su amo, le habia acometido y ofendido, sin haber rompimiento alguno, ni enemistad, y que se habia escapado sin llevar el merecido castigo. Y que así por darle al que fué causa de la ofensa, se desafiaba para uno de cuatro campos, cual quisiese elegir Fabricio, donde con las armas, à uso de caballería, le probaria que habia hecho ruinmente y como mal caballero : ofreciéndose à probar que Fabricio habia sido el autor; y tomando á su cargo la prueba, y también le mantendria que lo habia hecho hacer, y que habia sido malamente hecho, y que le esperaria en Florencia por treinta dias; y no respondiendo, procederia conforme à la costumbre del duelo.

Los campos fueron cuatro el primero concedieron los diez conservadores de la libertad y estado de la república de Sena. El segundo, Carlos Gonzaga, marqués de San Martin. El tercero, Hipólito de Corregio, conde de Corregio. Y el cuarto el marqués del Monte de Santa María. Y aunque es verdad que en materia de desafios siempre se ha acostumbrado haber pocas respuestas, porque luego tácitamente se acepta y se salen al campo, pero el Fabricio Pignatello no le pareció aceptable, antes respondió en esta forma: «que hallándose en Malta en de

Empecé à caminar cerca del clérigo, porque me pusiese en plática, que yo no hallaba materia que engravar en aquella ocurrencia. Hacíame solícito en tenelle el estribo, si queria apearse, y dábale algunas flores de las que hallaba cerca del camino. El entendió la mia, y pre-fensa de su religion, fué avisado que en Nápoles se habia guntóme que á dó caninaba. Dijele que á Nápoles. Quiso saber de dónde era y el discurso de mi vida, haciéndome mil preguntas; pero yo le respondí por el estilo que me pareció mas provechoso para acreditarme; que no siempre se ha de manifestar la verdad, si ha de acarrear mas daño que provecho; y cada uno es obligado á conservar su fama, y no ser mas liberal della que de los otros bienes de fortuna. Quedéme algo atrás por saber quién era para ver cómo habia de enhebrar el aguja. Y supe que era recién proveido en Roma en una prebenda ó dignidad❘ en la iglesia de Nápoles, que le valia mas que tres mil ducados, y que él tenia grande patrimonio y era deudo muy cercano del duque de Ferrara. Volvíme á llegar cerca dél, con intento de procurar asiento en su casa, y

fijado el cartel de desafio, provocándole á las armas en razon de la injuria, que pretendià el César haber recebido de su criado, y sin nombrar qué criado, y sin declarar el modo ó calidad de la ofensa; y que, así por esta forma de hablar tan general no podia deliberar lo que le convenia; y que era cosa clara que un caballero no debia entrar en batalla sin fundamento de querella cierta ; y que especificándose la ofensa, haria lo que le convenia. Al cual satisfizo César diciendo, «que ya estaba bien declarado en el primer cartel, haciéndose cargado y injuriado, y que procedia del Fabricio; y que por esto se ofrecia, á uso de caballero, de mostrarle con las armas en la mano, que lo habia hecho muy ruinmente, y que su respuesta era escogiendo la infamia y vileza, la cual un

caballero ha de huir, y querer padecer antes mil muertes; | y así le esperaria en Florencia por tiempo de cincuenta dias, para que hiciese lo que debia, correspondiendo á las muchas bravatas que habia esparcido.» Y tampoco este segundo cartel quiso aceptarlo Fabricio; antes desde Benivento de Malta respondió por segunda respuesta, con otro cartel, diciendo: «que el postrero de diciembre recibió el cartel, en el cual se fatigaba en querer declarar lo que habia dicho ya en el primero, dejando lo principal que es la cualidad del agravio y nombre del ofensor, y así no podia estar cierto de lo que era, y que se declarase, dejando réplicas infructuosas; ó que se eligiesen dos caballeros para que determinasen este solo punto, que él estaria á la declaracion, y que esperaba en Benivento la respuesta.»

El César, cansado ya de llevar esta materia casi por via de pleito y por escritos, escribió con resolucion el postrero cartel, en el cual en suma decia estas palabras: << señor don Fabricio Pignatello : no ha sido mi intencion haceros salir al campo por fuerza, ni llevar el negocio á pleito con argumentos sofisticos, que no es de la profesion de caballeros; sino que he querido descargarme de la ofensa que me atribuyo que me habeis hecho. Y para esto no ha sido necesario especificar la cualidad della, ni del criado, por quien infamemente la ejecutastes, pues me tengo agraviado de vos, como autor, y os probaré que lo habeis hecho como infame y ruin, y babeis buscado muchas ocasiones por no llegar al becho de las armas : mas, porque no le podais escusar, os declaro, que elijo el campo de los diez conservadores de la libertad, en el cual estaré á punto para de aquí á sesenta y nueve dias, después de la afijacion deste cartel, para hacer juzgar si la querella de mi cartel era justa y combatible, y el dia setenta mantendré lo que he ofrecido en el cartel, y me ballareis alli con mis armas, las que vos eligiéredes; porque no eligiéndolas, yo vendré con espada y capa que son las mas ordinarias. Y si no pareceis procederé contra vuestro honor segun la costumbre militar. » Con el cual cartel también envió otro de los diez conservadores de la libertad, y del estado y república de Sena, con el cual le señalaban el campo y el tiempo; y que en rebeldía se declararia sobre la querella, si era bien formada ó no, como también si por ambas partes se habia cumplido á lo que se debia, procediendo conforme al estilo militar.

Pero como el Fabricio no queria admitir batalla singular, ni venir á las manos, hizo tercera respuesta, que en suma contenia lo siguiente: «señor César: no parece que puedo encaminaros por el camino de la razon, y así be acordado de publicar por toda Italia lo que ha pasado entre los dos hasta este punto; porque ya que no querais atender al remordimiento de vuestra conciencia, al menos temais la censura general que se ha de hacer por personas graves y discretas. La oscuridad del primer cartel, que ni declara ofensa ni quien la hizo, no me dió lugar de deliberar. Notifiquéos esto, y estuvisteis obstinado en no declararos, alargando el procedimiento para estaros en el agravio que decís; y así os propuse el juicio de caballeros, al cual dijisteis que no había sido vuestra intencion obligarme á pelear por fuerza, y se ha echado bien de ver, porque si tuviérades gana de pelear, no hubiérades rehusado el juicio que os propuse. Y dejado esto aparte, en cuanto al cartel de los conservadores, que me señalan campo y término á sola vuestra instancia, sin haber yo consentido el juicio, ni aceptado el campo, por lo cual no han tenido en mí poder ni jurisdicion; con el respeto debido les recuso. Y porque decís delante dichos señores, que no respondí en el término que me distes, digo, que lo contrario parece por los carteles y así, haciendo poco caso de vuestro proceder, y dando por nulos los autos hechos y que se hicieren por dichos señores, os resuelvo, que basta que hagais la declaracion que os he pedido, no tendreis de

mí otra respuesta, ni haré caudal de lo que vos intentáredes de escribir contra mí. Y esos señores conservado| res, que saben mi ser y honor, lo tendrán por muy suficiente respuesta.»

Grandes pareceres hubo sobre este caso, por ser el mas singular que en largos años ha sucedido en Italia, y entre personas tan calificadas. Y á la verdad, entiendo que el caso mismo dice quién es el que procedió mal; y así todos fueron de voto contrario al Fabricio Pignatello. Dijéronse los pareceres muy motivados, y en forma, por hombres gravísimos y de mucha importancia: por el marqués de Gonzaga; Valerio Ursino; Micer Claudio Tolomei; Marco Joan Agnolo; Pisanello napolitano, jureconsulto; Hierónimo Forniello, también grande letrado; Lelio Taurello, también grande jureconsulto y del consejo del du. que de Florencia; Juan Baptista Sabello, capitán general del dicho duque de Florencia, y Pirro Colonna.

El César Pignatello compareció en el campo conforme à su tercero cartel, y hizo recibir autos de todo. Y aunque compareció por el Fabricio un Vicente Mascambruno, su procurador, para alegar recusacion, como la alegó de los conservadores de la libertad y estado de Sena; pero el comisario dellos, llamado Alejandro Guillelmi, en forma dió su sentencia, declarando que el César habia propuesto querella buena y combatible, y que el dia siguiente era el determinado para averigualla y combatilla con las armas en la mano, en el lugar y puesto señalado por dichos conservadores, y tener obligacion el Fabricio de presentarse al otro dia en el puesto; y habiendo sido rebelde, fué pronunciado y declarado en rebeldía, que el campo habia quedado por el César, y que el Fabricio era habido por confesante y convencido de todo lo que se contenia en la querella y desafío, y que el César habia hecho lo que debia un buen caballero. De lo cual el señor del campo le mandó dar sus letras auténticas, y el duque de Florencia dió su patente en favor del mismo César. En favor del cual también salió el parecer y voto de don Guidubaldo Feltrio, duque de Urbino.

Mucho maravilló este caso al buen clérigo; y bien mostraba ser persona muy inteligente en materias, y que no ignoraba esta del duelo, aunque tan lejos parecia de su profesion; porque con razones muy graves y asentadas quiso también probar el parecer que se habia dado contra el Fabricio, haciendo un largo discurso de la diferencia que hay entre el juicio civil y el militar, contra la regla de los jurisconsultos; que vale el argumento de lo uno á lo otro, y que lo dispuesto en uno se puede alegar y acomodar á lo otro por la semejanza de razon. Y porque no me acordaré todas las razones que dijo, diré solamente las que pude conservar en la memoria. Dijo pues, que del fin de los dos juicios se via claramente la diferencia; porque el de las leyes se endereza á lo útil, y el de las armas à le honroso, y es cosa vulgar que honra y provecho no cabe en un saco. Mas el juicio legal está ordenado y establecido por legistas y personas de letras; el de las armas por caballeros y capitanes, los cuales presume el derecho que no tienen noticia de las leyes; y es claro que destas contrarias inteligencias no puede nacer un mismo efecto y conforme resolucion. Otrosí el juicio de las leyes está determinado por derecho escrito, y el de las armas por costumbre y estilo de caballería; y es muy ordinario que la consuetud contradice el derecho escrito, añadiéndole, detrayéndole, torciéndole, mudándole ó quitándole; y esto está confirmado por los mismos legistas que afirman que el juicio militar no se puede sostener por ley divina, canónica, ni civil, sino solo por la costumbre prescripta. Añádese que el juicio civil tiene principio de los romanos y griegos, y el órden del militar de los longobardos, nacion tan diferente en provincia, hábito, costumbres, estilo, leyes, pensamientos, lengua y obras, que no se puede creer que cuadrasen y conformasen en

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