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sus carnes, el sudor de la tísis, el olor de las medicinas, la inmóvil postura en que se hallaba, sin poder mudarle la ropa de la cama, cuando tan pulcro sin lujo habia sido durante su vida, y la fetidez de la habitacion, todo presentaba un cuadro miserable y hediondo en medio del cual aparecia el alma fuerte de aquel cuerpo que se estaba disolviendo. La prolongacion de su existencia parecia un milagro. Hallaba su único consuelo en la religion, su único alivio en las cosas santas. Recibidos con el más piadoso fervor los Sacramentos de la Eucaristía y de la Extremauncion, y despues de haberse despedido del príncipe heredero y de la infanta, sus hijos, llegó el dia 13 de Setiembre de 1598, en que rindió su espíritu al Criador, á los 71 años, 3 meses y 22 dias de su edad y á los 42 cumplidos de su reinado (1).

Así acabó este grande y temido monarca, que si desde el inismo retiro en que murió hizo extremecer en varias ocasiones los ámbitos de dos mundos, Avila no puede olvidarle porque no sólo la visitó muchas veces, sino que recorrió con frecuencia los pacíficos pueblos de su Provincia y Obispado.

(1) Lafuente, Historia general, en la muerte de este monarca.

CAPITULO XXV.

Del reinado de Felipe 1, desde 1598 hasta el de su muerte en el de 1621

Sucedió al gran Felipe II su hijo el bondadoso Felipe II, en esta grande pero empobrecida monarquía, muy extensa y dilatada sí, pero harto comprometida en la defensa de su integridad y hondamente empeñado su crédito á consecuencia de un siglo de contínuas guerras exteriores é interiores. Crítica era la situacion de tan inmenso como combatido imperio; y lo peor sin duda, que ya no habia de empuñar la espada con su activa é infatigable movilidad su abuelo Cárlos v, ni tan temido cetro con su incansable laboriosidad diplomática y constante estudio en el gabinete su padre Felipe II. Bien preveia este melancólico monarca en sus últimos dias la decadencia inevitable en que iban á encontrarse tan vastos dominios, por la triste y desconsoladora idea que habia formado de la debilidad de carácter,

de la falta de talento, accion y diligencia de su inactivo, dilapidador y fastuoso hijo, cuando decia á su antiguo y buen consejero D. Cristóbal de Mora, marqués de Castel-Rodrigo, hablándole de su próximo sucesor en el trono: «me temo que le han de gobernar; Dios que me ha concedido tantos Estados, me niega un hijo capaz de gobernarlos. » Y desgraciadamente no se equivocó en tan funesto pronóstico, que así era la verdad. Apénas subió al trono Felipe ш á los 21 años de edad, comenzó apartándose de los sanos consejos de gobierno que su padre constantemente le dió (1) hasta la hora de morir.

Desidioso por carácter y enemigo del trabajo, entregóse desde luego en manos del marqués de Denia, á quien elevó á su más dominante y absoluta privanza, y tal como siempre apareció despues con el título á que le ascendió de duque de Lerma. Los primeros actos del rey novel fueron separar de los elevados puestos que ocupaban á los antiguos ministros y principales gobernadores que habia dejado Felipe II, para reemplazarlos con amigos, deudos y parciales del favorito, sin que se eximiesen del indiferente régio desvío é ingrata tibieza con que los trató, ni el mismo marqués de Castel-Rodrigo, á quien se alejó de la córte nombrándole virey de Portugal, ni el ilustrado preceptor que tuvo, D. García de Loaysa, arzobispo de Toledo, que sucumbió víctima de inmerecidos desaires de su excelso discípulo, ni el respetable Rodrigo Vazquez de Arce, antiguo presiden

(1) Lafuente, Historia general, reinado de este monarca.

te del Consejo de Castilla, á quien el mismo monarca se humilló consultándole con admirable candidez «el color que quisiera que se diese á su salida de tan elevado cargo,» y esto, porque queria honrar con él al conde de Miranda, alegando por toda razon que le habia servido bien en su jornada á Valencia al celebrar sus bodas con Margarita de Austria y las de su hermana Isabel Clara Eugenia con el archiduque Alberto, á los que su padre Felipe II habia dado en feudo el trono de Flandes; y todo el gran servicio de el de Miranda era haber gastado ochenta mil ducados de su casa, en preparar presentes, festejos, hospedajes y pomposos alardes de vanidad, lisonjeando así el genio del inexperto monarca, y la ambicion del desvanecido privado.

Tristes preludios eran estos para esperar un venturoso reinado; vivia Castilla sumida en la pobreza, hambre y desnudez; pero el rey necesitaba de subsidios, y las Córtes hostigadas por él en el año de 1600 para que socorriesen su necesidad, acordaron otorgarle un servicio de diez y ocho millones en seis años, pendiente, sin embargo, del consentimiento de sus respectivas ciudades, las cuales se temia que resistieran el nuevo subsidio. Con el fin de comprometerlas á que le aprobaran, visitó el rey personalmente á Toledo, Segovia, Salamanca, Valladolid y nuestra Ciudad, haciendo entrever el de Lerma en todas las poblaciones que recorrian en este viaje el proyecto de trasladar la corte de Madrid á Valladolid, para que la presencia del soberano remediase en parte la miseria y despoblacion de las provincias de

Castilla y el subido precio que á pesar de tanta pobreza habian tomado todos los mantenimientos. En esta ocasion hospedó Avila al monarca, ostentando su concejo y regimiento auxiliado de sus numerosos y distinguidos caballeros, muestras de acendrada lealtad. Los que más figuraban en esta época, ya residiendo en la poblacion, ya sirviendo en Palacio, ya en los diversos ejércitos que tan extensos dominios tenian que defender, eran D. Antonio Dávila y Toledo, marqués de Velada (1), gobernador que fué de Milan, y que antes se habia distinguido con altos honores militares en las guerras de Flandes, apresando muchos bajeles enemigos, hallándose en treinta encuentros con Franceses y Holandeses, y pasando despues por segundo gobernador de los estados de Flandes, de donde salió para igual cargo de la plaza de Orán y costas africanas, en las que redujo á la obediencia de Castilla á más de veinte mil moros, y destruyó las alianzas que Ingleses y Holandeses tenian con los reyes de Argel, Fez y Marruecos; D. Pedro Dávila, marqués de las Navas, que ejercia la áulica dignidad de mayordomo del rey; D. Enrique Dávila y Guzman, marqués de Povar, embajador en Flándes, cabo principal de los tercios españoles en aquellos estados, y sucesivamente virey de Valencia y presidente del Consejo de las Ordenes; D. Alonso de Bracamonte, conde de Peñaranda, otro de los jefes de la real casa de Felipe ш;

(1) Gil Gonzalez Dávila y Luis de Ariz, en sus Catálogos de varones ilustres de la Ciudad: y á los mismos escritores y catálogos nos

referimos en las noticias de otros insignes varones que en el texto se dan á conocer.

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