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ros Junio Bruto, escritor instruido, que habia abrazado la doctrina de los estóicos, á quien César habia colmado de mercedes y hasta solia llamarle su hijo. César recibió varios avisos de los planes que contra su vida se tramaban, pero no quiso creerlos. Lleno de confianza entró un dia en el senado: vióse al punto rodeado de asesinos, que cayendo sobre él lo cosieron á puñaladas. Como entre ellos viese á Bruto blándiendo el puñal sobre su cabeza «¡Y tú tambien, hijo mio!» exclamó; y cayó á los pies de la estátua de Pompeyo (44). Asi pereció á los cincuenta y seis años de edad aquel hombre estraordinario, de quien se dice que habia ganado quinientas batallas y tomado por asalto mil ciudades: gran orador, político profundo, y escritor distinguido "".

Mientras esto pasaba en Roma, en España renacia el mal apagado fuego de la guerra civil que la presencia de César habia contenido. Sexto Pompeyo á quien dejamos refugiado en la Celtiberia, comenzó á moverse de nuevo allá por la Lusitania, ayudado por dos príncipes africanos, que el Africa se mezclaba entonces frecuentemente en las cuestiones de España, y por muchos indígenas, que ó bien por un resto de aficion á los Pompeyos, ó bien por el instinto de independencia propia de aquellas poblaciones, se agregaron á la nueva bandera. Habiendo acudido Po

(4) Suetonio y Plutarco en la vida de César.-Eutrop. Brev. re

rum roman.-Dion Cassio, Floro, Valeyo Patérculo, y otros.

lion á sofocar este alzamiento, derrotóle Pompeyo con pérdida de la mitad de sus tropas, y el ejército pompeyano quedó en actitud de recorrer libremente toda la España central desde la Lacetania hasta la Betica.

Llegaron estas nuevas á Roma cuando César acababa de caer bajo el puñal asesino. La situacion era grave; privado el senado de aquel brazo poderoso, quiso atajar pronto el fuego nuevamente encendido en España, y dispuesto á transigir antes que exponerse otra vez á las eventualidades de una guerra, ofreció á Sexto Pompeyo el mando en gefe de toda la armada de la república á condicion de que desistiera de la lucha emprendida. Aceptó Sexto con gusto la proposicion, y licenciando su ejército partió para Italia á posesionarse de su nuevo cargo.

Asi terminó la famosa guerra civil romano-hispana entre César y los Pompeyos, casi abierta todavía la tumba de César.

CAPITULO VII.

AUGUSTO. GUERRA CANTABRICA.

Desde 44 antes de J. C. hasta 19.

Segundo triumvirato romano.-Octavio triumviro.-Venga la muerte de César.-Sucesivamente se deshace de Lépido y de Marco Antonio. Octavio emperador, cónsul, procónsul, tribuno perpétuo, gran pontifice, Augusto.-Sucesos de España.-Octavio la hace tributaria del imperio. ERA ESPAÑOLA.—Nueva division de provincias.— Guerra cantábrica.-Viene Augusto en persona á combatir á los cántabros.-Bravura de estos y su sistema de guerra.-Mortificacion de Augusto. Se retira á Tarragona.-Los cántabros sitiados en el mon te Medulio.-Rasgos de ruda heroicidad. Los astures.-Sitio y rendicion de Lancia.-Augusto vuelve á Roma y cierra el templo de Jano. Segunda guerra cantábrica.-Agripa.-Sumision de los cántabros.-España provincia del imperio.-Paz octaviana.

Despues de la muerte de César, formóse en Roma el segundo triumvirato (43), compuesto de Marco Antonio, Lépido, y Octavio ú Octaviano, sobrino de César, á quien éste habia nombrado su heredero; jóven de diez y nueve años, que habia estado algun tiempo al lado de su tio en las guerras de España, y de quien nadie sospechaba entonces que pudiera ser el futuro gobernador del mundo. Repartiéronse entre sí estos triumviros las provincias al modo que lo habian he

cho los primeros. Tocóles en esta distribucion, á Lépido la España con la Galia Narbonense, á Antonio todas las demas Galias, y á Octavio la Italia, el Africa, la Sicilia y la Cerdeña.

El jóven Octavio, con un talento superior para la iutriga política, comenzó por ganarse á los partidarios de César divinizando á éste y colocando su estátua en el templo de Venus genitrix con una estrella sobre la cabeza. A su vez supo atraerse con oro y con fiestas á los republicanos mismos enemigos de César, á quienes asustaba la tiranía de Antonio. Primeramente combatió á Antonio con Decio Bruto y los amigos ardientes, de la república; despues, hecho cónsul antes de cumplir los veinte años, se constituyó á su turno vengador de los asesinos de César, y para resistir á los republicanos que seguian las banderas de Bruto y Casio, se confederó con Antonio y Lépido, que ya le necesitaban. Entonces fué cuando se formó el triumvirato, cuyo triunfo sobre la república se aseguró con la batalla de Filipos, en que Octavio hizo cortar la cabeza á Bruto, que como Casio se habia dado la muerte, para arrojarla á los pies de la estátua de César, segun habia prometido. Esto decidió de la libertad romana. Siguióse la guerra civil de Perusa, que concluyó con el saqueo de la ciudad y con el sacrificio de trescientos senadores inmolados por Octavio sobre el altar de César. Al regreso de Antonio se hizo nueva particion, en que Octavio tomó para sí la

España, dejando el Africa á Lépido (41). Sucesivamente y con diversos pretestos y en diferentes guerras que no son de nuestra historia, fné Octavio deshaciéndose de sus dos colegas: perdió á Lépido el auxilio que dió á Sexto Pompeyo; perdieron á Antonio los amores de Cleopatra. Octavio, vencedor de los triumviros y vencedor de los republicanos, consultó con sus amigos Agripa y Mecenas, si conservaria la república ó se haria emperador. Agripa le aconsejó la conservacion de la república para su gloria. Mecenas le aconsejó el imperio para su seguridad y para la felicidad del pueblo romano. Octavio optó por lo último, pero sin abolir repentinamente la república.

Fué, pues, Octavio César pasando por todas las magistraturas republicanas, y haciéndose respetable á los romanos con los nombres del emperador, cónsul, procónsul, tribuno perpétuo, censor, gran pontífice, príncipe del senado y padre de la patria. Al fin de su séptimo consulado, fué á declarar al senado que queria renunciar la potestad suprema; no se le admitió la abdicacion, y el senado le saludó entonces con el nombre de Augusto, pa ra significar un poder casi divino, nombre que conservó ya siempre: y el título de Imperator no fué ya solo una denominacion honorífica, ni la espresion del mando de los ejércitos, sino la representacion de la autoridad suprema. De este modo, dice un escritor ilustre, el hombre mas desprovisto de virtud guerrera obtuvo la supremacía en

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