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no se contentan en echar á borbollones por la boca lo que están quejosos de las cargas y pechos que les han puesto estos últimos años, pero aún lo publican en los carteles que me dicen han puesto en Sevilla y Avila, y V. S. sabe el movimiento que hicieron en Madrid.» Y sigue el marqués de Pidal: «Estos carteles de Avila que aparecieron fijados en varios puntos de la Ciudad el 21 de Octubre de 1591, estaban concebidos en los términos siguientes:=Si alguna nacion en el mundo debia por muchas razones y buenos respetos ser de su rey y señor favorecida, estimada y libertada, es sólo la nuestra: mas la codicia y tiranía con que hoy dia se procede, no dá lugar á que esto se considere. ¡Oh España, España, y qué bien te agradecen tus servicios esmaltándolos con tanta sangre noble y plebeya; pues en pago de ellos intenta el rey que la nobleza sea repartida como pechera! Vuelve sobre tí y defiende tu libertad, pues con la justicia que tienes te será tan fácil, tú, Felipe, conténtate con lo que es tuyo y no pretendas lo ajeno y dudoso, ni des lugar y ocasion á que aquellos por quien tienes la honra que posees, defiendan la suya tan de atrás conservada, y por las leyes de estos reinos defendida. » Por donde claramente se deduce que el delito descubierto y castigado en Avila, fué de lesa majestad y eminentemente político, como que su objeto era concitar á la rebelion denostando al gobierno y la persona del monarca, y consecuencia lógica del espíritu de insubordinacion y propaganda contra el principio de respeto profundo y ciega sumision debidos á la autori

y

dad que por aquel tiempo comenzaba á pulular en todos los ámbitos de España.

Queda, pues, justificada con tan irrecusables testimonios la verdad histórica del manuscrito abulense, que por ser anónimo y contener otras muchas noticias, he titulado Miscelánea.

CAPITULO XXIV.

Terminacion del mismo reinado; causa del Pastelero de Madrigal; noticia de insignes prelados y otras personas de reconocida santidad; muerte de Felipe 11.

Otro ruidoso acontecimiento, que por lo singular y peregrino de la alta intentona (así la calificamos) que tuvo por objeto, ha prestado magnífico argumento á nuestros poetas dramáticos, nació, creció y murió cuatro años despues en nuestra Provincia. Hablamos del proyecto del pastelero de Madrigal, que fingió ser el desventurado rey D. Sebastian de Portugal, puesto que hasta que se puso en claro esta sorprendente estratagema turbó no poco la casi inalterable quietud y el ánimo siempre sereno de Felipe II. Cuando ya era tranquilo poseedor de la corona portuguesa, porque el último y más obstinado pretendiente á ella, D. Antonio el prior de Crato, se acercaba á la muerte, viviendo en París pobre, abandonado de sus partidarios y librando su triste existencia en la corta pension que le habia señalado el

gran Enrique IV de Francia, esto es, por los años de 1595, un fraile agustino portugués, que por mostrarse pertinazmente afecto al proscripto D. Antonio, habia sido internado en Castilla, concibió, ensayó y ejecutó el gigantesco plan de dar nuevo rey á su patria para sustraerla del poder de Felipe II de la manera de que vamos á dar breve cuenta.

Conservaba el pueblo portugés una especie de fanática veneracion hácia su malogrado rey D. Sebastian, y la voz de que no habia muerto en la batalla de Alcazarquivir (en Africa) inspiró á varios aventureros el pensamiento de fingirse el mismo monarca. Más de uno habia pagado ya con la vida su arrojado pensamiento, cuando Fr. Miguel de los Santos, que así se llamaba el agustiniano que queda dicho, hombre de conocida instruccion y travesura, que habia obtenido altos cargos en su religion, residia por órden del gobierno de Felipe II en nuestro Madrigal y desempeñaba el oficio de vicario de las monjas agustinas de aquella villa. Vivia á la sazon en ella un pastelero llamado Gabriel de Espinosa, y sirvió de base al fantástico proyecto que el fraile acariciaba la notable semejanza que encontró en él en edad, facciones y estatura con el rey D. Sebastian; y persuadiéndole á que se fingiese el monarca, le aseguró que ocuparia el trono porque todos los portugueses se pondrian de su lado, para así lograr su independencia y separacion de España. Desvanecido el Gabriel con tan lisonjero porvenir, asintió, y la ejecucion del plan quedó á cargo de Fr. Miguel de los Santos.

El obispo D. Pedro Fernandez Temiño, de cuyo pontificado nos ocuparemos despues, habia estado tiempo hacia en Madrigal á dar el hábito de religiosa agustina á doña Ana de Austria, hija del ínclito y valeroso D. Juan, hermano natural de Felipe II, la cual pasaba allí su vida religiosa, si no contenta de su vocacion, al ménos resignada con su suerte. El vicario del convento aprendió que podia explotar su inocencia alimentando y favoreciendo en tan sencilla señora los constantes deseos de mejorar lícitamente de situacion, y alucinando su mente con esperanzas que calificaba como disposiciones sobrehumanas, logró hacerla tomar parte en su pensamiento, prometiéndola que, prévia la relajacion pontificia de sus sagrados votos, podria dar la mano á D. Sebastian y sentarse con él en el trono de Portugal. A este propósito le fué presentado el fingido rey, y desde entónces comenzó entre ambos una tierna y afectuosa correspondencia que sostenia doña Ana como muestra de su casto amor con obsequios, dádivas y regalos que hacia á su infortunado amante, que merced á la angustiosa situacion que simulaba, no se desdoraba en admitir. De doña Ana y de Fr. Miguel recibia imperturbable el tratamiento de majestad, y venian gentes de Portugal llamadas por el intrigante agustiniano á reconocerle y rendirle el homenaje de su lealtad. Pero susurrábase ya demasiado la oculta residencia del oscuro aventurero en Madrigal, y en uno de los viajes que hizo á Valladolid, en que fué delatado como portador de riquísimas alhajas dignas de personas reales, se vió preso por el al

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