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Que van, tornan, y saltan Con anhelo festivo.

Nace el Sol, y se mira
En tu espejo sencillo,
Que le vuelve sus rayos -
Muy mas varios y vivos.
Tus espumas, son perlas,
Que las rosas y lirios
De su margen escarchan
En copiosos racimos.
Del Amor conducidas
Las zagalas contigo
Consultan de sus gracias
El poder y atractivo.
Tú el cabello les rizas:
Tú en su seno divino
La flor pones; y adiestras
De sus ojos el brillo.
En tus placidas ondas
Halla la sed alivio;
Distraccion el que pena;
Y el feliz regocijo.
Yo las sigo, y parece
Que riéndose miro

La verdad, y el contento
En su humor cristalino:
Que escapando á mis ojos
Y con plácido hechizo
Al compas de sus ondas
Me adormece el sentido.
O dichoso arroyuelo!

Si de humilde principio
Por tu inconstante curso
Llegares á ser rio:

Si otro bosque, otras vegas
De raudales mas rico
Con benéfica urna
Regares fugitivo:

Ay! di á mi Lisi al paso,
Que en su firme capricho
No insista; y dále exemplo
De mudanza, y olvido.

De la Inconstancia de la suerte.

Ves, ó' dichoso Licidas, el cielo

Brillar en pura lumbre;

Y el Sol sublime en la celeste cumbre
Animar todo el suelo?

La risa de las flores y el pomposo

Verdor del fresco prado,

El céfiro lascivo, y el ganado

Ir paciendo gozoso?

Como los altos árboles se mecen;

Y entre el blando sonido

Los coros de las aves, que el oido

Y el ánimo adormecen?'

Como el arroyo se desliza y salta;

Y al salpicar las flores,

Su grata variedad y sus colores

De perlas mil esmalta?

Pues teme, incauto, teme que en un hora

Venga el cierzo enojoso,

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La luz anuble, cubra el Sol fogoso,
Y su honor lleve á Flora;

Las hojas de los árboles sacuda,
Y esparza por el suelo;

Pare su curso al líquido arroyuelo,
Y al ave dexe muda.

Que así fortuna en su inconstante
Ciega y cruel varía

La faz del universo en solo un dia;

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Y en mal el bien convierte.

Un tiempo yo la ví, tambien contenta

Y con rostro sereno;

Mas burlóme falaz: del daño ajeno,
Lícidas, escarmienta.

Idyli o.

Siendo yo niño tierno

Con la niña Dorila

Me andaba por la selva
Cogiendo florecillas,

De que alegres guirnaldas
Con gracia peregrina,

Para ambos coronarnos,
Su mano disponia.

Asi en niñeces tales
De juegos y delicias

Pasabamos felices

Las horas y los dias.

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Y fué de la inocencia

Saltando la malicia.

Yo no sé: mas al verme
Dorila se reia,

Y á mi de solo hablarla
Tambien me daba risa.
Luego al darle las flores
El pecho me latia,

Y al ella coronarme
Quedábase embebida.
Una tarde tras esto
Vimos dos tortolillas,
Que con tremulos picos,
Se halagaban amigas.
Alentónos su exemplo,
Y entre honestas caricias
Nos contamos turbados
Nuestras dulces fatigas;

Y en un punto, qual sombra
Voló de nuestra vista

La niñez; mas en torno

Nos dió el Amor sus dichas,

Don Juan Bautista de Arriaza,

El Desconsuelo.

Crecido con las lluvias de repente Rompe el rio las márgenes que baña, E inundando sus aguas la campaña, Arrasa frutos, árboles, y gente,

El pastor que asustado prontamente
Se subió por librarse á la montaña,
Vé desde allí el ganado y la cabaña
Envueltos en el rápido torrente.

Y aquel vivo dolor con que afligido
Mira ahogadas las tímidas ovejas,
Para siempre creyéndose perdido,

No equivale á la angustia en que me dejas,
Silvia, quando tu labio endurecido

Responde con desdenes á mis quejas.

Despedida á una fuente adonde iba á pasear todas las tardes.

Quédate á Dios, ó cristalina fuente!
Harto tiempo mi llanto has conocido
Con tus aguas mezclarse, y mi gemido
Quexarse de una ingrata inutilmente.
Quedate á Dios! no quiero yo se cuente
Que turbar tu reposo he pretendido
Con voces que se pierden en su oido,
Como en la mar tu líquida corriente.

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No te emponzoñe vivora nociva,
Ni te turbe del viento la braveza
Hasta que el mar undoso te reciba.

Y óxala el corazon de mi belleza

No imite tu inconstancia fugitiva,
Sino de tus cristales la pureza,

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