Mas quando le pregunto, Que me diga sus títulos y nombres, Niño en la vista, y en la voz gigante: Con apacible guerra, Con alegre dolor y dulces males, Desde el supremo cielo Hasta la baxa tierra, Herir los dioses, hombres y animales. Trasformaciones tales Jamas Circe las supo; Porque un hechizo formo Con que mudo y trasformo Qualquiera ser que de mi fuego ocupo, Y al alma, que condeno, La hago yo vivir yo en cuerpo ageno. Fácil tengo la entrada, Dificil la salida. Ablandame el desprecio, y cansa el ruego; No hay alma tan helada, O en piedra convertida, Que no enternezca mi amoroso fuego. Por eso rinde luego Las armas arrogantes Que el rayo mas furioso Se templa con mis flechas penetrantes, Igualmente los fuertes y los sabios. Mal me conoces, Niño; Mira, que soy un capitan valiente, Con esta que me ciño, Hago escribir mis hechos á la gente. Pueden temer los brazos, Que han visto en mil pedazos Burlar tanto escuadron entre los tiros De la polvera fiera, Que vence el fuego de su misma esfera? Yo, al duro elado invierno, Y al verano abrasado, De iguales armas y valor vestido, Llevando á mi gobierno El escuadron formado, Tanta varia nacion he combatido, En duro acero el pecho. Por eso en paz te torna, Que mi espada no adorna Las puertas de tu templo sin provecho, Ni pueden tales ojos Humillarse á tus lágrimas y enojos. Amor que ya me via A la primera ofensa Me derribó la espada de las manos Lloré, rendíme, y abraséme luego. Un carro victorioso Dos tigres ya domesticos traxéron. De aquel rostro amoroso, Y juntos á un trono se subiéron. Por despojos vencidos adornáron, Adonde agora lloro, muero, y vivo. Mas todo vencimiento es mas victoria, Y aquesta pena gloria, Con solo que me mire Isabela un dia, Madrigal. Miré, Señora, la ideal belleza, Guiandome el amor por vagorosas Sendas de nueve cielos; Y absorto en su grandeza, A a Las exemplares formas de las cosas. 1 Contemplé la divina inteligible; Y viendo que conforma Tanto el retrato á su primera forma, Imagen de su luz divina y pura, Que pueda la razon mas que el deseo; Mi Ninfa, para hacer una guirnalda; Mas primero las toca A los rosados labios de su boca, Y les da de su aliento los olores; Y estaba por su bien entre una rosa Su dulce humor hurtando; Y como en la hermosa Flor de los labios se halló, atrevida, La picó, sacó miel, fuese volando. Soneto. En tanto que de rosa y de azucena Se muestra la color en vuestro gesto, Y que vuestro mirar ardiente honesto Con clara luz la tempestad serena: Y en tanto que el cabello, que en la vena Marchitará la rosa el viento helado: Soneto de Diego Hurtado de Mendoza. A una Señora, que pidió un Soneto. Pedis, Reyna, un soneto. Y ya le hago. Con otro verso el un quarteto os pago. Ya llego al quinto. España! Santiago! |