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de continuar la guerra contra la Gran Bretaña, introdujo un cuerpo de tropas francesas en la Península, que se apoderó pérfidamente de sus principales plazas y fortalezas; á esto siguió la entrada de otros cuerpos, y poco despues apareció general jefe de todo el ejército invasor su cuñado Joaquin Murat, gran duque de Berg.

Sobresaltado el rey con estos sucesos, imbuido por D. Eugenio Izquierdo, agente diplomático en París, aunque sin carácter oficial, pero claramente partidario apasionado del Príncipe de la Paz, meditaba retirarse con la familia real á Méjico, cuando acaeció un tumultuoso alzamiento en Aranjuez y en Madrid en los dias 18 y 19 de Marzo de 1808. De sus resultas, y despues de haber corrido gravísimos peligros el Príncipe de la Paz, pudiendo salvar la vida por la poderosa y respetada influencia del Príncipe de Astúrias sobre todos los sublevados, se vió arrestado. El conmovido monarca exoneró en el mismo dia 18 á Godoy de todos sus empleos y honores, más no por eso la conmocion popular se apaciguó; habia triunfado el numeroso partido que defendia al hasta entonces perseguido príncipe de Astúrias, y el rey D. Carlos Iv abdicó al dia siguiente la corona en su hijo, que habia de sucederle con el nombre de D. Fernando VII. Y este es el momento que escogi para poner fin á la Historia particular que me propuse escribir de mi amado país, Avila, su Provincia y Obispado.

CONCLUSION.

Pero ¿habré de renunciar al conocido y exigente Vos plaudite propio de los dramáticos latinos ó siquiera al modesto y suplicante Perdonad las faltas nuestras, peculiar de los hispanos, y á dar el último adios á mis compatricios sin decirles su progresivo estado material y social en el momento en que concluyo su Historia, dejándola incompleta, por el reflexivo silencio que me impongo, en más de medio siglo?

Sí, que ni mis tareas, por más patrióticas que hayan sido, merecen como literarias aquellas placenteras despedidas, ni yo debo de sostener ya el carácter, aunque inmerecido, de historiador, al recordar seca y aisladamente las más notables cosas, personas y sucesos de nuestra singular y anómala centuria que, ó podria ensalzar con desmedidos encomios ó deprimir con escesivas censuras. Más ya que de lo uno y de lo otro me abstenga, al ménos porque no se olviden ó se releguen al ímprobo trabajo de otro escudriñador de las antigüedades de mi

patria, cuando corriendo los tiempos quiera narrár › selas á sus paisanos con el colorido de la imparcialidad sí, pero tambien con el de la severa verdad, que hoy sería si no peligroso, imprudente de seguro bosquejar, voy á reunir aquí por conclusion de mi obra algunos elementos aislados que otro dia convenga utilizar en la continuacion de la Historia de mi país natal.

Al resonar universal y unánime el grito de «guerra á Napoleon, viva Fernando vII, viva la religion, viva la independencia nacional,» que tal fué el lema que en 1808 ondeaba en todas las banderas españolas, Avila, como las demas provincias, desplegó al aire su ya recogido glorioso pendon, tan célebre en la serie de los pasados siglos. En 1.o de Setiembre creó con los hijos de la Provincia el regimiento que llevó por nombre Voluntarios de Avila, y que ya dimos á conocer en la reseña militar en nuestro tomo I. «Poco tiempo despues de su organizacion, dijimos entónces, pasó á guarnecer la plaza de Ciudad-Rodrigo, sostuvo, con otras fuerzas militares, el sitio que sufrió, distinguiéndose en la defensa de sus puestos exteriores desde el 28 de Mayo hasta el 27 de Junio de 1810, y despues en la del cuerpo de la plaza, hasta que al capitular en 10 del siguiente Julio, quedó prisionero de guerra, terminada la cual, fué disuelto en el nuevo arreglo del ejército;» y aunque allí prometí dar noticias más circunstanciadas de su digna, aunque corta existencia; mejor pensado, y para medirle con la misma vara de la imparcialidad que á los demas aconteci

mientos posteriores del país, prefiero contenerme en la más prudente reserva.

La suerte que guardada estaba á las fábricas de algodones, de paños y otras manufacturas de lana, desde 1818 es de lamentable memoria: cerrada la primera por el último empresario Binns, obtuvo la preferencia entre otros aspirantes á ocupar sus magníficos edificios y á servirse de su utilísima y preciosa maquinaria la acreditada casa de Ortiz de Paz, fabricante de Segovia, con intencion de conservar la industria algodonera, y ensanchar y perfeccionar la de paños y otros muchos artefactos de lana. Tampoco fué feliz en esta empresa el hasta entónces afortunado segoviano; algunos años despues cambió su suerte, y solo se rehicieron á su desgracia otras pequeñas fábricas, siendo la que con más inteligencia y gusto elaboraba sus productos la del activo D. Joaquin Perez.

Acontecia la ruina de Ortiz de Paz por los años de 1823 á 1824, y aprovechándose entónces la industriosa villa de Béjar del desastre avilés, allá se llevó máquinas y maquinistas, maestros y operarios inteligentes en todos los ramos de la fabricacion, y se la vió desarrollarse y crecer y ostentar sus producciones industriales por una gran parte del reino, vanagloriarse con su nuevo título de ciudad, y aspirar en estos últimos tiempos á otros pensamientos bien agenos á la fabricacion.

Nueva vida pareció cobrar el conjunto de los principales edificios y pertrechos de la gran fábrica cuando los distinguidos generales, padre é hijo se

ñores Mazarredo, la tomaron á su cargo algunos años despues para dedicarla á hilazas y tejidos de lino, y sus primeros productos manifestaron con regocijo público la importancia de su establecimiento; pero tambien hubo de sucumbir en adelante, y entónces ya cada edificio tuvo nueva ocupacion. Era sín género de duda el más costoso é importante, el de la casa del Puente, y su último destino ha sido y sigue siendo una fábrica de harinas, que si no es de las de primer órden, en la abundancia de sus productos satisface á las necesidades del país, y exporta bastantes fuera de la Provincia.

Habia sido nuestra Ciudad uno de los pueblos capitales de provincia que más sordo se hacia, ó por lo ménos más indolente y apático se mostraba á las reformas materiales de su poblacion, de que otras muchas ciudades daban ejemplo, luego que á fines de la guerra político-dinástica que terminó por el abrazo de Vergara, cuyo convenio se verificó en 1839, época en que el autor de esta Historia desempeñaba el ministerio de la Gobernacion de la Península, se sintió la necesidad de un general mejoramiento en la reconstruccion, belleza y ornato de la mayor parte de las capitales de España. Pero si verdad es que fué tardía, tambien lo es que fué bien cierta: y el largo artículo descriptivo de la Ciudad que inserté con sus copiosas secciones de Avila civil y Avila eclesiástica, en el tomo primero, me excusa de puntualizar aquí los datos que publican sus conocidas mejoras, en que no cesa, y que dan comprobados motivos para sostener, que atendidas su poblacion, su rique

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