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CAPITULO XXVI.

De los reinados de Felipe iv y Cárlos u, y de los varones ilustres en santidad, armas y letras que honraron á Avila hasta el año 1700.

Esa decadencia que comenzó á experimentar la nacion bajo el reinado de los Reyes Católicos y en el apogeo mismo de su inmenso poder en todos los ramos de la riqueza pública por la expulsion de más de medio cuento de Judíos, todos dedicados al comercio y cultivo de las artes y ciencias, las costosas y para España casi de todo punto infructíferas guerras que por espacio de un siglo sostuvieron sin interrupcion Cárlos I, Felipe II y Felipe II, extrayendo sus caudales de oro y plata, y mermando los medios de produccion por la falta de manos laboriosas, las emigraciones voluntarias y oficiales en busca de fortuna, de puestos y de honores, á que brindaba el descubrimiento y gobernacion de las nuevas y dilatadas posesiones de América, la ruina, el estrago y los destierros, producto inmediato de las guerras civiles causadas por el levantamiento de las

Comunidades y Germanías, y la sublevacion de los Moriscos y Holandeses, la nueva expulsion del territorio hispano, de todos los secuaces de Mahoma; todas estas y otras muchas causas, resultado de la carencia de direccion y fomento de la abandonada agricultura y de los desiertos talleres de la industria, habian enflaquecido de tal manera el cuerpo social que eran ya inevitables el progresivo empobrecimiento y despoblacion del reino, cuando sucedió en el todavía poderoso trono español, un inesperto mancebo á los diez y seis años de edad, á quien la adulacion llamó por una tan inmerecida como inesplicable antífrasis Felipe Iv el Grande.

Como no escribimos la historia de España, porque nuestro objeto se limita á narrar las cosas ó los hechos de las personas avilesas que con el estado general del pais tuvieron íntima relacion, nos concretamos á mencionar las muchas campañas que los acreditaron en el reinado de este monarca, que sucesivamente dió penosa pero memorable ocupacion á las armas españolas (1) en los Paises Bajos, Alemania, Italia, Francia, Inglaterra, Cataluña, el Rosellon, Portugal, las costas de Africa y las dos Indias.

Ocupa el primer lugar el distinguido D. Gomez Dávila, marqués de Velada, que aunque habia sido ayo de Felipe II, todavía alcanzó su muerte, siendo su mayordomo mayor, y perteneciendo ya en el reinado de su hijo á los Consejos de Estado y Guerra,

(1) Están contesies en esta re- nerales de España. lación todos los historiadores ge

por los años de 1621. Su hijo D. Antonio Sancho Dávila y Toledo, tambien marqués de Velada, se señaló notablemente en las guerras de Flandes, Alemania, Italia y Africa, tomando á los Holandeses muchos bajeles; en su embajada á Inglaterra, en el gobierno de Flandes, en el mando de Orán, y últimamente como gobernador y capitan general del Milanesado. No fué ménos ilustre D. Diego Felipe Mejía, marqués de Leganés (1), como gobernador de Milan en la guerra de la Valtelina y como general contra los levantamientos de Cataluña y Portugal. Tambien se hicieron notables el marqués de las Navas D. Antonio Dávila, mayordomo de la Casa real, Don Enrique Dávila, y D. Alonso de Bracamonte, en sus distintos cargos de jefes de las huestes avilesas, así como Diego de Villalba en Cataluña, y D. Manuel Gomez Dávila en Milan (2). Otros muchos cabos y jefes militares pudiéramos conmemorar, cuyos nombres anota en su Catálogo de varones ilustres el maestro Gil Gonzalez Dávila, á cuyo testimonio en este punto nos referimos para conservar la memoria de tan beneméritos prohombres, en el que aparece impreso en nuestro tomo primero.

Nueva y distinta serie de personas de digno y merecido recuerdo figuran en el reinado de Felipe IV enalteciendo la tierra de Avila, y la primera es una oscura mujer llamada Francisca Trigo (3). Era veci

(1) De Dávila y de Mejía hace grandes elogios Gil Gonzalez Dávila al narrar el pontificado del obispo D. José Argain.

(2) El mismo, en su Teatro ecle

siástico, Iglesia de Avila.

(5) Gil Gonzalez Dávila, Teatro eclesiástico, cátalogo de fundadores, mártires, etc.

na de la Ciudad, y una de las moriscas que en 1610 habian sido expulsadas de España como sospechosas aunque ya bautizadas, segun aconteció á otros muchos descendientes de la raza sarracena. Pero esta virtuosa mujer habia verificado de buena fé y con íntimo fervor su conversion al cristianismo. Habíase refugiado en Tetuan con su familia, y no debió de ocultar allá su nueva religion, puesto que acusada de transfuga del rito de Mahoma padeció el martirio en el año de 1623. Fué pública la ejecucion de su muerte, y ya que sufrió la desgracia de ser arrojada por los cristianos como sospechosa creyente, tuvo el valor en sus últimos momentos de testificar que vertia su sangre por la fé de Jesucristo, y tan amante se mostró de su buena fama póstuma en Avila, que levantando la voz cuando ya iban á descargar sus golpes los verdugos, prorumpió: «que si alguno de los presentes era cristiano y llegaba algun dia á Avila dijese que habia muerto cristiana y padecido por sostener la verdad de su fé.» ¡Cuántas veces acontece que los signos exteriores deciden de la suerte del que abriga bien distintos sentimientos internos que se compadecen mal con las meras apariencias que le condenan!

Brillaron tambien en santidad y virtud el jesuita padre Agustin de Castro, predicador de Felipe IV, y más notablemente todavía el venerable sacerdote Juan de Bribiesca y el caritativo padre Juan Dávila. El Bribiesca, de quien hicimos mencion como buen consejero de Santa Teresa, por su vida ejemplar y rara penitencia, como lo testifica el erudito caballero

Don Miguel Baptista de Lanuza, secretario del real consejo de Aragon (1), quien atestigua que falleció en Segovia en 11 de Marzo de 1627, y que yace su cuerpo en el convento de San Francisco y capilla de sus hermanos terceros. El padre Dávila era religioso de los clérigos regulares, ministros de los enfermos, llamados los agonizantes. Habia militado en nuestros ejércitos de Italia y de los Paises Bajos, que abandonó por profesar en este piadoso instituto; falleció en Génova en el convento de su órden, y tal idea se tenia en la ciudad de su acendrada virtud, que honró sus exéquias con su presencia el gobierno de aquella señoría, besando los concurrentes sus pies y manos en muestra de la veneracion que les inspiraba: falleció en 22 de Setiembre de 1632 á los setenta y tres años de su edad (2).

Ocupa un tan honroso como merecido lugar en la historia del foro eclesiástico de toda Europa, y muy señalado en Roma, el laborioso avilés D. Nicolás García, graduado en ambos derechos, y canónigo de nuestra Santa iglesia. Viajó dos veces á Roma para hacer la canónica disciplinaria visita á los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, llamada ad limina, y que deben hacer todos los prelados desde que son confirmados en sus respectivas sillas por la Santa Sede. Hízolas este ilustrado canonista avilés en nombre del respetable D. Andrés Fernando Pacheco, de quien fué familiar, que primero rigió la

(1) En la Historia de la vida y hechos de la venerable madre Isabel de Santo Domingo; y en la misma de este sacerdote el doc

tor Luis Vazquez.

(2) Gil Gonzalez Dávila, en el mismo lugar últimamente citado.

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