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tan gran número de atunes, que me pusieron espanto: como conocieron á los que me llevaban, dejáronnos pasar, y llegados al aposento del general, uno de mis guias, haciendo su acatamiento, contó en qué manera y en el lugar do me habian hallado, y que siéndome preguntado por su capitán Licio quién yo era, habia respondido que me pusiesen ante el general, y por esta causa me traian ante su grandeza.

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otros tan buenos y osados han hecho. Dejadle, que presto veremos su orgullo perdido; yo fingia que dentro habia defensa, y me echaban estocadas como aquel que las habia echado, y fuia el cuerpo á una y otra parte. Y como el ejército estaba desmayado, no tenian lugar de ver que no habia que ver; tornaba otras veces à llegarme á fa cueva y acometella con gran impetu, y á desviarme como antes. Y así anduve un rato fingiendo pelea, todo para enEl capitán general era un atun aventajado de los otros carecer la cura. Después que esto hice algunas veces en cuerpo y grandeza, el cual me preguntó quién era, y algo desviado de la cueva, comienzo á dar grandes voces cómo me llamaba, y en qué capitanía estaba, y qué era porque el general y ejército me oyesen, y á decir: ¡Oh lo que pedia, pues pedí ser ante él traido. A esta sazon mezquino hombre ! Piens as que te puedes defender del yo me hallaba confuso, y ni sabia decir mi nombre, aun- gran poder de nuestro gran rey y señor, y de su gran caque habia sido bien baptizado, escepto si dijera ser Lá-pitán, y de los de su pujante ejército? ¿Piensas pasar sin zaro de Tormes. Pues decir de dónde, ni de qué capita- castigo de tu gran osadía, y de las muchas muertes que nía, tampoco lo sabia, por ser tan nuevamente trasfor- por tu causa se han hecho en nuestros amigos y deudos? mado, y no tener noticia de las mares, ni conocimiento Date, date á prision al insigne y gran caudillo; por vende aquellas grandes compañas, ni de sus particulares tura habrá de tí merced. Rinde, rinde las armas que te nombres, por manera que disimulando alguna de las pre- han valido; sal del lugar fuerte do estás, que poco te ha guntas que el general me hizo, respondi yo, y dije: «se- de aprovechar, y métete en poder del que ningun poder ñor, siendo tu grandeza tan valerosa como por todo el en el gran mar le iguala. mar se sabe, gran poquedad me parece que un miserable hombre se defienda de tan gran valor y poderoso ejército, y seria menoscabar mucho su estado, y el gran poder de los atunes. Y digo, pues yo soy tu súbdito, y estoy ya tu mandado y de tu bandera, profiero á ponerte en poder de sus armas y despojo, y si no lo hiciere que mandes hacer justicia cruel de mí, aunque, por sí ó por no, no me ofrecia darle á Lázaro por no ser tomado en mal latin. Y este punto no fué de latin, sino de letrado mozo de ciego; hubo desto el general gran placer, por ofrecerme á lo que me ofrecí, y no quiso saber de mí mas particularidades; mas luego respondió, y dijo: «Verdad es que por escusar muertes de los mios está determinado tener cercado aquel traidor, y tomalle por hambre; mas si tú te atreves á entralle como dices, serte ha muy bien pagado, aunque me pesaria si por hacer tú por nuestro señor el rey y mí, tomases muerte en la entrada como otros han hecho; porque yo precio mucho á los mis esforzados atunes, y á los que con mayor ánimo veo querria guardar mas, como buen capitán debe hacer.—Señor, respondi yo, no tema tu ilustrísima escelencia mi peligro, que yo pienso lo efectuar sin perder gota de sangre.-Pues si así es, el servicio es grande, y te lo pienso bien gratificar; y pues el dia se viene, yo quiero ver cómo cumples lo que has prometido.>> Mandó luego á los que tenian cargo, que moviesen contra el lugar donde el enemigo estaba ; y esto fué admirable cosa de ver mover un campo pujante y caudaloso, que cierto nadie lo viera á quien no pusiese espanto. El capitán me puso á su lado, preguntándome la manera que pensaba tener para entralle; yo se la decia, fingiendo grandes maneras y ardides, y hablando llegamos á las centinelas que algo cerca de la cueva ó roca estaban. Y Licio, el capitán, el cual me habia enviado al general, estaba con toda su compañía bien á punto, teniendo de todas partes cercada la cueva; mas no por eso que, ninguno se osase llegar à la boca della, porque el general lo habia enviado á mandar por evitar el daño que Lázaro hacia, y porque al tiempo que yo fuí convertido en atun, quedóse la espada puesta á la puerta de la cueva de aquella manera que la tenia cuando era hombre, la cual los atunes veian temiendo que el rebelado la tenia, y estaba tras la puerta. Y como llegamos, yo dije al general mandase retraer los que el sitio tenian, y que así él como todos se apartasen de la cueva, lo cual fué hecho luego. Y esto hice yo porque no viesen lo poco que habia que hacer en la entrada; yo me fuí solo, y dando muy grandes y prestas vueltas en el agua, y lanzando por la boca grandes espadañadas de ella en tanto que yo esto hacia, andaba entre ellos de hocico en hocico la nueva como yo me habia ofrecido de entrar al negocio, y oia decir: él morirá, como

Yo que estaba, como digo, dando estas voces, todo para almohazar los oidos al mandon, como hacer se suele, por ser cosa de que ellos toman gusto, llega á mí un atun, el cual me venia á llamar de parte del general: yo me vine para él, al cual y á todos los mas del ejército hallé finados de risa; y era tanto el estruendo y ronquidos que en el reir hacian, que no se oian unos á otros como yo llegué, espantado de tan gran novedad, mandó el capitán general que todos callasen, y así hubo algun silencio, aunque á los mas les tornaba à arreventar la risa, y al fin con mucha pena oí al general, que me dijo: «compañero, si otra forma no teneis de entrar la fuerza á nuestro enemigo que la de hasta de aquí, ni tú cumplirás tu promesa, ni yo soy cuerdo en estarte esperando, y mas que solamente te he visto acometer la entrada y no has osado entrar, mas de ver te poner con eficacia en persuadir á nuestro adversario, lo que debe de hacer cualquiera. Y esto, al parecer mio, y de todos estos, tenias bien escusado de hacer, y nos parece tiempo muy mal gastado y palabras muy dichas à la llana, porque ni lo que pides ni lo que has dicho en mil años lo podrás cumplir, y desto nos reimos, y es muy justa nuestra risa, ver que parece que estás con él platicando como si fuese otro tú, y en esto tornaron á gran reir. Y yo caí en mi gran necedad, y dije entre mí: «si Dios no me tuviese guardado para mas bien, de ver estos necios lo poco y malo que yo sé usar de atun, caerian en que si tengo el ser, no el natural.»> Con todo, quise remediar mi yerro, y dije: «cuando hombre, señor, tiene gana de efectuar lo que piensa, acaécele lo que a mí.» Alza el capitán y todos otra mayor risa, y dijome: «luego hombre eres tú.» Estuve por responder : tú dijiste. Y cabia bien, mas hube miedo que en lugar de rasgar su vestidura se rasgara mi cuerpo. Y con esto dejé las gracias para otro tiempo mas conveniente.

Yo, viendo que á cada paso decia mi necedad, y pareciéndome que á pocos de aquellos jaques podria ser mate, comencéme á reir con ellos, y sabe Dios que regañaba con muy fino miedo que à aquella sazon tenia. Y díjele: «gran capitán, no es tan grande mi miedo como algunos lo hacen, que como yo tenga contienda con hombres, vase la lengua á lo que piensa el corazon. Mas ya me parece que tardo en cumplir mi promesa, y en darte venganza de nuestro contrario; con tanto, con tu licencia, quiero vo!ver å dar fin á mi hecho. «Tú la tienes, » me dijo. Y luego, muy corrido y temeroso de tales acaecimientos, me volví á la pena, pensando cómo me convenia estar mas sobre el aviso en mis hablas. Y llegando à la cueva acaecióme un acaecimiento, y tornándome á retraer muy de presto, me junté del todo á la puerta, y tomé en la boca lo que otras veces en la mano tomaba, y estuve pensando qué haria,

cuando en pez fué vuelto, y cuando los ví todavía temí, si por ventura estaba dentro dellos mi triste cuerpo, y el alma sola convertida en atun. Mas quiso Dios no me hallé, y conocí estar en cuerpo y alma vuelto en pescado. Huélgome, porque todavía sintiera pena, y me dolieran mis carnes viéndolas despedazadas y tragar á aquellos que con tan buena voluntad lo hicieran, y yo mismo lo hiciera por no diferenciar de los de mi ser, y dar con esto causa á ser sentido. Pues estando así el capitán general y los otros atónitos, á cada parte mirando y recatándose, temiendo aunque deseando encontrar con el que encontraban, después de bien rodeada y buscada la pequeña cueva, el capitán general me dijo, qué me parecia de aquello, y de no hallar allí nuestro adversario. «Señor, le respondi, sin duda yo pienso este no ser hombre, sino algun demonio que tomó su forma para nuestro daño; porque ¿quién nunca vió ni oyó decir un cuerpo humano sustentarse sobre el agua tanto tiempo, ni que hiciese lo que este ha hecho, y al cabo teniéndole en un lugar en cerrado como este, y con estar aquí y tan cercado, habérsenos ido ante nuestros ojos?»

Cuadróle esto que dije; y estando hablando en esto, sucediónos otro mayor peligro; y fué, que como comenzasen á entrar en la cueva los atunes que fuera estaban, diéronse tanta priesa, viéndose ya libres del contrario, y por haber parte del saco dél y vengarse de las muertes que habia hecho de sus deudos y amigos, que cuando miramos estaba la cueva tan llena, que desde el suelo hasta arriba no metieran un alfiler que no fuese todo atunes; y así, atocinados unos sobre otros nos ahogábamos todos, porque, como tengo dicho, el que entraba no se tenia por contento hasta llegar á do el general estaba, pensando que se repartia la presa. Por manera que vista la necesidad y el gran peligro que estábamos, el general me dijo: >>Esforzado compañero, ¿qué medio ternemos para salir de aquí con la vida, pues ves cómo va creciendo el peligro, y todos casi estamos abogados?-Señor, dije yo, el me

si entraria en la cueva ó iria á dar las armas á quien las prometí. En fin, pensé si entrara, por ventura seria acusado de ladronicio, diciendo habella yo comido, pues no habia de ser hallado, el cual era caso feo y digno de castigo. En fin, vuelvo al ejército, el cual ya movia en mi socorro, porque me habia visto cobrar la espada, y aun por mostrar yo mas animo cuando la cobré de sobre la pared que á la boca de la cueva estaba, esgrimi torciendo el hocico, y á cada lado hice con ella casi como un revés. Llegando al general, humillando la cabeza ante él, teniendo como pude la espada por la empuñadura en mi boca, le dije: gran señor, veis aquí las armas de nuestro enemigo de hoy no hay mas que temer la entrada, pues no tiene con qué defenderla. Vos lo habeis hecho como valiente atun, y sereis gualardonado de tan gran servicio; y pues con tanto esfuerzo y osadía ganaste la espada, y me parece os sabreis aprovechar della mejor que otro, tenedla hasta que tengamos en poder este malvado. Y luego llegaron infinitos atunes á la boca de la cueva, mas ninguno fué osado de entrar dentro, porque temian no le quedase puñal; yo me prefirí á ser el primero de la escala, con tal que luego me siguiesen y diesen favor; y esto pedia porque hubiese testigos de mi inocencia; mas tanto era el miedo que á Lázaro habian, que nadie queria seguirme, aunque el general prometia grandes dádivas al que conmigo segundase. Pues estando así, díjome el gran capitán, qué me parecia que hiciese, pues ninguno me queria ser compañero en aquella peligrosa entrada. Y yo respondí que por su servicio me atreveria á entrarla solo, si me asegurasen la puerta, que no temiesen de ser conmigo. El dijo que así se haria, y que cuando los que allí estuviesen no osasen, que él me prometia seguirme. Entonces llegó el capitán Licio, y dijo que entraria tras mí; luego comienzo á esgremir mi espada á un lado y á otro de la cueva, y á echar con ella muy fieras estocadas, y lánzome dentro diciendo á grandes voces: « victoria, victoria, viva el gran mar y los grandes moradores dél, y mueran los que habitan la tierra.»jor remedio seria, si estos que cabe nos están pudiesen Con estas voces, aunque mal formadas, el capitán Licio, que ya dije me siguió y entró luego tras mí, el cual aquel dia estrañamente se señaló, y cobró conmigo mucho crédito en velle tan animoso y aventajado de los otros, y á mi parecióme que un testigo no suele dar fe; y no quitándome de la entrada, comienzo á pedir socorro; mas por demás era mi llamar, que maldito el que se osaba aun á llegar. Y no es de tener á mucho, porque en mi conciencia lo mismo hiciera yo, si pensara lo que ellos, para qué es sino decir la verdad; mas entrábame sabiendo que un caracol dentro no estaba. Comencé á animallos, diciéndoles : « ¡Oh poderosos, grandes y poderosos atunes, ¿ do está vuestro esfuerzo y osadía el dia de hoy? ¿Qué cosa se os ofrecerá en que ganeis tanta honra? ¡ Vergüenza, vergüenza! Mirad que vuestros enemigos os ternán en poco siendo sabidores de vuestra poca osadía». Con eslas y otras cosas que les dije, aquel gran capitán mas con vergüenza que gana, bien espaciosamente entró dando muy grandes voces: « paz, paz, » en lo cual bien conocí que no las traia todas consigo, pues en tiempo de tanta guerra pregonaba paz. Desque fué entrado, mandó á los de fuera que entrasen, los cuales pienso yo que entraron con harto poco esfuerzo; mas como no vieron al pobre Lázaro ni defensa alguna, aunque hartos golpes de espada daba yo por aquellas peñas, quedaron confusos, y el general corrido de lo poco que acorrió al socorro mio y de Licio. |

CAPITULO IV.

Como después de haber Lázaro con todos los atuncs entrado en la cueva, y no hallando á Lázaro sino a los vestidos, entraron tantos que se pensaron ahogar, y el remedio que Lázaro dió.

Mirando bien la cueva hallamos los vestidos del esforzado atun Lázaro de Tormes, porque fueron dél apartados

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darnos lugar, y que yo pudiese tomar la entrada desta cueva y defenderla con mi espada para que mas no entrasen, y los entrados saldrian y uosotros con ellos sin peligro. Mas esto es imposible por haber tanta multitud de atunes que sobre nosotros están; y habrás de ver cómo no por eso se ha de escusar que no entren mas; porque el que está fuera piensa que los que estamos acá dentro estamos repartiendo el despojo, y quieren su parte. - Un solo remedio veo, y es, si por escapar vuestra escelencia tiene por bien que algunos destos mueran, porque para ya hacer lugar no puede ser sin daño. - Pues así es, guarda la cara al basto, y triunfa de todos esos otros.

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Pues, señor, le respondi, quedais como poderoso señor; sacadme á paz y á salvo deste hecho, y que en ningun tiempo me venga por ello mal. No solo no te vendrá mal, dijo él, mas te prometo te vendrán por lo que hicieres grandes bienes, que en tales tiempos es gran bien del ejército que el caudillo se salve, y querria mas una escama que los súbditos. >>

¡Oh capitanes, dije yo entre mí, qué poco caso hacen de las vidas ajenas por salvar las suyas! ¡Cuántos deben de hacer lo que este hace! ¡Cuán diferente es lo que estos hacen á lo que oí decir que habia hecho un Paulo Decio, noble capitán romano, que conspirando los latinos contra los romanos, estando los ejércitos juntos para pelear, la noche antes que la batalla se diese, soñó el Decio que estaba constituido por los dioses que si él moria en la batalla, que los suyos vencerian y serian salvos, y si él se salvaba que los suyos habían de morir. Y lo primero que procuró, comenzando la batalla, fué ponerse en parte tan peligrosa que no pudiese escapar con la vida, porque los suyos la hubiesen, y así la hubieron. Mas no le seguia en esto el nuestro general atun. Después, viendo yo la se

guridad que me daba, digo la seguridad, y aun la necesidad que de hacello habia, y el aparejo para me vengar del mal tratamiento y estrecho en que aquellos malos y perversos atunes me habian puesto, comienzo á esgremir mi espada lo mejor que pude, y á herir á diestro y siniestro, diciendo: «fuera, fuera, atunes mal comedidos, que ahogais á nuestro capitán, y con esto á unos de revés, á otros de tajo, á veces de estocada, en muy breve hice diabluras, no mirando ni teniendo respeto á nadie, escepto al capitán Licio, que por verle de buen ánimo en la entrada de la cueva me aficioné á él, y le amé y guardé, y no me fué dello mal, como adelante se dirá.

Los que estaban dentro de la cueva, como vieron la matanza, comienzan á desembarazar la posada, y con cuanta furia entraron, á mayor salieron. Y como los de fuera supiesen la nueva y viesen salir á algunos descalabrados, no procuraron entrar, y así nos dejaron solos con los muertos, y me puse á la boca de la cueva y desde allí empiezo á echar muy fieras estocadas. Y a mi parecer tan señor de la espada me ví teniéndola con los dientes, como cuando la tenia con las manos. Después de haber descansado del trabajo y ahogamiento, el bueno de nuestro general y los que con él estaban, comienzan á sorber de aquella agua que á la sazon en sangre estaba envuelta. Y asimismo á despedazar y comer los pecadores atunes que yo habia muerto; lo cual viendo, comencé à tenelles compañía, haciéndome nuevo de aquel manjar que ya le habia comido algunas veces en Toledo, mas no tan fresco como allí se comia. Y así me harté de muy sabroso pescado, no impidiéndome las grandes amenazas que los de fuera me hacian por el daño que habia hecho en ellos.

Y ya que al general pareció nos salimos fuera con avisalle de la mala intencion que los de fuera contra mi tenian, por tanto que su escelencia proveyese en mi seguridad. El, como salió contento y bien harto (que dicen que es la mejor hora para negociar con los señores), mandó pregonar, que los que en dicho ni en hecho fuesen contra el atun estranjero, que muriesen por ello, y ellos y sus sucesores fuesen habidos y tenidos por traidores, y sus bienes confiscados à la real cámara; por cuanto si el sobredicho atun hizo daño en ellos, fué por ser ellos rebeldes, y haber pasado el mandamiento de su capitán, y puéstole por su mal mirar á punto de muerte, y con esto todos hubieron por bien que los muertos fuesen muertos y los vivos tuviésemos paz.

Hecho esto, el capitán hizo llamar todos los otros capitanes, maestros de campo, y todos los demás oficiales señalados que tenian cargo del ejército; mandó, que los que no habian entrado en la cueva, entrasen y repartiesen entre sí el despojo que hallasen, lo cual brevemente fué hecho, y tantos eran que à un bocado de atun no les cupo. Después de salidos, porque pareciese á todos hacian participantes, pregonaron saco á todo el ejército, del cual fué hecho cumplimiento á todos los atunes comunes, porque maldita la cosa en la cueva habia, sino fuese alguna gota de sangre y los vestidos de Lázaro. Aquí pasé yo por la memoria la crueldad destos animales, y cuán diferente es la benigna condicion de los hombres à la dellos. Porque puesto caso que en la tierra alguno se allegase á comer algo de lo de su prójimo, el cual pongo en duda haber, mayormente el dia de hoy por estar la conciencia mas alta que nunca, á lo menos no hay tan desalmado que à su mismo prójimo coma. Por tanto los que se quejan en la tierra de algunos desafueros y fuerzas que les son hechas, vengan, vengan á la mar, y verán cómo es pan y miel lo de allá.

CAPITULO V.

En que cuenta Lázaro el ruin pago que le dió el general de los atunes por su servicio, y de su amistad con el capitán Licio. Pues tornando á lo que hace al caso, otro dia el general mismo me apartó en su aposento, y dijo: esforzado y valeroso atun estraño, yo he acordado te sean gualardonados tan buenos servicios y consejos; porque si los que como tú sirven no son gualardonados, no se hallaria en los ejércitos quien á los peligros se aventurase, porque me parece en pago dello ganes nuestra gracia, y te sean perdonadas las valerosas muertes que en la cueva en nuestras compañas hecistes. Y en memoria del servicio que en librarme de la muerte me has hecho, poseas y tengas por tuya propia esa espada del que tanto daño nos hizo, pues tan bien della te sabes aprovechar, con apercebimiento que si con ella hicieres contra nuestros súbditos y naturales de nuestro señor el rey alguna violencia, mueras por ello; y con esto me parece no vas mal pagado, y de hoy mas puedes te volver do eres natural, y mostrándome no muy buen semblante se metió entre los suyos, y me dejó.

Quedé tan atónito cuando oí lo que dijo, que casi perdí el sentido, porque pensaba por lo menos me habia de hacer un grande hombre, digo atun, por lo que había hecho, dándome cargo perpetuo en un gran señorío en el mar, segun me habia ofrecido. ¡Oh Alexandre! dije entre mí; repartíades y gastábades vos las ganancias ganadas con vuestro ejército y caballeros, ó lo que habia oido de Cayo Fabricio, capitán romano, de qué manera gualardonaba y guardaba la corona para coronar á los primeros que se aventuraban á entrar los palenques; y tú, Gonzalo Hernandez, gran capitán español, otras mercedes heciste à los que semejantes cosas en servicio de tu rey y en aumento de tu honra se señalasen. Todos los que sirvieron y siguieron á cuantos del polvo de la tierra le levantaste, y valerosos y ricos heciste, como este mal mirado atun conmigo lo hizo, haciéndome merced de la que en Zocodover me habia costado mis tres reales y medio. Pues oyendo esto, consuélense los que en la tierra se quejan de señores, pues hasta en el hondo mar se usan las cortas mercedes de los señores.

Estando yo así pensativo y triste, conociéndomelo el capitán Licio, llegóse á mí y díjome: «los que confian en algunos señores y capitanes, así como á tí acaece, que estando en necesidad hacen promesas, y salidos dellas no se acuerdan de lo prometido. Yo soy buen testigo de todo tu buen esfuerzo, y de todo lo que valerosamente has hecho, como quien á tu lado se halló, y veo el mal pago que de tus proezas llevas, y el gran peligro en que estás; porque quiero que sepas, que muchos destos que ante tí tienes están entre sí concertando tu muerte; por tanto note partas de mi compañía, que de aquí te doy fe cómo bijodalgo de te favorecer con todas mis fuerzas, y con las de mis amigos en cuanto pueda; pues seria muy gran pérdida perderse un tan valeroso y señalado pece como tú. » Yo le respondi grandes gracias por la voluntad que me mostraba, y acepté la merced y buena obra que me hacia; y ofreciéndome à serville en tanto que viviese, y con esto él fué muy contento y llamó hasta quinientos atunes de su compañía, y mandóles que dende en adelante tuviesen cargo de me acompañar y mirar por mí como por él mismo; y así fué, que estos jamás ni de dia ni de noche de mí se me apartaban, y con gran voluntad, que estos no era mucho que me desamasen. Y no pienso que de los otros habia en el ejército quien no me tuviese gran voluntad, porque les pareció aquel dia del combate que me señalé ó dí á conocer gran valentía y esfuerzo en mi.

Desta manera trabamos el capitán Licio y yo amistad, la cual nos mostramos como adelante diré. Deste supe yo muchas cosas y costumbres de los habitadores del mar,

los nombres de los cuales y muchas provincias, reinos y señoríos dél, y de los señores que los poseian; por manera que en pocos dias me hice tan prático, que á los nacidos en él hacia ventaja, y daba mas cuenta y relacion de las cosas que ellos mismos. Pues en este tiempo nuestro campo se deshizo, y el general mandó que cada capitanía y compañía se fuese á su alojamiento, y dende á dos lunas fuesen todos los capitanes juntos en la corte, porque el rey lo habia así enviado á mandar. Apartámonos mi amigo y yo con los de su compañía, que serían á mi ver hasta diez mil atunes, entre los cuales habia poco mas que diez hembras, y estas eran atunas del mundo, que entre la gente de guerra suelen andar á ganar la vida. Aquí ví el arte y ardid que para buscar de comer tienen estos pescados, y es que se derraman á una parte y á otra, y se hacen en cerco grande de mas de una legua en torno, y desque los unos de una parte se han juntado con los de la otra, vuelven los rostros unos para otros, y se tornan á juntar, y todo el pescado que en medio toman muere á sus dientes. Y así cazan una ó dos veces al dia, segun como acaecen á salir. Desta suerte nos hartábamos de muchos y sabrosos pescados, como eran pajeles, bonitos, agujas y otros infinitos géneros de peces, haciendo verdadero el proverbio que dice que el pece grande come al mas pequeño; porque si acontecia en la redada coger algunos mayores que nosotros, luego les dábamos carta de guia, dejábamos salir sin ponernos con ellos en barajas, escepto que si querian ser con nosotros y ayudarnos á matar y comer conforme al dicho, quien no trabaja, que

no coma.

Tomamos una vez entre otros pescados ciertos pulpos, al mayor de los cuales yo reservé la vida y tomé por esclavo, y hice mi paje de espada, y así no traia la boca embarazada ni pena con ella, porque mi paje, revuelto por los anillos, una de sus muchas colas la traia á su placer; y aun parecióme á mí que se usaba y pompeaba con ella. Desta suerte caminamos ocho soles, que llaman en el mar á los dias, al cabo de los cuales llegamos á do mi amigo y los de su compañía tenian sus hijos y hembras, de las cuales fuimos recebidos con mucho placer, y cada cual con su familia se fué á su albergue, dejándome a mí y al capitán en el suyo.

Entrados que fuimos en la posada del señor Licio, dijo á su hembra. : « señora, lo que deste viaje traigo es haber ganado por amigo este gentil atun que aquí veis, la cual ganancia tengo en mucho; por tanto os ruego sea de vos festejado, y hecho aquel tratamiento que á mi hermano hacer solíades, porque en ello me hareis singular placer.>> Esta era una muy hermosa atuna, y de mucha autoridad, respondió: « por cierto, señor, eso se hará como mandais, y si falta hubiere no será de voluntad.» Yo me humillé ante ella suplicándola me diese las manos para se las besar, sino que plugo á Dios se lo dije algo paso, y no se echó de ver, y no oyeron mi necedad. Dije entre mí: maldito sea mi descuido, que pido para besar las manos à quien no tiene sino cola; la atuna me dió una hocicada amorosa rogándome me levantase, y así fui della recebido muy bien, y ofreciéndome à su servicio, fui della muy bien respondido, como de una muy honrada dueña. Y desta manera estuvimos allí algunos dias, y muy á nuestro placer, y yo muy bien tratado destos señores y servido de los de su casa. En este medio yo mostré al capitán esgremir no lo habiendo en mi vida aprendido, y hízose de la espada muy diestro, lo cual él preciaba mucho, y asimismo á un hermano suyo, que habia nombre Melo, también muy ahidalgado atun.

Pues estando yo una noche en mi reposo pensando la muy buena amistad que en este pece mi amigo tenia, deseando se le ofreciese algo en que le pudiese pagar parte de lo mucho que le debia, vínome al pensamiento un gran servicio que le podia hacer, y luego á la mañana lo co

T. III.

muniqué con él, lo cual él tuvo en lo que fué justo; pues le valió tanto como adelante diré. Y fué el caso que viendole yo tan aficionado á las armas, le dije, que él debia enviar á aquella parte donde fué nuestro desastre, y que allí se hallarian muchas espadas, lanzas, puñales y otras maneras de armas, y que trujesen todas las que pudiesen traer, que yo queria tomar cargo de mostrar aquella nuestra compaña y hacellos diestros; y si aquello habia efecto, su compañía seria la mas pujante y valerosa de todas, y de quien el rey y todo el mar mas caso haria; porque ella sola valdria mas que todas las otras juntas, y que desto le redundaria á él mucha honra y ganancia. Parecióle consejo de buen amigo, y mucho me lo agradeció, y luego, ejecutando el aviso, envió a su hermano Melo con hasta seis mil atunes, los cuales con toda brevedad y buena diligencia vinieron trayendo infinitas espadas y otras armas muchas, de las cuales gran parte venian tomadas del orin, y debian ser de cuando el poco venturoso don Hugo de Moncada pasó otra tormenta en este paso. Las armas venidas fueron repartidas en los atunes que mas hábiles nos parecieron, y el capitán por un cabo, y su hermano por otro, y yo era como sobre-maestro á quien venian con las dudas no entendiamos en otra cosa sino en mostrárselas á tener y esgremir con ellos. Ya que supiesen echar su revés y tajo y fina estocada, á ¡os demás que nos pareció, dióse cargo para cazar y buscar de comer.

A las hembras hecimos entender en limpiar las armas con una gentil invencion que yo di; y fué que las sacasen y metiesen en los lugares que tuviesen arena hasta que se parasen lucias. De manera que, puestos todos á punto, quien viera aquel pedazo de mar le pareceria una gran batalla en el agua. A cabo de algunos dias muy pocos de los atunes armados habia que no se tuviesen por otro Aguirre el diestro. Entramos en consejo, y fué acordado hiciésemos con los pulpos perpetua liga y amistad, de que se viniesen á vivir con nosotros, porque nos sirviesen con sus largas faldas de talabartes, y así se hizo, y holgaron dello, porque los tuviésemos por amigos y los mantuviésemos. Los cuales, como dije, sin pena nos podian servir; y en este tiempo se cumplió el plazo de los dos meses, en cabo de los cuales el capitán general mandó que fuesen todos juntos los capitanes en la corte. Y Licio se empezó á poner à punto para la ida, y entre él y mi se platicó si seria bien irme yo con él à la corte, y besar las manos al rey, y que tuviese noticia de mí. Hallamos no ser buena la voluntad que mostró el general, y que seria inconveniente por haberme espresamente mandado me fuese á mi tierra; por lo cual después de platicado bien el negocio, estando presentes à la plática Melo, hermano del capitan Licio, de muy buen ingenio, y la hermosa y no menos sabia atuna, su hembra, fué el parecer de todos, por el presente, que yo me quedase allí en su compañía, porque él acordó de ir á la lijera, y llevar pocos de los suyos, y que después que él llegase allá, informaria al rey de mí y del gran valor mio, y que como el rey le respondiese, así haria lo que fuese bien.

Con este acuerdo el buen Licio se partió con hasta mil atunes, y quedamos su hermano Melo y yo con los demás en el aposento. Y al tiempo que de mi se despidió, apartándome, me dijo: « Verdadero amigo, hágoos saber, que voy muy triste por un sueño que esta noche soñé : quiera Dios no sea verdad; mas si por mi desventura saliere verdad, ruégoos os hagais como bueno, y os acordeis de lo que en voluntad me sois en cargo, y no querais de mí mas saber, porque ni à vos ni á mi conviene.» Yo le rogué mucho se aclarase cómo, y no quiso; antes como estaba ya despedido de su dueña y de su hermano y de los demás, dándome con el hocico se fué no alegre, dejándome á mi muy triste y confuso. Pensé muchos y varios pensamientos sobre aquel caso; y en uno dellos hice algun asiento, diciendo ; « Por ventura este á quien tanto debo,

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debe pensar que la hermosura de su atuna, que las mas veces con la mucha honestidad no se abraza, me cegará para que no vea lo que el mar veria tan gran maldad. Mas esta buena ley el dia de hoy está corrupta, y en el mar debe de ser lo mismo, y no es mucho. Pasé yo por la memoria muchas cosas en este caso, y parecióme prevenir el remedio, para que él se asegurase y mi lealtad no padeciese, y fué llegados ante la capitana atuna yo y su cuñado, después de haberla algun tanto consolado del pesar que la partida de su marido le causaba, mayormente en ver la tristeza que Licio llevaba, aunque también á mí y á ella se lo encubrió al tiempo que della se despidió.

Yo le dije á Melo que yo deseaba ser su huésped, si él por bien lo tenia; porque para estar en compañía de hembras era mal regocijado, y antes causaria á su merced tristeza que seria en quitársela. Ella me fué mucho á la mano, diciendo, que si algun consuelo pensaba tener era por estar yo en su poder y posada, sabiendo el grande amor que su marido me tenia, y que así, al tiempo que della se partió, no le dió mayor cargo que el cuidado que de mí habia de tener, aunque yo no pensé lo que era; antes distaban nuestros pensamientos: al fin, como á mí se me babian asentado los negros celos aun como atun, que por ventura habia pasado por ellos con la mi Elvira y mi amo el arcipreste, nunca se pudo conmigo acabar que quedase, antes me fuí con el cuñado, y cuando á visitalla venia siempre le traia comigo.

CAPITULO VI.

En que cuenta Lázaro lo que al capitán Licio, su amigo, le aconteció en la corte con el gran capitán.

Pues estando asi, como he contado, á ratos cazando, á ratos ejercitando las armas con aquellos que diestros se habian hecho, dende á ocho dias que mi amigo se babia partido nos llegó una nueva, la cual manifestó la tristeza que llevaba al partir, con hacernos á todos los mas tristes peces de todo el mar. Y fué el caso que cuando el capitan general se hubo conmigo tan ásperamente como he contado, él quisiera que me fuera luego del ejército, y que los apasionados à quien yo habia hecho ofensa me ofendieran y dieran muerte, y aun, como después se supo, él habia mandado á ciertos atunes, que viéndome desmandado me matasen, y averiguado, no por mas de por parecelle, como era verdad, ser yo tal testigo de su cobardía, porque otra causa yo no hallaba, sino por do merecia ser gratificado. Mas Dios no dió lugar á esta maldad, poniendo, como puso á Licio en corazon el favor que me hizo; lo cual sabido por el general, tomó asimismo con él gran odio y mala voluntad, afirmando y jurando que lo que Licio hizo por mí fué por dalle à él pesar, y sabiendo también que en él tenia mal testigo, por estar junto á mí cuando el general entró en la cueva, diciendo: paz, paz.

Juntose todo y lo que en mí habia hecho el buen capitán, y mejor que él, procuró con sus malas mañas hacer; y como fué en la corte, luego fué con grandes quejas al rey, infamándole de traidor y aleve, diciendo que una noche, teniendo el dicho capitán Licio en cargo la guarda y la mas cercana centinela por muchos dineros que le habia dado por libralle de ser la (1). Y esto decian él y otros muchos mas. Y así le ayude Dios, como dijo la verdad, que Lázaro de Tormes no le podia dar sino muchas cabezas dellos que tenia à sus piés, y dispuso dél, diciendo que babia traido de partes estrañas un atun malo y cruel, el cual atun habia muerto gran número de los de su ejército con una espada que en la boca traia, de la cual jugaba tan diestramente, que no era posible sino ser algun diablo, que para destrución de los atunes tomó su forma, y que él, viendo el daño que el mal atun habia hecho, lo (1) Ser preso.

desterró, y so pena de muerte le mandó de apartarse del campo, y que el dicho Licio, en menosprecio del real | mandado y de la real corona, y á su despecho, le habia acogido en su compañía y dado favor y ayuda, por do habia incurrido en crímen lessæ majestatis, y por derecho y ley debia ser hecha dél justicia, porque fuese castigo de su yerro, y en él otros tomasen ejemplo, porque dende adelante nadie fuese contra los mandamientos reales. El señor rey, así mal informado y peor consejado, dando crédito á las palabras de su mal capitán, con dos ó tres malos y falsos testigos que juraron lo que él les mandó, y con una probanza hecha en ausencia y sin parte, el mismo dia que llegó á la corte el buen Licio, muy inocente desto, mandó fuese luego preso y metido en una cruel mazmorra, y echada á su garganta una muy fuerte cadena. Y mandó al general hiciese con toda solicitud poner en él guarda, y llevar á pura y debida ejecucion su castigo, el cual luego proveyó mas de treinta mil atunes que le hiciesen la guarda.

CAPITULO VII.

Cómo sabido por Lázaro la prision de su amigo Licio, lo lloró mucho él y los demás, y lo que sobre ello se hizo.

Estas tristes y dolorosas nuevas nos trujeron algunos de los que con él ido habian, dándonos esta relacion à todos; y como le habian hecho cargo de lo que he dicho, y la manera que en el oille, y estar con él á derecho se tenia, porque todos los jueces que en ello entendian tenia sobornados el general, y que segun pensaban, y la cosa tan de rota iba, no podria escaparse de breve y rabiosa muerte. A esta hora me acordé, y dije entre mí aquel dicho del conde Claros antiguo, que dice:

¿Cuándo acabarás, ventura?
¿Cuándo tienes de acabar?
En la tierra mil desastres,

Y en las mares mucho mas.

Comenzóse entre nosotros un llanto y alaridos, y en mi doblado, porque lloraba el amigo y lloraba á mí, que faltando él no esperaba vivir, quedando en medio del mar y de mis enemigos del todo solo y desamparado. Parecióme que aquella compañía se quejaba de mí, y con justa causa y razon, pues yo era causante que lo perdiesen al que bien querian. No sin causa decia su atuna : « vos, mi señor, tan triste de mí os partisteis sin quererme dar parte de vuestra tristeza; bien pronosticábades vos mi gran pérdida; sin duda, decia yo, este es el sueño que vos, mi buen amigo, soñastes; esta es la tristeza con que vos de mí os partistes alejándonos con ella.» Y así cada uno decia y lamentaba: dije delante de todos: «señora, y señores y amigos, lo que con las tristes nuevas hemos hecho ha sido muy justo, pues cada uno de nosotros muestra lo que siente; mas ya que este primer movimiento que en mano de nadie es pasado, justo será, mis señores, que pues con lloro nuestra pérdida no se cobra, que demos órden brevemente en pensar el mejor remedio que nos con

venga.»

Y esto pensado, y visto ponello luego en ejecucion, pues segun dicen estos señores, la demasiada priesa que nos dan los que nos desaman, lo requiere la hermosa y casta atuna, que derramando muchas lágrimas de sus gra-, ciosos ojos estaba, me respondia: «todos vemos, esforzado señor, ser gran verdad lo que decís, y asimismo la demasiada necesidad que de nuevo tenemos; por lo cual, si estos señores y amigos de mi parecer son, debemos todos de remitirnos á vos, como à quien Dios ha puesto claro y señalado seso; y pues Licio, mi señor, siendo tan cuerdo y sabio, sus árduos y pesados negocios de vos confiaba y vuestro parecer seguia, no pienso errar, aunque soy una flaca hembra, en suplicaros lo tomeis á cargo de proveer y ordenar lo que convenga á la salvacion del que de un tan verdadero amor os ama, y al consuelo desta

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