Imágenes de páginas
PDF
EPUB

ro, ni si quemas con fuego; sana dejas la ropa, y lastimas el corazon. Haces que feo amen, y hermoso les parezca. ¿Quién te dió tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarias á tus sirvientes; si los amases, no les darias pena; si alegres vi| viesen, no se matarian, como agora mi amada hija. Dime en qué pararon tus sirvientes y sus ministros? ¿Y la falsa alcahueta Celestina? Murió á manos de los mas fieles compañeros que ella para su servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron degollados, Calisto despeñado; mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle: todo esto causas; dulce nombre te dieron, amargos hechos haces. No das iguales galardones: inicua es la ley, que á todos igual no es. Alegra tu sonido, entristesce tu trato. Bienaventurados los que no conosciste, ó de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traidos. Cata, que Dios mata (1) los que crió: tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razon, á los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congojosa danza. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin órden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo, pónente un arco en la mano, con que tires á tiento; mas ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni ven el desabrido galardon que se saca de tu servicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás hace señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas; las cuales son tantas, que de quien comenzar pueda, apenas me ocurre. No solo de cristianos, mas gentiles y judíos, y todo en pago de buenos servicios. ¿Qué (2) dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando, de cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por tí Páris? qué, Elena? qué hizo (3) Cliptemnestra? qué, Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues á Safo, Ariadna, á Leandro, ¿qué pago les diste? Hasta David y Salomon no quisiste dejar sin pena. Por tu amistad Sanson pagó lo que meresció, por creerse de quien tú le forzaste á darla fe; y otros muchos (4) callo, porque tengo harto que contar en mi mal. Del mundo me quejo, porque así (5) me crió; porque no me dando vida, no engendrara en él á Melibea; no nascida no amara; no amando cesara mi queja y desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera (6) buena, y mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no tuviste (7) lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lacrimarum valle?

animosidad obró, que consolase él al pueblo romano, y no el pueblo á él; no me satisface, que otros (1) le quedaban dados en adopcion. ¿Qué compañía me ternán en mi dolor aquel Pericles, capitán ateniense, ni el fuerte Jénofon; pues sus pérdidas fueron de hijos ausentes de sus tierras? Ni fué mucho no mudar su frente y tenerla serena, y el otro responder al mensajero, que las tristes albricias de la muerte de su hijo le venia à pedir, que no rescibiese él pena, que él no sentía pesar; que todo esto bien diferente es à mi mal. Pues menos podrás decir, mundo lleno de males, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras y yo, que seamos iguales en sentir, y que responda yo, muerta mi amada hija, lo que él á su único hijo, que dijo: como yo fuese mortal, sabia que habia de morir el que yo engendrara; porque Melibea mató á sí misma de su voluntad ante mis ojos con su gran fatiga de amor, que le aquejaba. Al otro matáronle en muy licita batalla.; Oh incomparable pérdida! ¡Oh lastimado viejo! Que cuanto mas busco consuelos, menos razon hallo para me consolar que si el profeta rey David al hijo que enfermo lloraba, muerto no quiso llorar, diciendo, que era casi locura llorar lo irrecuperable, quedabanle otros muchos, con que soldase su llaga. Y yo no lloro triste á ella muerta; pero la causa desastrada de su morir. Agora perderé contigo, mi desdichada hija, los miedos y temores, que cada dia me espavorescian; sola tu muerte es la que a mi me hace seguro de sospecha. ¿Qué haré, cuando entre en tu cámara y retraimiento, y la halle sola? ¿Qué haré de que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cubrir la gran falta que tú me haces? Ninguno perdió lo que yo el dia de hoy, aunque algo conforme parezca á la fuerte animosidad de Lambas de Aurea, duque de los jinoveses, que a su hijo herido con sus brazos desde la nao echó en la mar; porque todas estas son muertes, que si roban la vida, es forzado de cumplir con la fama. Pero ¿quién fo.zó á mi hija á morir, sino la fuerte fuerza de amor? Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das á mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti, conosciendo tus falsias, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas voluntades? Muerta mi hija (2), ¿quién acompañará mi desacompañada morada ? ¿Quién terná en regalos mis años que caducan? ¡Oh amor, amor! ¡Que no pensé que tenias fuerza ni poder de matar á tus sujetos! Herida fué de ti mi juventud; por medio de tus brasas pasé: ¿cómo me faltaste (3), para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tus lazos me habia librado, cuando los cuarenta años toqué; cuando fuí contento con mi conyugal compañera; cuando me vi con el fruto que me cortaste el dia de hoy. No pensé que tomabas en los hijos la venganza de los padres: ni sé si hieres con hier

(1) Otros dos.

(1) ¿A dó me pones mi hija? ¿Quién... (3) Soltaste.

|

(1) No mata. (2) Me.

(3) Hipermestra. (4) Qué.

(5) En st.

(6) Compaña. (7) Hubiese.

Concluye el autor aplicando la obra al propósito por que la acabó.

Pues aquí vemos cuán mal fenescieron
Aquestos amantes, buigamos su danza
Amemos (1) aquel que espinas y lanza,
Azotes y clavos su sangre vertieron
Los falsos judios su faz escupieron:
Vinagre con hiel fué su potacion,
Porque nos lleve con el buen Ladron,
De dos que á sus sanctos lados pusieron.
No dudes ni hayas vergüenza, lector,
Narrar lo lascivo que aquí se te muestra;
Que siendo discreto verás, que es la muestra
Por donde se vende la honesta labor.
De nuestra vil masa con tal lamedor
Consiente cosquillas de alto consejo,
Con motes y trufas del tiempo mas viejo,
Escritas à vueltas le ponen sabor.

Y así no me juzgues por eso liviano;
Mas antes celoso de limpio vivir,
Celoso de amar, temer y servir
Al alto Señor y Dios soberano.
Por ende, si vieres turbada mi mano,
Turbias con claras mezclando razones,
Deja las burlas, que es paja y granzones,
Sacando muy limpio d'entrellas el grano.

ALONSO DE PROAZA,

el corrector de la impresion, al lector. La arpa de Orfeo y dulce armonía Forzaba las piedras venir á su son; Abrie (2) los palacios del triste Pluton; Las rápidas aguas parar las hacia; Ni ave volaba, ni bruto pascia; Ella sentaba en los muros tebanos

Las piedras, y traia (3) sin fuerza de manos, Segun la dulzura con que se (4) tañia.

Prosigue y aplica.

Pues mucho mas puede tu lengua hacer, Lector, con la obra que aquí te refiero, Que à un corazon mas duro que acero, Bien la leyendo harás liquescer; Harás al que ama, amar no querer; Harás no ser triste al triste penado; Al que es sin aviso harás avisado:

Así que, no es tanto las piedras mover.

(1) A aquel.

(2) Abrir.

(3) Y troga.

(4) La.

Prosigue.

No debujó la cómica mano

De Nevio ni Plauto, varones prudentes,
Tan bien los engaños de falsos sirvientes
Y malas mujeres, en metro romano.
Cratino, y Menandro, y Magnes anciano
Esta materia supieron apenas
Pintar en estilo primero de Atenas,
Como este poeta en su castellano.

Dice el modo que se ha de tener leyendo esta tragi-comedia.

Si amas, y quieres á mucha atencion,
Leyendo à Calisto, mover los oyentes,
Cumple, que sepas hablar entre dientes,
A veces con gozo, esperanza y pasion;
A veces airado con gran turbacion.
Finge leyendo mil artes y modos,
Pregunta y responde por boca de todos,
Llorando y riyendo en tiempo y sazon.

Declara un secreto que el autor encubrió en los metros que puso al principio del libro.

No quiere mi pluma ni manda razon, Que quede la fama de aqueste gran hombre, Ni su digna gloria, ni su claro nombre Cubierto de olvido por nuestra ocasion. Por ende juntemos de cada renglon De sus once coplas la letra primera, Las cuales descubren por sabia manera Su nombre, su tierra, su clara nacion.

LAUS DEO.

Describe el tiempo en que la obra la primera vez se imprimió.

El carro de Febo después de haber dado
Mil é quinientas dos vueltas en rueda,
Ambos entonces los hijos de Leda
A Febo en su casa tienen posentado,
Cuando este muy dulce é breve tractado
Después de revisto é bien corregido,
Con gran vigilancia puntado é leido,
Fué en Sevilla impreso é acabado.

FIN DE LA CELESTINA,

LA VIDA

DB

LAZARILLO DE TORMES,

Y DE SUS FORTUNAS Y ADVERSIDADES,

POR DON DIEGO HURTADO DE MENDOZA.

PROLOGO.

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oidas ni vistas, vengan á noticia de muchos, y no se entierren en la sepultura del olvido; pues podria ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y á los que no ahondaren tanto los deleite; y á este propósito dice Plinio, que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente, que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto, para que ninguna cosa se debria romper, ni echar á mal, si muy detestable no fuese (1), sino que á todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar della algun fruto; porque si así no fuese, muy pocos escribirian para uno solo, pues no se hace sin trabajo; y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras, si hay de qué, se las alaben; y á este propósito dice Tulio: La honra cria las artes. ¿Quién piensa que el soldado, que es primero del escala, tiene mas aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro, y así en las artes y letras es lo mismo. Predica muy bien el presentado, y es hombre que desea mucho el provecho de las ánimas; mas pregunten á su merced si le pesa cuando lo dicen: ¡Oh qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia! Justó muy ruinmente el señor don fulano, y dió el sayete de armas al truhán, porque lo loaba de haber llevado muy buenas lanzas: ¿qué hiciera si fuera verdad? Y todo va desta manera que confesando yo no ser mas santo que mis vecinos, desta nonada que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algun gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades. Suplico á vuestra merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera mas rico, si su poder y deseo se conformaran. Y pues vuestra merced escribe se le escriba y relate el caso muy por estenso, parecióme no tomarle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe; pues fortuna fué con ellos parcial, y cuánto mas hicieron los que siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron á buen puerto.

(1) Si muy detestablemente no lo fuese,

LAZARILLO DE TORMES.

TRATADO PRIMERO.

Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fué.—Asiento de Lázaro con un ciego. Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que á mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé Gonzalez y de Antoña Perez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nascimiento fué dentro del rio Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fué desta manera. Mi padre (que Dios perdone) tenia á cargo de proveer una molienda de una haceña, que está ribera de aquel rio, en la cuál fué molinero mas de quince años; y estando mi madre una noche en la haceña, preñada de mí, tomóla el parto y parióme allí; de manera, que con verdad me puedo decir nacido en el rio. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron á mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costa Jes de los que allí á moler venian, por lo cual fué preso, y confesó, y no negó, y padeció persecucion por justicia. Espero en Dios que está en la gloria; pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fué mi padre, que á la sazon estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fué; y con su señor, como leal criado, feneció su vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse á los buenos, por ser uno dellos, y vínose á vivir á la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse á guisar de comer á ciertos estudiantes, y lavaba la ropa á ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena. De manera, que frecuentando las caballerizas, ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venia á nuestra casa, y se iba á la mañana; otras veces de dia llegaba á la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenia; mas desque ví que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traia pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, á que nos calentábamos. De manera, que continuando la posada y conversacion, mi madre vino á darme dél un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba á acallar (1). Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño veia á mi madre y á mí blancos, y á él no, huia dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decia mamá (2), coco. Y él respondió riendo: ó hideputa ruin. Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí: cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven á sí mesmos.

Quiso nuestra fortuna que la conversacion del Zayde, que así se llamaba, llegó á oidos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles y las mantas, y las sábanas de los ca(4) Acallentar, Martin Nucio.

() Madre, coco.

ballos hacia perdidas, y cuando otra cosa no podia (1), las bestias desherraba, y con todo esto acudia á mi madre para criar á mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo, ni de un fraile, porque el uno hurta de los pobres, y el otro de casa para sus devotas, y para ayuda de otro tanto, cuando á un pobre esclavo el amor le animaba á esto; y probósele cuanto digo, y aun mas, porque á mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondia, y descubria cuanto sabia con miedo, hasta ciertas herraduras, que por mandado de mi madre à un herrero vendi. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y á mi madre pusieron pena por justicia sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho comendador no entrase, ni al lastimado Zayde en la suya acogiese. Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas len. guas, se fué à servir á los que al presente vivian en el meson de la Solana; y alli padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico, hasta que supo andar (2). Ya yo era buen mozuelo, que iba á los huéspedes por vino y candelas, y por lo demás que me mandaban.

En este tiempo vino á posar al meson un ciego, el cual, pareciéndole que yo seria para adestrarle, me pidió á mi madre, y ella me encomendó á él, diciéndole como era hijo de un buen hombre; el cual por ensalzar la fe habia muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldria peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien, y mirase por mí, pues era huérfano. El respondió que así lo haria, y que me recibia no por mozo sino por hijo. Y así, le comencé à servir y adestrar á mi nuevo y viejo amo: como estuvimos en Salamanca algunos dias, pareciéndole á mi amo que no era la ganancia á su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fuf á ver á mi madre, y ambos llorando, me dió su bendicion y dijo: hijo, ya sé que no te veré mas; procura de ser bueno, y Dios te guie; criado te he, y con buen amo te he puesto, válete para tí; y así me fuí para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando á la puente, está á la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo: Lázaro, llega el oido á este toro, y oirás gran ruido dentro dél. Yo simplemente llegué, creyendo ser así; y como sintió que tenia la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que mas de tres dias me duró el dolor de la cornada, y díjome necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo, y rió mucho la burla. Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba, y dije entre mí: verdad dice este, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues soy solo, y peusar cómo me sepa valer.

Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos dias me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decia: yo oro ni plata no te lo puedo (1) Tenia.

(9) Y a mi kasta ser buen mozuelo.

« AnteriorContinuar »