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á arrastrar una vida infame y mísera, mil veces mas desastrosa que la muerte.

En cuanto á los españoles, aquella guardia sertoriana de devotos que habian jurado no sobrevivir á su amado gefe, cumpliéronlo con su fidelidad acostumbrada, haciendo el sacrificio sublime, sin ejemplo en los anales de otros pueblos, de quitarse la vida unos á otros. Imposible es llevar á mas alto punto la devocion y la fidelidad, el respeto á los juramentos, el desprecio de la vida, y la austeridad y rigidez de costumbres. Tales eran los españoles de aquella edad. Asi se ve confirmado lo que de ellos dijimos en el capítulo primero de esta obra "").

Fuéronse rindiendo á Pompeyo unas tras otras las ciudades de España, algunas no sin resistencia. Terrible fué todavía la de Calahorra. La pluma se resiste

(1) Citase, aunque dudan to- el siguiente epitafio que aquellos davía algunos de su autenticidad,. heróicos españoles dejaron escrito.

HIC MULTÆ QUE SE MANIBUS
Q. SERTORII TURMÆ, ET TERRÆ
MORALIUM OMNIUM PARENTI

DEVOVERE, DUM, EO SUBLATO,
SUPERESSE TÆDERET, ET FORTITER
PUGNANDO INVICEM CECidere,
MORTE AD PRÆSENS OPTATA JACENT,
VALETE, POSTERI.

«En este sitio numerosas cohortes se sacrificaron á los maces de Q. Sertorio, y á la Tierra, madre de todos los hombres. Priva dos de su gefe, la vida se les hacia

una carga pesado, y combatiendo unos con otros supieron darse la muerte, objeto de sus votos. Reciba la posteridad nuestro último adios.»

á dibujar el cuadro espantoso que ofreció esta ciudad en su obstinada defensa. El hambre que se padeció fué tal, que segun Valerio Máximo se salaban los cadáveres para que pudiesen alimentar á los que aun sostenian el peso de las armas... ). Apartemos la vista de las repugnantes escenas de aquella heróica barbarie. Pompeyo destruyó la ciudad, y degolló con crueldad menos heróica, pero no menos bárbara, el resto de sus infortunados habitantes. Con la destruccion de Calahorra, acabó de sometérsele la España.

Pompeyo y Metelo fueron á Roma á compartir los honores del triunfo. Asi acabó la famosa guerra de Sertorio.

(4) Val. Max. lib. VII. cap. 6.

CAPITULO V.

JULIO CESAR EN ESPAÑA.

Desde 73 antes de J. C. hasta 48.

Primera venida de César á España.-Vuelve en calidad de pretor.Carácter ambicioso de César.-Su crueldad con los habitantes del monte Herminio.-Va á la Coruña y á Cádiz.-Ley para corregir la usura en España.-Enormes riquezas que saca de la Península.Vuelve á Roma y compra con ellas la dignidad consular.-Primer triumvirato romano.-Triunfos de César en las Galias.—Pasa el Ru_ bicon, y va á Roma contra Pompeyo.-Se hace dictador.-Viene tercera vez á España.-Asombrosa campaña en que vence á Petreyo y Afranio.-Somete tambien á Varron en la Bética.-Hace á todos los moradores de Cádiz ciudadanos romanos.-Vuelve á Roma, y se hace otra vez dictador.-Gobernadores de España.

Sosegada España despues de la guerra de Sertorio, aunque no tranquilos los ánimos, sino reprimidos hombres y pueblos bajo la férrea autoridad de los pretores, ningun acontecimiento notable que la historia haya trasmitido ocurrió por algunos años sino la venida de Julio César (69), que hubiera pasado tambien desapercibida, puesto que era entonces un simple cuestor militar, si este personage no hubiera estado destinado á desempeñar tan gran papel en Es

paña y en el mundo. En esta ocasion se dejó ya revelar su grande alma; no con hechos brillantes, sino con una que podríamos llamar heróica flaqueza.

Visitando los pueblos en ejercicio de su cargo llegó á Cádiz, y habiendo visto en el famoso templo de Hércules el busto de Alejandro el Grande, dicen que lloró contemplando que á la edad en que Alejandro habia conquistado ya un mundo, él no habia hecho nada memorable (1). Sin embargo, no se habia ocultado ya á la perspicacia de Sila ni la ambicion ni los altos pensamientos de César, puesto que antes de esta época habia dicho ya de él: «este jóven llegará á ser otro Mario.» Nada hizo entonces en España digno de especial mencion. Ansioso de buscar ocasiones en que ganar gloria, regresó á Italia, donde fué obteniendo diferentes magistraturas.

Nueve años despues volvió á España ya en calidad de pretor (60). Ya entonces era conocido tambien su célebre dicho, cuando al pasar por una miserable aldea de los Alpes dijo á sus amigos: «Mas querria ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma.» A un hombre que venia poseido de tan elevadas y ambiciosas miras, no podia contentarle el estado de quietud en que encontró á España. Necesitaba, si no le habia, discurrir un pretesto que le proporcionára medio y ocasion en que desarrollar la actividad de su

(4) Sueton., in Vit. Cæsar.

genio y en que adquirir méritos para ir conquistando aquella soberanía, aquel primer puesto que tan anticipadamente ambicionaba. Diéronsele, á falta de otro, los habitantes del monte Herminio (sierra de la Estrella), de quienes supo que acuadrill ados inquietaban las comarcas vecinas de aquella parte de la Lusitania, y á quienes escusado es decir que califica ba de bandidos y salteadores. Fuése, pues, contra ellos al frente de quince mil hombres, y so color de que sus casas eran unas guaridas perpétuas de ladron es, las hizo derruir obligándolos á abandonar la montaña y establecerse en las llanuras, degollando á los que rehusaban obedecer y persiguiendo á muert e á los fugitivos. Algunos de estos montañeses, hijos de los que tan temibles se habian hecho á Roma con Viriato y con Sertorio, lograron en su fuga ganar una de las pequeñas isletas de la costa de Galicia frente al puerto de Bayona, donde se creyeron seguros de las lanzas romanas. Pero habiendo observado César lo bajas que estaban las aguas por aquella parte, en balsas que al efecto mandó construir despachó un destacamento de sus tropas á la isla. Sobrevino luego la subida de la marea y se llevó las balsas. No les hicieron falta á los soldados romanos para volver; los herminienses los habian degollado á todos; uno solo quedó con vida, Publio Sceva, que salvándose á nado pudo llevar á César la noticia del desastre. Irritado el pretor con tan humillante golpe, pidió una flotilla á Cadiz, y

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