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con los demas, sin dejar de esperar, principalmente en sí propio, reflexivo en sus movimientos, paciente para aguardar la ocasion, pero cuando esta se presentaba, atrevido, pronto y enérgico (1).

Y para complemento de la parte que á Avila interesa, me parece oportuno dar por Apéndice, señalado con el número 8, la sentencia de muerte de Gonzalo Pizarro, dictada en nombre del avilés La Gasca, por dos jueces, siendo uno de ellos el avilés Cianca.

Con razon hemos dicho que en la rebelion, guerra civil y pacificacion del Perú aparecieron los Avileses en uno ú otro sentido como de los más interesantes personajes.

Pero antes de cerrar el heróico reinado de Cárlos I, justo es tributar el respeto que merecen á dos hombres de letras que honran especialmente á las villas de Arévalo y Piedrahita. Es el arevalense Juan Sedeño, tan brioso soldado como escritor conocido. De él cuenta el erudito D. Nicolás Antonio (2), que así blandia la espada como manejaba la pluma: porque mientras era uno de los defensores del castillo de Alejandría en el ducado de Milan, disfrutaba de las horas que le sobraban del servicio militar con Apolo, las musas y los historiadores, mostrándose siempre esclarecido. Y como muestra de su ciencia, nos recuerda que escribió la suma de varones ilustres impresa en Arévalo en 1551 y en Toledo en 1590;

(1) Conquista del Perú, por William Prescott, libro v, capítulos del 1.° al 4.° inclusive, y otras cró

nicas locales.

(2) En su Biblioteca Nova.

y la tragicomedia de Calixto y Melibea, edicion de Salamanca de 1540, y que tradujo del italiano en octavas castellanas la Jerusalem de Torcuato Tasso, que se publicó en Madrid en 1587, y las Lágrimas de San Pedro de Luis Tansillo; obras ainbas muy celebradas por Hierónimo Ghilino en su Teatro de Hombres Literatos.

El otro sabio escritor, célebre médico, cuyo nombre patronómico latiniza D. Nicolás Antonio llamándole Petrafitanus, por ser natural de Piedrahita, es Juan Bravo, que no sólo ejerció con gran crédito la medicina en Salamanca, sino que la ilustró con sus ocho tratados tan diversos como importantes impresos en la misma ciudad desde 1571 á 1596. Mas tiene otra cualidad que le hace grato á su patria y á toda nuestra Provincia, y es la de ser un testigo coetáneo, intachable, quizás ocular, del nacimiento en Piedrahita del gran duque de Alba, D. Fernando Alvarez de Toledo, porque como señor de Valdecorneja, allí existia el castillo de este nombre casa solar de su ilustre ascendencia; suceso que en nuestros tiempos ha querido, cuando no negarse, por lo ménos ponerse en duda por respetables escritores.

Pero ya se enlazan las noticias que acabamos de dar de Luis de Lobera, Pedro La Gasca, Juan Sedeño y Juan Bravo con el siglo científico abulense de Felipe II, que examinaremos despues.

CAPITULO XXII.

Del reinado de Felipe 11, desde 1556 hasta la muerte de Santa Teresa en 1582.

Dejamos dicho que ya regia los extensos dominios de España Felipe II. Débil de constitucion en su infancia, procuró fortificarla su cuidadosa madre la emperatriz Isabel haciéndole pasar largas temporadas en los pueblos de Castilla, que mayor comodidad prestaban á su hospedaje; y el siempre saludable y en la estacion del verano agradabilísimo clima de Avila, determinó á la excelsa madre á que disfrutase de él su augusto hijo en el de 1541. Contaba cuatro años de edad el príncipe, cuando en 24 de Mayo verificaron á las seis de la tarde su entrada, que se preparó con todo el lujo, pompa, músicas, danzas y fuegos que largamente refiere Luis Ariz (1), y que excedieron en mucho á los improvisados festejos con que siete años ántes habia sido recibido el empera

(1) Ariz, parte 3.", párrafo 16.

dor. Consultando sin duda al tardío desarrollo de la naturaleza del tierno Felipe, vestíanle todavía de largas faldas como niña, llevándole casi siempre en brazos; pero considerándose ya oportuna la ocasion, en el dia de Santiago 24 de Agosto en que la emperatriz quiso celebrar el acto de dar hábito á tres doncellas suyas en el célebre monasterio de Santa Ana, en cuyo refectorio comió, fué el lugar escogido para que al príncipe le despojasen de aquel ropaje, presentándole la emperatriz á la ansiosa poblacion que su salida aguardaba vestido ya de corto (1), segun la moda del tiempo ó la etiqueta del palacio lo exigia.

Permaneció la córte en nuestra Ciudad hasta el 26 de Setiembre, mas no es esta la única vez que Felipe II la visitó: hízolo tambien á la restauracion interior del alcázar por los años de 1570; y recorria con frecuencia varios pueblos de su antigua tierra, señaladamente los situados en su parte oriental, la más inmediata al suntuoso y real monasterio de San Lorenzo, monumento de su grandeza y religiosidad en memoria de las victorias de sus armas.

Pero ántes de que nos ocupemos en referir otros nuevos triunfos bélicos que en su reinado alcanzaran las huestes y caballeros avileses, absorbe nuestra atencion el por muchos títulos memorable pontificado de D. Alvaro de Mendoza, que regia la Iglesia de San Segundo desde el año de 1561. Y en verdad, que tanto es lo que tendríamos que decir, que la abundancia nos ahoga; nos detiene la eleccion; y la

(1) Ariz, parte 3.a, párrafo 16.

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dificultad de hallar el órden que hemos de dar á los hechos que vamos á recordar para que resalte la conveniente unidad, nos hace recelar del acierto. Y ¿cómo no, si van á aparecer simultáneamente la siempre grande Santa Teresa de Jesús, el siempre penitente San Pedro de Alcántara, el siempre dulce San Juan de la Cruz, y al lado de ellos y en estrecha confianza y amistad la humildísima María Diaz, llamada con mucha razon la pobre evangélica de Vita, el ántes extraviado caballero y despues compungido canónigo D. Francisco de Guzman; la noble Doña Catalina Dávila y el venerable Baltasar Alvarez; la distinguida Doña Guiomar de Ulloa y el piadoso Don Juan Velazquez; la venerable Doña María Vela que mereció el título de mujer fuerte; las ejemplares compañeras de la reformadora del Carmelo y el caritativo D. Francisco de Salcedo con otros muchos religiosísimos avileses, siendo todos y cada uno de ellos admirables modelos de virtud y de reconocida santidad? Y no son solamente las excelencias cristianas con que brillan los títulos del merecimiento de tan insignes personajes y con que se han conciliado el general respeto de las gentes, que tambien los enaltecen las letras y la ciencia en que brillaron causando nuestra admiracion. Para mayor lustre de Avila habitábanla entónces, fortaleciendo el espíritu de la vírgen Teresa, el humildísimo duque de Gandía, San Francisco de Borja, hijo glorioso de la naciente Compañía de Jesús, y el gran dominicano San Luis Beltran; al propio tiempo aparecen otros muchos y sabios escritores, honor exclusivo del suelo

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