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HISTORIA

DEL ABENCERRAJE

Y LA HERMOSA JARIFA,

POR ANTONIO DE VILLEGAS.

DICE el cuento, que en tiempo del infante don Fernando, que ganó á Antequera, fué un caballero que se llamó Rodrigo de Narvaez, notable en virtud y hechos de ar mas. Este, peleando contra moros, hizo cosas de mucho esfuerzo, y particularmente en aquella empresa y guerra de Antequera hizo bechos dignos de perpetua memoria: sino que esta nuestra España tiene en tan poco el esfuerzo (por serle tan natural y ordinario) que le parece, que cuanto se puede hacer es poco: no como aquellos romanos y griegos, que al hombre que se aventuraba á morir una vez en toda la vida, le hacian en sus escritos inmortal, y le trasladaban á las estrellas. Hizo pues este caballero tanto en servicio de su ley y de su rey, que después ,de ganada la villa, le hizo alcaide della, para que, pues habia sido tanta parte en ganalla, lo fuese en defendella. Hizole también alcaide de Alora; de suerte que tenia á cargo ambas fuerzas, repartiendo el tiempo en ambas partes, y acudiendo siempre à la mayor necesidad. Lo mas ordinario residia en Alora, y allí tenia cincuenta escuderos hijos-dalgo, á los gajes del rey, para la defensa y seguridad de la fuerza; y este número nunca faltaba como los inmortales del rey Dario, que en muriendo uno ponia otro en su lugar. Tenian todos ellos tanta fe y fuerza en la virtud de su capitán, que ninguna empresa se les hacia dificil; y así no dejaban de ofender á sus enemigos y defenderse dellos, y en todas las escaramuzas que entraban salian vencedores, en lo cual ganaban honra y provecho, de que andaban siempre ricos. Pues una noche acabando de cenar, que hacia el tiempo muy sosegado, el alcaide dijo á todos ellos estas palabras:

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| que yendo todos por este camino se nos fuese la caza por este otro. Vosotros cinco os id por el uno, yo con estos cuatro me iré por el otro; y si acaso los unos toparen enemigos que no basten á vencer, toque uno su cuerno, y á la señal acudirán los otros en su ayuda.» Yendo los cinco escuderos por su camino adelante, hablando en diversas cosas, el uno dellos dijo: «teneos, compañeros, que ó yo me engaño, ó viene gente.» Y metiéndose entre una arboleda que junto al camino se hacia, oyeron ruido; y mirando con mas atencion vieron venir por donde ellos iban un gentil moro en un caballo ruano: él era grande de cuerpo, y hermoso de rostro, y parecia muy bien à caballo. Traia vestida una marlota de carmesí, y un albornoz de damasco del mismo color, todo bordado de oro y plata. Traia el brazo derecho regazado, y labrado en él una hermosa dama, y en la mano una gruesa lanza de dos hierros. Traia una adarga y cimitarra, y en la cabeza una toca tunecí, que dándole muchas vueltas por ella, le servia de hermosura y defensa de su persona. En este hábito venia el moro, mostrando gentil continente, y cantando un cantar que él compuso en la dulce membranza de sus amores, que decia:

Nascido en Granada,
Criado en Cartama,
Enamorado en Coin,
Frontero de Alora.

Aunque à la música faltaba el arte, no faltaba al moro contentamiento; y como traia el corazon enamorado, á todo lo que decia daba buena gracia. Los escuderos, transportados en verle, erraron poco de dejarle pasar, hasta que dieron sobre él. Él viéndose salteado, con ánimo gentil volvió por sí, y estuvo por ver lo que harian. Luego, de los cinco escuderos los cuatro se apartaron, y el uno le acometió; mas, como el moro sabia mas de aquel menester, de una lanzada dió con él y con su caballo en el suelo. Visto esto de los cuatro que quedaban, los tres le acometieron, pareciéndoles muy fuerte: de manera que ya contra el moro eran tres cristianos que cada uno bastaba para diez moros, y todos juntos no podian con este solo. Allí se vió en gran peligro, porque se le quebró la lanza, y los escuderos le daban mucha priesa; mas fingiendo que huia, puso las piernas á su caballo, y arremetió al escudero que derribara; y como una ave se colgó de la silla, y le tomó su lanza, con la cual volvió á hacer rostro á sus enemigos, que le iban siguiendo pensando que

Paréceme, hijos-dalgo, señores y hermanos mios, que ninguna cosa despierta tanto los corazones de los hombres, como el continuo ejercicio de las armas, porque con él se cobra esperiencia en las propias, y se pierde miedo á las ajenas. Y desto no hay para qué yo traiga testigos de fuera; porque vosotros sois verdaderos testimonios. Digo esto, porque han pasado muchos dias que no hemos hecho cosa que nuestros nombres, acreciente, y seria yo de dar mala cuenta de mí y de mi oficio, si teniendo á cargo tan virtuosa gente y valiente compañía dejase pasar el tiempo en balde. Paréceme (si os parece), pues la claridad y seguridad de la noche nos convida, que será bien dar á entender á nuestros enemigos, que los valedores de Alora no duermen. Yo os he dicho mi voluntad, hágase lo que os pareciere.» Ellos respon-huia, y dióse tan buena maña que á poco rato tenia de los dieron que ordenase, que todos le seguirian. Y nombrando nueve dellos los hizo armar: y siendo armados, salieron por una puerta falsa que la fortaleza tenia, por no ser sentidos, y porque la fortaleza quedase á buen recaudo. Y yendo por su camino adelante, hallaron otro que se dividia en dos. El alcaide les dijo: ya podria ser

tres los dos en el suelo. El otro que quedaba, viendo la necesidad de sus compañeros, tocó el cuerno, y fué á ayudarlos. Aqui se trabó fuertemente la escaramuza, porque ellos estaban afrontados de ver que un caballero les duraba tanto, y á él le iba mas que la vida en defenderse dellos. A esta hora le dió uno de los dos escuderos

y aunque me bastaba la lástima presente, sin acordar las pasadas, todavía te quiero contar esto:

una lanzada en un musio, que á no ser el golpe en soslayo se le pasara todo. El, con rabia de verse herido, volvio por sí, y dióle una lanzada que dió con él y con su caballo muy mal herido en tierra.

das las escaramuzas que entraban salian vencedores, y en todos los regocijos de caballería se señalaban. Ellos inventaban las galas y los trajes ; de manera que se podia bien decir, que en ejercicio de paz y de guerra eran ley de todo el reino. Dícese que nunca hubo Abencerraje escaso cerraje el que no servia dama, ni se tenia por dama la ni cobarde, ni de mala disposicion: no se tenia por Abenenemiga de su bien, que desta escelencia cayesen de la que no tenia Abencerraje por servidor. Quiso la fortuna caballeros, los que mas valian, un notable é injusto agramanera que oirás. El rey de Granada hizo á dos destos quisose decir, aunque yo no lo creo, que estos dos y á vio, movido de falsa informacion que contra ellos tuvo, y su instancia otros diez, se conjuraron de matar al rey, y dividir el reino entre sí, vengando su injuria. Esta con

Hubo en Granada un linaje de caballeros, que llamaban los Abencerrajes, que eran la flor de todo aquel reiRodrigo de Narvaez, barruntando la necesidad en que sus compañeros estaban, atravesó el camino, y como traia disposicion y gran esfuerzo, hacian ventaja á todos los no; porque en gentileza de sus personas, buena gracia, mejor caballo se adelantó; y viendo la valentía del moro quedó espantado, porque de los cinco escuderos tenia ȧlleros, y muy amados y quistos de la gente comun. En todemás; eran muy estimados del rey y de todos los cabalos cuatro en el suelo, y el otro casi al mismo punto. El le dijo: «moro, vente á mí, y si tú me vences, yo te aseguro de lo demás.» Y comenzaron á trabar brava escaramuza; mas como el alcaide venia de refresco, y el moro y su caballo estaban heridos, dábale tanta priesa, que no podia mantenerse; mas, viendo que en sola esta batalla le iba la vida y contentamiento, dió una lanzada á Rodrigo de Narvaez, que á no tomar el golpe en su adarga le hubiera muerto. Él en recebiendo el golpe arremetió á él, y dióle una herida en el brazo derecho, y cerrando luego con él le trabó á brazos, y sacándole de la silla, dió con él en el suelo. Y yendo sobre él, le dijo: «caballero, date por vencido, si no, matarte he. — Matarme bien podrás, dijo el moro, que en tu poder me tienes; mas no podrá vencerme sino quien una vez me venció. El alcaide no paró en el misterio con que se decian estas pala-juracion, siendo verdadera ó falsa, fué descubierta ; y por bras, y usando en aquel punto de su acostumbrada virtud, le ayudó á levantar, porque de la herida que le dió el escudero en el muslo, y de la del brazo, aunque no eran grandes, y del gran cansancio y caida quedó quebrantado; y tomando de los escuderos aparejo, le ligó las heridas; y hecho esto, le hizo subir en un caballo de un escudero, porque el suyo estaba herido, y volvieron el camino de Alora.

Y yendo por él adelante hablando en la buena disposicion y valentía del moro, él dió un grande y profundo suspiro, y habló algunas palabras en algarabía que ninguno entendió. Rodrigo de Narvaez iba mirando su buen talle y disposicion : acordábase de lo que le vió hacer; y parecíale que tan gran tristeza en ánimo tan fuerte no podia proceder de sola la causa que allí parecia. Y por informarse dél, le dijo: «caballero, mirad que el prisionero que en la prision pierde el ánimo, aventura el derecho de la libertad. Mirad que en la guerra los caballeros han de garar y perder; porque los mas de sus trances están sujetos à la fortuna; y parece flaqueza que quien hasta aquí ha dado tan buena muestra de su esfuerzo, la dé agora tan mala. Si sospirais del dolor de las llagas, á lugar vais do sereis bien curado; si os duele la prision, jornadas son de guerra á que están sujetos cuantos la siguen. Y si teneis otro dolor secreto, fiadle de mí, que yo os prometo como hijo-dalgo de hacer, por remediarle, lo que en mi fuere.» El moro, levantando el rostro, que en el suelo tenia, le dijo: «¿cómo os llamais, caballero, que tanto sentimiento mostrais de mi mal?» El le dijo: á mí llaman Rodrigo de Narvaez, soy alcaide de Antequera y Alora.» El moro, tornando el semblante algo alegre, le dijo: «por cierto agora pierdo parte de mi queja; pues ya que mi fortuna me fué adversa, me puso en vuestras manos, que aunque nunca os ví sino agora, gran noticia tengo de vuestra virtud, y esperiencia de vuestro esfuerzo; y porque no os parezca que el dolor de las he ridas me hace sospirar, y también porque me parece que en vos cabe cualquier secreto, mandad apartar vuestros escuderos, y hablaros he dos palabras.» El alcaide los hizo apartar, y quedando solos, el moro, arrancando un gran sospiro, le dijo: «Rodrigo de Narvaez, alcaide tan nombrado de Alora, está atento á lo que te dijere, y verás si bastan los casos de mi fortuna á derribar un corazon de un hombre cautivo: à mi llaman Abiudarraez el mozo, á diferencia de un tio mio, hermano de mi padre, que tiene el mismo nombre. Soy de los Abencerrajes de Granada, de los cuales muchas veces habrás oido decir;

no escandalizar el rey al reino, que tanto los amaba, los hizo á todos una noche degollar; porque á dilatar la injusticia, no fuera poderoso de hacella. Ofreciéronse al rey grandes rescates por sus vidas; mas él aun escuchallo no quiso. Cuando la gente se vió sin esperanza de sus vidas, comenzó de nuevo a llorarlos: llorábanlos los padres que los engendraron y las madres que los parieron; llorábanlos las damas á quien servian y los caballeros con quienes grande y continuo alarido, como si la ciudad se entrara se acompañaban; y toda la gente comun alzaba un tan de enemigos; de manera que si á precio de lágrimas se hubieran de comprar sus vidas, no murieran los Abencerrajes tan miserablemente. ¡ Ves aquí en lo que acabó tan esclarecido linaje, tan principales caballeros como en él habia! ¡Considera cuánto tarda la fortuna en subir un hombre, y cuán presto le derriba! cuánto tarda en creficultad se edifica una casa, y con cuánta brevedad se quecer un árbol, y cuán presto va al fuego! con cuánta dima! cuántos podrian escarmentar en las cabezas destos desdichados, pues tan sin culpa padecieron con público mismo rey! Sus casas fueron derribadas, sus heredades pregon, siendo tantos y tales, y estando en el favor del enajenadas, y su nombre dado en el reino por traidor. Resultó deste infelice caso que ningun Abencerraje pudiese vivir en Granada, salvo mi padre y un tio mio, que hallaron inocentes deste delito, à condicion que los hijos que les naciesen enviasen á criar fuera de la ciudad, para que no volviesen á ella, y las hijas casasen fuera del reino..

Rodrigo de Narvaez, que estaba mirando con cuánta pasion le contaba su desdicha, le dijo: «por cierto, caballero, vuestro cuento es estraño, y la sinrazon que á los Abencerrajes se hizo fué grande; porque no es de creer que siendo ellos tales cometiesen traicion. - Es como yo lo digo, dijo él ; y aguardad mas, y vereis cómo desde allí todos los Abencerrajes deprendimos á ser desdichados. - Yo salí al mundo del vientre de mi madre, y por cumplir mi padre el mandamiento del rey, envióme á Cartama, al alcaide que en ella estaba, con quien tenia estrecha amistad. Este tenia una hija, casi de mi edad, á quien amaba mas que á sí; porque, allende de ser sola y hermosísima, le costó la mujer, que murió de su parto. Esta y yo en nuestra niñez siempre nos tuvirios por bermanos, , porque así nos oíamos llamar : nunca me acuerdo haber pasado hora que no estuviésemos junters: juntos nos criaron, juntos andábamos, juntos comíamos y bebíamos. Naciónos desta conformidad un natural amor, que fué siempre creciendo con nuestras edades. Acuérdome que,

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entrando una siesta en la buerta que dicen de los Jazmines, la hallé sentada junto à la fuente, componiendo su hermosa cabeza : miréla vencido de su hermosura, y parecióme á Salmacis, y dije entre mí: ¡oh, quién fuera Trocho para parecer ante esta hermosa diosa! ¡No sé cómo me pesó de que fuese mi hermana! Y no aguardando mas fuime à ella; y cuando me vió, con los brazos abiertos me salió á recebir, y sentándome junto à si me dijo: « hermano, ¿cómo me dejaste tanto tiempo sola?» Yo la respondi: » señora mia, porque ha gran rato que os busco; nunca hallé quien me dijese dó estábades, hasta que mi corazon me lo dijo; mas decidme ahora: ¿qué certenidad teneis vos de que seamos hermanos? - Yo, dijo ella, no otra mas del grande amor que te tengo, y ver que todos nos llaman bermanos. Y si no lo fuéramos, dije yo, ¿quisiérasme tanto? No ves, dijo ella, que á no serlo, no nos dejara mi padre andar siempre juntos y solos? Pues si ese bien me habian de quitar, dije yo, mas quiero el mal que tengo.» Entonces ella encendiendo su hermoso rostro en color, me dijo: «¿y qué pierdes tú en que seamos hermanos?- Pierdo á mí y á vos, dije yo. - Yo no te entiendo, dijo ella, mas á mí me parece que solo serlo nos obliga á amarnos naturalmente. → A mí, sola vuestra hermosura me obliga, que antes esa hermandad parece que me resfria algunas veces » y con esto bajando mis ojos, de empacho de lo que la dije, vila en las aguas de la fuente al propio, como ella era; de suerte que donde quiera que volvia la cabeza hallaba su imágen, y en mis entrañas la mas verdadera. Y decíame yo á mí mismo y (pesárame que alguno me lo oyera) si yo me anegase agora en esta fuente donde veo á mi señora, ¡ cuánto mas disculpado moriria yo que Narciso! Y si ella me amase como yo la amo, ¡qué dichoso seria yo! Y si la fortuna nos permitiese vivir siempre juntos, ¡ qué sabrosa vida seria la mia! Diciendo esto, levantéme, y volviendo las manos á unos jazmines, de que la fuente estaba rodeada, mezclándolos con arrayán, hice una hermosa guirnalda, y poniéndola sobre mi cabeza me volví á ella coronado y vencido. »

Ella puso los ojos en mí (á mi parecer) mas dulcemente que solia, y quitándomela, la puso sobre su cabeza. Parecióme en aquel punto mas hermosa que Venus cuando salió al juicio de la manzana, y volviendo el rostro a mi, me dijo : e i qué te parece agora de mi, Abindarraez?» Yo la dije: «paréceme que acabais de vencer al mundo, y que os coronan por reina y señora dél. » Levantándose, me tomó por la mano y me dijo: «si eso fuera, hermano, no perdiérades vos nada : » yo sin la responder la segui hasta que salimos de la huerta. Esta engañosa vida trujimos mucho tiempo, hasta que ya el amor, por vengarse de nosotros, nos descubrió la cautela; que como fuimos creciendo en edad, ambos acabamos de entender que no éramos hermanos. Ella no sé lo que sintió al principio de saberlo; mas yo nunca mayor contentamiento recebí, aunque después acá lo he pagado bien. En el mismo punto que fuimos certificados de esto, aquel amor limpio y sano que nos teníamos se comenzó á dañar, y se convirtió en una rabiosa enfermedad, que nos durará hasta la muerte. Aquí no hubo primeros movimientos que escusar; porque el principio destos amores fué un gusto y deleite fundado sobre bien; mas después no vino el mal por principios, sino de golpe y todo junto. Ya yo tenia mi contentamiento puesto en ella, y mi alma hecha á medida de la suya. Todo lo que no via en ella me parecia feo, escusado y sin provecho en el mundo. Todo mi pensamiento era en ella. Ya en este tiempo nuestros pasatiempos eran diferentes; ya yo la miraba con recelo de ser sentido; ya tenia envidia del sol que la tocaba. Su presencia me lastimaba la vida, y su ausencia me enflaquecia el corazon. Y de todo esto creo que no me debia nada, porque me pagaba en la misma moneda. Quiso la fortuna, envidiosa

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de nuestra dulce vida, quitarnos este contentamiento, en la manera que oirás. »

«El rey de Granada, por mejorar en cargo al alcaide de Cartama, envióle á mandar que luego dejase aquella fuerza, y se fuese á Coin (que es aquel lugar frontero del vuestro) y que me dejase á mí en Cartama en poder del alcaide que á ella viniese. Sabida esta desastrada nueva por mi señora y por mí, juzgad vos (si algun tiempo fuistes enamorado) lo que podríamos sentir. Juntámonos en un lugar secreto á llorar nuestro apartamiento. Yo la llamaba señora mia, alma mia, solo bien mio, y otros dulces nombres que el amor me enseñaba; apartándose vuestra hermosura de mí, ¿terneis alguna vez memoria deste vuestro captivo? Aquí las lágrimas y sospiros atajaban las palabras. Yo, esforzándome para decir mas, malparia algunas razones turbadas, de que no me acuerdo, porque mi señora llevó mi memoria consigo. ¡ Pues quien os contase las lástimas que ella hacia, aunque à mi siempre me parecian pocas! Decíame mil dulces palabras, que hasta agora me suenan en las orejas y al fin, porque no nos sintiesen, despedimonos con muchas lágrimas y sollozos, dejando cada uno al otro por prenda un abrazo, con un sospiro arrancado de las entrañas. Y porque ella me vió en tanta necesidad y con señales de muerto, me dijo: « Abindarraez, á mi se me sale el alma en apartándome de tí; y porque siento de ti lo mismo, yo quiero ser tuya hasta la muerte: tuyo es mi corazon, tuya es mi vida, mi honra y mi hacienda : y en testimonio desto, llegada a Coin, donde agora voy con mi padre, en teniendo lugar de hablarte, ó por ausencia, ó por indisposicion suya (que ya deseo) yo te avisaré: irás donde yo estuviere, y allí yo te daré lo que solamente llevo conmigo, debajo de nombre de esposo, que de otra suerte ni tu lealtad ni mi ser lo consentirian; que todo lo demás muchos dias ha que es tuyo. Con esta promesa mi corazon se sosegó algo y beséla las manos por la merced que me prometia. >>

<< Ellos se partieron otro dia, yo quedé como quien caminando por unas fragosas y ásperas montañas se le eclipsa el sol comencé à sentir su ausencia ásperamente, buscando falsos remedios contra ella. Miraba las ventanas do se solia poner, las aguas do se bañaba, la cámara en que dormia, el jardin do reposaba la siesta. Andaba todas sus estaciones y en todas ellas hallaba representacion de mi fatiga. Verdad es que la esperanza, que me dio de llamarme, me sostenia, y con ella engañaba parte de mis tra bajos; aunque algunas veces, de verla alargar tanto, me causaba mayor pena, y holgara que me dejara del todo desesperado, porque la desesperacion fatiga hasta que se tiene por cierta, y la esperanza hasta que se cumple el deseo. »

Quiso mi ventura, que esta mañana mi señora me cumplió su palabra, enviándome á llamar con una criada suya, de quien se fiaba; porque su padre era partido para Granada, llamado del rey para volver luego. Yo, resucitado con esta buena nueva, apercebime; y dejando venir la noche por salir mas secreto, puseme en el hábito que me encontrastes, por mostrar á mi señora el alegría de mi corazon; y por cierto no creyera yo que bastaran cien caballeros juntos á tenerme campo, porque traia mi señora conmigo; y si tú me venciste, no fué por esfuerzo (que no es posible), sino porque mi corta suerte, ó la determinacion del cielo quisieron atajarme tanto bien. Así que, considera tú ahora, en el fin de mis palabras, el bien que perdí, y el mal que tengo. Yo iba de Cartama á Coin, breve jornada (aunque el deseo la alargaba mucho), el mas ufano Abencerraje que nunca se vió: iba llamado de mi señora á ver à mi señora, á gozar de mi señora y á casarme con mi señora. Véome ahora herido, cautivo y vencido, y lo que mas siento que el término y coyuntura de mi bien se acaba esta noche. Déjame pues, cristiano, consolar entre mis sospiros, y no los juzgues á flaqueza ;

pues lo fuera muy mayor tener ánimo para sufrir tan ri- | guroso trance.»

Rodrigo de Narvaez quedó espantado y apiadado del estraño acontecimiento del moro; y pareciéndole que para su negocio ninguna cosa le podria dañar mas que | la dilacion, le dijo: «Abindarraez, quiero que veas que puede mas mi virtud que tu ruin fortuna: si tú me prometes como caballero de volver à mi prision dentro de tercero dia, yo te daré libertad para que sigas tu camino; porque me pesaria de atajarte tan buena empresa. El moro, cuando lo oyó, se quiso de contento echar á sus piés, y le dijo: «Rodrigo de Narvaez, si vos esto haceis, habreis hecho la mayor gentileza de corazon que nunca hombre hizo, y a mí me dareis la vida; y para lo que pedís, tomad de mí la seguridad que quisiéredes, que yo lo cumpliré.» El alcaide llamó á sus escuderos, y les dijo: «señores, fiad de mí este prisionero, que yo salgo fiador de su rescate: » ellos dijeron que ordenase à su voluntad; y tomando la mano derecha entre las dos suyas al moro, le dijo: «¿vos prometéisme como caballero de volver á mi castillo de Alora à ser mi prisionero dentro de tercero dia?» El le dijo: « sí prometo. - Pues id con la buenaventura, y si para vuestro negocio teneis necesidad de mi persona, ó de otra cosa alguna, también se hará. » Y diciendo que se lo agradecia, se fué camino de Coin á mucha priesa.»

Rodrigo de Narvaez y sus escuderos se volvieron á Alora, hablando en la valentía y buena manera del moro. Y con la priesa que el Abencerraje llevaba, no tardó mucho en llegar á Coin. Yéndose derecho á la fortaleza, como le era mandado, no paró hasta que halló una puerta que en ella habia, y deteniéndose allí, comenzó á reconocer el campo, por ver si habia algo de que guardarse, y viendo que estaba todo seguro, tocó en ella con el cuento de la lanza, que esta era la señal que le habia dado la dueña. Luego ella misma le abrió, y le dijo: «¿en qué os habeis detenido, señor mio, que vuestra tardanza nos ha puesto en gran confusion? Mi señora ha rato que os espera: apeaos, y subireis donde está. » El se apeó, y puso su caballo en lugar secreto, que allí halló; y dejando la lanza con su adarga y cimitarra, llevándole la dueña por la mano, lo mas paso que pudo, por no ser sentido de la gente del castillo, subió por una escalera hasta llegar al aposento de la hermosa Jarifa (que así se llamaba la dama). Ella, que ya habia sentido su venida, con los brazos abier tos le salió á recebir; ambos se abrazaron sin hablarse palabra del sobrado contentamiento. Y la dama le dijo: ¿en qué os babeis detenido, señor mio, que vuestra tardanza me ha puesto en gran congoja y sobresalto? Mi señora, dijo él, vos sabeis bien que por mi negligencia no habrá sido; mas no siempre suceden las cosas como los hombres desean. » Ella le tomó por la mano, y le metió en una cámara secreta, y sentándose sobre una cama que en ella habia, le dijo: «he querido, Abindarraez, que veais en cuál manera cumplen las cautivas de amor sus palabras; porque, desde el dia que os la dí por prenda de mi corazon, he buscado aparejos para quitárosla: yo os mandé venir á este mi castillo á ser mi prisionero, como yo lo soy vuestra, y haceros señor de mi persona, y de la hacienda de mi padre, debajo del nombre de esposo, aunque esto segun entiendo, será muy contra su voluntad; que como no tiene tanto conocimiento de vuestro valor, y esperiencia de vuestra virtud como yo, quisiera darme marido mas rico; mas yo, vuestra persona y mi contentamiento tengo por la mayor riqueza del mundo; y diciendo esto bajó la cabeza, mostrando un cierto empacho de haberse descubierto tanto.

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El moro la tomó entre sus brazos, y besándola muchas veces las manos por la merced que le hacia, la dijo: «sefiora mia, en pago de tanto bien como me habeis ofrecido, no tengo que daros, que no sea vuestro, sino sola esta

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prenda, en señal que os recibo por mi señora y esposa ;› y llamando á la dueña se desposaron. Y siendo desposados se acostaron en su cama, donde con la nueva esperiencia encendieron mas el fuego de sus corazones. En esta conquista pasaron muy amorosas obras y palabras, que son mas para contemplacion que para escritura. Tras esto al moro vino un profundo pensamiento, y dejando llevarse dél dió un gran sospiro. La dama, no pudiendo sufrir lan grande ofensa de su hermosura y voluntad, con gran fuerza de amor le volvió á sí, y le dijo: « qué es esto, Abindarraez? Parece que te has entristecido con mi alegría; yo te oigo sospirar revolviendo el cuerpo á todas partes, pues si yo soy todo tu bien y contentamiento, como me decias, ¿por quién sospiras? Y si no lo soy ¿por qué me engañaste? Si has hallado alguna falta en mi persona, pon los ojos en mi voluntad, que basta para encubrir muchas ; y si sirves otra dama, dime quién es para que la sirva yo; y si tienes otro dolor secreto de que yo no soy ofendida, dímelo, que ó yo moriré ó te libraré dél. » El Abencerraje, corrido de lo que habia hecho, y pareciéndole que no declararse era ocasion de gran sospecha, con un apasionado sospiro dijo: «señora mia, si yo no os quisiera mas que á mí, no hubiera hecho este sentimiento; porque el pesar que conmigo traia, sufríale con buen ánimo cuando iba por mí solo; mas ahora, que me obliga á apartarme de vos, no tengo fuerzas para sufrirle; y así entendereis que mis sospiros se causan mas de sobra de lealtad que de falta della; y porque no esteis mas suspensa sin saber de qué, quiero deciros lo que pasa. » Luego le contó todo lo que habia sucedido; y al cabo la dijo: << de suerte, señora, que vuestro cautivo lo es también del alcaide de Alora yo no siento la pena de la prision, que vos enseñasteis mi corazon á sufrir; mas vivir sin vos tendria por la misma muerte. » La dama con buen semblante le dijo: «no te congojes, Abindarraez, que yo tomo el remedio de tu rescate á mi cargo; porque a mí me cumple mas; yo digo así, que cualquier caballero que diere la palabra de volver á la prision, cumplirá con enviar el rescate que se le puede pedir; y para esto ponedle vos mismo el nombre que quisiéredes, que yo tengo las llaves de la riqueza de mi padre, y yo os las pondré en vuestro poder: enviad de todo ello lo que os pareciere. Rodrigo de Narvaez es buen caballero, y os dió una vez libertad, y le fiastes este negocio, que le obliga ahora á usar de mayor virtud: yo creo que se contentará con esto, pues teniéndoos en su poder ha de hacer lo mismo.. El Abencerraje la respondió: « bien parece, señora mia, que lo mucho que me quereis no os deja que me aconsejeis bien: por cierto no caeré yo en tan gran yerro; porque, si cuando venia á verme con vos, que iba por mí solo, estaba obligado á cumplir mi palabra, ahora que soy vuestro se me ha doblado la obligacion. Yo volveré á Alora y me porné en las manos del alcaide della, y tras hacer yo lo que debo, haga él lo que quisiere. — Pues nunca Dios quiera, dijo Jarifa, que yendo vos á ser preso quede yo libre pues no lo soy yo, quiero acompañaros en esta jornada, que ni el amor que os tengo, ni el miedo que he cobrado á mi padre de haberle ofendido, me consentirån hacer otra cosa.» El moro llorando de contentamiento la abrazó y le dijo: « siempre vais, señora mia, acrecentándome las mercedes; hágase lo que vos quisiéredes, que así lo quiero yo. »

Y con este acuerdo, aparejando lo necesario, otro dia de mañana se partieron, llevando la dama el rostro cubierto por no ser conocida. Pues yendo por su camino adelante hablando de diversas cosas, toparon un hombre viejo; la dama le preguntó dónde iba, él la dijo: « voy á Alora á negocios que tengo con el alcaide della, que es el mas honrado y virtuoso caballero que yo jamás ví.» Jarifa se holgó mucho de oir esto, pareciéndole que pues todos hallaban tanta virtud en este caballero, que también la hallarian ellos, que tan necesitados estaban della.

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