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quinientos soldados y setecientos auxiliares de Africa, y burlando la vigilancia de los que en la costa bética intentaron impedir su desembarco, consiguió incorporarse con un cuerpo de cinco mil lusitanos que le esperaba (81). Mas afortunado ahora que la vez primera en los diferentes encuentros que tuvo, hallóse al poco tiempo el proscripto de Sila dueño de una gran parte de la Bética, de la Lusitania y de la Celtiberia. Con siete mil hombres batió á cuatro generales romanos. Con estas hazañas y el amor que mostraba á los españoles, corrian estos gustosamente á alistarse en sus banderas. Veian en Sertorio un general de talento, de arrojo, de carácter amable, y aunque estrangero, protector de su libertad; porque él les repetia frecuentemente que no descansaria hasta librar la España de la opresion en que tan inmerecidamente gemia. que él mismo no tenia ya mas patria que España, y que ó la fortuna y los dioses le habian de ser muy versos, ó habia de verla una nacion grande, independiente y libre. Creíanle los españoles, porque estas palabras venian del hombre que cuando fué pretor les habia rebajado los impuestos, y sobre todo porque las obras iban guardando consonancia con las promesas. El organizó y equipó el ejército español á la romana, y supo lisongear su orgullo dándoles hasta brillantes armaduras y lujoso vestuario. El botin lo distribuia íntegro entre los soldados no reservando nada para sí. Era un Viriato, que

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reunia ademas la política de la civilizacion romana.

Conociendo el influjo que lo maravilloso ejerce sobre los pueblos todavía rudos, tenia y llevaba siempre consigo una cierva blanca, á imitacion de Numa y de la ninfa Egeria, y á ejemplo del mismo Mario y de la muger siria que le acompañaba siempre. Persuadió Sertorio á los sencillos y supersticiosos españoles que por medio de la cierva se comunicaba con los dioses, y principalmente con Diana. Hízoles creer que la cierva le revelaba los secretos del porvenir, y cuando por sus espías sabia anticipadamente algun suceso favorable, aparecia la cierva coronada de flores, como fausto agüero de un acontecimiento próspero. Diestramente amaestrada, acercábasele entonces al oido, como para inspirarle la resolucion que deberia tomar. Miraban los españoles la misteriosa cierva con el mas religioso respeto (1).

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No podia el orgulloso Sila soportar en paciencia el engrandecimiento y prestigio que Sertorio iba tomando en España. Derrotados los generales que contra él habia enviado, fué preciso que viniera el viejo Metelo Pio, acreditado por su prudencia, que se habia hecho hasta proverbial. Pero Sertorio era mas jóven, era vigoroso y ágil; sus tropas, aunque inferiores en número, peleaban con el denuedo de quien defiende su libertad, tenian fé en su caudillo, y estaban acostum

(1) Existen monedas del tiempo la figura de una cierva. de Sertorio, en cuyo reverso se ve

bradas á guerrear sin provisiones, sin tiendas y sin embarazos. Conocedor de todos los pasos y senderos, tanto como el mas práctico cazador del pais, sabía atraer al enemigo con sus tropas ligeras alli donde las pesadas legiones romanas no podian maniobrar libremente, ó donde conocia que habia de faltarles el agua ó los víveres. Entonces caia de repente sobre ellas con sus españoles. Asi fatigó al anciano Metelo, que no pudo resistir los efectos de tan sabia táctica. Puso Metelo sitio á Lacobriga, y cortó las aguas á los sitiados. Sertorio tuvo astucia para introducir en la ciudad hasta dos mil cueros llenos de agua, con otros bastimentos. Obligóle á levantar el sitio, y le derrotó en la retirada. No pudo Metelo hacer que progresára en España la causa del dictador.

La parte militar no era solo de lo que cuidaba Sertorio. Tan político como guerrero, quiso hacer de España una segunda Roma. Dividióla al efecto en dos grandes provincias ó distritos; Evora, donde él tenia habitualmente su residencia, era la capital de la Lusitania: á Osca (hoy Huesca) hizo capital de la Celtiberia. En Evora estableció un senado compuesto de trescientos senadores, en general romanos emigrados (1): este senado ejercia la potestad suprema sobre

(4) «Ordenó, dice Mariana, un senado de los españoles principales.» Lib. II, cap. 12. En casi todos los escritores hemos hallado que aquel senado se compuso de romanos exclusivamente, y aun

añaden que esto fué causa de que los españoles empezaran á disgustarse de Sertorio. Todo induce á creer que si algun español pudo ser admitido en aquella asamblea, la gran mayoría por lo menos de

ambas provincias, y tenia bajo su dependencia pretores, cuestores, tribunos, ediles y demas magistrados á estilo de Roma. Lo único que no tomó de su ciudad natal fué un título para sí: modestia, ó política, es lo cierto que no quiso intitularse ni emperador, ni dictador, ni aceptar otro dictado que significase suprema magistratura. En Osca, ó Huesca, creó una escuela superior, especie de universidad, donde se enseñaba la literatura griega y latina á los jóvenes de las principales familias españolas. Esta educacion, que equivalia á un privilegio aristocrático, daba el nombre y derechos de ciudadanos romanos, y abria el camino á las magistraturas y á los cargos públicos. El mismo Sertorio solia asistir á los exámenes de esta escuela, j distribuir por sí mismo los premios de aplicacion. Este instituto, al mismo tiempo que servia para ir civilizando á los españoles, servíale tambien para tener alli reunida y como en rehenes la juventud mas distinguida de España. Sin embargo, ¿qué mas hubiera podido hacer ningun español? ¿Y cómo no habian de amarle los españoles, sin mirar que fuese romano?

Vínole á Sertorio un refuerzo de donde menos lo podia esperar. Otro romano proscripto por Sila, Perpenna, que habia vivido retirado en Cerdeña, encontróse por la muerte de Lépido al frente de veinte mil

bió ser de romanos, asi por su mayor ilustracion, como por ser sabido que Sertorio en el fondo de su corazon se conservó siempre

romano, y que su defecto para España fué no haber querido renunciar nunca á ser ciudadano del Tiber.

hombres. Seducido por los brillantes progresos que en España habia alcanzado otro proscripto como él, vino tambien á la Península con la esperanza de atraerse un partido. Pero arrastrados sus soldados por la fama y el prestigio que gozaba Sertorio, pidieron á una voz reunirse á él. Perpenna tomó el único partido que le quedaba; ceder, y someterse mal de su grado á ser el segundo de Sertorio.

La muerte de Sila (79) libertó á Roma de su dura tiranía. y parecia deber esperarse que hubiera dejado tambien respirar á España. Pero entonces fué cuando el senado, identificado con la causa de aquel dictador, opuso á Sertorio un adversario formidable, el jóven Pompeyo, «triunfador, dice Plutarco, antes de tener pelo de barba,» y á quien Sila, que conocia bien su mérito, habia decorado con el título de Grande.

De este modo se encontraban á un tiempo en España cuatro célebres generales romanos, dos de un bando, y dos de otro. Metelo y Perpenna eran capitanes experimentados, pero viejos: Sertorio y Pompeyo jóvenes fogosos y ardientes. Metelo y Pompeyo que defendian una misma causa, reunian sesenta mil hombres; Sertorio y Perpenna sobre setenta mil, comprendiendo ocho mil ginetes españoles, organizados á la romana por Sertorio, y en brillante estado.

Era Pompeyo arrogante y presuntuoso; habia ofrecido que en pocos meses daria buena cuenta de los restos de la faccion de Mario, que asi se llamaba por

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