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Capítulo XXI.

De muchas muertes que se hicieron en Castilla.

DESPEDIDAS las córtes de Búrgos, el Rey se fué á Medina del Campo. Allí por su mandado fueron muertos dos caballeros de los mas principales, el uno Pero Ruiz de Villegas adelantado mayor de Castilla, el otro Sancho Ruiz de Rojas; mandó otrosí prender algunos otros. A Juan Fernandez de Hinestrosa soltaron los de Toro debaxo de pleytesía de volver á la prision, si no aplacase y desenojase al Rey, mas no cumplió su promesa. Don Enrique y Don Fadrique, juntadas sus gentes en Talavera, se fueron á encastillar en la ciudad de Toledo para prevenir los intentos del Rey. Pasado el rio, quisieron entrar por el puente de San Martin, mas como les resistiesen la entrada algunos caballeros de la ciudad, dieron vuelta por encima de los montes de que casi toda al rededor está cercada, y llegados á la otra parte de la ciudad, entraron por el puente que llaman de Alcántara. Hízose gran matanza en los Judíos, y les robaron las tiendas de mercería que tenia en el Alcana: fueron mas de mil Judíos los que mataron, lo qual no se hizo sin nota y murmuracion de muchos á quien tan grande desconcierto parecia muy mal. Avisado el Rey del peligro en que la ciudad estaba, vino á gran de priesa antes que se pudiesen fortificar los contrarios en una plaza de suyo tan fuerte. Con su llegada los hermanos fueron forzados á desampararla con presteza: cosa que les valió no menos que las vidas. El Rey vengó su enojo en los ciudadanos, mató algunos caballeros, y del pueblo mandó matar veinte y dos. Entre estos condenados era un platero viejo de ochenta años: un hijo que tenia de diez y ocho, se ofreció de su voluntad á que le matasen á él en cambio de su padre. Bl Rey en lugar de perdonalle, que al parecer de todos lo merecia muy bien por su rara y excelente piedad, le otorgó el trueco y fué muerto: horrendo espectáculo para el pueblo, y misericordia mezclada con tanta crueldad. Los nombres de padre y hijo no se saben por descuyda de los historiadores, el caso es muy cierto. Hizo otrosí el Rey

prender al obispo de Sigüenza Don Pedro Gomez Barroso, varon insigne entre los de aquel tiempo y gran jurista : la causa, que favorecia á sus ciudadanos, y á la Reyna Doña Blanca, que envió el Rey presa á la fortaleza de Sigüenza. Asentadas las cosas de Toledo, restaba reducir á su servicio las demas ciudades. Los de Cuenca por estar mas conformes entre sí cerraron las puertas al Rey no se atrevió á usar de violencia por ser aquella ciudad muy fuerte. Criábase entonces en ella Dou Sancho hermano del Rey, y aunque se libró deste peligro presente, pocos dias despues Alvar Garcia de Albornoz. hermano del cardenal Don Gil de Albornoz, que le tenia en guarda, le escapó y llevó á Aragon. Púsose cerco á la ciudad de Toro, en que estaba la Reyna madre, Don Enrique y Don Fadrique, Don Per Estevanez Carpintero, que se llamaba maestre de Calatrava, y todas las fuerzas de los caballeros de la liga. Durante el cerco que fué largo asaz, en Tordesillas Doña María de Padilla parió una hija que fué la tercera, y se llamó Doña Isabel. D on Juan de Padilla su hermano maestre de Santiago fué muerto en un rencuentro que tuvo entre Tarancon y Uclés: causóle la muerte la honra y estado en que el Rey le puso; venciéron le Don Gonzalo Mexía comendador mayor de Castilla y Gomez Carrillo, que favorecian y tenian la parte de Don Fadrique, El Rey con la edad hecho mas prudente no quiso que se proveyese el maestrazgo por dexar la puerta abierta para que su hermano se reduxese á su servicio. El Papa Inocencio por estos dias envió al cardenal de Boloña para que pusiese en paz al Rey y á estos grandes. Las cosas estaban tan enconadas que no pudo efectuar nada; solamente alcanzó que soltasen de la prision al obispo Don Pedro Gomez Barroso. Don Enrique de Toro se huyó á Galicia, y escapó del peligro que le amenazaba y corria: aunque era mozo, tenia sagacidad y cordura, de que dió bastantes muestras en todas las guerras en que anduvo. Don Fadrique, habida seguridad, salió de la ciudad y se fué al Rey. Finalmente en cinco de enero del año de mil y trecientos y cinqüenta y seis un cierto ciudadano dió al Rey entrada por 1356. una puerta que él guardaba. Apoderado de la ciudad hizo matar á Don Per Estevanez Carpintero y Ruy Gonzalez de Castañeda, y otros caballeros principales: matáronlos en presencia de la Reyna madre, que se cayó en el suelo desmayada de es

TOMO IV.

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panto y horror de un espectáculo tan terrible. Vuelta en su acuerdo, con muchas voces maldixo á su hijo el Rey, y desde á pocos dias con su licencia se fué á Portugal, donde no miró mas por la honestidad que antes. Ninguna cosa se encubre en lugares tan altos: como tratase amores con Don Martin Tello caballero portugués, fué muerta con yerbas por mandado de Rey de Portugal su hermano. Algunos afirman que la hizo matar su padre el Rey Don Alonso el Quarto, ca por fidedignos testimonios (1) pretenden probar vivió hasta el año de mil y trecientos y sesenta y uno: otros mas acertados dicen que el dicho Rey murió el año de cinqüenta y siete. El Rey de Castilla se fué á Tordesillas, y allí hizo un torneo en señal de regocijo por las cosas que acabara. El lugar y el dia mas prometian placer y contento que miedo; no obstante esto, el Rey otro dia de mañana hizo matar á dos escuderos de la guarda de Don Fadrique. Quando él lo supo, tuvo grande temor no hiciese otro tanto con él; mas esta vez no pusieron en él las manos. Este año tembló en muchas partes la tierra con grande daño de las ciudades marítimas: cayeron las manzanas de hierro que estaban en lo alto de la torre de Sevilla, y en Lisboa derribó este terremoto la capilla mayor que pocos dias antes se acabara de labrar por mandado del Rey Don Alonso. Algunos pronosticaban por estas señales grandes males que sucederian en España : pronósticos que salieron vanos, pues el reynado del Rey de Castilla y él en sus maldades continuaron por muchos años adelante; el pueblo por lo menos hizo muchas procesiones y plegarias para aplacar la ira de Dios. Tomada la ciudad de Toro, el conde Don Enrique por caminos secretos y escondidos se huyó á Vizcaya, do su hermano Don Tello con la gente y aspereza de la tierra conservaba lo que quedaba de su parcialidad, ca venció en dos batallas ciertos capitanes que tenian la voz del Rey. Desde allí Don Enrique se fué en un navio á la Rochela, ciudad de Xantoigne en Francia, para estar á la mira, y esperar en que pararian los honores que removidos andaban. A esta sazon el Rey de Navarra en un convite á que le convidó en Ruan Cárlos el delphin y duque de Normandía fué preso por el Rey de Francia que de repente sobrevino,

(1) Duarte Nuñez en la Genealog, de aquellos Reyes.

y le compelió á que desde la prision respondiese á ciertos cargos que se le hacian: el principal era de traycion, porque fayorecia á los Ingleses contra lo que era obligado como príncipe por muchas vias y títulos sugeto á la corona de Francia. Desta manera se veian en aquel reyno divididas las aficiones de los Españoles que en él residian : Don Enrique tiraba gages del Rey de Francia, Don Philipe hermano del Rey de Navarra llamaba los Ingleses á Normandía, y se juntó con ellos. Lo mismo hizo el conde de Fox enojado por la injuria, y agravio hecho al Rey su cuñado. Así en un mismo tiempo en España y en Francia se temian muchas novedades y nuevas y temerosas guerras.

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LIBRO DÉCIMOSÉPTIMO.

Capítulo primero.

Del principio de la guerra de Aragon.

NA guerra entre dos reynos y Reyes vecinos y aliados, y aun de muchas maneras trabados con deudo, el de Castilla y el de Aragon, contará el libro diez y siete: guerra cruel, implacable y sangrienta, que fué perjudicial y acarreó la muerte á muchos señalados varones, y últimamente al mismo que la movió y le dió principio, con que se abrió el camino, y se dió lugar á un nuevo linage y descendencia de Reyes; y con él una nueva luz alumbró al mundo, y la deseada paz se mostró dichosamente á la tierra. Póneme horror y miedo la memoria de tan graves males como padecimos. Entorpécese la pluma, y no se atreve ni acierta á dar principio al cuento de las cosas que adelante sucedieron. Embázame la mucha sangre que sin propósito se derramó por estos tiempos. Dése este perdon y licencia á esta narracion, concédasele que sin pesadumbre se lea: dése á los que temerariamente perecieron, y no menos á los que como locos y sandios se arrojaron á tomar las armas y con ellas satisfacerse. Ira de Dios fueron estos desconciertos, y un furor que se derramó por las tierras. Las causas de las guerras, mirada cada una por sí, fueron pequeñas; mas de todas juntas como de arroyos pequeños se hizo

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