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CELESTINA. Hija Lucrecia, dejadas estas razones, querria que me dijeses á qué fué agora tu buena venida.

Venido de diversas partes: de Monviedro (1), de Luque, de Toro, de Madrigal, de San Martin y de otros muchos lugares, y tantos que, aunque tengo la diferencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en la memoria; que harto es que una vieja como yo, en oliendo cualquier vino, diga de dónde es. Pues otros curas sin renta: no era ofrescido el bodigo, cuando en besando el feligrés la estola, era del primer voleo en mi casa. Espesos como piedras á tablado entraban mochachos cargados de provisiones por mi puerta. No sé cómo puedo vivir, cayendo de tal estado.

AREUSA.

Por Dios, pues somos venidas á haber placer, no llores, madre, ni te fatigues, que Dios lo remediará todo.

CELESTINA.

Harto tengo, hija, que llorar acordándome de tan alegre tiempo y tal vida como yo tenia, y cuán servida era de todo el mundo, que jamás hubo fruta nueva, de que yo primero no gozase que otros supiesen si era nascida. En mi casa se habia de hallar si para alguna preñada se buscase.

SEMPRONIO.

Madre, ningun provecho trae á la memoria del buen tiempo, si cobrar no se puede, antes tristeza; como á tí agora, que nos has sacado el placer de entre las manos. Alcese la mesa, irnos hemos á holgar, y tú darás respuesta á esta doncella que aquí es venida.

(1) De Martos.

LUCRECIA.

Por cierto ya se me habia olvidado mi principal demanda y mensaje con la memoria dese tan alegre tiempo como has contado. Así me estuviera un año escuchandote sin comer, pensando en aquella vida bona (1) que aquellas mozas gozarian, que me paresce y semeja que estoy yo ahora en ella. Mi venida, señora, es lo que tú sabrás, pedirte el ceñidero. Demás desto, te ruega mi señora sea de ti visitada, y muy presto, porque se siente muy fatigada de desmayos y dolor de corazon.

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ACTO DECIMO.

ARGUMENTO.

Mientras andan Celestina y Lucrecia por el camino, está hablando Melibea consigo misma. Llegadas á la puerta, entra Lucrecia primero, hace entrar á Celestina. Melibea, después de muchas razones, descubre á Celestina arder en amores de Calisto. Ven venir á Alisa, madre de Melibea; despidense de en uno. Pregunta Alisa á Melibea, su hija, de los negocios de Celestina, defendiéndole su mucha conversacion.

MELIBEA, ALISA, CELESTINA, LUCRECIA.

MELIBEA.

¡Oh lastimada de mí, oh mal proveida doncella! ¿Y no me fuera mejor conceder su peticion y demanda ayer à Celestina, cuando de parte de aquel señor (cuya vista me captivó) me fué robado, y contentarle á él, y sanar á mí, que no venir por fuerza à descubrille (1) mi llaga, cuando no nie sea (2) agradescido? cuando ya desconfiando de mi buena respuesta haya puesto sus ojos en amor de otra? ¡Cuánta mas ventaja tuviera mi prometimiento rogado, que mi ofrescimiento forzoso! ¡Oh mi fiel criada Lucrecia! ¿Qué dirás de mi? Qué pensarás de mi seso, cuando me veas publicar lo que á tí jamás he querido descubrir? ¡Cómo te espantarás del rompimiento de mi honestidad y vergüenza, que siempre como encerrada doncella acostumbré tener? No sé si habrás barruntado de dónde proceda (3) mi dolor. ¡Oh! si ya vinieses con aquella medianera de mi salud! ¡Oh! soberano Dios! ¡A tí, que todos los atribulados llaman! los apasionados piden remedio, los llagados medicina!

(1) Descubrir.

(2 Se me seg.

á tí, que los cielos, mar, tierra con los infernales centros obedescen! á tí, el cual todas las cosas á los hombres sojuzgaste! humildemente suplico dés à mi herido corazon sufrimiento y paciencia, con que mi terrible pasion pueda disimular. No se desdore aquella hoja de castidad que tengo asentada sobre este amoroso deseo, publicando ser otro mi dolor, que no el que me atormenta. Pero ¿cómo lo podré hacer, lastimándome tan cruelmente el ponzoñoso bocado, que la vista de su presencia de aquel caballero me dió? ¡Oh género femíneo (1), encogido y frágil! ¿Por qué no fué también á las hembras concedido poder descubrir su congojoso y ardiente amor, como á los varones? Que ni (2) Calisto viviera quejoso, ni yo penada.

LUCRECIA

Tia, detente un poquito cabe la puerta (3); entraré á ver con quién está hablando mi señora. Entra, entra, que consigo lo ha.

MELIBEA.

Lucrecia, echa esa antepuerta. O vieja sabia y honra da, tú seas bien venida. ¡Qué te paresce, cómo ha que

(1) Feminino.

(2) Ni mi.

(3) Esta puerta.

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rido mi dicha, y la fortuna lo ha rodeado (1), que yo tuviese de tu saber necesidad, para que tan presto me hubieses de pagar en la mesma moneda el beneficio que por ti me fué demandado para ese gentil hombre que curabas con la virtud de mi cordon!

CELESTINA.

¿Qué es, señora, tu mal, que así muestras las señas de tu tormento en las coloradas colores de tu gesto? MELIBEA.

Madre mia, que comen (2) este corazon serpientes dentro de mi cuerpo.

CELESTINA.

(Bien está; así lo queria yo. Tú me pagarás, doña loca, la sobra de tu ira.)

MELIBEA.

¿Qué dices? ¿Has sentido en verme alguna causa de donde mi mal proceda?

CELESTINA.

No me has, señora, declarado la calidad del mal, ¿y quieres que adevine la causa? Lo que yo digo es, que rescibo mucha pena de ver triste tu graciosa presencia.

MELIBEA.

Vieja honrada, alégramela tú, que grandes nuevas me han dado de tu saber.

CELESTINA.

Señora, el sabidor (3) solo es Dios; pero como para salud y remedio de las enfermedades fueron repartidas las gracias en las gentes de hallar las melecinas, dellas por esperiencia, dellas por arte, dellas por natural instinto, alguna partecica alcanzó esta pobre vieja, de la cual al presente podrás ser servida.

MELIBEA.

¡Oh qué gracioso y agradable me es oirte! Saludable es al enfermo la alegre cara del que le visita. Parésceme que veo mi corazon entre tus manos hecho pedazos, el cual, si tú quisieses, con muy poco trabajo juntarias con la virtud de tu lengua, no de otra manera que cuando vió en sueño aquel grande Alexandre, rey de Macedonia, en la boca del dragon la saludable raiz con que sanó á su criado Ptolomeo del bocado de la víbora. Pues por amor de Dios, te despojes para mas diligente entender en mi mal, y me da (4) algun remedio.

CELESTINA.

Gran parte de la salud es desearla; por lo cual creo menos peligroso ser tu dolor. Pero para yo dar, mediante Dios, cóngrua y saludable melecina, es necesario saber de ti tres cosas. La primera, á qué parte de tu cuerpo mas deelina y aqueja el sentimiento. Otra, si es nuevamente por ti sentido, porque mas presto se curan las tiernas enfermedades en su principio, que cuando han hecho curso en la perseveracion de su oficio; mejor se doman los animales en su primera edad, que cuando ya es su cuero endurescido para venir mansos á la melena; mejor crescen las plantas que tiernas y nuevas se trasponen, que las que fructificando ya se mudan; muy mejor se despide el nuevo pecado, que aquel que por costumbre antigua cometemos cada dia. La tercera, si procedió de algun cruel pensamiento que asentó en aquel lugar. Y esto sabido, verás obrar mi cura. Por ende cumple que al médico como al confesor se hable toda verdad abiertamente. MELIBEA.

Amiga Celestina, mujer bien sabia y maestra grande, mucho has abierto el camino por donde mi mal te pueda especificar. Por cierto tú lo pides, como mujer bien esperta en curar tales enfermedades. Mi mal es de corazon, la izquierda teta es su aposentamiento, tiende sus rayos á todas partes. Lo segundo es nuevamenie nascido en mi

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cuerpo; que no pensé jamás que podria dolor privar (1) el seso, como este hace: túrbame la cara, quitame el comer, no puedo dormir, ningun género de risa querria ver. La causa ó pensamiento, pues es la final (2) cosa por tí preguntada de mi mal, esta no sabré decirte; porque ni muerte de deudo, ni pérdida de temporales bienes, ni sobresalto de vision, ni sueño desvariado, ni otra cosa puedo sentir que fuese, salvo alteracion que tú me causaste con la demanda que sospeché de parte de aquel caballero (3), cuando me pediste la oracion.

CELESTINA.

Cómo, señora, tan mal hombre es aquel? ¿Tan mal nombre es el suyo, que en solo ser nombrado trae consigo ponzoña su sonido? No creas que sea esa la causa de tu sentimiento, antes otra que yo barrunto; y pues (4) así es, si tú licencia me das, yo, señora, te la diré.

MELIBEA.

Cómo, Celestina, ¿qué es ese nuevo salario que pides? ¿De licencia tienes tú necesidad para me dar la salud? ¿Cuál médico jamás pidió tal seguro para curar al paciente? Dí, di, que siempre la tienes de mí: tal que mi honra no dañes con tus palabras.

CELESTINA.

Véote, señora, por una parte quejar del dolor (5); por otra temer la melecina. Tu temor me pone miedo, el miedo silencio, el silencio tregua entre tu llaga y mi medicina. Así que, será (6) causa que ni tu dolor cese, ni mi venida aproveche.

MÉLIBEA.

Cuanto mas dilatas la cura, tanto mas me acrescientas y multiplicas la pena y pasion. O tus melecinas son de polvos de infamia y licor de corrupcion, confacionadas con otro mas crudo dolor que el que de parte del paciente se siente, ó no es ninguno tu saber. Porque si lo uno ó lo otro no te impidiese, cualquiera otro remedio dirias sin temor, pues te pido lo muestres, quedando libre mi honra.

CELESTINA.

Señora, no tengas por nuevo ser mas fuerte de sufrir al herido la ardiente termentina (7), y los ásperos puntos que lastiman lo llagado y doblan la pasion, que no la primera lision (8), que dió sobre sano. Pues si tú quieres ser sana, y que te descubra la punta de mi sutil aguja sin tehaz para tus manos y piés una ligadura de sosiego, para tus ojos una cobertura de piedad, para tu lengua un freno de silencio, para tus oidos unos algodones de sufrimiento y paciencia, y verás obrar la (9) antigua maestra destas llagas.

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MELIBEA.

¿Qué dices, madre? ¿Qué te habla esta (1) moza?

· CELESTINA.

No le oí nada; pero diga lo que dijere, sabe que no hay cosa mas contraria en las grandes curas delante los animosos cirujanos (2), que los flacos corazones, los cuales con su gran lástima, con sus dolorosas hablas, con sus sensibles meneos (3) ponen temor al enfermo, hacen que desconfian (4) de la salud, y al médico enojan y turban, y la turbacion altera la mano, y rige sin órden la aguja. Por donde se puede conoscer claro, que es muy necesario para tu salud que no esté persona delante; así que, la debes mandar salir; y tú, hija Lucrecia, perdona.

Salte fuera presto.

MELIBEA.

LUCRECIA.

Ya, ya, todo es perdido; ya me salgo, señora.

CELESTINA.

También me da osadía tu gran pena, ver cómo con (5) tu sospecha has ya tragado alguna parte de mi cura; pero todavía es necesario traer mas clara melecina y mas saludable descanso de casa de aquel caballero Calisto.

MELIBEA.

Calla, por Dios, madre; no traigas de su casa cosa para mi provecho, ni le nombres aquí.

CELESTINA.

Sufre, señora, con paciencia, que es el primer punto y principal; no se quiebre, si no, todo nuestro trabajo es perdido. Tu llaga es grande, tiene necesidad de áspera cura, y lo duro con duro se ablanda mas eficazmente. Y dicen los sabios, que la cura del lastimero médico deja mayor señal, y que nunca peligro sin peligro se vence. Ten paciencia, que pocas veces lo molesto sin molestia se cura, y un clavo con otro se espele, y un dolor con otro. No concibas odio ni desamor, ni consientas á tu lengua decir mal de persona tan virtuosa como Calisto, que si conoscido fuese...

MELIBÉA.

¡Oh, por Dios, que me matas! Y no tengo dicho (6) que no me alabes á este hombre, ni me le nombres en bueno ni en malo?

CELESTINA.

Señora, este es otro y segundo punto, el cual si tú con tu mal sufrimiento no consientes, poco aprovechará mi venida; y si como prometiste lo sufres, tú quedarás sana y sin deuda, y Calisto sin queja y pagado. Primero te avisé de mi cura y desta invisible aguja, que sin llegar á tí sientes en solo mentarlo (7) en mi boca.

MELIBEA.

Tantas veces me nombras (8) ese caballero, que ni mi promesa basta (9), ni la fe que te di á sufrir tus dichos. ¿De qué ha de quedar pagado? Qué le debo yo á él? Qué le soy en cargo? Qué ha hecho por mi? ¿Qué necesario es él aquí para el propósito de mi mal? Mas agradable me seria que rasgases mis carnes y sacases mi cora zon, que no traer esas palabras aquí.

CELESTINA.

Sin te romper las vestiduras se lanzó en tu pecho el amor, no rasgaré yo tus carnes para lo curar.

MELIDEA.

¿Cómo dices que llaman á este mi dolor, que así se ha enseñoreado de lo mejor (10) de mi cuerpo?

(1) Esa.

(2) Zurugianos.

(3) Sentibles amencos.

(4) Desconfie.

(5) Como ver que con.

(6) He, no te tengo dicho,

(7) Mentarla.

(8) Nombrarás.

(9) Baste.

(10) En lo mejor,

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Calisto. ¡Oh, por Dios, señora Melibea! ¿Qué poco esfuerzo es este? ¿Qué descaescimiento? ¡Oh mezquina yo! Alza la cabeza. ¡Oh malaventurada vieja ! ¡ En esto han de parar mis pasos! Si muere, matarme han; aunque viva, seré sentida; que ya no podrá sufrir de no publicar su mal y mi cura. Señora mia Melibea, ángel mio, ¿qué has sentido? ¿Qué es de tu habla graciosa? ¿Qué es de tu color alegre? Abre tus claros ojos. Lucrecia, Lucrecia, entra presto (3); verás amortecida à tu señora entre mis manos; baja presto por un jarro de agua.

MELIBEA.

Paso, paso, que yo me esforzaré; no escandalices la

casa.

CELESTINA.

¡Oh cuitada de mí! No te descaezcas, señora, háblame como sueles.

MELIBEA.

Y muy mejor, calla, no me fatigues.

CELESTINA.

¿Pues qué me mandas que haga, perla preciosa ? ¿ Qué ha sido este tu sentimiento? Creo que se van quebrando mis puntos.

MELIBEA.

Quebróse mi honestidad, quebróse mi empacho, aflojó mi mucha vergüenza; y como muy naturales, como muy domésticos, no pudieron tan livianamente despedirse de mi cara, que no llevasen consigo su color por algun poco de espacio, mi fuerza y mi lengua, y gran parte de mi sentido. ¡Oh pues ya, mi buena maestra, mi fiel secretaria! lo que tú tan abiertamente conosces, en vano trabajo por te lo encubrir. Muchos y muchos dias son pasados que ese noble caballero me habló en amor; tanto me fué su habla enojosa, cuanto después que tú me lo tornaste á nombrar, alegre. Cerrado han tus puntos mi llaga, venida soy en tu querer. En mi cordon le llevaste envuelta la posesion de mi libertad. Su dolor de muelas era mi mayor tormento; su pena era la mayor mia. Alabo y loo tu buen sufrimiento, tu cuerda osadía, tu liberal trabajo, tus solícitos y fieles pasos, tu agradable habla, tu buen saber, tu demasiada solicitud, tu provechosa importunidad. Mucho te debe ese señor, y mas yo, que jamás pudieron mis reproches apla

(1) Alegro. (2) Delibre. (3) Acd.

visto cómo no ha sido mas en mi mano. Captivóme el amor de aquel caballero; ruégote, por Dios, se cubra con secreto sello, porque yo goce de tan suave amor. Tú serás de mí tenida en aquel grado que meresce tu fiel servicio.

car (1) tu esfuerzo y perseverancia, confiando en tu mucha astucia. Antes, como fiel servidora, cuando mas denostada, mas diligente; cuando mas disfavor, mas esfuerzo; cuando peor respuesta, mejor cara; cuando yo mas airada, tú mas humilde. Pospuesto todo temor, has sacado de mi pecho lo que jamás á tí ni á otro pensé descubrir.

CELESTINA.

Amiga y señora mia, no te maravilles, porque estos fines con efecto me dan osadía á sufrir los ásperos y escrupulosos desvíos de las encerradas doncellas como tú. Verdad es que antes que me determinase, así por el camino como en tu casa, estuve en grandes dudas si te descubriria mi peticion. Visto el gran poder de tu padre, temia; mirando la gentileza de Calisto, osaba; vista tu discrecion, me recelaba; mirando tu virtud y humanidad, me esforzaba. En lo uno hallaba el miedo, en lo otro la seguridad. Y pues así, señora, has querido descubrir la gran merced que nos has hecho, declara tu voluntad, echa tus secretos en mi regazo, pon en mis manos el concierto deste concierto (2); yo daré forma cómo tu deseo y el de Calisto sean en breve cumplidos.

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LUCRECIA.

Señora, mucho antes de agora tengo sentida tu llaga, y calado (1) tu deseo. Hame fuertemente dolido tu perdicion. Cuanto mas tú me querias encubrir y celar el fuego que te quemaba, tanto mas sus llamas se manifestaban en la color de tu cara, en el poco sosiego de tu corazon (2), en el meneo de tus miembros, en comer sin gana, y en el no dormir (3). Así que, de contino te se caian, como de entre las manos, señales muy claras de pena. Pero como en los tiempos que la voluntad reina en los señores ó desmedido apetito, cumple á los servidores obedescer con diligencia corporal, y no con artificiales consejos de lengua, sufria con pena, callaba por temor, encubria con fieldad (4); de manera que fuera mejor el áspero consejo que la blanda lisonja. Pero pues ya no tiene tu merced otro remedio sino morir ó amar, mucha razon es que se escoja por mejor aquello que en sí lo es.

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48

ACTO ONCENO.

ARGUMENTO.

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle sola hablando, ve á Sempronio y Parmeno que van á la Madalena por su señor. Sempronio habla con Calisto. Sobreviene Celestina; van á casa de Calisto; declárale Celestina su mensaje y negocio recaudado con Melibea; mientras ellos en estas razones están, Parmeno y Sempronio entre sí hablan. Despídese Celestina de Calisto, va para su casa, llama á la puerta, Elicia la viene á abrir, cenan y vanse á dormir.

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