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una época en que solo se hacia fortuna con las armas. Cuatrocientos mil soldados le ba staron para tener á raya á ciento veinte millon es de súbditos, y á cuatro millones de ciudadanos romanos, y para dar reposo al mundo, él que no habia cesado de alterar la república. Acaso debió Octavio su fortuna á la circunstancia de temérsele poco. Un mancebo, ó bien un niño, como le llamaba Ciceron, no hacía sombra á los senadores, á quienes se mostraba sumiso, ni al pueblo, puesto que defendia sus derechos.>>

Hasta este tiempo pocos sucesos notables habian ocurrido en España. Octavio, como César, honró la fidelidad española, creando para sí una guardia de tres mil españoles en Calagurris (Calahorra): que de este modo demostraban los mismos conquistadores de España el aprecio en que tenian la nativa lealtad de los hijos de este suelo. Por este tiempo se vió tambien por primera vez á un español, Cornelio Balbo, hechura de César, elevado á la dignid ad consular, que ningun estrangero habia obtenido todavía.

En las guerras del triumvirato habia habido tambien algunos movimientos en España en favor del uno ó del otro de los triumviros; movimientos que fueron apagados por los gobernadores de Roma, y que sirvieron á estos de pretesto para seguir explotando las riquezas del pais, y para recibir en Roma honores triunfales poco merecidos. Mezcláronse tambien en estas revueltas los dos príncipes africanos que antes

habian peleado el uno por César y el otro por Pompeyo, declarándose ahora por Antonio el uno y por Octavio el otro. Bogud, el partid ario de Antonio, fué derrotado en una sangrieuta batalla, y arrojado de España, perdiendo ademas sus estados de Africa.

Bajo el imperio de Octavio sufre España una tras formacion completa en su organizacion política y civil. Aquellas comarcas, provincias y pequeñas naciones, tan varias y distintas, tan independientes entre sí, tan faltas de unidad, van á constituir ya todas un solo cuerpo de nacion, una sola provincia sujeta al régimen de un hombre solo. El nuevo dominador del mundo declara á toda España tributaria del imperio romano, pero al tiempo que la hace tributaria, le da la unidad que no habia tenido nunca, sujetándola á un centro comun y á unas mismas leyes (38); novedad importante, que constituyó como un nuevo punto de partida para España en su marcha al través de los siglos. Desde el año 38 antes de J. C. en que se verificó este acto solemne de incorporacion, comenzó un sistema cronológico peculiar para España que se denominó Era española, ó Era de Augusto, y desde cuya época siguió rigiendo como base de su cronología histórica, hasta que andando el tiempo se abolió para adoptar la cronología general de la era cristiana (").

(1) Se contó por la era española en Cataluña hasta 1180, en Aragon hasta 1350, en Castilla

hasta 1383. Para reducir la era española á la era cristiana no hay sino rebajar treinta y ocho años.

Afectando Augusto querer gobernar con el senado, dividió con él la administracion de las provincias, dejando á aquel con estudiada política las mas sumisas y pacíficas, y reservando para sí las fronterizas ó las mas inquietas en que acampaban las legiones, quedando asi, en todo caso, dueño de la fuerza y de las armas. En este concepto, hizo tambien de España dos provincias, una senatorial y otra imperial. Dió al senado la Bética, y se asignó á sí el resto de la Península, del cual hizo despues una doble provincia con los nombres de Lusitana y Tarraconense, regidas por gobernadores ó legados á la vez civiles y militares. En la distribucion que hizo de todas las fuerzas del ejército, destinó a España solo tres legiones de las veinte y cinco que habia conservado para sí; prueba de la confianza que ya tenia en la sumision de estas regiones, acaso por la tendencia que ellas mismas, halagadas por los beneficios de la administracion de Octavio tan distinta de la de los tiranos pretores, manifestaban á adoptar las leyes, el régimen, los usos y costumbres romanas.

Pero aun existian en España pueblos, comarcas enteras que no habian recibido el yugo de Roma. Todavía los cántabros y astures se mantenian independientes y libres. Todavía aquellos fieros y rudos montañeses desde sus rústicas y ásperas guaridas, se atrevían á desafiar á los dominadores de España y del mundo. Siglos enteros hacia que España encerraba en

su seno conquistadores estraños; ni cartagineses ni romanos habian penetrado todavía entre las breñas y sinuosos valles en que habitaban aquellas indomables gentes, que inaccesibles á las armas y á la civilizacion conservaban toda la rudeza de costumbres con que eu otro lugar los hemos descrito (). Era ya Octavio Augusto señor del mundo, y creíalo todo pacíficamente sumiso á Roma y á su imperio, y todavía no lo estaban unos pocos habitantes de la península española. No podia Augusto sufrir que en un rincon de España hubiera quien no reconociese la autoridad del dominador del orbe.

Algunas escursiones de los cántabros y astures hasta las vecinas comarcas de los autrigones, de los murbogas y de los vacceos, sujetas ya al imperio, debieron hacer conocer á los romanos la bravura y ferocidad de aquellos hombres agrestes, y aun darles alguna inquietud y cuidado. Ello es que el emperador romano no se desdeñó de venir en persona á dar impulso y vigor á aquella guerra que parecia no deber fijar siquiera la atencion de quien tan acostumbrado estaba á ver sometérsele tantos y tan vastos reinos. Vino pues Augusto (26) al frente de un ejército, que dividió en dos cuerpos, de los cuales destinó uno al mando del pretor Carisio contra los astures, y con el otro marchó él contra los cántabros.

(4) Cap. 1. del lib. I. de esta historia.

Томо п.

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Estableció Augusto sus reales en Segisamo (Sasamon, entre Burgos y el Ebro), donde hizo todo lo posible por comprometer y obligar á los enemigos á venir á una batalla general. Tarea inútil para aqueIlos montañeses, á quienes agradaba mas y era mas ventajoso molestar á los romanos con repentinas irrupciones, bruscas acometidas y rápidas retiradas, sin que las pesadas legiones imperiales pudieran nunca darles alcance ni menos penetrar en sus rústicas guaridas. Apareciendo y desapareciendo súbitamente y con agilidad maravillosa, peleando en pequeños grupos y pelotones, teniendo á los imperiales en contínua alerta y zozobra, y no dejándoles gozar momento de seguridad ni de reposo, traíanlos fatigados, inquietos y desesperados. En vano Augusto hizo que una armada concurriera á ayudar por la costa sus operaciones militares. Los cántabros se concentraban dentro de sus rocas, y desde alli repetian los asaltos, sin que hubiera medio de empeñarlos en mas formal combate.

Cansado Augusto y mortificado con tan obstinada resistencia, habiendo caido ademas enfermo, retiróse al cabo de algunos meses á Tarragona, dejando á Cayo Antistio el mando del ejército y el cargo de aquella guerra. Mas afortunado ó mas hábil Antistio, en ocasion que los cántabros habian necesitado bajar á la llanura, acaso en busca de mantenimientos, logró por medio de una simulada fuga atraerlos á sitio

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