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con Don Enrique, tenia propósito de moverse al son de la fortuna, y Hegarse á la parte de los que prevalecian. A esta causa era ya venido en Aragon por embaxador Hugo Carbolayo Inglés; y porque no podian tan presto y fácilmente concluirse paces, se hicieron treguas por algunos meses. Despues de la victoria el Rey Don Pedro con todo su exército se fué á Búrgos, prendió en aquella ciudad á Juan Cordollaco pariente del Conde de Armeñac y arzobispo de Braga, que era de la parcialidad del Rey Don Enrique. Hízole el Rey llevar al castillo de Alcalá de Guadayra y meterle en un silo, en que estuvo hasta la muerte del mismo Don Pedro, quando mudadas las cosas fué restituido en su libertad y obispado. El Rey Don Pedro sin embargo se hallaba muy congoxado en trazar como podria juntar tanto dinero como á los Ingleses de los sueldos debia y él recibió prestado del Príncipe de Gales: no sabia asimismo como podria cumplir con él lo que le tenia prometido de darle el señorío de Vizcaya, porque ni los Vizcaynos que es gente libre y feroz, sufririan señor estraño, ni el tesoro y rentas Reales, consumidos con tan excesivos gastos como con estas revoluciones se hicieron, no alcanzaban con gran parte á pagar la mitad de lo que se debia. Por esta causa con ocasion de ir á juntar este dinero se fué Don Pedro muy aprisa á Toledo, de allí á Córdoba. En esta ciudad en una noche hizo matar diez y seis hombres principales: cargábales fueron los primeros que en ella dieron entrada al Rey D. Enrique. En Sevilla mandó asimismo matar á Micer Gil Bocanegra y á Don Juan hijo de Pero Ponce de Leon señor de Marchena, y á Doña Urraca de Osorio madre de Don Juan Alfonso de Guzman, y á otras personas. A Doña Urraca hizo quemar viva, fiereza suya, y execucion en que sucedió un caso notable (1). En la laguna propia en que hoy está plantada una grande alameda, armaron la hoguera. Una doncella de aquella señora por nombre Isabel Dávalos natural de Ubeda luego que se em prendió el fuego, se metió en él para tenella las faldas porque no se descompusiese, y se quemó junto con su ama: hazaña memorable, señalada lealtad, con que grandemente se acrecentó el odio y aborrecimiento que de atrás al Rey tenian. Con

(1) Historia de Sevilla, libr. 5. cap. 14.

los infortunios, destierro y trabaxo que habia padecido, parece era razon hobiera ya corregido los vicios que de antes parecian tener escusa con la mocedad, licencia y libertad, si su natural no fuera tan malo. Por el contrario la afabilidad y buena condicion del Rey Don Enrique causaba que todos tenian lástima de sus desastres, y le amaban mas que antes: con esto se volvió á la plática de envialle á llamar y restituille en los rey nos de Castilla. El Rey de Navarra de Borgia, do le tenian arrestado, se vino despues de dada la batalla á Tudela : á mosen Olivier que le hizo compañía en aquella villa, le hizo prender, y no le quiso soltar de la prision hasta que le entregó á su hijo el Infante Don Pedro, que quedó en Borgia para seguri

que se cumpliria lo que los dos capitularon. Este mismo año que se dió la batalla de Nájara, falleció en Viterbo ciudad de Italia el cardenal Don Gil de Albornoz en veinte y quatro dias del mes de agosto fiesta de San Bartholomé (1). Fué este prelado excelente varon, de gran valor y prudencia no menos en el gobierno que en las cosas de la guerra, muy querido de tres Papas que alcanzó, Clemente, Inocencio y Urbano Quinto que á esta sazon gobernaba la iglesia Romana. Hizo guerra en Italia á los tyranos que tenian usurpadas muchas ciudades y tierras de la Iglesia, y con dichosas armas las restituyó al patrimonio y estado de San Pedro, con que abrió el camino á sus sucesores para que pasasen la silla Apostólica á la antigua ciudad de Roma, que no tardó mucho tiempo en cumplirse. Depositaron su cuerpo en el monasterio de San Francisco de la ciudad de Assis: despues sosegadas las cosas de España con la muerte del Rey Don Pedro ( por haberlo él así mandado en su testamento) le trasladaron á la ciudad de Toledo : está enterrado en la iglesia mayor en la capilla de San Ildefonso. Concedió el Romano Pontífice indulgencias á los que le traxesen en hombros; y fué tanta la devocion de los pueblos, que por do quier que pasaba, salian á bandas á los caminos por ganar los perdones; y de esta manera le traxeron hasta Toledo.

(1) Onuphr. de Card. en Urbano.

Capítulo XI.

Del maestre de San Bernardo.

EL maestre de San Bernardo (dignidad cuyo nombre y noticia apenas ha llegado á nuestros tiempos ) se halló en la batalla de Nájara con otros muchos en favor de Don Enrique, donde fué preso y muerto por mandado del Rey Don Pedro, y le confiscaron muchos pueblos que poseia en las Behetrías. No cuenta esto ninguno de los historiadores, sino solamente el despensero mayor de la Reyna Doña Leonor, de quien arriba hicimos mencion. Verdad es que no escribe el nombre del maestre, ni qué principio ó autoridad tuviese esta dignidad, cosa en aquel tiempo muy sabida, al presente de todo punto olvidada: el tiempo todo lo gasta. Solo consta que este maestre era hombre de religion y eclesiástico, por que el Rey Don Pedro fué descomulgado por la muerte que le dió. Lo que yo sospecho es que quando el Rey Don Pedro por consejo de Juan Alfonso de Alburquerque (como de suso se dixo) quiso encorporar las Behetrías en la corona Real, ó lo que es mas cierto, darlas á algunos señores particulares que las pretendian con mas codicia de estados que de hacer lo que era razon y justicia; entonces de su voluntad y con facultad del Papa con color de religion se debieron de sugetar á la órden de San Bernardo á imitacion de los caballeros de Calatrava y Alcántara, y eligieron una cabeza con título que le dieron de maestre de San Bernardo, para que como las demas religiones militares hiciesen guerra á los Moros. Este color y diligencia, aunque fué á propósito para que aquellos pueblos se mantuviesen en la libertad en que por tantos siglos inviolablemente se mantuvieron, dió empero ocasion para que el Rey se indignase contra ellos; por esta causa creo yo que el dicho maestre se llegó á la parte de Don Enrique: esto pudo ser; mas no es mas que congetura y pensamiento. Lo que se sigue es cierto, que el Sumo Pontífice Urbano Quinto por esta muerte y porque tenia fuera de sus iglesias á los obispos de Calahorray de Lugo, envió un arcediano con órden que le notificase como estaba descomul

TOMO IV.

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gado, y por tal le publicase. Este arcediano como quier que temiese la crueldad de Don Pedro y el poco respeto que tenia á la iglesia, usó con él de cautela y maña, esto fué que se vino por el rio en una galeota muy ligera á Sevilla, y se puso á la ribera del campo de Tablada cerca de la ciudad: aguardó á que el Rey pasase por aquella parte sucedióle como lo deseaba; preguntóle si queria saber nuevas de Levante, que le diria cosas maravillosas y jamás oidas, porque acababa de llegar de aquellas partes. Llegóse el Rey cerca para oirle, y él le intimó entonces las bulas del Papa: esto hecho, luego con grandísima velocidad se fué el rio abaxo á vela y remo: ayudábale la menguante en que las aguas de la creciente del Océano volvian á baxar, asi pudo mas ligeramente escaparse. El Rey enojóse mucho con la burla, y como fuera de sí, desnuda la espada, y arrimadas las espuelas al caballo, se lanzó en el rio : tiró una gran cuchillada al arcediano, que por no le poder alcanzar dió en la galeota, sin desistir de seguille hasta tanto que el caballo no podia nadar de cansado: corriera gran peligro de ahogarse, si no le acorrieran prestamente con un barco en que le recogieron muy encolerizado. Decia á grandes voces que él quitaria la obediencia al Papa que tan violenta y suciamente regia la Iglesia: procuraria otrosí que hiciesen otrosí lo mismo los Reyes de Aragon y de Navarra; además que aquella injuria él la vengaria muy bien con las armas y con hacer guerra á sus tierras. Esto dixo con los ojos encarnizados y hechos ascuas, y con la voz muy fiera, alta y descompuesta: las afrentas, amenazas y desacatos que dixo contra el Papa, mas le desdoraron á él que agraviaron al Padre Santo. Mandó luego apercebir una armada y hacer grandes llamamientos de gentes de guerra. El Papa vista la furiosa condicion del Rey Don Pedro, se determinó de aplacalle de la mejor manera que pudiese: para hacello con mayor autoridad le envió un legado que fué sobrino suyo cardenal de San Pedro, que le absolvió de la excomunion y hizo las amistades entre él y su tio con estas condiciones: Que consumido el oficio y nombre de maestre de San Bernar do, todos aquellos pueblos de allí adelante tuviesen su antiguo nombre de Behetrías y fuesen del patrimonio Real, á tal empero que no pudiesen ser entonces ni en algun tiempo dados, ni vendidos, ni enagenados: guardóséles este respeto y

preeminencia por ser bienes de religion y eclesiásticos. Demas desto que la tercera parte de las décimas que llevaba á la sazon el Papa de los beneficios, fuese del Rey para ayuda á la guerra de los Moros. Que el Papa otrosí sin consentimiento de los Reyes de Castilla no pudiese en sus reynos dar obispados ni maestrazgos, ni el priorato de San Juan, ni otros mayores beneficios. Esto se le concedió teniendo consideracion al sosiego comun y al bien general de la paz, puesto que era contra la costumbre y uso antiguo. Es cosa notable y maravillosa que por contemplacion ni respeto de ningun Príncipe quisiese el Papa perder en España tanto de su derecho y autoridad: en tanto se tuvo en aquella era el sanar la locura de un Rey, que primero con sus trabaxos y ahora con la victoria andaba desatinado.

Capitulo xu.

Que Don Enrique volvió á España.

LLEGADO Don Enrique á Francia, no perdió el ánimo sabiendo quan varias y mudables sean las cosas de los hombres, y que los valientes y esforzados hacen rostro á las adversidades, y vencen todas las dificultades en que la fortuna los ponę; los cobardes desmayan y se rinden á los trabaxos y desastres. El conde de Fox, á cuya casa primero aportó, le recibió muy bien y hospedó amigablemente, aunque con recelo no le hicie sen guerra los Ingleses porque le favorecia. De allí fué á Villanueva, que es cerca de Aviñon, para hablar á Luis duque de Anjou y hermano del Rey de Francia, en quien halló mejor acogimiento del que él podia esperar: socorrióle con dineros, y dióle consejos tan buenos que fueron parte para que sus cosas tuviesen el próspero suceso que poco despues se vió. Envió por inducimiento y aviso del Duque con su embaxada á pedir al Rey de Francia su ayuda y favor para volver á Castilla. Fué oido benignamente, y determinóse el Rey de favorecelle: á la verdad la mucha prosperidad y buenos sucesos de los Ingleses le tenian con mucho miedo y cuydado; tenia asimismo en la memoria los agravios que Don Pedro le habia hecho, y la ene

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