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Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no pue do mas sufrir tu penado esperar, ¡ oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podia haber nascido, que desprivase tu gran merescimiento? ¡Oh salteada melodía! ¡Oh gozoso rato! ¡Oh corazon mio! ¿Y cómo no podiste mas tiempo sofrir sin interromper por tu gozo y cumplir el deseo de entrambos?

MELIBEA.

¡Oh sabrosa traicion! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer, ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenias tu claridad escondida? ¿Habia rato que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar palabras sin seso al aire con mi ronca voz de cis(1) Oirdn.

(2) Ortolana.

(3) Mas.

(4) Yo.

(8) Hay. (6) Que lo.

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ne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna cuán clara se nos muestra (1); las nubes cómo huyen. Oye la corriente agua desta fontecica, ¡ cuánto mas suave murmurio y ruido lleva por entre las frescas yerbas! Escucha los altos cipreses, ¡cómo se dan paz unos ramos con otros por intercesion de un templadico viento que los menea! Mira sus quietas sombras, ¡ cuán escuras están y aparejadas para encubrir nuestro deleite! Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tórnaste loca de placer? Dejámelo, no me lo despedaces, ni le trabajes sus miembros con tus pesados brazos ; déjame gozar (2) de lo que es mio, no me ocupes mi placer.

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¿Qué quieres que cante, amor mio? ¿Cómo cantaré, que tu deseo era el que regia mi son y hacia sonar mi canto? Pues seguida (4) tu venida desapareció el deseo; destemplóse el (5) tono de mi voz. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena crianza, ¿cómo mandar (6) á mi lengua hablar, y no á tus manos que estén quedas? ¿Por qué no olvidas estas mañas? Mándalas estar sosegadas y dejar su enojoso uso y conversacion incomportable. Cata, ángel mio, que así como me es agradable tu vista sosegada, me es enojoso tu riguroso trato: tus honestas burlas me dan placer, tus deshonestas manos me fatigan cuando pasan de la razon. Deja estar mis ropas en su lugar, y si quieres ver si es el hábito de encima de seda, ó de paño, ¿para qué me tocas en la camisa ? Pues cierto es de lienzo. Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te mostraré no me destroces ni maltrates como sueles; ¿qué provecho te trae dañar mis vestiduras?

CALISTO.

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ei que me haces con tu visitacion incomparable merced. |

SOSIA.

¿Así, bellacos, rufianes, veníades á asombrar los que no os temen? Pues yo os juro que si esperades (1), que yo os hiciera ir como inerescíades.

CALISTO.

Señora, Sosia es aquel que da voces: déjame ir á verlo, no lo maten, que no está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de tí.

MELIBEA.

¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas: tornate á armar.

CALISTO.

Señora, lo que no hace espada y capa y corazon, no lo bacen corazas y capacete y cobardía.

SOSIA.

¿Aun tornais? Esperad, quizá venís por lana, volvereis trasquilados.

CALISTO.

Déjame, por Dios, señora, que puesta está el (2) escala.

MELIBEA.

¡Oh desdichada yo! Y cómo vas tan recio y con tanta priesa desarmado á meterte entre quien no conosces? Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto á un ruido, echémosle sus corazas por la pared, que le (3) quedan acá.

TRISTÁN.

Tente, señor, no bajes : idos son; que no era sino Traso el cojo y otros bellacos que pasaban voceando, que ya se tornan (4). Tente, tente, señor, con las manos en la escala (5).

CALISTO.

¡Oh, válame santa María! Muerto soy, confesion.

TRISTÁN.

Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caido del escala, y no habla ni se bulle.

SOSIA.

Señor, señor. A esotra puerta : tan muerto es como mi abuelo. ¡Oh gran desventura!

LUCRECIA.

Escucha, escucha: ¡gran mal es este!

MELIBEA.

¿Qué es esto? ¿qué oigo? ¡ amarga de mi vida (6) ! TRISTÁN.

¡Oh mi señor y mi bien muerto! (7) ¡Mi señor despe

(1) Esperdrades.

(9) La.

(3) Se le.

(4) Se torna Sosia.

(3) Al escala.

(6) Amarga de mi.

(7) Oh mi.

ñado! ¡Oh triste muerte sin confesion! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado de nuestro amo. ¡Oh dia acíago! ¡Oh arrebatado fin!

MELIBEA.

¡Oh desconsolada de mi! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontescimiento como oigo? Ayúdame á subir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mis padres (1). Mi bien y placer todo es ido en humo; mi alegría es perdida; consumióse mi gloria.

LUCRECIA.

Tristán, ¿qué dices, mi amor, qué (2) esto que lloras tan sin mesura?

TRISTÁN.

Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores: cayó mi señor Calisto del escala, y es muerto; su cabeza está en tres partes ; sin confesion peresció. Díselo á la triste y nueva amiga, que no espere mas su penado amador. Toma tú, Sosia, desos piés : llevemos el cuerpo de nuestro muy querido amo donde no padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos la soledad (3), síganos desconsuelo, vístanos tristeza, cúbranos luto y dolorosa jerga.

MELIBEA.

¡Oh la mas de las tristes triste! ¡ Tan poco tiempo poseido el placer; tan presto venido el dolor! LUCRECIA.

Señora, no rasques tu cara, ni meses tus cabellos. Agora en placer, agora en tristeza: ¿qué planeta hubo que tan presto contrarió su operacion? ¿Qué poco corazon es este? Levanta, por Dios, no seas hallada de tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, no me oyes? No te amortezcas, por Dios. Ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía para el placer.

MELIBEA.

¿Oyes lo que aquellos mozos van bablando (4) ? Muerta llevan mi alegría. No es tiempo de vivir. ¿Cómo no gocé mas del gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la gloria que entre mis manos tuve? ¡Oh ingratos mortales! ¡ Jamás conosceis vuestros bienes, sino cuando dellos caresceis!

LUCRECIA.

Avívate, aviva, que mayor mengua será hallarte en el huerto, que placer sentiste con la venida, ni pena con ver que es muerto. Entremos en la cámara, acostarte has : Ilamaré á tu padre, y fingiremos otro mal; pues este no es para se poder encubrir.

(1) De mi padre.

(2) Es eso que.

(3) Soledad.

¿ Oyes sus tristes cantares? Rezando llevan con responso mi bien todo muerta llevan etc.

ACTO VIGESIMO.

ARGUMENTO.

Lucrecia llama á la puerta de la cámara de Pleberio. Pregúntale Pleberio lo que quiere. Lucrecia le da priesa que vaya á ver á su hija Melibea. Levantado Pleberio, va á la cámara de Melibea; consuélala preguntándole qué mal tiene. Finge Melibea dolor del corazon. Envía Melibea á su padre por algunos instrumentos músicos; suben ella y Lucrecia en una torre; envía de sí á Lucrecia; cierra tras sí la puerta. Llégase su padre al pié de la torre, descúbrele Melibea todo el negocio que habia pasado; en fin, déjase caer de la torre abajo.

PLEBERIO, LUCRECIA, MELIBEA.

PLEBERIO.

¿Qué quieres, Lucrecia? ¿Qué quieres tan presurosa, y con tanta importunidad y poco sosiego? ¿Qué es lo que mi hija ha sentido? ¿Qué mal tan arrebatado puede ser que no haya yo tiempo de me vestir, ni me dés aun espacio á me levantar?

LUCRECIA.

Señor, apresúrate mucho, si la quieres ver viva, que ni su mal conozco de fuerte, ni à ella ya de desfigurada.

PLEBERIO.

Vamos presto; anda allá; entra adelante; alza esa antepuerta, y abre bien esa ventana, porque le pueda ver el gesto con claridad. ¿Qué es esto, hija mia? ¿Qué dolor (1) es el tuyo? ¿Qué novedad es esta? ¿Qué poco esfuerzo es este? Mirame que soy tu padre; háblame, por Dios; dime la razon de tu dolor, porque pronto sea remediado; no quieras enviarme con triste postrimería al sepulcro. Ya sabes que no tengo otro bien sino á tí; abre esos alegres ojos, y mírame.

¡Ay dolor!

MELIBEA.

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Hija mia, ¡ bien amada y querida del viejo padre! por Dios, no te ponga desesperacion el cruel tormento desta tu enfermedad y pasion; que los (4) flacos corazones el dolor los arguye. Si (5) me cuentas tu mal, luego será remediado; que ni faltarán medicinas, ni médicos, ni sir vientes para buscar tu salud, agora consista en yerbas, ó en piedras, ó en palabras, ó esté secreta en cuerpo (6) de animales. Pues no me fatigues mas, no me atormentes, no me hagas salir de seso, y dime, ¿qué sientes?

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PLEBERIO.

Temprano cobraste los sentimientos de la vejez : la mocedad toda suele ser placer y alegría, y enemiga de enojo. Levántate de ahí; vamos á ver los frescos aires de la ribera, y alegrarte has: con tu madre descansará tu pena. Cata, si huyes del placer, (1) no hay cosa mas contraria á tu mal.

MELIBEA.

Vamos donde mandares : subamos, señor, à la azotea alta, porque desde allí goce de la deleitosa vista de los navíos por ventura aflojará algo mi congoja.

PLEBERIO.

Subamos, y Lucrecia con nosotros.

MELIBEA.

Mas si á tí place (2), padre mio, manda (3) traer algun instrumento de cuerdas con que sufra (4) mi dolor, ó tañendo ó cantando; de manera, que aunque aqueje por una parte la fuerza de su accidente, mitigarlo han por otra los dulces sones y alegre armonía.

PLEBERIO.

Eso, hija mia, luego es hecho; yo lo voy a mandar aparejar.

MELIBEA.

Lucrecia, amiga mia, muy alto es esto. Ya me pesa por dejar la compañía de mi padre: baja á él y dile que se pare al pié de la torre, que le quiero decir una palabra, que se me olvidó que bablase á mi madre.

Ya voy, señora.

LUCRECIA.

MELIBEA.

De todos soy dejada: bien se ha endereszado (5) la manera de mi morir: algun alivio siento en ver que tan presto seremos juntos yo y aquel mi querido y amado Calisto. Quiero cerrar la puerta, porque ninguno suba á me estorbar mi muerte, ó no me (6) impida la partida. No me atajen el camino, por el cual en breve tiempo podré visitar en este dia al que me visitó la pasada noche. Todo se ha hecho á mi voluntad : buen tiempo terné para contar á Pleberio mi señor la causa de mi ya acordado (7) fin. ¡Gran sinrazon hago á sus canas; gran ofensa á su vejez ; gran fatiga le acarreo con mi falta; en gran soledad le dejo! Y caso que por mi morir á mis queridos padres sua dias se disminuyesen, ¿quién duda que no haya habido (8) otros mas crueles contra sus padres? Prusia (9), rey de

(4) Que.

(2) Placera.

(3) Mandur.

(4) Se huya.

(5) Adereszade.

(6) No me.

(7) Acortado.

(8) Ha habido. v

(0) Bursia.

:

Bitinia, sin ninguna razon, no aquejándole pena como á mí, mató á su propio padre; Ptolomeo, rey de Egipto, á su padre, y madre, y hermanos, y mujer, por gozar de una manceba; Orestes á su madre Clitemnestra; el cruel emperador Nero, á su madre Agripina por solo su placer (1) la hizo matar. Estos son dignos de culpa; estos son verdaderos parricidas, que no yo que si doy pena con mi muerte, purgo la culpa que de su dolor me pueden poner. Otros muchos crueles hubo que mataron hijos y hermanos, debajo de cuyos yerros el mio no paresce tan grande (2). Filipo, rey de Macedonia; Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laodice, reina de Capadocia; Medea, la nigromántica (3): todos estos mataron hijos queridos y amados sin ninguna razon, quedando sus personas á salvo. Finalmente, me ocurre aquella gran crueldad de Fraates, rey de los parthos, que porque no quedase sucesor después dél mató á Orode, su viejo padre, y á su único hijo, y treinta hermanos suyos. Estos fueron delitos dignos de culpable culpa, que guardando sus personas de peligro, mataban sus mayores y descendientes y hermanos. Verdad es, que aunque todo esto así sea, no habia de imitarles en lo que mal hicieron ; pero no es mas en mi mano, ni he fuerza para resistir. Tú, Señor, que de mi habla eres testigo, ves mi poco poder: ves¡ cuán captiva tengo mi libertad; cuán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto caballero, que priva el que tengo con los vivos padres!

PLEBERIO.

Hija Melibea (4), ¿qué haces sola? ¿Qué es tu voluntad decirme? ¿Quieres que suba allá?

MELIBEA.

Padre mio, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estoy, que estorbarias la presente habla que te quiero hacer. Lastimado serás brevemente con la muerte de tu única hija: mi fin es llegado; llegado es mi descanso y tu pasion; llegado es mi alivio y tu pena; llegada es mi acompañada hora y tu tiempo de soledad. No habrás, honrado padre, menester instrumentos para aplacar nui dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada de mi forzada y alegre partida: no la interrumpas con loro ni palabras; si no, quedarás mas quejoso en no saber por qué me mato, que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes, ni respondas, mas que lo que de mi grado decirte quisiere; porque cuando el corazon está embargado de pasion, están cerrados los oidos al consejo, y en tal tiempo las fructuosas palabras, en lugar de amansar, acres. cientan la saña. Oye, padre viejo, mis últimas palabras, y si como yo espero las rescibes, no culparás mi yerro. Bien ves y oyes este triste y doloroso sentimiento que toda la ciudad hace; bien oiste (5) este clamor de campana, este alarido de gentes, este aullido de canes, este estrépito de armas ; de todo esto soy yo (6) causa. Yo cubri de luto y jergas en este dia casi la mayor parte de la ciudadana caballería; yo dejé muchos sirvientes descubiertos de señor; yo quité muchas raciones y limosnas á pobres y envergonzantes (7); yo fui ocasion que los muertos tuviesen compañía del mas acabado hombre que en gracias nasció; yo quité à los vivos el dechado de gentileza, de invenciones galanas, de atavíos y bordaduras, de habla, de andar, de cortesía, de virtud; yo fuí (8) causa

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que la tierra goce sin tiempo el mas noble cuerpo y mas fresca juventud, que al mundo era de (1) nuestra edad criada. Y porque estarás espantado con el sonido de (2) mis no acostumbrados delitos, te quiero mas aclarar el | hecho. Muchos dias son pasados, padre mio, que penaba por amor de un caballero (3) que se llamaba Calisto, el cual tú bien conosciste, asimismo á sus padres y claro linaje; sus virtudes y bondad a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor, y tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su pasion à una astuta y sagaz mujer, que llamaban Celestina; la cuál, de su parte venida á mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubrí á ella (4) lo que á mi querida madre encubria; tuvo manera como ganó mi querer; ordenó cómo su deseo y el mio hubiese efeto. Si él mucho me amaba, no vivió engañado; concertó el triste concierto de la dulce y desdichada ejecucion de su voluntad. Vencida de su amor, díle entrada en tu casa: quebrantó con escalas las paredes de tu huerto; quebrautó mi casto propósito; perdí mi virginidad. Del cual deleitoso yerro de amor gozamos casi un mes; y como esta pasada noche viniese, segun era acostumbrado, á la vuelta de su venida, como de la fortuna mudable estuviese dispuesto y ordenado, segun su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los sirvientes que traia no diestros en aquel género de servicio, y él bajaba presuroso á ver un ruido que con sus criados sonaba en la calle, con el gran impetu que llevaba no vido bien los pasos, puso el pié en vacío y cayó, y de la triste caida sus mas escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras y paredes. Cortaron las hadas sus hilos; cortáronle sin confesion su vida; cortaron mi esperanza, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad seria, padre mio, muriendo él despeñado, que viviese yo penada ? Su muerte convida á la mia convídame, y es fuerza (5) que sea presto sin dilacion muéstrame que he de (6) ser despeñada por seguille en todo. No digan por mí: á muertos y á idos. Y así contentarle he en la muerte, pues no tuve tiempo en la vida. ¡Oh mi amor y señor Calisto! Espérame, ya voy: detente, si me esperas: no me incuses la tardanza que hago, dando esta última cuenta à mi viejo padre, pues le debo mucho mas. ¡Oh padre mio, muy amado! Ruégote, si amor en esta pasada y penosa vida (7) me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas; juntas nos hagas nuestras obsequias. Algunas consolatorias palabras te diria antes de mi agradable fin, colegidas y sacadas de aquellos antiguos libros, que por aclarar mas mi ingenio me mandabas leer; sino que ya la dañada memoria con la gran turbacion me las ha perdido, y aun porque veo tus lágrimas mal sufridas descender por tu arrugada faz. Salúdame á mi cara y amada madre: sepa de ti largamente la triste razon por que muero. ¡Gran pla. cer llevo de no verla presente! Toma, padre viejo, los dones de tu vejez; que en largos dias (8) tristezas se sufren. Rescibe las arras de tu senetud antigua, rescibe allá tu amada hija. Gran dolor llevo de mí, mayor de tí, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo y con ella; á él ofrezco mi ánima: pon tú en cobro este cuerpo que allá baja.

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ACTO VIGESIMO PRIMO.

ARGUMENTO.

Pleberio torna á su cámara con grandísimo llanto; pregúntale Alisa, su mujer, la causa de tan súbito mal; cuéntale la muerte de su hija Melibea, mostrándole el cuerpo della todo hecho pedazos, y haciendo su llanto concluye.

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Qué es esto, señor Pleberio? ¿Por qué son tus fuertes alaridos? Sin seso estaba (1) adormida del pesar que hube cuando of decir que sentia dolor nuestra hija; agora oyendo tus gemidos y tus voces tan altas, tús quejas no acostumbradas, tu llanto y congoja de tanto sentimiento, en tal manera penetraron mis entrañas, en tal manera traspasaron mi corazon, así avivaron mis turbados sentidos, que ya el rescebido pesar alancé de mi. Un dolor saca (2) á otro, un sentimiento otro. Dime las causas (3) | de tus quejas. ¿Por qué maldices tu honrada vejez; por qué pides la muerte; por qué arrancas tus blancos cabellos; por qué hieres tu honrada cara? ¿Es algun mal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena, no quiero yo vivir.

PLEBERIO.

¡Ay, ay, amada mujer (4)! ¡Nuestro bien todo es perdido; no queramos mas vivir! Y porque el incogitado dolor te dé mas pena todo junto sin pensarlo (5); porque mas presto vayas al sepulcro; porque no llore yo solo la pérdida dolorida de entrambos, ve allí la que tú pariste y yo engendré, hecha pedazos. La causa supe della, y mas la he sabido por estenso desta su triste sirviente (6); ayúdame á llorar nuestra allegada (7) postrimería. ¡Oh gentes, que venís á mi dolor; oh amigos y señores, ayudadme à sentir mi pena! ¡Oh mi hija y mi bien todo! Crueldad seria que viva yo sobre tí. Mas dignos eran mis sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbóse la órden del morir con la tristeza que te aquejaba. ¡Oh mis canas, salidas para haber pesar! Mejor gozara de vosotros la tierra que de aquellos rubios cabellos que presentes veo. Fuertes dias me sobran para vivir: ¿quejarme he de la muerte? ¿Incusarle he su dilacion? Cuanto tiempo me dejare solo después de tí, falteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía. ¡ Ob mujer mia! Levántate de sobre ella, y si alguna vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos, en quebrantamiento y sospirar y si por caso tu espíritu reposa con el suyo, si ya has dejado esta vida de dolor, ¿por qué quisiste que lo pasase (8) yo todo? En esto teneis ventaja las hembras á los varones, que puede gran (9) dolor sacaros del mundo sin lo sentir, ó á lo menos perdeis el sentido, que es parte de descanso. ¡Oh duro corazon de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura! ¿Cómo me sostienes?

(1) Yo.

(2) Sacó.

(3) La causa.

(4) Noble muger. Nuestro gozo el pozo, Plantino.

(8) Pensarla.

(6) Sirvienta.

(7) Llegada.

(8) Pase.

(9) Un gran.

¿Adónde hallará abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh fortuna variable, ministra y mayordomo de los temporales bienes! ¿Por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas en aquello que á tí es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? (1) ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dejárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenias: diérasme, fortuna flutuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la órden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia y robusta edad, que no en la flaca postrimería. ¡ Oh vida de congojas llena, de miserias acompañada ! ¡Oh mundo, mundo (2)! Muchos en tus calidades metieron la mano, diversas cosas por oidas de tí contaron; yo por triste esperiencia lo contaré, como á quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron. Como aquel que mucho ha hasta agora callado tus falsas propiedades, por no encender con odio tu ira, porque no me secases sin tiempo esta flor, que este dia echaste de tu poder. Pues agora sin temor, como quien no tiene que perder, como aquel á quien tu compañía es ya enojosa, caminaré como camina el pobre (3), que sin temor de los crueles salteadores va cantando en alta voz; yo pensaba en mi mas tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna órden: agora visto el pró y la contra de tus bonanzas (4), me parescen un labirinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, region llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes (5), fuente de cuidados, rio de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites, y al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada cumples: échasnos de tí, porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus (6) vicios, muy descuidados, á rienda suelta; descúbresnos la celada, cuando ya no hay lugar de volver. Muchos te dejaron con temor de tu arrebatado dejar; bienaventurados se llamarán, cuando vean el galardon que á este triste viejo has dado en pago de tan largo servicio. Quiébrasnos el ojo y úntasnos con consuelo el casco: haces mal á todos, porque ningun triste se halle solo en ninguna adversidad. Diciendo que es alivio á los míseros, como yo, tener compañeros en la pena; pues, desconsolado viejo, ¡ qué solo estoy! Yo fuí lastimado sin haber igual compañero de semejante dolor, aunque mas en mi fatigada memoria revuelvo presentes y pasados. Que si aquella severidad y paciencia de Paulo Emilio me viniera á consolar con pérdida de dos hijos muertos en siete dias, diciendo, que su

(1) Por qué no quemaste mi morada?

(2) Muchos mucho de ti dijeron.

(3) Caminante pohre.

(4) Bienandanzas.

(5) Huerto florido y sin fruto.

(6) Viciosos vicios.

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