Imágenes de páginas
PDF
EPUB

mo que le quisiese burlar: como quiera que fuese, ella se cu mplió dentro de muy pocos dias. El Rey Don Pedro con la hueste que hemos dicho, baxó del Andalucía á Montiel, que es una villa en la Mancha y en los Oretanos antiguos, cercada de muralla, con su pretil, torres y barbacana, puesta en un sitio fuerte y fortalecida con un buen castillo. Sabida por Don Enrique la venida de Don Pedro, dexó á Don Gomez Manrique arzobispo de Toledo para que prosiguiese el cerco de aquella ciudad, y él con dos mil y quatrocientos hombres de á caballo, por no esperar el paso de la infantería, partió con gran priesa en busca de Don Pedro. Al pasar por la villa de Orgaz, que está á cinco leguas de Toledo, se juntó con él Beltran Claquin con seicientos caballos estrangeros que traia de Francia: importantísimo socorro y á buen tiempo, porque eran soldados viejos, y muy exercitados y diestros en pelear. Llegaron al tanto allí Don Gonzalo Mexía maestre de Santiago, y Don Pedro Muñiz maestre de Calatrava, y otros señores principa les que venian con deseo de emplear sus personas en la defensa y libertad de su patria. Partió Don Enrique con esta caballería: caminó toda la noche, y al amanecer dieron vista á los enemigos antes que tuviesen nuevas ciertas que eran partidos de Toledo. Ellos quando vieron que tenian tan cerca á Don Enrique, tuvieron gran miedo, y pensaron no hobiese alguna traycion y trato para dexarlos en sus manos: á esta causa no se fiaban los unos de los otros; recelábanse tambien de los mismos vecinos de la villa. Los capitanes con mucha priesa y turbacion hicieron recoger los mas de los soldados que tenian alojados en las aldeas cerca de Montiel: muchos dellos desam. pararon las banderas de miedo, ó por el poco amor y menos gana con que servian. Al salir del sol formaron sus esquadrones de ambas partes, y animaron sus soldados á la batalla. Don Enrique habló á los suyos en esta sustancia: «Este dia, valerosos compañeros, nos ha de dar riquezas, honra y reyno, ό nos lo ha de quitar. No nos puede suceder mal, porque de qualquiera manera que nos avenga, serémos bien librados: con la muerte saldrémos de tan inmensos é intolerables afanes como padecemos, con la victoria darémos principio á la libertad y descanso que tanto tiempo ha deseamos. No podemos entretenernos ya mas, si no matamos á nuestro enemigo: él

nos ha de hacer perecer de tal género de muerte, que la tenemos por dichosa y dulce si fuere ordinaria, y no con crueles y bárbaros tormentos. La naturaleza nos hizo gracia de la vida con un necesario tributo que es la muerte: esta no se puede escusar, empero los tormentos, las deshonras, afrentas é injurias evitarálas vuestro esfuerzo y valor. Hoy alcanzaréis una gloriosa victoria, ó quedaréis como honrados y valerosos tendidos en el campo. No vean tal mis ojos, no permita vuestra bondad, señor, que perezcan tan virtuosos y leales caballeros. ¿Mas qué muerte tan desastrada y miserable nos puede venir que sea peor que la vida acosada que traemos? No tenemos guerra con enemigo que nos concederá partidos razonables, ni aun una tolerable servidumbre quando queramos ponernos en sus manos: ya sabeis su increible crueldad, y teneis bien à vuestra costa experimentado quan poca seguridad hay en su fe y palabra. No tiene mejor fiesta ni mas alegre que la que solemniza con sangre y muertes, con ver destrozar los bombres delante de sus ojos. ¿Por ventura habémoslo con algun malvado y perverso tyrano y no con una inhumana y feroz bestia, que parece ha sido agarrochada en la leonera para que de allí con mayor braveza salga á hacer nuevas muertes y destrozos? Confio en Dios y en su Apóstol Santiago que ha caido en la red que nos tenia tendida, y que está encerrado donde pagará la cruel carnicería que en nos tiene hecha: mirad, mis soldados, no se os vaya: detenedla, no la dexeis huir, no quede lanza ni espada que no pruebe en ella sus aceros. Socorred por Dios á nuestra miserable patria, que la tiene desierta y asolada: vengad la sangre que ha derramado de vuestros padres, hijos, amigos y parientes. Confiad en nuestro Señor, cuyos sagrados ministros sacrílegamente ha muerto, que os favorecerá para que castigueis tan enormes maldades, y le hagais un agradable sacrificio de la cabeza de un tal monstruo horrible, y fiero tyrano. » Acabada la plática, luego con gran brio y alegría arremetieron á los enemigos : hirieron en ellos con tan gran denuedo que sin poder sufrir este primer ímpetu en un momento se desbarataron. Los primeros huyeron los Moros, los Castellanos resistieron algun tanto; mas como se viesen perdidos y desamparados, se recogieron con el Rey Don Pedro en el castillo de Montiel. Murieron muchos de los Mo

ros en la batalla, muchos mas fueron los que perecieron en el alcance: de los Christianos no murió sino solo un caballero. Ganóse esta victoria en miércoles catorce dias de marzo del año de mil y trecientos y sesenta y nueve. Don Enrique visto 1369. como Don Pedro se encerró en la villa, á la hora le hizo cercar de una horma, pared de piedra seca, con gran vigilancia porque no se les pudiese escapar. Comenzaron los cercados á padecer falta de agua y de trigo, ca lo poco que tenian, les dañó de industria (á lo que parece) algun soldado de los de den. tro, deseoso de que se acabase presto el cerco. Don Pedro entendido el peligro en que estaba, pensó como podria huirse del castillo mas á su salvo. Hallábase con él un caballero que le era muy leal, natural de Trastamara: decíase Men Rodriguez de Sanabria: por medio deste hizo á Beltran Claquin una gran promesa de villas y castillos y de docientas mil doblas castellanas, á tal que dexado á Don Enrique le favoreciese y le pusiese en salvo. Estrañó esto Beltran : decia que si tal consintiese, incurriria en perpetua infamia de fementido traydor; mas como todavía Men Rodriguez le instase, pidióle tiempo para pensar en tan grande hecho. Comunicado al negocio secretamente con los amigos de quien mas se fiaba, le aconsejaron que contase á Don Enrique todo lo que en este caso pasaba: tomó su consejo. Don Enrique le agradeció mucho su fidelidad, y con grandes promesas le persuadió á que con trato doble hiciese venir á Don Pedro á su posada, y le prometiese haria lo que deseaba: concertaron la noche: salió Don Pedro de Montiel armado sobre un caballo con algunos caballeros que le acompañaban : entró en la estancia de Beltran Claquin con mas miedo que esperanza de buen suceso. El recelo y temor que tenia, dicen se le aumentó un letrero que leyó poco antes, escrito en la pared de la torre del homenage del castillo de Montiel, que contenia estas palabras: «Esta es la torre de la Estrella: » ca ciertos astrólogos le pronosticaron que moriria en una torre deste nombre. Ya sabemos quan grande vanidad sea la destos adevinos, y como despues de acontecidas las cosas se suelen fingir semejantes consejas. Lo que se refiere que le pasó con un Judío médico, es cosa mas de notar. Fué asi que por la figura de su nacimiento le habia dicho que alcanzaria nuevos reynos, y que seria muy dichoso. Despues quando es

tuvo en lo mas áspero de sus trabaxos, díxole: «Quán mal acertaste en vuestros pronósticos. Respondió el astrólogo:«Aunque mas yelo cayga del cielo, de necesidad el que está en el baño ha de sudar.» Dió por estas palabras á entender que la voluntad y acciones de los hombres son mas poderosas que las inclinaciones de las estrellas. Entrado pues Don Pedro en la tienda de Don Beltran, díxole que ya era tiempo que se fuesen: en esto entró Don Enrique armado: como vió á Don Pedro su hermano, estuvo un poco sin hablar como espantado: la grandeza del hecho le tenia alterado y suspenso, ó no le conocia por los muchos años que no se vieran. No es menos sino que los que se hallaron presentes, entre miedo y esperanza vacilaban. Un caballero francés dixo á Don Enrique sañalando con la mano á Don Pedro: «Mirad que ese es vuestro enemigo. Don Pedro con aquella natural ferocidad que tenia, respondió dos veces: «Yo soy, yo soy.»Entonces Don Enrique sacó su daga, y dióle una herida con ella en el rostro: vinieron luego á los brazos, cayeron ambos en el suelo : dicen que Don Enrique debaxo, y que con ayuda de Beltran, que les dió vuelta y le puso encima, le pudo herir de muchas puñaladas con que le acabó de matar : cosa que pone grima: un Rey, hijo y nieto de Reyes revolcado en su sangre derramada por la mano de un su hermano bastardo: estraña hazaña! A la verdad cuya vida fué tan dañosa para España, su muerte le fué saludable; y en ella se echa bien de ver que no hay exércitos, poder, reynos, ni riquezas que basten á tener seguro á un hombre que vive mal é insolentemente. Fué este un estraño exemplo para que en los siglos venideros tuviesen que considerar, se admirasen y temiesen; y supiesen tambien que las maldades de los Príncipes las castiga Dios no solamente con el odio y mala voluntad con que mientras viven son aborrecidos, ni solo con la muerte, sino con la memoria de las historias, en que son eternamente afrentados y aborrecidos por todos aquellos que las leen, y sus almas sin descanso serán para siempre atormentadas. Frossarte historiador francés deste tiempo dice que Don Enrique al entrar en aquel aposento dixo: «¿ Dónde está el hideputa judío, que se llama Rey de Castilla ? » y que Don Pedro respondió: «Tú eres el hideputa, que yo hijo soy del Rey Don Alonso. Murió Don Pedro en veinte y tres dias del mes de mar

[ocr errors]

zo en la flor de su edad de treinta y quatro años y siete meses: reynó diez y nueve años menos tres dias. Fué llevado su cuerpo sin ninguna pompa funeral á la villa de Alcocer, do le depositaron en la iglesia de Santiago. Despues en tiempo del Rey Don Juan el Segundo le trasladaron por su mandado al monasterio de las monjas de Santo Domingo el Real de Madrid de la órden de los Predicadores. Prendieron despues de muerto el Rey Don Pedro á Don Fernando de Castro, Diego Gonzalez de Oviedo hijo del maestre de Alcántara, y Men Rodriguez de Sanabria, que salieron con él de la villa para tenelle compañía. Estos tiempos tan calamitosos y revueltos no dexaron de tener algunos hombres señalados en virtud y letras: uno destos fué Don Martin Martinez de Calahorra canónigo de Toledo y arcediano de Calatrava dignidad de la santa iglesia de Toledo que está enterrado en la capilla de los Reyes viejos de aquella iglesia con un letrero en su sepulcro, que dice como por honra de la santidad y grandeza de la iglesia de Toledo, no quiso aceptar el obispado de Calahorra para el qual fué elegido en concordia de todos los votos del cabildo de aquella iglesia.

Capítulo XIV.

Que Don Enrique se apoderó de Castilla.

Con la muerte del Rey Don Pedro enriquecieron unos y empobrecieron otros : tal es la usanza de la guerra, y mas de la civil todas las cosas en un momento se trocaron en favor del vencedor; dióse á la hora Montiel. Llegada la nueva de lo sucedido á Toledo, tuvieron gran temor los vecinos de aquella ciudad. Padecian á la sazon necesidad de bastimentos: acordaron de hacer sus pleytesías con los de Don Enrique que los tenian cercados; entregáronles la ciudad y todos se pusieron en la merced del nuevo Rey, pues con la muerte de Don Pedro se entendia quedaban libres del homenage y fidelidad que le prometieran. Entre los Príncipes estrangeros se levantó una nueva contienda sobre quien tenia mejor derecho á los reynos de Castilla. Convenian todos en que Don Enrique no tenia accion á ellos por el defecto de su nacimiento: demas desto cada

« AnteriorContinuar »